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No a una legislación tiránica que destruye los fundamentos de Europa y desconoce la dignidad de los europeos

La Nueva Era de Acuario, una Nueva Humanidad: La auténtica fachada de La Conspiración de Acuario, de Marilyn Ferguson

por José J. Escandell

Una introducción a lo que es la nueva era, tratando el nombre y los hombres de la Nueva Era, su alcance, su esquema doctrinal , sus raíces históricas y sus fuentes intelectuales. Después incluye un planteamiento de la Conspiración, de los nombres a los que apela la Conspiración, de la transformación bajo el signo de Acuario, hace un inciso sobre "el sueño americano" y sobre la "ciencia". Y por fin estudia la actuación de la New Age sobre el poder político, la "salud acuariana", la educación, el trabajo, la economía y empresa, la religión transformada en aventura espiritual y el matrimonio y la familia. Y termina con sus consecuencias.

Los hombres de mi generación, que maduró sin ser influida por los movimientos de los años sesenta, estábamos convencidos de que la Guerra Fría, y que la polarización del mundo entre liberalismo y comunismo, nos acompañarían toda nuestra vida. Ahora nos encontramos con una cierta desorientación. Derechas e izquierdas, conservadores y progresistas, creyentes y ateos, marxistas y reaccionarios..., todos estos esquemas parecen ya insuficientes. Es posible que la proximidad temporal nos impida ver las cosas con claridad. Uno tiene la impresión de que esos esquemas han saltado por los aires. Estamos un poco desconcertados.

Como en el intermedio de una obra de teatro, cuando sabemos lo que ha pasado hasta ese momento, y lo vemos como una unidad, y sin embargo no somos capaces de saber lo que sucederá a continuación. ¿Dónde estamos? Somos capaces de etiquetar acontecimientos o movimientos como “post”, como apéndice o final, pero ninguno como inicio. Sabemos qué se ha acabado con la caída del muro de Berlín, con la disolución de la URSS, con el atentado de las Torres Gemelas o con el atentado del 11 de marzo en España; sin embargo, ¿qué va a venir ahora?

Tenemos una marcada conciencia de fin de época. El Concilio Vaticano II fue seguido de una crisis sin precedentes en la Iglesia Católica, no nos engañemos. El pontificado de Juan Pablo II está trayendo una primavera a la Iglesia, pero la continuación y la culminación de esa tendencia no es claramente previsible y falta por constatarse la solidez de lo progresado. Junto a eso, el islamismo ha alcanzado, en su multiplicidad inabarcable un protagonismo de primer plano en Occidente y bastante hay ya con la silenciosa conquista que está haciendo de las viejas naciones europeas, aquellas que han renegado de sus raíces para irse a abrazar, por ahora, al nihilismo. Y, en tercer lugar, el estallido de lo que cabe de denominar imprecisamente “los nuevos movimientos religiosos”.

Las ciencias positivas, arrastradas ahora por la biología -la más deslumbrante estrella del conocimiento humano actual- suscitan problemas y, sobre todo, hacen soñar en posibilidades maravillosas y sobrecogedoras de salud, fuerza y control. A su lado, las ciencias humanas (psicología y sociología principalmente) sólo admiran. Hasta el espíritu crítico, enarbolado en forma de trapo hecho jirones por una filosofía maltrecha y esquizofrénica, se rinde complacido ante el ecologismo o el animalismo de raíces cientificistas.

Sobre esta base se alza este trabajo centrado en la Nueva Era: ¿Aparece por fin algo realmente nuevo? Se trata de un fenómeno de tipo aparentemente religioso, de amplio radio y alcance (aunque de futuro impredecible) y que en realidad consuena a las mil maravillas con el clima decadente de nuestro mundo occidental.

Occidente -es decir, el ámbito de las naciones avanzadas resultantes de Grecia, Roma y Jerusalén- está sumido en una profunda decadencia autodestructiva. Las fuerzas que crearon Occidente están siendo combatidas desde el interior del propio Occidente, por otras fuerzas que nacieron en el marco de la propia tradición occidental. Entendida la postmodernidad como la mentalidad inerte y desencantada en que ha desembocado la Ilustración, ha quedado ahora en abierta franquía, absuelta de todo freno, en la pura desnudez de su poder, y aparece con toda claridad lo que ella es: una ausencia completa de horizontes unida a una pacífica conformidad con esa ausencia. La Nueva Era es digna hija de estos tiempos y ya ha conquistado muchos ambientes.

Este trabajo pretende estudiar la Nueva Era en sus dimensiones doctrinales. Comienza, como es natural, por la presentación general de la Nueva Era, en el Capítulo I. Para el Capítulo II quedará reservado hacer un amplio resumen del libro de referencia de la Nueva Era, y que ahora cumple veinticinco años desde su primera edición americana: La Conspiración de Acuario, de Marilyn Ferguson[1]. Con esto queda dibujada esencialmente la respuesta a la cuestión primordial: ¿cuáles son los linderos fundamentales de la Nueva Era de Acuario?

El resto del trabajo se divide de acuerdo con un orden sistemático de cuestiones. El Capítulo III trata del concepto de que la Nueva Era tiene del pensamiento; es decir, de su «lógica». El siguiente capítulo desarrolla el concepto del cosmos, del mundo y de la naturaleza tal como son entendidos por los newagers. A continuación, el Capítulo V se ocupa de la antropología. El siguiente, del concepto de Dios, y el VII describe la concepción de la ética en la Nueva Era. Al final es necesario tratar del milenarismo de la «Era de Acuario», que es un rasgo característico de esta mentalidad.

He empleado en este ensayo una bibliografía variada, pero inevitablemente parcial. La Nueva Era es dispersísima y fecundísima en publicaciones. Es un mar de escritos de muy diverso valor[2]. Para evitar la dispersión, he procurado organizar mis reflexiones alrededor del libro de Marilyn Ferguson. Es interesante hacerlo así, y no mezclar autores, para que resulte más patente el nervio central de la mentalidad acuariana y para que se puedan advertir en su valor los elementos que se añaden a ese eje central.

Este trabajo tiene un carácter analítico y crítico. Pone en segundo plano las investigaciones históricas y sociales para centrarse en una perspectiva doctrinal. Pretende determinar qué contiene la Nueva Era y no tanto quiénes son los creadores, impulsores y partidarios de ella.

No renuncia a adoptar una perspectiva religiosa (en el sentido ordinario de la palabra), sino que precisamente porque la supone, no se contenta con mostrar el antagonismo que hay entre las tesis de la Nueva Era y los dogmas de la fe cristiana, sino que, habida cuenta de esos contrastes inconciliables, una vez determinados con precisión, se preocupa sobre todo por examinarlos en su valor de verdad argumentable filosóficamente.

El método empleado es el método filosófico, pero con decir esto se dice, a la vez, demasiado y demasiado poco. Demasiado, por cuanto la Nueva Era, en su cuerpo doctrinal, tiene escasa consistencia, y abordarlo con los instrumentos de la filosofía es hacerle un honor inmerecido. Demasiado, también, porque la Nueva Era no es sólo un cuerpo doctrinal, y puede ser un error de consecuencias desgraciadas tomarla sólo como doctrina, sin advertir que, a sus espaldas, hay intereses prácticos de organización total de la vida humana, y esa pretensión se pone de manifiesto más con datos histórico-sociales que con argumentaciones filosóficas. Las argumentaciones doctrinales son capaces de establecer que la Nueva Era de Acuario tiene un trasfondo práctico, pero ese trasfondo queda más adecuadamente denunciado con datos histórico-sociales.

También se dice demasiado poco cuando se anuncia que el método de estas páginas es el método filosófico porque la filosofía ha venido a ser, en muchos ambientes, algo siempre inferior a la fe, la experiencia íntima, el sentido común, la visión o «la conciencia transformada». La investigación filosófica, concebida de acuerdo con su amplia tradición, intenta ser sabiduría humana, es decir, la forma más elevada que le cabe al hombre, según sus propias capacidades naturales, de acercarse a la Verdad plena y total. Como dice Millán-Puelles, «de esta manera la filosofía se nos presenta como privativa del hombre, en tanto que la sabiduría es patrimonio de Dios. Y no porque la filosofía tienda a la sabiduría, sin alcanzarla, debe desplazársela del repertorio de las actividades humanas. “Es indigno del hombre -decía Aristóteles- no buscar una ciencia a la que se puede aspirar”[3]. Y el mismo filósofo sostiene que, “a pesar de no ser más que hombres, no debemos limitarnos, como algunos pretenden, a los conocimientos y sentimientos exclusivamente humanos, ni reducirnos, porque seamos mortales, a una condición mortal; es menester, por el contrario, que, en lo que depende de nosotros, superemos los límites de nuestra condición mortal y nos esforcemos por vivir conforme a lo mejor que en nosotros existe”[4]»[5].

El nombre y los hombres de la Nueva Era

Comencemos por el nombre. Quién haya creado la expresión «Nueva Era», o «New Age», es cosa insegura. Por un lado, «el término ya aparece en el título de The New Age Magazine, publicado por el Antiguo Rito Masónico Escocés Aceptado en la jurisdicción meridional de los Estados Unidos de América, remontándose a 1900»[6]. Por otro lado, puede encontrarse esta expresión también en fechas anteriores, al menos a comienzos del siglo XIX, en W. Blake, un seguidor de las doctrinas ocultistas de E. Swedenborg. También parece que este nombre circulaba con normalidad en ambientes francmasónicos y rosacrucianos de los tiempos de la revolución francesa.

De todos modos, casi todos los autores remiten a Alice Bailey, ocultista y fundadora de la Escuela Arcana, como la autora que pone esta expresión de moda.

En realidad, la locución inglesa New Age debería traducirse al español más bien como «Nueva Edad», pero lo popularizado y generalmente admitido es «Nueva Era». Como es lógico, esta nueva era a la que se alude consiste -más tarde hablaremos de ello con algún detalle- a un futuro inminente para la humanidad en el que tendrá lugar la máxima felicidad.

Como se suele decir, la «biblia» de la Nueva Era es la obra ya mencionada de Marilyn Ferguson. Su título, La conspiración de Acuario, se toma también como denominación de toda la Nueva Era[7], aunque pudiera decirse, en más de un caso, que el concepto que Ferguson tiene de la Nueva Era es sólo una versión posible entre otras muchas. «Edad de Acuario», «Conspiración Acuariana», etc., son denominaciones que refieren a lo mismo[8].

Quienes se sitúan en el centro de la Nueva Era tal como es dibujada por Ferguson mencionan como fecha de nacimiento de este fenómeno la fundación, en 1961, del Instituto Esalen[9]. No deja de ser un punto de referencia curioso. El Instituto Esalen fue creado por Michael Murphy y Richard Price en Big Sur (California). Desde este Instituto se mantiene y promueve el Movimiento del potencial humano. Michael Murphy pretendía «que en "esta tierra hay una Tierra Mayor", a la que solamente accede "un Hombre Mayor", en el que puede convertirse todo hombre si desarrolla sus megacapacidades»[10]. Se relacionan con Esalen muy diversos personajes y en un grado muy variado: Abraham Maslow, Gregory Bateson, Gerald Heard, B. F. Skinner, Fritjof Capra, Arnold Toynbee, Fritz Perls, Will Schutz, Carl Rogers, Alan Watts, Margaret Mead, Linus Pauling, Paul Tillich, Carlos Castaneda, Aldous Huxley, S. I. Hayakawa, Norman O. Brown, Rollo May. Precisamente fue Aldous Huxley uno de quienes «animaron a Michael Murphy y a Richard Price a tomar la decisión de abrir Esalen en 1961»[11].

M. Ferguson recoge unas palabras de George Leonard, uno de los primeros activistas de Esalen, que dan cuenta de lo que se pretendía: «En el espíritu de aquella época, resultaba natural pensar en términos de “movimientos”. Así como el movimiento de los derechos civiles iba a derribar las barreras entre las razas, y con ello también otros tipos de barreras, el movimiento del potencial humano ayudaría a derribar las barreras entre la mente y el cuerpo, entre la sabiduría oriental y la actividad occidental, entre el individuo y la sociedad, y de esa forma también entre la limitación y la potencialidad del propio ser»[12]. La actividad de Esalen acaba girando alrededor de actividades en que se ejercitan psicotécnicas variadas (incluído el consumo de drogas) cuyo objetivo es potenciar la propia conciencia para que alcance estados especiales, supuestamente superiores a los ordinarios.

Al socaire de Esalen han brotado multitud de centros, más o menos relacionados formalmente con el instituto californiano, en los que se difunden las terapias naturistas, las técnicas psicológicas de control, la psicología humanista, etc. Uno muy frecuentemente mencionado es la Fundación Findhorn, en Escocia, creada por Peter y Eileen Caddy. Es interesante tomar nota, a este respecto, que la conocida escuela humanista de psicología, que se suele mencionar en los manuales de historia de la psicología, cuyos fundadores son Maslow y Rogers, creció precisamente en Esalen. Con ello la Nueva Era conseguía tener una fachada científica respetable.

Porque también es amplio el contagio de la Nueva Era en ambientes científicos. Es necesario mencionar en este punto a un físico, Fritjof Capra, uno de los ejes de la Nueva Era, quien ha dedicado sus esfuerzos a elaborar una visión físico-psíquica del cosmos. Es una tesis relevante de este movimiento el subrayado de la unidad fundamental de materia y espíritu. Pues bien, Capra ha procurado presentar esta idea con base en las doctrinas físicas modernas y con interpretaciones y añadidos de su propia cosecha. Le acompañan en este propósito otros científicos, como Ken Wilber, Karl Pribram, David Bohm, Rupert Sheldrake y otros. En este orden de cosas, el libro de referencia fundamental es El paradigma holográfico. Una exploración en las fronteras de la ciencia [13].

La Nueva Era abarca ideas religiosas, morales, psicológicas, antropológicas, físicas, política, educativas… Es toda una concepción global del mundo y del hombre.

Pero aunque puedan señalarse, como es lógico y necesario, nombres y fechas que delimitan espaciotemporalmente la Nueva Era, su ámbito real es más amplio, y ello por varias razones. Es innegable, en cualquier caso, que la Nueva Era constituye una manera de pensar cuyos rasgos básicos han sido presentados por Ferguson y otros autores. Pero es también asimismo innegable que se llama «Nueva Era» a muchas otras posiciones y mentalidades que desbordan los marcos diseñados por esos autores. Por ello, creo conveniente distinguir entre Nueva Era en ese sentido (circunscrita a Ferguson y otros) y Nueva Era en sentido amplio. Hasta tal punto se toma a veces en acepción amplia la expresión Nueva Era que hay quienes prefieren denominarla «espiritualidad alternativa» e incluso «nueva religiosidad» o, mejor, «nueva espiritualidad».

Es tópico en la literatura sobre la Nueva Era poner en primera línea a Marilyn Ferguson y su libro de 1980. Es tópico también señalar como iniciación de la Nueva Era la obra de Alice Bailey. Y es tópico, en fin, mencionar siempre los aspectos ocultistas y esotéricos de las ideas sostenidas por Bailey. Es en este punto en donde es necesario un esfuerzo de comprensión. Nuestra época de cientificismo se ha presentado ordinariamente como una cultura de lo positivo, de lo empírico, de lo práctico, seria y sólida, aséptica y pulcra, reacia a cualquier veleidad espiritualista o visionaria. Esta es, justamente, una de las señas principales de identidad de una cultura laica, secular, racionalista, madura y crítica. Una cultura, por eso mismo, liberal, indiferente en religión y que utiliza su laicidad y su empirismo como ariete anticristiano. Que la Nueva Era, cuyo éxito está siendo tan grande, haga pie en misticismos y espiritualidades, resulta paradójico. Por otro lado, quienes no compartimos los postulados del positivismo ni del pragmatismo y nos acogemos a las grandes tradiciones filosóficas europeas estamos acostumbrados a mirar con poco o nulo aprecio todo lo que aparenta ser extravagante.

Es necesario tomarse en serio el esoterismo que vuelve, y que realmente nunca se había ido del todo. Es verdad que en ese ámbito es fácil encontrar inconsistencias, charlatanería, palabrería, ridiculez y mercantilismo. Es verdad que a veces se ha abusado del espantajo de las masonerías, los ocultismos o el satanismo. Pero también es verdad que no todos estos movimientos y grupos se reducen a simples puerilidades ni se explican simplemente porque sus fundadores sean enfermos mentales. Pongamos un ejemplo. Muchas sectas de las llamadas satánicas son inconsistentes; pero ello no debería ser argumento suficiente para la negación de la realidad de Satanás. Ciertamente, es difícil encontrar un criterio eficiente para detectar cuándo la realidad de Satán está presente y cuándo no, pero es incuestionable que, si Satanás existe, y si es posible comunicarse con él, es posible que, si se le llama, acuda, aunque uno no crea en él. La dificultad, pues, está principalmente en la posibilidad de discernir entre lo auténtico y lo ficticio en este terreno. «No siempre es fácil -reconoce la propia Ferguson- definir la línea que divide el nuevo paradigma, por loco que parezca, de lo que sólo es pura charlatanería»[14].

El libro de Ferguson es escueto en sus referencias a lo esotérico (en realidad, lo que hace es presentarlo como perfectamente normal y corriente). Pero otra es la fachada de la obra de Bailey. No es posible entender la Nueva Era sin referencia a los esoterismos, como tampoco es posible describir sus orígenes pasando por alto sus referencias científicas, filosóficas, ideológicas, etc.

Alice Bailey (1880-1949), inglesa de nacimiento, fue la tercera presidenta de la Sociedad Teosófica (fundada en 1875 por Helena Blavatsky en Nueva York) y creó la Escuela Arcana y el Lucis Trust (Trust de Lucifer). Sus numerosas obras son presentadas por su autora como el resultado de tomar en escritura automática los mensajes que le eran transmitidos por un espíritu diabólico tibetano. Bailey espera la llegada de una nueva era, una nueva encarnación del Cristo cósmico, en la que habrá un solo gobierno mundial y una sola religión mundial; las religiones se reconciliarán, en ese tiempo, al reconocer que todas se originan en la verdad eterna.

La maestra de Bailey fue la mencionada Helena Blavatsky. También ella se remite como fuente de sus ideas -la teosofía- a espíritus infernales y maestros ultramundanos. Veamos con algún detenimiento la sustancia de esas ideas, que resultan muy ilustrativas de lo que tenemos entre manos con la Nueva Era. La teosofía (que significa «sabiduría divina») es, propiamente, la poseída por Dios y por algunos hombres. Su verdad está repartida con diversa intensidad entre las diversas filosofías, religiones y mentalidades.

El Prof. M. Guerra señala que «la Sociedad Teosófica ha sido pionera en el conocimiento de lo oriental (lo hindú, budista, etc.) y en su difusión por Occidente»[15]. Este detalle tiene mucha importancia. Tiene más importancia aún esto otro: «Sus adeptos creen que hay una única doctrina verdadera: la teosófica, pero con doble presentación, a saber, la exotérica o pública, abierta a todos y la esotérica u oculta, reservada a un grupo selecto y transmitida de generación en generación por medio de la cadena ininterrumpida de sus eslabones, los teósofos. A la esotérica solo puede accederse a través de la adecuada iniciación»[16]. En términos, pues, de la auténtica verdad, las diversas religiones son parciales e insuficientes. «Lo importante y salvífico no es lo exterior, institucional, sino lo esotérico, la iluminación interior, fruto de la búsqueda personal y de la iniciación en los distintos grados teosóficos. La materia es divina y eterna como lo divino mismo, sometida a la evolución. Cada universo solar es la expresión de un Poderoso Ser, llamado logos, la Palabra de Dios, Divinidad Solar. Es el Logos el que se manifiesta en lo material de manera trina, es decir, en cuanto hacer de lo físico, de la vida y de la conciencia»[17].

Las posiciones de Blavatsky no quedan suficientemente perfiladas si no se alude a su concepto de Cristo. Para Blavatsky y sus seguidores, «Jesús de Nazaret no es Dios, sino uno de los Grandes Maestros o Instructores. […] «Jesús de Nazaret habría sido avatâra desde el descenso de “Cristo” sobre él en su bautismo en el Jordán. Los teósofos enseñan que los Evangelios canónicos han sido modificados para recoger los intereses de los eclesiásticos; sus parábolas y doctrina iban dirigidas solo a los iniciados, no a todos. Con el tiempo la capacidad fabuladora de los cristianos fue elaborando el dogma cristiano tal como ahora es creído. A partir de su muerte, Cristo subsistió con “un cuerpo sutil, espiritual (inmaterial)”, durante 50 años, en los cuales inició a sus discípulos en las ciencias esotéricas. La teosofía conectaría con esta revelación posmortal de Cristo»[18].

Luego viene su concepción del hombre: «El hombre se compone de la “naturaleza material”, integrada por cuatro principios (cuerpo físico, la vida, los deseos, cuerpo etérico, astral) y de la “naturaleza superior, espiritual” (espíritu, conciencia, mente)»[19]. Pues bien, con la muerte visible «el cuerpo etérico permanece durante algún tiempo junto al cuerpo físico (dando lugar a los fantasmas, fuego de san Telmo, etc.), y el físico se desintegra en su momento. Cuando el astral y mental pierden sus tendencias inferiores y el ser pasa al Devachán, acaece la “segunda muerte”. Ya nadie, ningún médium, será capaz de hacerla intervenir en sesiones espiritistas ni fuera de ellas. Estará en el Devachán o “Mundo Mental, celestial” hasta que sienta deseos de reencarnarse. Cuando concluya el ciclo de las reencarnaciones pasa al Nirvana, el estado definitivo de reposo y gozo inimaginables»[20].

Hay aquí numerosos elementos que la Nueva Era mantiene y amplía: unidad esencial de la realidad, de la sociedad, de las religiones y unidad de destino histórico para el género humano. ¿No trae esto a la mente del lector el nombre de movimientos de unificación mundial, como pueda serlo el Parlamento de las religiones, o la elaboración de una Ética mundial propiciada por las mismísimas Naciones Unidas? Quizás los mensajes de Blavatsky puedan sonar arcaicos o extraños, pero expresados de la manera adecuada quizás hayan llegado a ser el gran proyecto de la humanidad contemporánea.

Alcance de la Nueva Era

«… esta conspiración, profundamente enraizada desde antiguo en la historia humana, nos pertenece a todos»[21], dice M. Ferguson en su presentación de la Conspiración de Acuario. Dos rasgos quedan aquí señalados. La Nueva Era se remite a raíces antiguas; no es un movimiento coyuntural ni un invento de los tiempos modernos. Su raigambre histórica significa, por lo menos, que la Nueva Era recoge, integra y hace suyas, ideas y actitudes de diversos grupos y personajes. En concreto, la tradición a la que se refiere Ferguson es la de las religiones orientales, también las religiones étnicas, más el gnosticismo, la cábala, el esoterismo, el espiritismo, etc. que han acompañado siempre al desarrollo de la civilización greco-judeo-cristiana.

La profundidad de ese arraigo, la fundamentalidad que Ferguson atribuye al carácter conspiratorio quiere ser referida, asimismo, a dimensiones pertenecientes a la profundidad del ser humano. Por eso la Nueva Era «nos pertenece a todos». No sólo hay bases históricas para que se pueda reconocer antecedentes de la Nueva Era en escuelas y autores; también hay en el hombre, tal como lo reconocemos en cada uno de nosotros y en la historia, una radical tendencia «conspiratoria». Esta parece ser también lo que Ferguson sugiere. «Como al fijar las coordenadas de una nueva estrella, el hecho de poner nombres y de trazar un mapa de la conspiración lo único que hace es hacer visible una luz que había estado ahí todo el tiempo, pero que no acertábamos a ver porque no sabíamos bien a dónde mirar»[22]. La Nueva Era «ha estado ahí todo el tiempo», como un fenómeno poco ostentoso -si se puede hablar en esos términos casi paradójicos-, como una corriente de fondo en la actual civilización occidental. Pero también como una fuerza que ha estado en el escenario de la historia desde los primeros tiempos.

Entendida la Nueva Era en su sentido más inmediato, como fenómeno actual, pretender ser un cambio completo en nuestra cultura. Así lo dice Ferguson: «Más amplia que una reforma, más profunda que una revolución, esta especie benigna de conspiración en pro de un nuevo programa de actuación humana ha desencadenado el realineamiento cultural más rápido de toda la historia. El vasto, estremecedor e irrevocable movimiento que se nos está viniendo encima no es un nuevo sistema político, religioso ni filosófico. Es una nueva mentalidad, el surgimiento de una sorprendente visión del mundo, en cuyo marco hay cabida tanto para la ciencia de vanguardia como para las concepciones del más antiguo pensamiento conocido»[23].

Pero, ¿es realmente eso que dice ser, o hay que entender estas proclamaciones más como deseos o como retórica de vendedor? La respuesta a esta pregunta debe dividirse en dos partes. La Nueva Era es un movimiento histórico, que como tal puede tener éxito o fracasar y que podrá penetrar, o no, en las sociedades contemporáneas. Considerada la cuestión desde esta perspectiva, las dimensiones de la Nueva Era son crecientes, aunque no es posible prever su éxito completo. Comienza a ser un fenómeno de amplio alcance social. Ahora bien, en cuanto a su aspecto intelectual, de contenidos de análisis de la realidad y propuestas de acción (es decir, como concepción global de la realidad, del hombre, del mundo y de Dios), la evaluación de la Nueva Era es diferente. Quizás la Nueva Era triunfe en el mundo, pero ello no garantiza que la Nueva Era sea la explicación verdadera de cuanto hay.

Así, pues, Nueva Era «no designa solamente una corriente de pensamiento, y menos aún una religión o una secta. Traduce ante todo una evolución de nuestra mentalidad»[24], dice M. Anglarès, estudioso de este fenómeno. Añade: «Si nos detenemos ante un quiosco de periódicos o en los anuncios de cierto número de revistas, vemos aparecer una gran variedad de proposiciones susceptibles de favorecer nuestro desarrollo personal y de modificar nuestra relación con el entorno: prácticas de relajación, meditación, horóscopos, astrología, numerología (influencia de los números en nuestra vida), medicinas alternativas, espiritismo, telepatía, percepciones extrasensoriales, gimnasia china, vegetarismo, yoga, magnetismo, reencarnaciones, grito inicial, deportes acuáticos…, y otras muchas disciplinas o teorías que comparten el mismo objetivo. Consecuentemente, los que se dedican a una u otra de estas prácticas se encuadran en la Nueva Era, tengan o no conciencia de ello»[25].

Se trata de lo que podemos llamar, pues, una «mentalidad total», una concepción global de la realidad, más o menos desarrollada, más o menos explícita, y eso es lo que lleva a algunos estudiosos a tomarla como si fuera una religión, o una religiosidad. J. L. Sánchez Nogales dice que «la nueva religiosidad de la “New Age” es una espiritualidad, más que una religión, que sus adeptos consideran ya superada, adaptada al carácter post-moderno. Es un renacimiento de la sacralidad no circunscrita a espacios, tiempos, ritos o personas. Por consiguiente, prescinde de templos, cultos, oraciones, sacerdocio, etc. Es como una dulce y pacífica conspiración»[26]. Como quizás pueda comprobarse a lo largo de este trabajo, me inclino más en la dirección de Anglarès que en la de Sánchez Nogales en este punto.

Puede decirse con toda razón que la Nueva Era es un fenómeno «… seductor y, al mismo tiempo, complejo, esquivo y en ocasiones perturbador»[27]. Sus linderos son imprecisos. Tanto los partidarios como casi todos los estudiosos de la Nueva Era la describen como «un clima, un estilo, una especie de neblina sin forma concreta alguna aunque pueda adoptar cualquiera según la imaginación del espectador, y, según un editorial-manifiesto de M. Ferguson, “un movimiento sin nombre”. Se discute si es un movimiento, una secta o una religión, con autores a favor y en contra de cada una de esas posibilidades»[28]. El Prof. Guerra termina por preguntar: «¿Pero esta tendencia a lo confuso, ambiguo, difuminado y cambiante es real del todo, sólo en parte, únicamente en sus inicios embrionarios o simplemente una técnica?».

Algunos lo llaman «ambiente», otros «culto» (según la distinción entre iglesias, sectas y cultos de Troelsch), otros «concepto resumen». Se parece a realidades tan plásticas como el «movimiento ecologista» o el «movimiento mundial por la paz», o el «movimiento por los derechos civiles», que está en todas partes y en ninguna. No hay organización, ni líderes, ni fuentes determinadas o, más bien, tiene muchas organizaciones, muchos líderes distintos, muchas fuentes dispersas y variopintas. Es una «red» sin centro organizador, de múltiples grupos en ámbitos muy dispares (acción social, empresa, universidad, gobierno, organismos internacionales, editoriales, etc.). Les une una conciencia común: la de buscar un nuevo mundo y un nuevo hombre, distintos en todo de los que vienen configurados por la historia de Occidente hasta hoy. Todo nuevo: «nueva esperanza, nueva aventura, nueva racionalidad, nueva conciencia ecológica, nuevas tecnologías, nuevo lenguaje utópico, nuevo orden, nueva conciencia planetaria, nuevo empuje conspiratorio, nueva sensibilidad ecológica, reencantar el mundo, más cooperación y menos competición, más sociedad civil y menos Estado»[29].

Esto da razón de que, en ocasiones, la Nueva Era sea sólo una marca comercial. No todo lo que se presenta con el nombre de Nueva Era se inscribe propiamente en esta mentalidad, ni la representa en sus dimensiones fundamentales. Hay clínicas, herboristerías, gimnasios, gabinetes psicológicos, talleres, clubes, asociaciones ecologistas o montañeras, grupos de autoayuda… que se declaran newagers por cierta simpatía quizás, pero sin que haya mucha profundidad ni conciencia clara, a veces, de lo que ello significa. Por el contrario, no faltan grupos que brotan de la Nueva Era y que, sin embargo, no se manifiestan como tales. Son centros de investigación, seminarios, etc. de corte científico, antropológico, humanístico, etc. que sostienen tesis newagers. Está presente también la Nueva Era en la política, la universidad, la empresa, la educación, y también en el espectáculo, el cine, la música, la pintura, etc.[30]

En conclusión: la Nueva Era tiene diversos significados. En sentido estricto y restringido, se limita a los creadores y cultivadores explícitos de estas doctrinas, autores a los que ya se ha hecho referencia anteriormente. En un sentido amplio, es un movimiento de renovación del mundo. En un sentido colateral, hay manifestaciones parciales, e incluso puramente oportunistas y comerciales, de la Nueva Era. Como mentalidad o ambiente, la Nueva Era es muy variada y sumamente sincrética.

Esquema doctrinal

Un prestigioso profesor de filosofía de la religión, A. Alessi, en un importante manual, y en seguimiento del experto J. Sudbrack, observa que «el fenómeno new age no se puede describir de modo sistemático como un edificio intelectual-filosófico o como un mensaje uniforme de un fundador religioso. Es, más bien, un sentimiento del mundo que se manifiesta en muchos puntos y bajo diferentes aspectos»[31]. Lo mismo piensan otros muchos[32]. Sin embargo, en esta apreciación hay, junto a algo verdadero, un elemento desenfocado. La Nueva Era no es un cuerpo sistemático de filosofía, ni es una ideología. De acuerdo. Pero tiene la unidad de una finalidad, de un proyecto: un mundo nuevo y una humanidad nueva, y eso es suficiente para que sea algo más que un sentimiento. Un mundo nuevo y una humanidad nueva suponen, además, la superación del mundo y de la humanidad tales como han sido en el pasado y son en la actualidad. Aquí hay un núcleo de ideas que tienen un perfil consistente, aunque pueda incluir elementos provisionales o plurales, y aunque algunos de esos elementos sean solamente implícitos o imprecisos. ¿No pasará aquí como en tantas materias, que la concurrencia de muchas opiniones y la urgencia de los resultados llevan a sus cultivadores a renunciar a las definiciones claras? Acogerse a lo borroso e inconcreto de la Nueva Era puede ser un expediente de la pereza intelectual o, en su versión romántica, del disgusto por lo claro y el amor de las brumas.

Gráficamente explica esa mezcla de borroso y claro en la Nueva Era el Prof. Guerra cuando dice: «Se ha comparado la Nueva Era con un lago cuyo lecho estaría formado por elementos tomados de la teosofía. Su caudal proviene de varios ríos que afluyen desde su entorno: el gnosticismo, las religiones orientales y sus técnicas (yoga, zen, artes marciales, Reiki, etc.), el espiritismo, el neopaganismo, Teilhard de Chardin, la medicina o terapias alternativas, las organizaciones socio-culturales alternativas (las comunas, la ecología profunda, etc.), el relativismo, extendido también a las religiones, que coincide más o menos con el masónico. Una vez confluidos los distintos ríos y arroyos al lago, tras la agitación más o menos turbulenta e impetuosa de los comienzos, se rebalsan y sedimentan. Ya no siempre es fácil percibir la dispar procedencia de sus ingredientes, que han logrado una cierta transparencia y además se adaptan al gusto del hombre actual o éste se ha habituado a ellos. Por eso es conveniente analizarlos para clasificarlos y matizarlos»[33]. Hay, pues, elementos permanentes definitorios de la Nueva Era y hay ingredientes, algunos variables u optativos, que por sí mismos no pertenecen a la Nueva Era, sino que concurren en esa mentalidad. El problema, por tanto, es doble: por un lado, el de determinar la nómina de los elementos de fondo constantes, y, por otro lado, caracterizar los ingredientes no en su contenido particular, sino en cuanto partes de la mentalidad de la Nueva Era. Precisamente por eso algunas presentaciones de la Nueva Era son deficientes, en la medida en que acentúan algunos elementos (por ejemplo, el esoterismo, o incluso el satanismo, o las raíces masónicas, etc.) en forma unilateral, excesivamente central; o en la medida, asimismo, en que hacen de la Nueva Era un conjunto de ideas dispares, como un supermercado sin unidad, en el que se mezclan sin orden ni concierto emotivismo, orientalismo, milenarismo, ocultismo, subjetivismo, pelagianismo, sincretismo, panteísmo, indigenismo, gnosticismo, psicologismo, ecologismo, etc. Todo eso está en la Nueva Era, pero la Nueva Era no se reduce a la mezcla o concurrencia de todo eso.

A. O. Pennesi, en su Il Cristo del New Age. Indagine critica[34], enumera como tesis centrales de la Nueva Era las siguientes:

1. La verdad está en la intimidad subjetiva.
2. Panteísmo.
3. Cristo es una energía.
4. El pecado es la ignorancia de que el hombre es Dios.
5. Moralidad subjetiva: es bueno lo que sienta bien.
6. El diablo es un ser poderoso y no representa el mal.
7. Reencarnación.
8. Predilección por las religiones antiguas paganas.

Esta relación de ideas debe complementarse con otros esquemas, pues, al fin y al cabo, el trabajo de Pennesi no se interesa por la índole general de la Nueva Era, sino que focaliza su atención sólo hacia la figura de Cristo. No hay en ello deformación, sino una legítima preferencia por un enfoque de estudio peculiar. Por otro lado, es posible hacerle a Pennesi alguna observación acerca, al menos, de la tesis primera y la quinta.

Con fecha 3 de febrero de 2003, dos Pontificios Consejos del Vaticano elaboraron un documento titulado Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la «Nueva Era». Este documento no tiene el valor de una declaración formal de la Iglesia Católica, sino que ha sido publicado como material de trabajo cuya responsabilidad es sólo de sus autores. En el epígrafe 2.3.3, titulado «Temas centrales de la Nueva Era», se enumeran, sin ánimo de exhaustividad, estos temas o puntos comunes:

«– el cosmos se ve como un todo orgánico;
»– está animado por una Energía, que también se identifica con el Alma divina o Espíritu;
»– se cree en la mediación de varias entidades espirituales: los seres humanos son capaces de ascender a esferas superiores invisibles y de controlar sus propias vidas más allá de la muerte;
»– se defiende la existencia de un “conocimiento perenne” que es previo y superior a todas las religiones y culturas;
»– las personas siguen a maestros iluminados...»

Esta enumeración se completa con una explicación de las ideas de la Nueva Era sobre el hombre, Dios y el mundo, en el epígrafe siguiente de ese mismo documento.

Por su parte, con una pretensión más bien sociológica, José Mª Mardones[35] ofrece una muy sintética enumeración de rasgos de la «nueva religiosidad» (que este autor considera idéntica a la Nueva Era):

1. Ecumenismo envolvente.
2. Buenas relaciones con la ciencia.
3. Realización o salvación del hombre por la armonía con el todo.
4. Inmersión en la conciencia universal y el esoterismo.

El teólogo evangélico y profesor de filosofía Douglas R. Groothuis[36], resume la Nueva Era en las siguientes ideas centrales:

1. Todo es uno.
2. Todo es Dios.
3. La humanidad es Dios.
4. Debemos transformar nuestra conciencia.
5. Todas las religiones son una.
6. El optimismo hacia la evolución cósmica.

También es un esquema reconocido en los estudios sobre la Nueva Era el que ofrece el Prof. Norman Geisler[37], que detalla de los siguientes puntos:

1. Un dios impersonal («la fuerza»).
2. El universo es eterno.
3. La materia como ilusión engañosa.
4. El carácter cíclico de la vida.
5. La reecarnación.
6. La evolución del hombre hacia la deidad.<
7. Las continuas revelaciones de seres espirituales o extraterrestres.
8. La identificación del hombre con dios.
9. La necesidad de la meditación (u otras técnicas que alteran la conciencia).
10. Las prácticas del ocultismo (la astrología, mediums).
11. Vegetarianismo y cuidado por la salud.
12. Pacifismo (la actividad antiguerra).
13. Un orden mundial global.
14. Sincretismo religioso.

César Vidal Manzanares sostiene «que existen una serie de características comunes a todos los grupos y maestros de la Nueva Era, y que resulta posible detectarlos»[38]; estas características son:

1. La aceptación de una dimensión espiritual en el hombre.
2. El hombre es un dios.
3. La reencarnación.
4. Jesús de Nazaret es un maestro espiritual.
5. La recuperación de prácticas paganas.
6. La revitalización de religiones paganas.
7. Reconocimiento de maestros espirituales.
8. La llegada de un final de la historia.

Todas estas enumeraciones contienen elementos que pueden ser encontrados en la Nueva Era. Unas tienen más detalles que otras, pero eso es natural. Hay la libertad de cada autor para poner los acentos en un lugar o en otro. Hay también la variedad de los objetivos en cada caso. Y hay también que tener en cuenta la multiplicidad de las fuentes de la Nueva Era, y según se acuda a unas o a otras, se tiene unos esquemas u otros.

En este trabajo, aunque me propongo ofrecer un panorama amplio de la Nueva Era, quiero evitar la dispersión entre la multitud de referencias. He preferido, como opción metódica, tomar la obra de Marilyn Ferguson como eje o punto de referencia, porque esa obra es generalmente considerada como la biblia de la Nueva Era. Habrá que tener en cuenta el orden de las cuestiones tal como son tratadas en ese libro, pero sin ceder en alcance del análisis. Es útil, en el primer contacto con la Nueva Era, seguir los pliegues y ritmos que Ferguson le da. Pero el análisis deberá seguir adelante para recorrer las temáticas de esta mentalidad según su orden sistemático.

Raíces históricas

En sentido histórico y sociológico, la comprensión del fenómeno de la Nueva Era no puede prescindir de la situación en la que se halla Occidente, como se dijo al principio de estas páginas. Ya he indicado que estas dimensiones de la Nueva Era no constituyen el objeto de este trabajo, pero no es conveniente perderlas de vista del todo. La lectura de las obras de la Nueva Era y, en particular, la de Marilyn Ferguson, trae siempre a la mente la misma cuestión: Quid prodest?

Por mucho que la afición por lo extravagante y rebuscado no parece aconsejable en general, una cosa es el equilibrio y otra cosa es cerrar los ojos. En las entrañas de la Nueva Era juegan sus cartas numerosos grupos secretos-esotéricos (masonería, rosacruces, etc.), movimientos más o menos próximos a la cábala, el ocultismo, la gnosis, etc. y los más varios derivados de las nuevas religiosidades (moon, orientalismos, etc.).

En el retroceso hacia los orígenes históricos de la Nueva Era hay que distinguir los antecedentes remotos de los antecedentes propios y próximos. Todos los esoterismos y los ocultismos, todos los gnosticismos y sus variantes, pueden decirse precedentes de la Nueva Era, pero sólo en sentido remoto. «Cuando se examinan muchas de las tradiciones de la Nueva Era, en seguida aparece claro que, en realidad, es poco lo que hay de nuevo en la Nueva Era. […]. Sin embargo, la realidad que denota es una variante contemporánea del esoterismo occidental, que se remonta a los grupos gnósticos surgidos en los primeros tiempos del cristianismo y que se afianzaron en época de la Reforma en Europa. Este gnosticismo se fue desarrollando junto con las nuevas visiones científicas del mundo y adquirió una justificación racional a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Implicaba un progresivo rechazo del Dios personal y se fue centrando en otras entidades que en el cristianismo tradicional figuraban como intermediarias entre Dios y la humanidad, con adaptaciones cada vez más originales de las mismas, e incluso añadiendo otras»[39]

En sentido próximo, Sánchez Nogales sitúa como antecedente de la Nueva Era los «despertares» angloamericanos[40], que la propia M. Ferguson, siguiendo, al parecer, al historiador W. McLoughlin, reduce a cinco: «El despertar del puritanismo (1610-1640) fue anterior al establecimiento de la constitución monárquica inglesa. El primer gran despertar en América (1730-1760) condujo a la creación de la república norteamericana. El segundo (1800-1830), a la consolidación de la Unión y al surgimimiento de la democracia participativa jacksoniana. El tercero (1890-1920), al rechazo de la explotación capitalista indiscriminada y al comienzo del Estado del bienestar». El cuarto despertar, que corresponde a la Nueva Era de Acuario, «parece dirigido al rechazo de la explotación indiscriminada de la humanidad y de la naturaleza y a la conservación y optimización de los recursos naturales del mundo»[41].

En particular, Sánchez Nogales llama la atención sobre el Gran Despertar, el que tuvo lugar a principios del siglo XIX en Norteamérica entre los pioneros del Lejano Oeste. Desarraigados y alejados de sus tierras de origen, se reanimó entre ellos el fervor religioso con unas peculiares características. La religiosidad es individual, se funda en la experiencia directa personal y gira alrededor del propio corazón y su conversión. Se busca la experiencia interior de ser salvados por Jesucristo, cuyo efecto es la pureza y rectitud del corazón (puritanismo). Hay también un marcado distanciamiento de la religión respecto de las iglesias institucionales. Este clima protestante, intimista y sentimental, es un buen fundamento para el brotar de la Nueva Era[42].

No es ajeno a todo esto la acción de grupos esotéricos, ocultistas y clandestinos como la masonería o los rosacruces. En 1836 nació en la Universidad de Harvard el movimiento trascendentalista. Su creador fue el ensayista Ralph Waldo Emerson, cuyas aficiones por el esoterismo y el ocultismo era bien conocido. Constituyó en Boston el Club Trascendental, al que se adhirieron algunas relevantes personalidades. De este movimiento se hablará un poco más adelante. Prolongaciones de este espíritu se encuentran en ambientes científicos de la segunda mitad del siglo XIX, tanto en Estados Unidos como en Europa, especialmente en el mundo anglosajón, aunque tampoco debería olvidarse la confluencia ideológica, no siempre suficientemente tenida en cuenta, del positivismo de Comte y sus secuelas en el área francesa y, poro después, en Hispanoamérica[43].

«Los trascendentalistas -cuenta Ferguson- […] se rebelaron contra el intelectualismo aparentemente muerto y desecado de la época. Algo faltaba: una dimensión invisible de la realidad, que ellos a veces llamaban la Superalma. En busca del entendimiento, acudieron a beber a fuentes muy diversas: experiencia personal, intuición, la noción de Luz Interior de los quákeros, el Bhagavad Gita, los filósofos románticos alemanes, el historiador Thomas Carlyle, el poeta Samuel Cloeridge, Swedenborg, y los escritores metafísicos ingleses del siglo diecisiete»[44]. Con esto basta para hacerse una idea de por qué derroteros navegaban los trascendentalistas. Todos los esoterismos, todas las doctrinas extravagantes, todos los intereses inconfesables, pueden girar alrededor de la Nueva Era, que los acoge como en un gran bazar de amplias tragaderas.

En el siglo XX la Nueva Era camina de la mano de los movimientos de vanguardia cultural. Como el movimiento beatnik o, más intensamente todavía, el movimiento hyppie de los años sesenta. El orientalismo, el naturalismo, la liberación sexual, el empleo de drogas para conseguir experiencias extraordinarias…, todo eso se encuentra en la Nueva Era.

La contracultura consuena también perfectamente con la Nueva Era; mejor aún, es Nueva Era sin más. «Aunque hace mucho que ha desaparecido tal como la describe Roszak [en El nacimiento de la contracultura], la contracultura no supuso un callejón sin salida. Además de su contribución al movimiento verde y el feminismo, muchas de las psicoterapias que florecieron durante la contracultura rayaban en lo religioso: los Seminarios de Entrenamiento Erhard (EST), Insight, la terapia “primal”, renacimiento, Arica, la bioenergética y el método Silva de control mental eran más que terapias, y ofrecían experiencias de grupo y rituales semejantes a los de la Iglesia. Todas incluían alguna forma de manipulación corporal (respiraciones rápidas y caóticas para crear tensión, gritos para liberarla, etc.). Era frecuente que estas actividades acabasen en experiencias sexuales de grupo. No menos frecuente era que estas terapias/religiones tuviesen a sus espaldas todo un conjunto de ideas complejas, aunque por lo general no era necesario que los miembros ordinarios estuviesen familiarizados con ellas: siempre había alguien de la intelectualidad al alcance de la mano. Lo que más importaba en el fondo era experimentar la tensión y liberarla»[45].

Máximo Introvigne ha declarado que «la Nueva Era se está quedando anticuada». Hay quienes hablan ya de la «Próxima Era». «Hablan de una crisis que comenzó a manifestarse en Estados Unidos a comienzos de los años 1990, pero admiten que, especialmente fuera del mundo de habla inglesa, tal “crisis” puede llegar más tarde. Sin embargo, las librerías y las emisoras de radio, así como la multitud de grupos de auto-ayuda en numerosas ciudades y capitales occidentales, todos ellos parecen desmentir tal crisis. Parece que, al menos por el momento, la Nueva Era sigue estando bien viva como parte del actual panorama cultural»[46].

La Nueva Era es un producto perfectamente moderno y occidental, en la misma medida en que constituye el desafío más importante que la cultura occidental recibe en nuestros días. Se mueve en todos los niveles: absorbe el rebuscado y archiselecto pensamiento postmoderno, heredero de la contracultura, con todas sus variantes, y, al mismo tiempo, alcanza al ama de casa preocupada por separar los tipos de basura y conservar el medio ambiente de manera solidaria.

La imagen del mundo y del hombre está actualmente constituida por la teoría evolucionista (cosmológica y biológica), con todos sus aditamentos o complementos, como las doctrinas genéticas y sus aplicaciones técnicas, las neurociencias, etc. Ha desaparecido la reflexión superior. La Nueva Era insiste en que la imagen del mundo y del hombre sólo tiene dos fuentes: la ciencia, y la metaconciencia. La Nueva Era es complaciente con la ciencia actual. También propone «trascenderla», complementarla, con las averiguaciones que son accesibles a los hombres que han dado el salto a superiores niveles de conciencia. Con esto, el abandono de las viejas raíces greco-latino-cristianas de occidente es completo.

La Conspiración de Acuario es el nombre de la nueva mentalidad decididamente contraria a toda la tradición occidental, que ha encontrado eco en la mentalidad de quienes difunden la Ética Mundial de la ONU. La alternativa a Occidente es el americanismo orientalizante.

Fuentes intelectuales

José Luis Sánchez Nogales, quien, como ya se ha indicado, considera la Nueva Era como una forma de religiosidad, sostiene que sus raíces son cuádruples: «la religión judeo-cristiana, la secularización cientista, la sombra de la religión (gnosis, ocultismo y herejías) y las religiones orientales»[47]. A continuación, y siguiendo a J. Sudbrack, detalla «siete campos de la cultura en donde los ideólogos de la “nueva religiosidad” han ido a adquirir los componentes más elementales de sus construcciones conceptuales»[48], que presento en resumen[49]:

- De la filosofía y la teología: el subjetivismo kantiano, el sentimentalismo teológico de Schleiermacher, el monismo ontológico.

- Elementos de la psicología: Jung, Maslow, Grof, Wilber.

- De las grandes religiones:

a) Rápido crecimiento de movimientos evangélicos, de inclinación fundamentalista y carismática, en el interior de las Iglesias.
b) La reencarnación oriental.
c) Elementos del hinduísmo y del budismo: técnicas de ejercitación psíquica, relajación, meditación. «Aportan experiencia, frente a doctrina; unidad, frente a tensiones sujeto-objeto y método de control, frente a entrega gratuita o abandono a la trascendencia impalpable, inasible e indisponible de Dios»[50].
d) Préstamos del tantrismo, taoísmo; sufismo; religiones primitivas americanas, africanas y de Oceanía; chamanismo; religiones germánicas.

- Esoterismo y parapsicología. Magia, ocultismo, a veces también el satanismo.

- Feminismo: se «reivindica una especie de matriarcado originario roto por la llegada de un patriarcado impositivo que habría impreso su sello a la actual cultura dominante. En la nueva religiosidad se habla de un Dios materno»[51].

- Los movimientos ecologistas. «La nueva religiosidad ecológica lleva a tomar conciencia de la unidad hombre-naturaleza; el hombre querría renunciar a su individualidad y sumergirse en la realidad cósmica»[52].

- La inmanentización de Dios, presente en el pensamiento marxista y revolucionario.

El cuadro así dibujado incluye, pues, elementos de muy varia procedencia y, asimismo, de muy varia orientación. ¿Qué da unidad a todo este entramado? Me atrevo a sospechar que la Nueva Era, al menos en su versión acuariana, tiene en su centro un decidido nihilismo. El mundo y el hombre no tienen ningún sentido más allá de los límites del mundo y del hombre. Esta convicción, en vez de desembocar en la desesperación abierta y en el suicidio y la amargura, es puesta en práctica en la forma de un intento por hacer lo más llevadera posible la vida en este mundo. Como quien dice: «Ya que no hay nada que esperar, por lo menos pasemos razonablemente este tiempo». No se puede conseguir el Paraíso en la Tierra, porque no lo hay, pero sí se puede optar por actividades que hagan llevadero el dolor, que impidan pensar en la ausencia de explicación, que aborten las preguntas delicadas sobre la existencia, y mantengan el ánimo tranquilo y satisfecho. La Nueva Era se propone conseguir una humanidad que se pase el día entre los grupos de meditación, el cuidado de la naturaleza y los viajes de placer a las playas de Cancún. Naturalmente, la Nueva Era acuariana no es la primera en intentar realizar este proyecto, aunque sí es el suyo el proyecto que en estos tiempos parece tener más capacidad de impregnación y de expansión.

Vistas las cosas desde esa perspectiva, la enumeración de elementos culturales integrados en la mentalidad de la Nueva Era ha de tomarse como siempre provisional y variable. En función de los fines, la Nueva Era buscará sus apoyos en cada momento según la oportunidad. Por eso la Nueva Era ofrece el aspecto de ser más una actitud o un sentimiento que una doctrina. En realidad, es también siempre una doctrina, pero no siempre explícita.

Por lo que hace a los factores filosóficos y teológicos consignados por Sánchez Nogales, hay que añadir alguna observación. En el libro de Ferguson apenas se emplean las palabras «filosofía» y «teología», y no he encontrado más que una mención de Kant (y es una mención incidental), ninguna de Aristóteles, otra de Platón, nada de San Agustín o de Santo Tomás, ni de Hegel, alguna -eso sí- de Descartes, y poco más. Manifiestamente, Ferguson no quiso escribir un libro de filosofía o teología usual, aunque sus contenidos son netamente filosófico-teológicos. Es que la Nueva Era más bien constituye, en el plano intelectual, un claro giro hacia el orientalismo y hacia el pragmatismo revolucionario norteamericano, junto a otros elementos de diversa procedencia. Al menos unas veinte veces es citado, y de manera muy elogiosa, Teilhard de Chardin. Ferguson prefiere recorrer caminos filosóficos y teológicos ajenos a las historias del pensamiento occidental. Los acuarianos no discuten con la tradición filosófica occidental, no se sitúan en su cauce, sino que le dan la espalda. Por eso, no adquieren de Kant, de Scheliermacher o del «monismo ontológico» más que lo que puede adherírseles por vía ambiental.

Del mismo modo que el interés de la Nueva Era por la psicología humanista de Maslow y Rogers, aunque parece enorme, no es, en el fondo, más que pura coincidencia. Ha sido precisamente Esalen, el foco californiano de la Nueva Era, el lugar en donde esa psicología se ha elaborado y difundido. No obstante, conviene tener en cuenta que los acuarianos se apoyan en teorías científicas sólo en la medida en que esas teorías confirman sus ideas previas acerca del hombre y del mundo. Si resultara que, en perspectiva de ciencia psicológica, la teoría de Maslow fuera equivocada, la Nueva Era acuariana no se resentiría, sino que la abandonaría y buscaría otros apoyos. Es una mentalidad sincrética en todos los órdenes. Además, el apoyo en la psicología personalista es más fuerte en los acuarianos de Esalen, pero apenas tiene influencia ni valor para otros newagers.

Lo más significativo de la mentalidad acuariana, como acabo de señalar, es su sincretismo orientalista. Es un enorme agujero negro que todo lo engulle, de todas las tradiciones, aunque prefiere siempre, por supuesto, los ambientes marginales. No entra en discusiones dogmáticas en directo, sino que da por sentada la falsedad de las pretensiones de todas las formas ordinarias de religiosidad y se considera en posesión de la clave interpretativa de todas ellas. Entra todo, porque, en realidad, no hay más Dios que el hombre, y las religiones son, o máscaras, o manifestaciones plurales de esa divinidad humana.

Finalmente, el feminismo y el ecologismo forman parte de la Nueva Era por varias razones. Por un lado, el feminismo nihilista se ha rebelado, como es lógico, como el camino más eficaz para conseguir y mantener la crisis de la familia, y si la familia está en crisis, lo está todo en todo hombre. Por otro lado, el ecologismo se convierte en una ideología que ayuda al hombre a desvalorizarse. La inclusión del hombre en la naturaleza como una pieza más de ella pone en sordina su dignidad innata y su neta superioridad sobre la totalidad del mundo. El hombre ecológico es un hombre que toma la Declaración de los Derechos de los Animales como lo más natural y lógico.

El planteamiento de La Conspiración

The Acquarian Conspiracy fue publicado por Marilyn Ferguson en Los Ángeles (California, EE.UU.) en 1980. De la autora no hay muchas noticias. Nació en 1938. Periodista y psicóloga, según los datos que circulan sobre ella, es editora de Brain/Mind Bulletin, dedicado a la difusión del pensamiento «acuariano» sobre aprendizaje, medicina, psicología, neurología, etc. También edita Leading Edge: A Bulletin of Social Transformation, sobre política, relaciones humanas, negocios, educación, derecho, arte, religión, etc. Ha publicado algunos otros libros de materia semejante, como The Brain Revolution: The Frontiers Of Mind Research[53] o The Global Brain Awakens: Our Next Evolutionary Leap, con Peter Russell[54]. Es posible encontrar en internet vídeos de conferencias y charlas de Ferguson.

Su segunda edición en Estados Unidos va acompañada por un breve prólogo de John Naisbitt, y la versión española también tiene un prólogo propio a cargo de Salvador Pániker, conocido autor de literatura esotérica. Traducido a muchos idiomas, La conspiración de Acuario se edita en España desde 1985. Así que cumple ahora veinte años entre nosotros, y veinticinco en total.

Ya desde la primera página se nota que es un libro de divulgación. No contiene exposiciones detalladas ni argumentaciones desarrolladas en forma académica. Hay en él muchos sobreentendidos, algunos de los cuales, además, sólo pueden se entendidos por lectores que conozcan algunos ambientes culturales norteamericanos. Tampoco son completas las referencias a hechos o citas. Es una lástima que esta presentación de la Conspiración quede en un espectáculo más ruidoso que sólido. El libro se dirige a un público culto, pero es de lectura ligera. Como buen fast food intelectual, es ameno, rápido y optimista.

El centro del libro (que tiene un total de 547 páginas en la edición española que utilizo) se divide en trece capítulos más un Epílogo y una Introducción. Se añaden dos Apéndices y unas escuetas páginas de Referencias Bibliográficas.

Comencemos por el final. El primer Apéndice contiene el «Resumen de las contestaciones al cuestionario» y esto requiere una aclaración. En realidad, La conspiración de Acuario hace pie, como materia de partida, en un cuestionario que la autora repartió, a finales de 1977, a 210 personas selectas[55], de las cuales respondieron 185. En este Apéndice, Ferguson describe estadísticamente las características más relevantes de esos 185 encuestados. Por ejemplo, llama la atención que «de los que contestaron, un 40 por ciento se caracterizó a sí mismo de liberal, 12 por ciento de radical, 20 por ciento centrista, 7 por ciento conservador, 21 por ciento apolítico. Por filiación a partidos: independientes, 47 por ciento; demócratas, 34 por ciento; republicanos, 3 por ciento; otros, 16 por ciento»[56]. Otra curiosidad: casi la mitad de los encuestados eran hijos únicos. O esta otra: «Muchos prefirieron no responder a las preguntas relativas al uso por su parte de las principales drogas psicodélicas en el presente o con anterioridad. El 39 por ciento de los que respondieron reconocían que las experiencias psicodélicas habían jugado un papel importante en su propio proceso transformativo; el 28 por ciento afirmaba usar todavía de vez en cuando drogas psicodélicas; el 16 por ciento aseguraba que las experiencias psicodélicas seguían siendo importantes para ellos»[57].

Para tener una idea más precisa del terreno que se pisa cuando se lee este libro, es ilustrativo conocer las «disciplinas espirituales y sistemas de crecimiento que los encuestados consideraron importantes para su propio cambio: Zen, 40 por ciento; yoga, 40 por ciento; misticismo cristiano, 31 por ciento; escribir un diario, diarios de sueños, 31 por ciento; psicosíntesis, 29 por ciento; terapia jungiana,23 por ciento; budismo tibetano, 23 por ciento; Meditación Trascendental, 21 por ciento; sufismo, 19 por ciento; Análisis Transaccional, 11 por ciento; est, 11 por ciento; la Kábala, 10 por ciento. Trasfondo religioso anterior de los encuestados: protestantes, 55 por ciento; judíos, 20 por ciento; católicos, 18 por ciento; otros, 2 por ciento; ninguna, 5 por ciento. El 81 por ciento no practicaban la religión que tuvieron en su infancia»[58].

Y aquí, una lista interesante: «En cuanto a los autores cuyas ideas les habían influido más, ya en contactos personales, ya a través de sus escritos, los más nombrados, por orden de frecuencia, fueron: Pierre Teilhard de Chardin, C. G. Jung, Abraham Maslow, Carl Rogers, Aldous Huxley, Roberto Assaglioli y J. Krishnamurti»[59]. Esto no quiere decir que todos los autores mencionados sean «conspiradores acuarianos», pero sí que son, desde luego, raíces explícitas de ese modo de pensar.

Junto a estos, en un nivel inferior, los encuestados también mencionaban a: «Paul Tillich, Herman Hesse, Alfred North Whitehead, Martin Buber, Ruth Benedict, Margaret Mead, Gregory Bateson, Tarthang Tulku, Alan Watts, Sri Aurobindo, Swami Muktananda, D. T. Suzuki, Thomas Merton, Willis Harman, Kenneth Boulding, Elise Boulding, Erich Fromm, Marshall McLuhan, Buckminster Fuller, Frederic Spiegelberg, Alfred Korzybski, Heinz von Foerster, John Lilly, Werner Erhard, Óscar Ichazo, Mararishi Mahesh Yogi, Joseph Chilton Pearce, Karl Pribram, Gardner Murphy y Albert Einstein»[60].

El segundo Apéndice, titulado «Resortes para el cambio», contiene una relación de asociaciones, centros y revistas «que de un modo u otro, y en mayor o menor grado, forman parte de la Conspiración de Acuario»[61]. Pasados veinticinco años desde la publicación primera de este libro, y aunque las reediciones actualizan algo los datos, esta enumeración es corta y anticuada, pero no deja de ser interesante. Ha sido, por supuesto, adaptada a España por los editores (como lo ha sido en cada país en la traducción correspondiente).

Nombres a los que apela la Conspiración

Es interesante hacerse una idea de cómo se estructura el libro y qué asuntos va presentando. Veamos un resumen ilustrado con algunas citas significativas.

La Introducción, breve (seis páginas), se limita a relatar cómo la autora se aproximó a la idea de la Conspiración de Acuario, entendida como un movimiento amplio y difuso que procede de una nueva conciencia. Ferguson declara al final el propósito del libro: presentar nombres y trazar el mapa de la «conspiración»[62].

El primer capítulo, titulado La Conspiración, describe el movimiento. Arranca con una declaración nítida y directa: «Una vasta y poderosa red, que carece no obstante de dirigentes, está tratando de introducir un cambio radical en los Estados Unidos. Sus miembros han roto con ciertos aspectos clave del pensamiento occidental, y pueden incluso haber quebrado hasta la misma continuidad con la historia»[63].- Como podrá verse en otros muchos lugares del libro, la referencia a los Estados Unidos y, en particular, a California, no es accidental. Es posible que Ferguson adopte una perspectiva demasiado local, aunque siempre se podrá alegar a favor suyo que los Estados Unidos vienen siendo, desde hace al menos un siglo, el motor del mundo occidental[64]. Para un europeo, Occidente tiene su centro en el Mediterráneo, y la lectura del libro de Ferguson exige un esfuerzo de cambio de coordenadas, no sólo geográficas, sino también socio-ideológicas. De Estados Unidos procede, por ejemplo, la contracultura de los años sesenta, que tan decisiva influencia ha tenido en Europa. Quizás sucede algo parecido con la Nueva Era acuariana, la cual, por otro lado, no dista mucho de la contracultura. Como puede verse en el texto citado, Ferguson no tiene ningún reparo en tomar la mentalidad acuariana como un fenómeno completamente nuevo en la historia, como una singular revolución. Desde luego, no es verdad que la Nueva Era sea un fenómeno «sin padres», sin antecedentes ni fuentes, pero su virtualidad de futuro está por ver.

También señala Ferguson en estas páginas que la Conspiración es un movimiento que abarca todas las dimensiones de la vida humana y de la realidad: una visión del mundo en la que cabe todo, desde la ciencia hasta la filosofía, pasando por la religión. Pero esto es sólo la introducción del capítulo. El cuerpo de esta parte del libro consta de seis epígrafes o títulos. En general, Ferguson no pretende ser sistemática en su exposición, sino presentar sus ideas en la forma más convincente, para lo cual suele adoptar las formas más llamativas o sugestivas y no las más sistemáticas o lógicas.

Su objetivo en este Capítulo parece ser describir a grandes rasgos (podríamos decir: en sus rasgos externos) qué es la nueva mentalidad que se propone difundir la Conspiración de Acuario. El concepto clave de estas páginas es «cambio». ¡Cuántos armónicos positivos, atractivos, le acompañan en nuestro oído! Arranca con la presentación de la idea de «cambio de paradigma» (expresión que remite a un conocido filósofo de la ciencia, T. Kuhn). La Conspiración consiste en un cambio de paradigma, y su base es el acceso a «dominios extraordinarios de la experiencia consciente»[65] por parte de cada uno de los hombres. La Nueva Era es la era de la Conciencia Superior. Esto, que a quien lo lee por primera vez, apenas dice nada, en realidad constituye, según Ferguson, una opción vital radical. «Ningún movimiento político, ninguna organización religiosa podrían pedir mayor lealtad. Es un compromiso con la vida misma, una segunda ocasión de encontrarle un sentido»[66]. Con la Conspiración comienza un proceso de cambio radical y completo de la Humanidad. No es una propuesta ecológica, o de salud mental, o de relajación y terapia, sino todo eso junto y mucho más. «Como siempre han dicho los místicos, un mundo nuevo es ante todo un espíritu nuevo»[67].

En este punto, nuestra perspectiva europea, en su versión española, puede dificultarnos advertir propiamente qué se nos está planteando. Europa parece funcionar a base de compartimentos estancos: una cosa es la religión, otra la política, otra la vida familiar, otra la vida profesional… Pensamos, por ejemplo, que es posible una Constitución política para Europa que no tenga en cuenta para nada ni las creencias, ni la moralidad, ni la historia, ni la familia, etc. Esa Europa es incapaz de entender la Conspiración. La Conspiración supone la unidad global de la vida humana[68] y la unidad de su destino. Europa, por el contrario, parece querer mantener fragmentado al ser humano en dimensiones incomunicadas. La Nueva Era, en su formulación acuariana, es más realista en este orden, cuadra mejor con la naturaleza humana, sin duda alguna.

El segundo capítulo, titulado Acordes premonitorios, es una pura y simple enumeración de autores que Ferguson declara antecedentes o constituyentes de la Nueva Era acuariana. Así comienza: «El surgimiento de la Conspiración de Acuario en este fin del siglo veinte hunde sus raíces en los mitos y metáforas, en las profecías y la poesía de tiempos pasados. A lo largo de la historia hubo individuos aislados aquí y allá, o pequeños grupos en la zona fronteriza de la ciencia y la religión, que, basados en sus propias experiencias, creían que algún día los hombres podrían trascender la estrechura de la conciencia “normal”, y llegar así a extirpar toda brutalidad y alienación de la condición humana. De vez en cuando aparecía el presentimiento de que una minoría de individuos podría algún día constituirse en levadura suficiente para hacer fermentar a la sociedad entera. Sirviendo como de imán cultural, serían capaces de implantar un orden en torno a sí, y transformar así a la totalidad»[69].

Todo, pues, está en las raíces de la Nueva Era de Acuario, pero todo lo que incluya el reconocimiento de una forma de conocimiento tal que sea capaz de extirpar el mal en la Humanidad. He aquí toda una declaración, con una clara y definitiva divisoria entre lo que es asumido y lo que es rechazado por la Nueva Era. Para ser incluido en la nómina de los acuarianos basta con una simple -y terrible- convicción: la de que el hombre puede ser completamente bueno con sus solas fuerzas; o, dicho negativamente: que el hombre puede por sí mismo evitar todo mal (moral) en el mundo. ¿Es ésta una ingenuidad? Yo no lo creo.

En la lejanía, la Nueva Era enlaza[70], según Ferguson, con Meister Eckart, Pico de la Mirándola, Jacob Böhme, Swedenborg, W. Blake, etc. Su preparación inmediata Ferguson la encuentra en «lo que históricamente se conoce como movimiento trascendentalista norteamericano»[71] del siglo XIX. Nació este movimiento con un famoso discurso de Ralph Waldo Emerson, el 15 de julio de 1838 en la Universidad de Harvard, conocido como The Divinity School Address. Le siguieron, de una u otra manera, H. Thoreau, B. Alcott, M. Fuller, y recibieron su influencia N. Hawthorne, G. Ripley, E. Dickinson, H. Melville, W. Withman, J. Dewey, y hasta «los fundadores del partido laborista británico, Gandhi y Martin Luther King»[72]. Emerson estaba fuertemente influido por el pensamiento alemán romántico y por el hinduísmo y proponía que cada hombre tiene la capacidad de alcanzar lo trascendente por sí mismo, sin necesidad de jerarquías religiosas ni revelaciones. Como puede verse, este «trascendentalismo» disfraza muy aristocráticamente un craso naturalismo.

Tras estas indicaciones acerca de sus raíces remotas y próximas, Ferguson escribe el resto de este segundo capítulo del libro presentando nombres y citas de autores del siglo XX que en alguna medida, mayor o menor, confluyen en la Conspiración[73]. La nómina incluye a E. Carpenter, R. Bucke, W. James, J. C. Smuts, H. Hesse, N. Kazantzakis, H. G. Wells, A. N. Whitehead, P. Teilhard de Chardin, A. Toynbee, A. Korzybski, H. Miller, M. Buber, A. Huxley, L. von Bertalanffy, D. Riesman, R. Lindner, G. Murphy, C. S. Lewis, L. Pauwels, J. Bergier, J. B. Priestley, M. McLuhan, R. A. Ashen, L. L. White, L. Mumford, E. Fromm, W. Heisenberg, R. Dubos, M. Eliade, K. Boulding, M. Mayerhoff, I. Illich, J. Salk, A. Maslow, C. Wilson, J. Platt, B. M. Hubbard, T. Merton, C. Rogers, J. Holt, J. Campbell, J. F. Revel, I. Thomas, M. Rossman, C. Castaneda, R. Theobald, G. Leonard, G. Bateson, C. Reich, M. C. Richards, J. Needleman, W. Harman, G. C. Lodge, W. Tiller, J. Argüelles, A. Clarke, T. Roszak[74]. Llegan las menciones hasta finales de los años setenta. Lo que se echa en falta es más precisión en las citas, para que le sea posible al lector evaluar las fuentes, comprobar los contextos o ampliar informaciones. También yuxtapone Ferguson autores de muy desigual valor y alcance, y no se puede estar seguro, por la simple lectura de estas páginas, de que el autor mencionado en cada caso sea un auténtico Acuariano, un puro apoyo externo de autoridad y prestigio, o un puro adorno. También es significativa la escasa presencia en esa lista de autores esotéricos o marginales. Hay un explícito interés de Ferguson por presentar un aspecto aireado, científico, popular y creíble.

La transformación bajo el signo de Acuario

El capítulo tercero se titula La transformación: cerebros en cambio, mentes en cambio, y es solidario del siguiente, La transición: gentes en cambio. Su objetivo es éste: «Como vimos en el capítulo 2 -dice Ferguson-, unas cuantas personas eminentemente cuerdas y destacadas creen que la mente humana puede haber alcanzado un nuevo nivel en su evolución, una liberación de potencial comparable al surgimiento del lenguaje. Esta impresionante posibilidad, ¿constituye un sueño utópico… o es una frágil realidad?»[75]. Aquí está precisamente el meollo del libro. La base, en efecto, de la nueva era que M. Ferguson promueve, radica justo en esta posibilidad de una transformación psicológica de la mente de los hombres, una «transformación de la conciencia»[76]. Si este cambio mental fuera falso o imposible, todo el esquema de la Conspiración acuariana se vendría abajo.

En este punto consideraciones extraídas de la psicología se mezclan y empalman con ideas de Teilhard de Chardin[77], experiencias de Herman Hesse y enseñanzas de la «tradición mística», entre otras. Tal como es presentada en esas páginas, la nueva conciencia viene a consistir en la conciencia refleja: «El comienzo de la transformación personal es absurdamente fácil. Lo único que tenemos que hacer es prestar atención al propio flujo de la atención. Con ello hemos añadido, inmediatamente, una nueva perspectiva. La mente puede ahora observar sus muchos estados, sus tensiones corporales, el flujo de la atención, sus alternativas y parones, sus dolencias y deseos, y la actividad de los diversos sentidos»[78]. Y poco antes: «En este contexto no se entiende por conciencia el simple hecho de estar despierto y alerta. Se refiere aquí al estado de ser consciente de la propia conciencia. Uno se da cuenta, con nitidez, de que se está dando cuenta. Efectivamente es una nueva perspectiva que permite ver otras perspectivas: es un cambio de paradigma»[79]. Pero, ¿en qué está la novedad, la revolucionaria novedad de esta transcendental ampliación de la conciencia? Reconozcamos que en esos lugares Ferguson resulta decepcionante. ¿Acaso el ser reflexivo no es algo propio de todo intelectual, de todo investigador, a lo largo de los siglos?

Es evidente que la Nueva Era acuariana no se contenta con una idea general de la autoconciencia, sino que la toma en un sentido específico y particular. Y así se comprueba enseguida. Esta autoconciencia es entendida, más exactamente, como el descubrimiento de un mar de posibilidades en nosotros mismos[80]. El consejo para la sanación o la felicidad, el camino hacia una mayor integración vital, es que el hombre afronte sus problemas, que no los orille ni los niegue, y que en tales circunstancias asimismo se entienda como abierto sin restricciones a lo que pueda encontrar ante sí o, mejor, en sí mismo. En esto consiste recuperar el propio ser cada hombre.

Por otra parte, Ferguson remite siempre la conciencia al cerebro, sin mayores discusiones. Un tópico en sus páginas es la alusión a las dos mitades del cerebro, a las que se reconoce, de acuerdo con investigaciones neurofisiológicas, diversas funciones psíquicas, como si fueran dos mentes. Un hemisferio, el izquierdo, es «racional» y frío, y el otro hemisferio, el derecho, es «emocional» y creativo. La clave está en ese lado derecho, habitualmente reprimido, suplantado incluso, por su gemelo. Ciertas psicotécnicas permiten restablecer la situación adecuada. Este descubrimiento del lado derecho de nuestra mente, de nuestro cerebro, de nuestro yo, es en lo que consiste esa verdadera revolución de la Conspiración acuariana.

En realidad, nada más que dejarnos llevar, con cierto control si se quiere, de nuestros sentimientos. Inicialmente, Ferguson presenta la revolución de Acuario como la revolución cuyo efecto será la síntesis armónica de las dimensiones de la personalidad humana. Lo que en verdad sucede es una auténtica inversión de valores, justamente una inversión con el valor de una genuina religión: «La unión de las dos mentes crea algo nuevo. Conocer con todo el cerebro va mucho más allá que la suma de sus partes, y es algo diferente de una y otra. Según John Middleton Murry, crítico literario británico, la reconciliación de mente y corazón es “el misterio central de toda religión elevada”. En los años cuarenta, Murry escribía que un número creciente de hombres y mujeres, a través de la fusión del intelecto y la emoción, se estaban convirtiendo en una “nueva especie de ser humano”. La mayoría de la gente, decía, huye del conflicto interior, y se refugia en la fe, en la actividad o en la negación»[81]. He aquí toda una declaración: para Ferguson, ese equilibrio es el gran problema, la clave de todas las civilizaciones, de todos los pueblos, de todos los hombres. Como bien puede verse, el papel de Dios en la religión ha desaparecido por completo. Lo religioso, que era una conexión con Dios, una referencia a Él[82], ha pasado a ser un subterfugio meramente humano, un ejercicio de puro y simple equilibrado interior. Para Ferguson, lo único relevante, lo verdaderamente relevante, lo definitivamente relevante, no es más que el equilibrio interior del hombre.

En el capítulo siguiente Ferguson se dedica a explicar cómo se alcanza la conciencia trascendente, qué consecuencias tiene ello en las vidas de los conspiradores y qué posibilidades abre.

Comienza por presentar una lista de métodos para el logro de la conciencia trascendente. «Por debajo de su aparente diversidad -dice la autora-, la mayoría de esos mecanismos desencadenantes implican concentrarse en algo demasiado extraño, complejo, difuso o monótono, como para que pueda hacerse con la mitad analítica, intelectual, del cerebro: por ejemplo, en la respiración, en un movimiento físico repetitivo, en una música, en el agua, en una llama, en un sonido desprovisto de significado, en una pared vacía, en un koan o en una paradoja. El cerebro intelectual no puede dominar el campo de la conciencia más que cuando se centra sobre algo definido y limitado[83]. Si se le consigue capturar por medio de una concentración difusa y monótona, las señales del otro lado de la mente pueden hacerse oír»[84].

Merece la pena hacerse una idea de cuántos cauces pueden seguirse para llegar a la conciencia transformada[85]: aislamiento sensorial y sobrecarga sensorial, Biofeedback, entrenamiento autógeno, música y actividades artesanales, improvisación dramática y psicodrama, contemplación de la naturaleza, estrategias de ampliación de conciencia, actividades de autoayuda, hipnosis y autohipnosis, meditación (zen, budismo tibetano, caótica, trascendental, kabalista, yoga) y psicosíntesis, cuentos sufíes, koans y danzas de los derviches, técnicas chamánicas y mágicas de focalización de la atención, Control Mental Silva, diarios de sueños, teosofía, los sistemas de Arica o de Gurdjieff, logoterapia de Frankl, Terapia Primal, el proceso de Fischer-Hoffman, terapia de la Gestalt, Ciencia de la Mente, cursos sobre milagros, disciplinas y terapias corporales (T’ai Chi Ch’uan, Aikido, Karate, footing, danza, Rolfing, bioenergética, métodos de Feldenkrais y de Alexander, kinesiología aplicada), cursos en el Instituto Esalen o del National Training Laboratories, deportes varios, etc. Todo un universo de posibilidades[86].

¿Qué se quiere conseguir? La transformación de la conciencia, el encuentro de uno consigo mismo, como se ha visto, y esta transformación «es un viaje que no tiene destino final»[87]. Las etapas de este viaje son cuatro: el ingreso o iniciación, la «exploración»[88], la «integración»[89] y la «conspiración»[90]. Ferguson explica con mucho detalle estas cuatro fases, y añade testimonios ilustrativos. Sin embargo, lo genérico o vago de estas referencias hace pensar que quizás el entusiasmo de Ferguson tiene como efecto negativo el difuminado de lo oscuro o discutible de este proceso. Una evaluación equilibrada de la propuesta de la Nueva Era acuariana requiere mucho más que el entusiasmo de sus partidarios: requiere datos abundantes y detallados, que en estas páginas no se encuentran.

El resultado de la transformación es un hombre nuevo, consciente de sí y de sus posibilidades, un sí mismo trascendente, universal[91], que ha descubierto nuevos ámbitos de libertad, que descubre su auténtica realidad… Ferguson presenta una amplia enumeración de descubrimientos consiguientes al gran despertar de la conciencia, unos descubrimientos que son descritos con poca precisión, con demasiado interés por persuadir y atraer al lector. Para terminar, la vida transformada del conspirador se lanza a la conquista del mundo.

Un inciso. ¿Es tan importante el sueño americano?

El lector termina de situarse en la pista de lanzamiento de la Nueva Era acuariana con el capítulo cuarto y, de pronto, se encuentra en el quinto con toda una amplia reflexión sobre el sueño americano: El modelo de transformación norteamericano. Veintisiete páginas que a un lector europeo resultan sorprendentes. He aquí, desde el principio, el esquema mental de Ferguson: «Para los primeros inmigrantes, América era un continente por explorar, un puerto para los considerados indeseables y para los disidentes: un nuevo comienzo. Gradualmente, el sueño fue convirtiéndose en una imagen ascética e idealizada de la democracia, en correspondencia con una inveterada esperanza de justicia y autogobierno. Pero rápidamente, demasiado rápidamente, ese sueño se metamorfoseó en una visión expansionista, materialista, nacionalista e incluso imperialista, de riqueza y de dominación; de paternalismo, por un destino manifiesto. Y sin embargo, incluso entonces, no faltaba el polo opuesto de la visión trascendentalista: dignidad, riqueza espiritual, el despliegue de las dotes individuales»[92].

Hay una historia anecdótica, en la que personajes, países, lugares, no son más que casualidades, pura positividad desnuda y mostrenca, y hay una historia real en la que los personajes son sus destinos, los países son sus metas y los lugares son diferencias. En este segundo sentido, es hora ya de preguntarnos en Europa si la América del Norte, la de Estados Unidos, es un personaje real y profundo del drama humano y qué papel le corresponde en él. ¿Hasta qué punto nos tomamos en serio el puesto directivo mundial que ha alcanzado Estados Unidos? ¿Hasta dónde alcanza? ¿Le reconocemos sólo alcance periférico, superificial, o se inscribe realmente en la lucha universal entre el bien y el mal en un puesto destacado? Ferguson no habla de unos Estados Unidos fácticos. Esos Estados Unidos de los que habla Ferguson son una fuerza histórica, y Ferguson cree que esa fuerza histórica está radicalmente alineada en el bando de la tranformación acuariana[93]. La Conspiración no sería, en este sentido, más que el despliegue mundial de Estados Unidos, aunque se trataría de unos Estados Unidos fieles a las raíces que Ferguson le reconoce. He aquí todo un desafío para los cálculos geoestratégicos en todos los órdenes.

Los Estados Unidos acuarianos abandonan «este sentimiento de tener un objetivo común sagrado, y que algunas veces condujo a la agresión en el pasado», y se fundan en esta nueva etapa «en un sentimiento de la unidad mística de todo el género humano y del poder vital inherente a la armonía entre los seres humanos y la naturaleza»[94]. Ferguson no ofrece en este lugar (ni, propiamente, en ninguno) un análisis crítico de las posiciones que el acuarianismo abandona y rechaza. Prefiere un planteamiento prospectivo y positivo, con el inconveniente de que el lector no acaba de saber con precisión, más que indirectamente, qué deja atrás cuando se suma a la revolución de la Nueva Era. Por ejemplo, cuando el lector europeo ve que se alude a «los tradicionalistas»[95], pensará seguramente en grupos tradicionales católicos o en movimientos nazis o fascistas; sin embargo, no es eso lo que viene a la mente del lector norteamericano.

En algún momento parece la autora un poco más explícita, como cuando dice: «Siempre hay alguien que trata de devolvernos a alguna antigua fidelidad: vuelta a Dios, a la antigua religión simplista de otros tiempos. “Vuelta a lo básico”, a una educación simplista. Vuelta al patriotismo simplista. Y ahora se nos quiere devolver a una “racionalidad” simplista, que está en contradicción con la experiencia personal y con la vanguardia de la ciencia»[96]. Cuando cabe la posibilidad de presentar la Nueva Era acuariana con toda franqueza, Ferguson apela a rasgos psicológicos y científicos (los de ciertas doctrinas físicas y biológicas, como se explica en el capítulo sexto), y no a consideraciones morales, políticas ni religiosas. La pretensión en este texto es contraponer eso científico verificable con aquello oscuro religioso. En realidad, ese tono recorre, como un bajo continuo, todo el libro. Son esos los Estados Unidos de Norteamérica que Ferguson quiere.

En concreto, los Estados Unidos de Acuario tienen su foco exactamente en California. «Si Estados Unidos son libres, California lo es más. Si Estados Unidos están abiertos a la innovación, la innovación es el segundo nombre de California. No es tanto que California sea diferente del resto del país, sino que lo es más, observaba un escritor ya en 1883. California es un anticipo tanto de los cambios de paradigma como de los gustos y modas del país»[97]. Y en California, el Instituto Esalen, del que ya antes se habló aquí, y que en las páginas a las que ahora me refiero es presentado en sus orígenes, su desarrollo y su influencia.

Ferguson acentúa la distancia entre la vieja Europa y la nueva América acuariana[98], de manera particularmente nítida empleando palabras de Jacob Needleman, autor en 1973 de The new religions: «En cualquier caso, lo que los californianos han dejado atrás no es la realidad, sino Europa…»[99]. ¿A qué se refiere? ¿Se trata de una reacción de envidia? ¿Deriva ese odio de algún complejo de inferioridad? ¿Se trata de una prevención ante un competidor? La vieja Europa representa una civilización construida sobre las herencias de Grecia, Roma y el cristianismo, pero como todo el mundo sabe, se encuentra en un estado de profunda depresión, surcada de multitud de tensiones y, sobre todo, enfrentada y subrevada contra sus propias raíces. Los acuarianos de los años sesenta y setenta dirigen sus baterías precisamente hacia esas mismas raíces. Lo odiado es la Europa greco-cristiana y su sustitutivo es un mixto de psicologismo humanista y orientalismo panteísta. Los acuarianos odian lo mismo que odian los europeos hoy dominantes.

Acuario es el sustituto antonomástico de Piscis. La era de Piscis es la era cristiana; la era de Acuario es la era postcristiana. No nos dejemos llevar de la ingenuidad. El objetivo es una civilización puramente humana, solamente humana, exclusivamente humana, una conversio ad homines (y, por tanto, ad creaturas) que, por su propia esencia, será también una aversio a Deo, ya no sangrienta y exaltada, sino pacífica, tranquila, deportiva, ecológica, saludable. «Escogí la referencia a Acuario -dice Ferguson-, a fin de dejar clara la naturaleza benévola de esta unión. Aunque no estoy familiarizada con los arcanos astrológicos, me sentía atraída por el poder simbólico de esa idea difundida en toda nuestra cultura popular: el que tras una era violenta y oscura, la de Piscis, estamos entrando en un milenio de amor y de luz, “la era de Acuario”, la época de la “verdadera liberación espiritual”. Esté o no escrita en los astros, lo cierto es que parece estarse aproximando una era diferente; y Acuario, la figura del aguador en el antiguo zodíaco, símbolo de la corriente que viene a apagar una antigua sed, parece ser el símbolo adecuado»[100].

La vanguardia de la ciencia

El capítulo sexto de La Conspiración de Acuario presenta las bases científico-cosmológicas de la Nueva Era acuariana. Se titula Conocimientos liberadores en la vanguardia de la ciencia. A mi entender, este capítulo, junto al cuarto, constituyen la fachada principal del libro, es decir, sus principales apoyos externos (porque los silencios y omisiones, y sobre todo las alusiones parciales, llevan a pensar que la autora se apoya en unos cimientos no explícitos). Ya desde su inicio presenta las que son sus tres ideas estructurales.

La primera se encuentra en el primer párrafo: «Los recientes descubrimientos sobre la naturaleza asombrosa de la realidad constituyen un factor fundamental de cambio, al venir a socabar ideas que considerábamos de sentido común y toda la antigua filosofía académica en general. “Los años ochenta serán un periodo revolucionario” -ha dicho el físico Fritjof Capra- “pues la estructura global de nuestra sociedad no se corresponde con la visión del mundo que está surgiendo en el pensamiento científico”»[101].- Hay aquí algunos contenidos que merecen ser destacados. Primeramente, se menciona al físico Capra, y es útil saber que en la Nueva Era acuariana Capra es uno de los personajes más destacados. Si, por ejemplo, Murphy o, en otro nivel, Maslow y Rogers son el apoyo en psicología, Capra lo es en física (apoyado, a su vez, en Karl Pribram e Ilya Prigogine). En segundo lugar, es relevante tomar nota del contraste que Ferguson establece (o reconoce) entre la «filosofía académica general», el «sentido común» y los descubrimientos científicos. El sentido común está del lado de esos descubrimientos[102], de modo que la filosofía queda en cortocircuito y la ciencia queda apoyada precisamente por la mentalidad popular, por el conocimiento usual, fresco y espontáneo. La ciencia y el sentido común -he aquí lo más relevante- consiguen dar una cierta información sobre la realidad, pero la filosofía «académica» no. La filosofía de los filósofos profesionales es ajena a lo real, abstracta, ilusa. Puede así la ciencia ponerse en el lugar de la filosofía, tomada ésta en cualquiera de sus formas.

Así se entiende perfectamente la segunda idea estructural, anunciada ya en el fragmento anterior. «El programa de la década que comienza -dice Ferguson- tendrá que ajustarse a ese nuevo saber científico, a esos descubrimientos que están obligando a revisar la misma base de datos que servía de apoyo a nuestras concepciones, a nuestras intuiciones, a nuestras vidas»[103]. La ciencia parece ocupar el puesto directivo en la vida de los hombres. Se le concede capacidad para organizar la totalidad de nuestras vidas. Y para rectificar el rumbo de la historia, aliándose con la Conspiración de Acuario.

¿O se tratará, más bien, de que la ciencia -y de entre lo que se presenta como ciencia, sólo la que Ferguson toma en consideración- puede ser utilizada para confirmar o apoyar tesis correspondientes a esas «intuiciones» que, según parece, estaban hasta ahora aplastadas bajo el peso de una ciencia irreal y de una filosofía desviada? Aquí el lector se arriesga a caer en un espejismo. Da la impresión de que Ferguson enfila derechamente el camino del cientificismo. Como si la ciencia tuviera la última palabra sobre el hombre y sobre la realidad. Sin embargo, la tercera idea estructural es, justamente, que la ciencia, a su vez, es dependiente y subordinada a otro tipo de convicciones. «La ciencia no está haciendo más que confirmar paradojas e intuiciones con las que la humanidad se ha tropezado repetidas veces, pero empeñándose tercamente en no verlas»[104]. ¿A qué paradojas e intuiciones se refiere Ferguson? Indudablemente, la autora está pensando en las sabidurías ocultas, en los planeamientos de los trascendentalistas, en la filosofía oriental, etc. Es decir, en todo aquello que cuadra con la transformación de la conciencia.

Ferguson en varios lugares enfrenta la nueva ciencia de Pribram, Capra, etc., con la ciencia reduccionista y mecanicista, la que, según señala, configura nuestro ambiente cultural. Aquella es buena, pero ésta es mala. Por eso puede decirse a la vez que la Nueva Era acuariana es y no es cientificista. No lo es en la medida en que rechaza el mecanicismo de la física newtoniana y de las ciencias que siguen ese modelo. Lo es, en la medida en que el paradigma acuariano incluye como fundamentos las teorías científicas de ciertos neurobiólogos, físicos y psicólogos. Así queda establecido un criterio implícito de cientificidad: es científico lo que resulta coherente con la revolución acuariana. Lo cual incluye:

1. Las ciencias del cerebro, en la medida en que pueda afirmarse con ellas que «la conciencia es más vasta y profunda y la intención es más poderosa de lo que nadie creía. Claramente los seres humanos no han comenzado a explotar aún su potencial de cambio»[105].

2. La teoría general de sistemas, en la medida en que apoya que «las totalidades no pueden ser comprendidas por medio del análisis»[106].

3. Por supuesto, la teoría de la evolución biológica. Desde su nacimiento moderno con Darwin, es bien sabido que el evolucionismo no es una única teoría, sino que, entre quienes aceptan la evolución biológica, hay ciertas variantes más o menos profundas. Ferguson se adhiere al evolucionismo por saltos de Steven Jay Gould, para poder sostener, a continuación, que la evolución biológica ya no afecta al hombre. «A la vista de cuanto estamos aprendiendo sobre la naturaleza profunda del cambio, parece cada vez menos probable que la especie humana pueda transformarse»[107].

4. Menos conocida, de ordinario, es la teoría de las estructuras disipativas de IlyA Prigogine. Según Ferguson, «la teoría de Prigogine resuelve el enigma fundamental de los seres vivientes, que han ido siempre cuesta arriba en un universo donde se supone que todo corre pendiente abajo. Y además, esta teoría tiene aplicación inmediata a la vida cotidiana, a la gente. Ofrece un modelo científico de transformación en todos los niveles. Explica el papel crítico que juega el stress en la transformación, ¡y el impulso transformador inherente a la naturaleza!»[108]. Gran entusiasmo el de Ferguson, como si la Humanidad hubiera tenido que esperar a Prigogine para comenzar a entender algo de la vida. La tesis que a Ferguson interesa es la siguiente: los sistemas abiertos que hay en la naturaleza son sistemas disipativos, es decir, sistemas que se mantienen gracias a un continuo consumo de energía. «Toda estructura disipativa podría muy bien definirse como un todo fluyente: altamente organizado, pero siempre en proceso»[109]. Además, en esos sistemas, las grandes perturbaciones desembocan en transformaciones. Al final, toda esta amplia vuelta desemboca en su capacidad para dar razón de la conciencia transformada y el cerebro humano. Según Ferguson, la teoría de las estructuras disipativas «podría explicar el poder transformativo de las psicotécnicas; cómo es que por medio de éstas se pueden romper condicionamientos que en estados ordinarios de conciencia se resisten firmemente al cambio»[110].

Estas cuatro piezas son la llave para la entrada en el mundo de lo desconocido (lo parapsicológico, lo oculto). «Tanto en física teórica como en parapsicología, la letra griega psi designa lo desconocido»[111]. El cauce para llegar a ese punto es una difuminación del mundo ordinario. Lo extraordinario aparece cuando lo ordinario desaparece. ¿Y cómo se difumina el mundo ordinario?

Ferguson lleva a la ciencia más allá de sus posibilidades, cuando pone en su cuenta afirmaciones como las siguientes: «La física moderna, que se ha dejado adentrar más y más en lo desconocido sin perder ese fino hilo de conexión, ha revelado la existencia de un nivel de realidad sumamente fluido, como los surrealistas relojes derretidos de Salvador Dalí. La materia tiene solamente “una tendencia a existir”. No hay cosas, sólo existen conexiones. Sólo hay relaciones. Si la materia colisiona, su energía se redistribuye en otras partículas, en un caleidoscopio de vida y muerte como la danza de Shiva de la mitología hindú. En lugar de un mundo sólido y real, la física teórica nos presenta una red parpadeante de sucesos, relaciones y potencialidades»[112]. El salto de la conciencia, hecho posible por las psicotécnicas, es el paso al reconocimiento de los planos ocultos de la realidad.

La parte positiva de la tesis es que lo oculto es real. La parte negativa de la tesis es la desrealización de lo inmediato. Esto último queda particularmente subrayado en la última parte de este capítulo, en la que Ferguson describe las teoría holográfica de Pribram. Es un idealismo vulgar que sólo por conveniencia publicitaria puede apelar a Leibniz en su raíz[113]. «En síntesis, la superteoría holográfica afirma que nuestros cerebros constituyen matemáticamente la realidad “sólida” mediante la interpretación de frecuencias provenientes de una dimensión que trasciende el espacio y el tiempo. El cerebro es un holograma que interpreta un universo holográfico. Somos realmente participantes en la realidad, observadores que afectan a lo observado»[114].

Pero no nos equivoquemos. Un cientificismo (el de corte newtoniano) es sustituido por otro, que podemos llamar «acuariano» y que supone toda una metafísica, como puede constatarse en una declaración tan nítida como ésta: «En la naturaleza nunca tocamos fondo. No hay tal cosa como el nivel más profundo en que todo encontraría sentido»[115]. En estas palabras hay una rotunda afirmación de ateísmo. No sólo niega, con el cientificismo, que sea posible el conocimiento de dimensiones distintas de aquellas a las que accede la ciencia positiva, sino que se lanza a una afirmación de alcance metafísico y niega la realidad misma de esas dimensiones. No se trata, pues, de un cientificismo «epistemológico», reducido al ámbito del conocimiento, sino de un cientificismo «ontológico», capaz, en nombre del conocimiento científico-positivo, de negar realidades que la ciencia positiva no puede conocer. Una ontología en nombre de la ciencia positiva. En el fondo, con el objetivo de abrir brecha para el esoterismo. Una «nueva síntesis» entre ciencia y saber de lo oculto, cuyo precio es el rechazo de los viejos esquemas mentales, sean los que sean, con todas sus consecuencias (precisamente por todas sus consecuencias).

La Conspiración en marcha: aplicaciones y ámbitos

Vengo recorriendo en sus rasgos principales las páginas de La Conspiración de Acuario en el orden en que se encuentran. Si este libro es el libro de referencia de la Nueva Era, el rigor exige que se lo estudie pormenorizadamente antes de cualquier otra consideración.

Hasta ahora he presentado el resumen, con algunos esporádicos comentarios, de los seis primeros capítulos y la introducción. Quedan por exponer los siete capítulos restantes, que tienen entre sí cierta unidad. En este punto puede establecerse una división del libro. Los primeros seis capítulos describen, aunque no de una manera lineal, los aspectos fundamentales de la Nueva Era acuariana, con todos sus silencios, con todos sus acentos. Podría decirse que son los capítulos que contienen los fundamentos. Los siete restantes constituyen el catálogo de las resultantes, aplicaciones o consecuencias de aquellos fundamentos. Ferguson describe en ellos sucesivamente las repercusiones que la revolución de Acuario tienen en política, medicina, educación, economía, religión y, finalmente, matrimonio y familia.

Hay una pregunta que hacer: ¿por qué ese orden de los capítulos? Según lo veo, Ferguson ordena la materia de estos capítulos como lo hace porque los primeros son menos problemáticos y los últimos lo son más. Fácilmente se consigue el asentimiento si se habla de reformar el poder político (capítulo séptimo) y es también asequible mantener el interés si se habla de la salud (capítulo octavo). Pero en donde se deja ver con mayor claridad la fortaleza y profundidad de la conspiración es en lo referente a la religión (capítulo once) y al matrimonio y la familia (capítulo doce). Pero todo esto no deja de ser una conjetura.

El poder político

Lo fácil es comenzar por decir que «nuestras instituciones -en especial nuestras estructuras gubernamentales- son mecanicistas, rígidas, fragmentadas. El mundo no funciona»[116]. Es también fácil apostar a continuación por la autarquía individual y por la acción política directa individual como palanca del cambio político. Pero, ¿hacia dónde? Este capítulo séptimo es muy largo y durante muchas páginas no contiene más que aderezo y no aparece de ninguna manera la sustancia, como si, en su superficialidad y aparente trivialidad, en el fondo hubiera claves sólo accesibles a iniciados.

Como sucede en otros capítulos, aquí hay también una tabla de comparación entre los rasgos del «antiguo paradigma» político y el nuevo acuariano[117]:

ANTIGUO PARADIGMA: concepciones respecto del poder y la política

NUEVO PARADIGMA: concepciones respecto del poder y la política

Énfasis en los programas, los temas, las tribunas, los manifiestos, los objetivos.

Énfasis en una perspectiva nueva. Resistencia a los planes y programas rígidos.

Cambios impuestos por la autoridad.

El cambio emana del consenso y/o es inspirado por los líderes.

Institucionaliza la ayuda y los servicios.

Fomenta todo tipo de ayuda individual, voluntaria, como complemento del papel del gobierno. Fomenta las redes de autoayuda y de mutua ayuda.

Tendencia a un gobierno central fuerte.

Favorece lo contrario, descentralizando el gobierno siempre que resulta posible; distribución horizontal del poder. Un gobierno central poco concentrado, concebido como “oficina central”.

Poder sobre los otros o contra los otros.
Alternativa: ganar o perder.

Poder con los otros.
Alternativa: ganar o ganar.

Gobierno como institución monolítica.

Gobierno como consenso de individuos, sujeto a cambio.

Respeto a los intereses adquiridos, manipulación, ejercicio del poder por medio de representantes.

Respecto por la autonomía de los demás.

Modelo puramente masculino, racional, lineal.

Principios a la vez racionales e intuitivos. Aprecia la interacción no lineal, el modelo de sistemas dinámicos.

Dirigentes agresivos, seguidores pasivos.

Líderes y seguidores comprometidos en una relación dinámica, de mutuo influjo.

Orientado en función de partidos o temas concretos.

Orientado en función de un paradigma. Política determinada por una concepción del mundo y de la realidad.

O pragmático o visionario.

Pragmático y visionario.

Énfasis en la libertad con respecto a ingerencias determinadas.

Énfasis en la libertad para toda actividad creativa, positiva, para toda forma de autoexpresión y de autoconocimiento.

Gobierno para mantener a la gente a raya (papel disciplinario), o como padre benévolo

Gobierno para fomentar el crecimiento, la creatividad, la cooperación, la transformación y la sinergia.

Izquierda contra derecha.

«Centro radical»: síntesis de tradiciones conservadoras y liberales. Superación de antiguas polaridades y querellas.

Humanidad como conquistadora de la naturaleza; visión explotadora de los recursos.

Humanidad como copartícipe de la naturaleza. Conservación del equilibrio ecológico.

Acento en reformas impuestas desde el exterior.

Acento en la necesidad de transformación de los individuos como condición para el éxito de cualquier reforma.

Programas de actuación a corto plazo o con financiación diferida.

Previsión de repercusiones a largo plazo, énfasis en la ética y en la flexibilidad.

Instituciones, programas y ministerios fijos.

Fomento de la experimentación. Evaluación frecuente, flexibilidad, comisiones provisionales específicas, programas autogestionados.

Elección entre los intereses individuales o comunitarios.

Rechaza plantearse esa elección. Reciprocidad entre los intereses de la comunidad y los de los individuos.

Aprecio de la adaptación y el conformismo.

Pluralismo. Innovación.

Compartimenta los aspectos de la experiencia humana.

Fomenta la interdisciplinariedad, el holismo. Búsqueda de interrelación entre los diversos órganos del gobierno. Conexión, interfecundación.

Modelado de acuerdo con la visión newtoniana del universo. Mecanicista, atomista.

Fluido. Es el correlato en política de la física moderna.


Esta enumeración de cualidades de la política acuariana incluye trivialidades junto a los tópicos ya conocidos de la Nueva Era. En realidad, casi todo el capítulo se dirige, más que a presentar una teoría política nueva, un plan de acción social y política. Por ejemplo, hay una detallada descripción -pero con omisión cuidadosa de todos los nombres de personas- de un encuentro, «una especie de retiro campestre que debía reunir a varias personas: los asistentes, compuestos por catorce hombres y seis mujeres, incluían un congresista, varios directores de fundaciones de Washington, Nueva Cork y California, un antiguo miembro del gabinete presidencial, el decano de una de las universidades tradicionales del Este, un decano retirado de una escuela médica, un especialista canadiense en planificación, el presidente de un equipo de baloncesto de primera división, el director y el director adjunto de un famoso equipo consultivo, un artista, un editor, y tres especialistas federales en planificación»[118]. La reunión tuvo lugar en diciembre de 1978, pero no se detalla ni quién convocaba ni para exactamente qué. La descripción de ese encuentro ocupa casi tres páginas y deja la impresión de que aquello fue una especie de conjura y constitución de un grupo de apoyos mutuos. Ferguson propone la constitución de redes de acción, fluidas, descentralizadas y espontáneas, para la difusión e implantación de la Nueva Era. Un sistema de ayudas mutuas de redes ecologistas, de «orientación espiritual y psicológica», educativas, económicas y empresariales, etc.[119] «Esta necesidad de acción en pequeños grupos es característica de la Conspiración de Acuario»[120].

«Otra red que funciona también básicamente por correspondencia, como “Linkage”, es el “Foro de Correspondencia y de Contacto”, fundado en 1968 por personalidades tales como Víctor Frankl, Arthur Koestler, Roberto Assaglioli, Ludwig von Bertalanffy, Abraham Maslow, Gunnar Myrdal, E. F. Schumacher y Paolo Soleri»[121]. O la Asociación de Psicología Humanística. O Renascence Project, Briarpatch, Mid-Peninsula Conversión Project, People Index, etc. Merece especial atención de Ferguson una red nacional de parlamentarios californianos constituida en 1976 con el nombre de «Autodeterminación».

Es bien conocida la amplia tradición estadounidense en la organización de grupos ciudadanos para la promoción de ideas y proyectos. Se suele considerar esto como un signo de vitalidad social y de participación. Ahora bien, los grupos como las «redes» acuarianas, ¿son aceptables? Hay ocasiones en que Ferguson parece apuntar que los grupos acuarianos pueden y deben actuar al margen de la ley. Como cuando dice: «Todos nuestros sumos sacerdotes -médicos, científicos, burócratas, políticos, eclesiásticos y educadores- están siendo depuestos de sus funciones a la vez. Metiéndonos incluso hasta donde los mismos ángeles no se atreverían a entrar, estamos presionando y boicoteando, conscientes como estamos ahora de las fuerzas ocultas de la democracia. “Estamos desafiando la legitimidad de sistemas enteros”, dice Willis Harman. “El ciudadano es quien otorga su legitimidad a cualquier institución, -o quien se la retira”»[122]. ¿Se trata de grupos clandestinos de control de la sociedad?

Hay también unas páginas que tratan del poder de las mujeres. Por un lado, Ferguson critica el feminismo radical y sostiene que «es mejor que hombres y mujeres puedan crear juntos un futuro nuevo»[123]. Por otro, la autora del libro anima a las mujeres al uso del poder que tienen para contrapesar los valores masculinos -del cerebro izquierdo- de nuestra sociedad.

La salud acuariana

Una de las dimensiones de la Nueva Era que más llaman la atención es la importancia que otorga a la salud física. La razón de ello queda condensada en estas líneas: «La autonomía, tan evidente en los movimientos sociales, está también golpeando duramente a las viejas concepciones sobre la medicina. La búsqueda de sí mismo se ha convertido en una búsqueda de la salud, de la totalidad: en una búsqueda de ese depósito de sabiduría y salud mental que hasta ahora parecía escapar del alcance de nuestra conciencia. Si aprendemos a responder al mensaje oculto en el dolor y en la enfermedad -la necesidad de adaptación-, podemos alcanzar un nuevo nivel de bienestar»[124].

Este capítulo es una reivindicación de una medicina humanística y de un concepto holístico de la salud y de la enfermedad. En la lista de contrastes entre el «antiguo paradigma de la medicina» y el «nuevo paradigma de la salud» figura el «énfasis sobre los valores humanos»[125], la «preocupación por alcanzar un máximo de bienestar, una “meta-salud”»[126], la afirmación del «continuo cuerpo-mente; la enfermedad psicosomática entra en el campo de todos los profesionales de la salud»[127], etc. Ferguson no tarda en señalar[128] que este planteamiento es solidario de los planteamientos científicos de Pribram, Prigogine, etc. ya examinados. Asimismo, este enfoque abre la medicina a prácticas no habituales o estandarizadas junto a las técnicas habituales occidentales.

En pocas palabras, la medicina acuariana se apoya en la afirmación de que la alteración de la conciencia juega un papel de primera importancia en la curación[129]. Con otras palabras: «La salud y la enfermedad no son cosas que nos suceden sin más. Son procesos activos, resultado de una armonía o una desarmonía interior, que están profundamente afectados por nuestros estados de conciencia, y por nuestra capacidad o incapacidad de dejarnos influir al compás de la propia experiencia. El reconocimiento de que eso es así supone implícitamente una responsabilidad, pero es también una fuente de oportunidades. Si participamos, aunque sea de forma inconsciente, en el proceso de la enfermedad, podemos optar por la salud en vez de seguir dejándonos enfermar»[130].

En referencia a una serie de reuniones científico-médicas de corte acuariano, Ferguson hace una declaración que pone a la vista todo el trasfondo antropológico-filosófico de su planteamiento: «El slogan cuerpo-mente-espíritu que preside estas sesiones tiene un lugar, como motivo revolucionario, paralelo al de “libertad-igualdad-fraternidad”»[131]. Quizás a Ferguson se le haya ido un poco la mano en este paralelismo.

El resto del capítulo se dedica a presentar eventos que las redes de la Nueva Era acuariana han organizado para la difusión e implantación de esta forma de concebir la medicina. Una consecuencia de estos planteamientos es, precisamente, la divulgación de la práctica del parto natural de Frederic Leboyer[132]. Una mujer que dio a luz con ese método «describía el nacimiento de su hijo como “una experiencia altamente psicodélica sin drogas, una experiencia cumbre”»[133].

Respecto de la muerte y la enfermedad terminal, Ferguson no es muy explícita. La medicina acuariana ha inspirado centros de atención a enfermos terminales en los que estos enfermos pasan sus últimos días confortablemente. Cuenta J. L. Cancelo lo siguiente de uno de esos centros: «En las Clínicas de la Universidad de Colonia se encuentra la clínica Dr. Mildred Scheel Haus. Es la clínica de cuidados paliativos (Paliativ Station) para enfermos terminales de cáncer. Se supone que su vida no va a sobrepasar, en general, los seis meses. El enfermo es consciente de ello. Pero el medio en el que pasa los últimos días, le proporciona una calidad de vida extraordinaria. A ello contribuyen las atenciones médicas, sanitarias, ambientales, que son exquisitamente humanas. El enfermo, a través del trato humano entrañable, se reconcilia con su enfermedad porque se siente acogido, estimado e integrado en la vida. Con ello, aprende a dar sentido, a pesar de todo, a su vida y a aceptar positivamente su situación terminal. Viven biológica, psíquica y cualitativamente cada minuto. No se entrega ni se abandona. No se des-anima.»[134] Ferguson insiste en lugares dispersos del libro en que es vital afrontar el dolor de una manera nueva[135]. Quizás sea eso lo esencial, y quizás resida en eso lo más elegantemente inhumano de la Nueva Era. ¿Estará consiguiendo la Nueva Era que el hombre se enfrente a su destino al margen de Dios sin que ello le conmueva lo más mínimo? ¿Es posible que el triunfo de la Nueva Era resida en hacernos serenamente aceptable la muerte sin inquietud y mirando hacia la nada?

Junto a estos cuidados de los enfermos terminales, Ferguson es capaz de defender la eutanasia, aunque no de una manera muy patente. Al final del capítulo anterior había dicho: «Activistas en solitario y reformistas francotiradores distribuidos por todo el país, tras haber descubierto su capacidad de investigar, de publicar, de reclamar y de entablar demandas judiciales, aparecen en los noticieros vespertinos o en los periódicos dominicales. Los tribunales y parlamentos de todo el país subvierten las normas “paternalistas” de otros tiempos: la gente moribunda tiene derecho a morir, tienen derecho a que se les administren medicamentos letales; los diabéticos y las personas sujetas a dieta pueden obtener edulcorantes artificiales; y uno no tiene que abrocharse el cinturón de seguridad si no desea hacerlo. El obligarle a uno a hacer cosas en su propio beneficio, ya no es como era antes»[136]. Y en estas páginas, apoyado en Hans Jonas, y citándole, dice: «”La responsabilidad de la medicina se extiende a la totalidad de la vida. Y su deber es proteger la llama de la vida mientras arde, pero no conservar las ascuas del rescoldo. Menos aún, consiste en infligir sufrimientos y en acumular indignidades”. En muchos Estados cabe hoy en día rechazar la tecnología para retrasar la muerte -tubos, respiración artificial, etc.- en nombre del “derecho a morir”»[137]. Este tono meramente expositivo parece incluir cierto grado de asentimiento.

La educación

En el capítulo noveno, Aprender a aprender, se repite el esquema: una primera parte de consideraciones de principio y análisis de la situación, y una segunda parte en la que se presentan las acciones realizadas por los grupos acuarianos.

También aquí se mezclan tópicos universales de la crítica a los sistemas educativos modernos con simplezas y con superficialidades. El análisis es insuficiente, como cuando señala, en referencia a nuestra situación actual: «Mientras lo que los jóvenes necesitan es una especie de iniciación a un mundo incierto, nosotros les ofrecemos los huesos del cementerio de la cultura. Mientras lo que quieren es hacer cosas reales, nosotros les atosigamos con tareas abstractas, con espacios en blanco en los que tienen que insertar la respuesta “correcta”, con múltiples opciones para ver si son capaces de elegir la respuesta “adecuada”. Mientras que lo que necesitan es encontrar sentido, la escuela les obliga a memorizar, separando la disciplina de la intuición y las estructuras globales de sus partes componentes»[138]. El no reconocimiento de los méritos de aquello a lo que se opone condena a la Nueva Era a repetirlos.

La educación transpersonal es el nombre que recibe el proyecto educativo acuariano. Sus rasgos más interesantes son recogidos por Ferguson, de nuevo, en una tabla comparativa con los rasgos del viejo paradigma educativo[139]. No la transcribiré aquí, porque no se pierde nada esencial en un resumen. Me limitaré a hacer algunos subrayados. La palabra clave aquí es «trascendencia». Véase: «La educación transpersonal es más humana que la educación tradicional, e intelectualmente más rigurosa que muchas alternativas del pasado. Su objetivo no es simplemente preparar al individuo para valerse por sí mismo en la vida, sino orientarle hacia la trascendencia. Es el correlato educativo de la medicina holística: pretende la educación de la persona entera»[140].

Léase despacio este último texto y considéreselo momentáneamente al margen de este marco. Es evidente que esas mismas palabras podrían ser dichas, sin matización alguna, por numerosos centros educativos de la más variada orientación religiosa. ¿No se pretende en los colegios católicos «orientar hacia la trascendencia»? ¿No se trata de «la educación de la persona entera»? He aquí una prueba de que hablar de trascendencia y de persona es insuficiente, peligrosamente insuficiente, para declarar los objetivos de la educación. Por un lado, «trascender» no es, para Ferguson, ir al encuentro de Dios, sino alcanzar niveles superiores de conciencia (de lo cual se habló en el capítulo tercero del libro). Se trata, sencillamente, de que los estudiantes se inicien en la psicotécnicas[141]. Lo reconoce de manera clara Ferguson cuando deforma en su propio interés el concepto de la educación entre los griegos: «La paideia se refería al sistema educativo creado por el conjunto de la cultura ateniense, en donde tanto la comunidad como las diversas disciplinas proporcionaban al individuo elementos de aprendizaje, cuyo último objetivo era alcanzar el centro divino en el propio ser»[142]. Así, pues, la «trascencencia» no lo es respecto de la finitud ontológica, sino respecto de los estados ordinarios de la mente humana.

Por otro lado, esa «persona entera» de la que se habla, es el individuo humano concebido de una manera muy específica: el individuo en la unidad de las dos conciencias o partes del cerebro, en la unidad de lo discursivo-objetivo y lo intuitivo-afectivo, según el esquema antropológico que se ha esbozado en los capítulos anteriores del libro. Se trata, en fin, de «enseñar a las dos mitades del cerebro»[143]

Otros rasgos relevantes del modelo educativo transpersonal quedan de manifiesto en las siguientes palabras:

- «Profesores, padres y alumnos -unidos-, deciden los temas importantes de régimen interno y de programación, y designan a los nuevos componentes del equipo. Los estudiantes llaman a sus profesores por sus nombres, y los consideran más como amigos que como figuras autoritarias. Los grupos por edades generalmente son flexibles y no se ajustan a la rígida estructura gradual de la educación tradicional»[144].

- «Uno de los objetivos del currículo es la autonomía de los estudiantes. Esta ambición se basa en la creencia de que para que nuestros hijos sean libres necesitan liberarse incluso de nosotros mismos -ser libre con respecto a los límites que representan nuestras convicciones y nuestros gustos y costumbres-. En ocasiones, eso significa tener que enseñar a ser sanamente -adecuadamente- rebeldes, y no conformistas. La madurez trae consigo un sentido moral que emana de lo más íntimo del propio ser, y no de la mera obediencia a las costumbres de la propia cultura»[145].

Trabajo, economía y empresa

El capítulo X lleva un título desconcertante: La transformación de los valores y de la vocación. Comienza así: «Si la experiencia transformadora es realmente una fuente de energía, entonces debe también afectar inevitablemente a los propios valores, y de esa forma a toda la economía: al mercado, la fábrica, las grandes compañías, las profesiones, los pequeños negocios, al bienestar social. Y debe llevarnos a dar una nueva definición de palabras como “rico” y “pobre”; debe hacernos repensar qué es lo que nos debemos los unos a los otros, cuáles son los límites de lo posible, y qué es lo adecuado. Antes o después, el nuevo paradigma introduce un cambio en las relaciones del individuo con el trabajo; no cabe una transformación a tiempo parcial, por su misma naturaleza»[146]. Es decir: ¿qué efectos tiene la conciencia transformada en el modo de vivir el trabajo y de abordar la economía y la gestión empresarial?

El paradigma acuariano se basa en valores: «El surgimiento de este nuevo paradigma basado en los valores aparece reflejado en la modificación de las pautas de trabajo, de elección de profesión y de consumo… en los nuevos estilos de vida que están apareciendo, basados en principios de sinergia, de solidaridad, intercambio, cooperación y creatividad… en la transformación de los lugares de trabajo, de los negocios, la industria, las profesiones, las artes… en las innovaciones en los sistemas de dirección y de participación de los trabajadores, incluyendo la descentralización del poder… en el surgimiento de una nueva raza de empresarios… en la búsqueda de una “tecnología adecuada”… en el clamor por una economía congruente con la naturaleza, que venga a sustituir la visión mecanicista que nos ha lanzado a la crisis que padecemos»[147].

Antes de seguir adelante, una pregunta: ¿a qué valores se refiere Ferguson? Hay aquí el peligro, una vez más, de una insidiosa confusión. A finales del siglo XIX diversas corrientes axiológicas han insistido en, digámoslo así, el valor de los valores. En ambientes cristianos ha prendido la axiología en variadas formas. También, por ejemplo, en ámbitos pedagógicos, e incluso en algunos éticos progresistas. Hay en este terreno muchas ambigüedades. Una no resuelta en muchos casos es la de la coincidencia, o no, de los valores morales positivos con las virtudes clásicas. Hay ocasiones en que los «valores» son alternativa de las «virtudes». El problema en su raíz es que apenas nunca se definen los valores en cuestión con la suficiente claridad. Transitar los parajes de las axiologías es, con facilidad, vérselas con un lenguaje moralinesco abstracto. Un peligro de este modo de proceder, evidentemente, es acabar en las redes de la Nueva Era, quizás sin advertencia.

La Nueva Era acuariana ha venido acompañada de una explosión de nuevas orientaciones en economía y, sobre todo, en dirección y gestión de empresas. La literatura de management con fórmulas rompedoras es abundantísima. Las direcciones de «recursos humanos» de las empresas de grandes dimensiones se sumergen en el mar inabarcable de asesores que proponen nuevas fórmulas, siempre, por supuesto, con unos informes carísimos. En realidad, se trata de un movimiento que lleva desde la explotación del trabajador, frecuente en la primera industrialización, hasta su cuidado precisamente sólo para que su rendimiento sea mayor. La Nueva Era dice descubrir un nuevo mundo en este ámbito, cuando la reivindicación de la verdadera dignidad del trabajador, y del empresario, viene siendo señalada insistentemente por instancias como la Iglesia Católica[148].

¿De qué valores habla Ferguson? Veamos la lista de los viejos en contraste con los nuevos[149]:

Concepciones del antiguo paradigma científico económico

Concepciones del nuevo paradigma basado en los valores

Fomenta el consumo a toda costa por medio de la obsolescencia tecnológica planeada, por la presión de la propaganda y la creación de necesidades artificiales.

Consumo adecuado. Guardar y conservar, reciclar, calidad, artesanía, inventos al servicio de las auténticas necesidades.

La gente debe ajustarse a los trabajos disponibles. Rigidez, conformismo.

Los trabajos deben ajustarse a las personas. Flexibilidad, creatividad. Formar y dejar fluir.

Objetivos impuestos. Decisiones emanadas de la cumbre. Jerarquía, burocracia.

Fomento de la autonomía. Autorrealización. Participación de los trabajadores. Objetivos compartidos. Consenso.

Fragmentación, compartimentación de tareas y roles. Acento en las tareas especializadas. Tareas minuciosamente descritas.

Mutuo enriquecimiento por la visión más amplia de su campo por parte de los distintos especialistas. Fomento de la elección y cambio de trabajo.

Identificación con el trabajo, organización, profesión.

La identidad trasciende toda posible descripción del trabajo.

Modelo mecánico de la economía, basado en la física newtoniana.

Reconocimiento de la incertidumbre en la ciencia de la economía.

Agresividad, competitividad. “Los negocios son los negocios”.

Cooperación. Los valores humanos son más importantes que “ganar”.

Separación entre trabajo y juego. El trabajo como medio para un fin.

Confusión de juego y trabajo. Trabajo de por sí gratificante.

Manipulación y dominio de la naturaleza.

Cooperación con la naturaleza; visión taoísta, organicista, del trabajo y de la riqueza.

Lucha por la estabilidad, búsqueda de lo estático, de lo seguro.

Sentido del cambio, del llegar a ser. Voluntad de riesgo. Actitud empresarial.

Lo cuantitativo: cuotas, símbolos de status, nivel de ingresos, beneficios, Producto Nacional Bruto, aspectos tangibles.

Lo cualitativo, además de lo cuantitativo. Sentido de realización personal, esfuerzo mutuo a favor del recíproco enriquecimiento. Valores intangibles (creatividad, plenitud) junto a los tangibles.

Motivaciones estrictamente económicas, valores materiales. El proceso se juzga por el producto, por el contenido.

Los valores espirituales trascienden toda la ganancia material; suficiencia material. Tan importante como el producto es el proceso. El contexto del trabajo es tan importante como su contenido: no lo que se hace, sino cómo se hace.

Polarización: dirección y trabajo enfrentados, consumidores y productores enfrentados, etcétera.

Superación de las polaridades. Objetivos y valores compartidos.

Miopía: explotación de recursos limitados.

Sensibilidad a los últimos costes ecológicos. Servicialidad.

“Racional”, confía sólo en los datos.

Racional e intuitiva. Datos, lógica enriquecida por presentimientos, sentimientos, intuiciones; sentido holístico (no lineal) de las estructuras.

Relevancia de las soluciones a corto plazo.

Reconocimiento de que la eficacia a largo plazo requiere contar con un ambiente de trabajo armonioso, y atender a la salud de los empleados y a las relaciones con los clientes.

Operaciones centralizadas.

Operaciones descentralizadas siempre que sea posible. Escala humana.

Tecnología acelerada, desenfrenada.

Tecnología adecuada. Tecnología como instrumento, no como tirano.

Tratamiento alopático de los “síntomas” de la economía.

Intento de comprender globalmente y de localizar las causas profundas subyacentes a la desarmonía o al desequilibrio. “Medicina” preventiva, previsión de los desajustes y escaseces.


Tiene el lector en este cuadro todas las ideas que M. Ferguson desarrolla en las páginas siguientes de este capítulo. Sólo me queda añadir algunos comentarios necesarios. El primero es inevitable: parece que Ferguson carga la mano en lo defectuoso del «antiguo paradigma» y endulza con exageración las virtudes del «nuevo». Acaba uno por pensar que los viejos economistas y empresarios eran todos y siempre unos malvados explotadores, lo cual es una idea pueril e inaceptable.

Hay una alta tasa de vaga abstracción que hace de esta lista una propuesta alicorta. ¿Cómo es posible pretender que juego y trabajo se confundan? Dependerá de los tipos de trabajos, de los días y épocas, de las circunstancias… Es magnífico buscar que el trabajo sea por sí gratificante, pero no deja de ser algo siempre oneroso.

Como es una simplificación el contraponer la «manipulación y dominio» de la naturaleza a la «cooperación» con ella. ¿Por qué habría el hombre de cooperar con la naturaleza? La cooperación incluye la idea de igualdad: cooperan los que operan juntos y, en esa misma medida, los que son iguales en la acción. Pero, ¿dónde está la igualdad del hombre con la naturaleza no humana? Aquí tiene el lector la cuña ecologista con toda claridad.

Demasiadas ambigüedades. Como la contraposición entre estabilidad y cambio. Es un tópico que el trabajador norteamericano está acostumbrado a cambiar con frecuencia de trabajo. También es sabido que la tasa de paro en EE.UU. es bajísima por lo general. Por ello cabe inferir que la variación de trabajo en ese país se da en medio de un marco de clara estabilidad laboral. El cambio es lo estable. ¿Quién puede arriesgarse en lo laboral o en lo empresarial cuando, por ejemplo, tiene a sus espaldas una familia? ¿Por qué es en sí mismo negativo para Ferguson la búsqueda de la estabilidad?

La última observación se dirige a la que viene a ser la idea que parecía bullir por aflorar en esa enumeración de valores de la Nueva Era: la primacía de los valores espirituales. Nadie se atreverá a oponerse a esa idea. Más aún, muchos pensarán que la Nueva Era viene con esto a poner a la vista un viejo anhelo clave para la humanidad. Y es verdad. Lo es, pero siempre y cuando que se entienda de la manera adecuada qué es espíritu y qué es materia. Una vez más, el lenguaje de Ferguson resulta familiar, pero lo que ese lenguaje suscita en el lector no es exactamente lo que Ferguson quiere realmente decir. «Espiritual» es, en la Nueva Era, lo relativo a la conciencia alterada. La cuestión es: ¿no es verdaderamente espiritual también, y no puede no serlo en el hombre, el empeño por subvenir a las necesidades materiales? También es una necesidad y una obligación de nuestro espíritu resolver nuestros problemas económicos. Reconozcamos, no obstante, a Ferguson el valor positivo de su apelación al espíritu, aunque lo haga de manera desviada.

La religión transformada en aventura espiritual

Sin que haya una discusión directa y detallada de las religiones clásicas, hay en el libro de Ferguson -en la Nueva Era acuariana- una subversión del sentido de la religión. El capítulo once del libro trata este asunto, y se titula La aventura espiritual: la conexión con la fuente. La posición se resume perfectamente en estas palabras: «La experiencia espiritual o mística, que constituye el tema del presente capítulo, es la imagen en espejo de lo entrevisto por la ciencia: la percepción directa de la unidad de la naturaleza, el lado interior de los misterios que la ciencia trata de conocer esforzadamente desde el exterior»[150].- En primer lugar, Ferguson llama «espiritual o mística» a la experiencia suprema, la de la conciencia transformada por las psicotécnicas. En segundo lugar, el contenido de esa experiencia es la unidad de todo. Puede decirse que el capítulo entero se dedica a ilustrar y explicar estas dos ideas.

Hay aquí una profunda tergiversación, una enorme suplantación. De acuerdo con Ana Mª Enebral, mística, «en sentido amplio remitiría simple y genéricamente a la acción misteriosa de Dios en el alma humana; pero de manera más concreta, expresa una vivencia distinta de la ordinariamente adquirida por fe, por la razón y los sentidos, o por mera psicología o conocimiento de los sentidos superiores. La mística es una acción o donación de gracias divinas, que el hombre recibe y experimenta en su espíritu: Es una evidencia interior de Dios en el hombre; comúnmente conocida como conjunto de fenómenos y gracias extraordinarias que Dios concede a algunas personas, ofreciéndoles conocimientos y vivencias sobrenaturales»[151]. Pero, ¿dónde esté el carácter de sobrenatural de las experiencias resultantes de las psicotécnicas? Ferguson sustituye con gusto el concepto de lo sobrenatural con el de lo no ordinario. Las experiencias de la conciencias transformada son experiencias no ordinarias, pero no son sobrenaturales. Para que fueran sobrenaturales sería necesario que no estuvieran en las manos de los hombres producirlas, y, sin embargo, la idea misma de técnicas psicológicas como instrumentos para conseguir esas experiencias supone patentemente que la conciencia transformada es algo que está en las manos de los hombres. La analogía entre «no ordinario» y «sobrenatural» sirve a Ferguson para igualar ambas cosas.

Ferguson prefiere acogerse a la autoridad de W. James, para quien los estados místicos «parecen ser estados de conocimiento, a los ojos de quienes los experimentan. Son incursiones a profundidades de la verdad no sondeadas por el intelecto discursivo»[152]. Es místico lo inexplicable y misterioso, y pertenece al ámbito de las experiencias de la conciencia transformada.

Lo mismo que llama «místicas» a estas experiencias, las considera «espirituales». De la religión a la espiritualidad es el título de uno de los epígrafes de este capítulo. Se trata del final de las religiones. Pero, ¿se trata del nacimiento de la «espiritualidad»? Me parece que es hacerle demasiado honor denominar con ese nombre a las experiencias de la conciencia transformada. «La mayoría de las iglesias han perdido el aspecto realmente espiritual de la religión», dice Ferguson utilizando palabras de una encuesta[153]. El lector podría pensar que esa crítica va en la dirección de solicitar de las iglesias que recuperen su espíritu, pero en realidad no es eso lo que se quiere decir. La espiritualidad en cuestión es, una vez más, sólo la conciencia transformada, y una conciencia transformada en el sentido de captarse a sí misma y al resto de las cosas como unidas en la naturaleza. No se pide un retorno al espíritu original de la religión, sino una supresión de la religión en nombre de la conciencia planetaria. En resumen: «Hoy en día los herejes están ganando terreno, la doctrina está perdiendo su autoridad, y el conocimiento está sustituyendo a las creencias»[154]. Más claro aún: «Esta espiritualidad demanda de sus candidatos que abandonen toda creencia, no que añadan a las suyas otras nuevas»[155].

No lo olvidemos: a estas nuevas dimensiones del conocimiento podemos llegar, según Ferguson, «alterando la química del cerebro»[156]. Por ejemplo, con drogas. «Para mucha gente en las diversas culturas, las drogas psicodélicas han supuesto una vía inicial, si no ya tanto un sendero, hacia la trasformación total»[157]. Prosigue con unas curiosas observaciones: «Huxley pensaba que la renovación religiosa predicha en los Estados Unidos desde tiempo atrás arrancaría de las drogas, y no de los predicadores. “La religión, de ser una actividad preocupada ante todo por los símbolos, pasará a interesarse principalmente por la experiencia y la intuición, se convertirá en un misticismo cotidiano”. Él mismo decía haberse sentido como electrificado el día que, bajo el influjo de la mescalina, tuvo una plena comprensión del sentido radical de la expresión Dios es amor. Uno de los conspiradores de Acuario contaba: “Tras muchos años de perseguir la ‘realidad’ intelectualmente, con mi cerebro izquierdo, al final supe de las realidades alternativas por medio del LSD, y de pronto todas las biblias cogieron sentido”. Otros cuentan su impresión de haber experimentado la naturaleza de la materia, o la unidad de todas las cosas, o haber sentido la vida como un juego maravilloso o como un cuento que nos contamos unos a otros. Otro relataba su experiencia del “tiempo presente dinámico: que el mundo es flujo e incertidumbre, y no algo estático, como piensa nuestra cultura”»[158]. Este texto es todo un dechado de lo que da de sí la Nueva Era acuariana. Pensaba uno que la religión consistía en la entrega del propio corazón -con la inteligencia y con la voluntad- a Dios, y Ferguson, con Huxley y otros, nos la reduce a las extravagancias en que uno se sumerge cuando pierde el dominio de sí mismo.

La segunda idea importante de este capítulo es la de la «unidad de la naturaleza». Ferguson cifra el máximo conocimiento -habrá que llamarlo, pues, máxima sabiduría- en la comprensión de la unidad del cosmos. Todo es uno. No queda nada fuera del mundo, sino sólo el mundo en su unidad: ese es el sentido de todo cuanto hay, para la Nueva Era acuariana; ese es el orden de realidad que se descubre detrás del mundo apariencial de la experiencia ordinaria[159].

Un rasgo de esta sabiduría escondida es que no constituye una doctrina, sino una pura experiencia[160]. Es experiencia de la totalidad del mundo como unidad fluida, «flujo y totalidad», y el sujeto se percibe como unido a esta totalidad. Pero de Dios, ni señal. Una importante declaración de Ferguson lo deja perfectamente claro: «No es preciso postular ningún objetivo para esta Última Causa, ni preguntarnos quién o qué fue lo que causó ese gran Big Bang, o lo que fuera, que dio origen al universo visible. No hay más que la experiencia»[161].

Matrimonio y familia

El cambio en las relaciones humanas es el título del capítulo doce del libro. Un título poco expresivo, pues su contenido efectivo es el matrimonio y la familia.

Eufemísticamente, como es habitual, se declara al comienzo lo siguiente: «En capítulos anteriores hemos ido viendo surgir un nuevo consenso en instituciones colectivas tales como gobierno, medicina, educación y negocios. Pero ningún programa ni ningún comité pueden pretender reformar ni repensar “la familia”, el “matrimonio” y las relaciones sociales en general. En realidad, no son verdaderas instituciones, sino millones y millones de relaciones -conexiones- que sólo pueden ser comprendidas desde el individuo, y en todo caso solamente como un proceso dinámico. La costumbre social es probablemente el más profundamente hipnótico de los fenómenos culturales»[162].- Pero, ¿cómo es que matrimonio y familia no pueden ser reformados ni repensados? ¿Por qué no son verdaderas instituciones? Estas pocas páginas, apenas veinte, de que consta el capítulo, contienen una descalificación abierta y completa del matrimonio y de la familia. Lo que Ferguson quiere significar al decir que la familia y el matrimonio no pueden ser reformados ni repensados es que, por ser meras y puras convenciones sociales arbitrarias, no tienen cabida en la Nueva Era. «Siempre que alguien comienza el proceso transformativo, la muerte y el nacimiento le rondan: la muerte de la costumbre como autoridad, y el nacimiento de su propio ser»[163].

A continuación se dedica Ferguson a poner de relieve las dificultades que los transformados acuarianos encuentran con frecuencia entre sus esposos e hijos. La transformación crea un abismo entre los esposos que muchas veces son insalvables. Aun así, Ferguson mantiene que «sea cual sea el coste en el plano de las relaciones personales, descubrimos que, a fin de cuentas, inevitablemente, nuestra mayor responsabilidad consiste en administrar nuestro potencial: llegar a ser todo lo que podemos ser. Toda traición a esa confianza debida a uno mismo pone en peligro la propia salud física y mental»[164]. Por lo tanto, lo que Ferguson viene a decir es que cuando el «llegar a ser todo lo que podemos ser», y en lo cual, por cierto, se cifra el núcleo de la moralidad humana[165], entra en conflicto con los nexos familiares, entonces resulta que el matrimonio es una rémora y, al cabo, es algo ya no solamente malsano (según dice Ferguson), sino también inmoral, si podemos hablar con lenguaje clásico. Como sentencia Ferguson, «cada uno es fiel a su vocación, no a una persona»[166].

La autora ofrece dos ejemplos complementarios. «Una mujer, refiriéndose a una corta relación matrimonial que había tenido tras un largo matrimonio, decía: “Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que estaba haciendo una última intentona de arreglo con el Viejo Mundo, pero al hacerlo me estaba apartando de mi propio impulso espiritual». «Un hombre de negocios que contaba que durante un tiempo intentó actuar de forma más creativa en su trabajo y anduvo a la caza de relaciones sexuales, “todo con tal de llenar el vacío, el agujero que sentía en medio de mí -el hambre espiritual-. Pero una vez que te das cuenta de lo que estás haciendo, dejas de hacerlo. No puedes seguir haciéndolo”»[167].

Frente al amor institucional, el amor holístico, «la relación amorosa transformativa es una brújula que nos orienta hacia las propias potencialidades. Nos libera, nos completa, nos despierta y nos robustece. Es algo en lo que no necesitamos “trabajar”[168]. Con toda su mezcla curiosa de intensidad, facilidad y contacto espiritual, la relación transformadora contrasta con las otras conexiones tanto menos gratificantes de nuestra vida, y acaba convirtiéndose en algo tan vital como el oxígeno. Este tipo de relaciones también nos orientan hacia otro tipo de sociedad, sobre un modelo de mutuo enriquecimiento extensible a todo el tejido de nuestras vidas»[169]. Como puede verse, este tipo de relación interpersonal sí es reformable y repensable, sí le parece a Ferguson conforme con la naturaleza del hombre.

Ya cuando trató de la educación Ferguson había dicho varias veces que es necesario desencajar el nexo entre padres e hijos para que los hijos tengan libertad[170]. Cuando ahora habla de la familia, insiste en ello. Con aprobación cuenta una anécdota ilustrativa: «la poetisa Adrienne Rich recordaba un verano pasado en Vermont con sus tres hijos, viviendo de forma espontánea, sin programas. Una noche, ya tarde, volviendo a casa después del cine, se sintió completamente lúcida y de excelente humor. “Habíamos quebrantado todas las reglas, la hora de ir a la cama, no salir por las noches, reglas que yo misma consideraba que debía observar en la ciudad si no quería ser una “mala madre”. Éramos conspiradores, estábamos fuera de la ley de la institución materna. Me sentí enormemente responsable de mi vida”. No quería que sus hijos actuasen por ella en el mundo. “Yo quería actuar y vivir por mí misma, y quería amarlos por lo que ellos eran aparte de mí”»[171]. Si este es el camino, entonemos ya el réquiem por el hombre, el matrimonio y la familia. En el relato de esta anécdota se manifiestan todos los elementos de ruptura de la familia y del hombre: todo comienza, esta vez, por la mujer, por la madre.

Ferguson insiste: «Como la relación adulta transformadora, la familia transformadora es un sistema abierto, rico en amistades y recursos, generosa y acogedora. Es flexible, capaz de adaptarse a las realidades de un mundo en transformación. Otorga a sus miembros libertad y autonomía, y al mismo tiempo una sensación de unidad grupal»[172]. Esta nueva familia, la «familia planetaria», internamente desestructurada, es para Ferguson el modelo que debe seguir la Nueva Era; en realidad, esta familia nueva no es más que cada una de las redes de la conspiración, en la que no hay padre, ni madre, ni hijos, sino tan sólo conciencia transformada y acción social.

La apoteosis final

El cuerpo del libro se cierra con el capítulo trece, La conspiración de la Tierra Entera. El Whole Earth Festival viene celebrándose desde 1969 propulsado por José Argüelles -un insigne acuariano- en la Universidad de California. Fue primero un Art Happening y pasó a llamarse Whole Earth Festival en 1971, tras haber declarado la ONU en 1970 el Día de la Tierra. El próximo está anunciado para el fin de semana del 6 al 8 de mayo de 2005. También existe la Whole Earth Review, que desde 1985 sustituye a Whole Earth Magazine, heredera de Whole Earth Catalog, nacido en 1968. Se trata de una publicación netamente acuariana y contracultural de amplia difusión. La edita Point Foundation, de marcada orientación ecologista. Ferguson menciona también los Whole Earth Papers y al dar este título al capítulo se pone en la estela de estas «redes» y grupos, una vez más.

Soñando con la difusión mundial de la Nueva Era de Acuario, la autora hace un muestrario de instituciones incluidas en la red y de los grandes conceptos que la Nueva Era aporta a la Humanidad: «Nuestra concepción de la Tierra Entera se ha modificado profundamente. Ahora la vemos como una joya en el espacio, como un frágil planeta azul. Y hemos comprobado que no tiene fronteras naturales. No es el globo que estudiábamos en el colegio, con todos los países pintados en distintos colores. Además, hemos descubierto también nuestra mutua interdependencia por múltiples caminos. Una insurrección o una cosecha desastrosa en un país distante pueden traer como consecuencia algún cambio en nuestra vida cotidiana. Las viejas actitudes resultan hoy insostenibles. Todos los países se encuentran implicados económica y ecológicamente unos con otros, y desde el punto de vista político son una maraña. Los dioses antiguos, el aislacionismo y el nacionalismo, se tambalean como viejos artefactos, como las deidades de piedra de la Isla de Pascua»[173].

Una grandilocuencia constante llena estas páginas. Se trata del sueño final, en el que sueña hasta con el fin de toda guerra. «En un ambiente rico, creativo y significativo, no cabe la hostilidad. La guerra es impensable en una sociedad compuesta de personas autónomas, que han descubierto la interconexión de toda la humanidad, que no tienen miedo de otras ideas ni de otras culturas, que saben que toda revolución comienza en el interior y que no se puede imponer a nadie el propio modelo de conocimiento»[174]. O con el fin del hambre en el mundo; a este respecto, Ferguson dedica amplio espacio a presentar el Hunger Project, organización internacional fundada en 1977 en San Francisco.

El Epílogo comenta el alcance y difusión alcanzada por el libro La Conspiración de Acuario. Se completa con una serie de catorce «argumentos de ruptura» de la Nueva Era en las décadas de los ochenta y noventa pasados. Estos argumentos repiten, condensadas, nociones ya conocidas a lo largo del libro.

Es tal el alcance de la Conspiración de Acuario, tiene tan amplia y profunda relevancia ese proyecto, que no puede terminarse la lectura de este libro sin que el lector piense que se necesitan más argumentos y, sobre todo, que se deben explicitar muchas más ideas que permanecen latentes en el trasfondo y que el lector sospecha sin poder confirmarlas con textos.

Me parece un buen resumen de todo el libro éste: «Podemos ser nuestros propios hijos»[175]. ¿Por qué? Esta es la razón que justifica este trabajo.

 

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José J. Escandell

 

 



[1] Marilyn Ferguson, La conspiración de Acuario. Transformaciones personales y sociales en este fin de siglo, Pról. 2ª ed. original J. Naisbitt, trad. P. de Casso, Pról. S. Pániker, Kairós, Barcelona, 7ª ed., 1998. Mientras no se diga lo contrario, las cursivas en las citas son de la edición citada.

[2] Son muy numerosas las editoriales y revistas orientadas hacia la Nueva Era. Se dice que en Estados Unidos se publicaron en 1988 unos 18.000 títulos y que cada semana aparecen entre 25 y 50 títulos nuevos.

[3] Metafísica, I, 2. La nota es del propio Millán-Puelles.

[4] Ética a Nicómaco, X, 8. También la referencia es de Millán-Puelles.

[5] Antonio Millán-Puelles, Fundamentos de filosofía, Rialp, Madrid, 8ª ed., 1972, p. 23. Hay ediciones posteriores. Las traducciones de los textos griegos son del propio autor.

[6] Consejo Pontificio de la Cultura y Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo portador del agua de la vida: una reflexión cristiana sobre la Nueva Era, Vaticano 3-2-2003, epígrafe 2.1, nota 14 (texto completo en español en http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/interelg/documents/rc_pc_interelg_doc_20030203_new-age_sp.html. Para el contenido de la cita, se remite a M. York, The New Age Movement in Great Britain, en «Syzygy. Journal of Alternative Religion and Culture», 1:2-3 (1992), Stanford CA, p. 156, nota 6.

[7] El nombre le fue sugerido por la lectura de Nikos Kazantzakis y de Pierre Trudeau (que citaba a Teilhard de Chardin), cfr. M. Ferguson, op. cit., p. 19.

[8] M. Ferguson emplea con frecuencia la expresión «Centro Radical» (v. gr., op. cit., pp. 261, 263, 329, 362, 367, 413, 438, 442, etc.), cuyo significado es también de orden político: por encima de izquierdas y derechas (cfr. p. 259), aunque además tiene otros significados (vid. Descubrir el centro, en el Capítulo III, pp. 89-91).

[9] Detalles sobre el asunto, en M. Ferguson, op. cit., pp. 153-159.

[10] José Luis Cancelo, Los dioses que vuelven no son los dioses que huyeron: en torno a la Nueva Era (New Age), en «Cuadernos de Pensamiento (Fundación Universitaria Española)», 11 (1997), pp. 189-222 (citado por la versión en internet: http://www.eulasalle.com/documentacion/religion/new_age.doc). El autor se hace eco, a su vez, en este punto, de una entrevista a Murphy en la revista «Más Allá» de abril 1994, núm. 8, pp. 44-52.

[11] M. Ferguson, op. cit., p. 153.

[12] M. Ferguson, op. cit., p. 155.

[14] M. Ferguson, op. cit., p. 301, nota 1.

[15] Manuel Guerra Gómez, Las sectas y su invasión del mundo hispano: una guía, Eunsa, Pamplona, 2003, p. 244.

[16] Ibid., pp. 244-245.

[17] Ibid., p. 245.

[18] Ibidem.

[19] Ibidem.

[20] Ibid., p. 246.

[21] M. Ferguson, op. cit., p. 22.

[22] Ibidem.

[23] M. Ferguson, op. cit., p. 23.

[24] Michel Anglarès, Nueva Era y fe cristiana, San Pablo, Madrid, 1994, p. 5.

[25] Ibid., pp. 6-7.

[26] José Luis Sánchez Nogales, La nostalgia del eterno. Sectas y religiosidad alternativa, CCS, Madrid, 1997, p. 85.

[27] Consejo Pontificio de la Cultura y Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo portador del agua de la vida: una reflexión cristiana sobre la Nueva Era, ed. cit., epígrafe 2.

[28] M. Guerra, op. cit., p. 186.

[29] J. L. Sánchez Nogales, op. cit., p. 88. Remite al texto de S. Pániker en M. Ferguson, op. cit., pp. 9-12.

[30] Numerosos estudios sobre la Nueva Era aportan datos siempre llamativos, que debieran ser corroborados documentalmente y sistematizados. Se dice, por ejemplo, que B. Clinton, cuando fue Presidente de los EE.UU., contó con los servicios de dos significados newagers, Stephen R. Covey y Anthony Robbins. Por la vía de las técnicas de desarrollo personal y mejora de recursos humanos, muchas empresas importantes -por ejemplo, Xerox o British Telecom- cuentan con psicólogos humanistas y especialistas semejantes.- En cine, la newager más conocida y aplaudida como tal es Shirley McLaine, pero a la nómina podrían añadirse muchos. Tom Cruise pertenece a la Iglesia de la Cienciología, una variante de la Nueva Era. La película The Body, protagonizada por Antonio Banderas, es típicamente newager; también se suele mencionar la película Ghost. En música cabe mencionar a Santana, Enya, Nirvana, Andreas Vollenweider, Jean-Luc Ponty, Ennio Morricone…- Habría que hacer capítulo aparte de las editoriales y revistas de la Nueva Era, que son muchísimas en todo el mundo.

[31] Adriano Alessi, Los caminos de lo sagrado. Introducción a la filosofía de la religión, trad. A. Esquivias, Cristiandad, Madrid, 2004, p. 127. La obra del rahneriano Josef Sudbrack, es clásica: La nueva religiosidad. Un desafío para los cristianos, Paulinas, Madrid, 1990.

[32] Con tintas muy cargadas, dice J. L. Cancelo, op. cit., p. 1: «Con todo, cuando uno inicia la andadura por ella, se siente asaltado por la sensación extraña de desorientación, asombro y perplejidad. Se tiene la impresión de caminar por un bosque sin caminos y por una selva sin sendas donde la lógica del pensamiento articulado y sistemático, que rige el mundo de las cosas de la vida y las cosas de la técnica, parece no tener lugar. De hecho, en el espacio que abre la llamada Nueva Era crece de todo. Abarca realidades asombrosamente dispares, multiformes y variopintas. Además, sus contornos, cuando se desea apurar, no están claramente determinados, acotados ni definidos. Desde las perspectiva del rigor de la lógica imperante, la Nueva Era se presenta como "vaga" y "difusa', como una "nebulosa". Así la describe el cardenal Godfried Danneels, arzobispo de Malinas-Bruselas, en su Carta Pastoral, que constituye -desde la perspectiva religiosa-, uno de los análisis mejor logrados sobre la Nueva Era».

[33] M. Guerra, op. cit., pp. 186-187.

[34] Alessandro Olivieri Pennesi, Il Cristo del New Age. Indagine critica, Libreria Editrice Vaticana, Vaticano, 1999.

[35] José María Mardones, Nueva espiritualidad y renacimiento religioso. Características de la nueva religiosidad emergente, en F. de Oleza Le-Senne (coord.), Las sectas en una sociedad en transformación, Papeles de la Fundación nº 37, Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, Madrid, 1997, pp. 132-135.

[36] Douglas R. Groothuis, Revealing the New Age Jesus, InterVarsity Press, Downers Grove, 1990; Confronting the New Age, InterVarsity Press, Downers Grove, 1988; Unmasking the New Age, InterVarsity Press, Downers Grove, 1988.

[37] Norman Geisler, David K. Clark, Apologetics in the New Age: A Christian Critique of Pantheism, Baker Book House, Grand Rapids, 1990; J. Yutaka Amano, Norman Geisler, The Infiltration of the New Age, Tyndale, Wheaton, 1989.

[38] César Vidal Manzanares, El retorno del ocultismo, Paulinas, Madrid, 1993, p. 19. La enumeración y exposición de estas características ocupa las pp. 19-44.

[39] Consejo Pontificio de la Cultura y Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo portador del agua de la vida: una reflexión cristiana sobre la Nueva Era, Vaticano 3-2-2003, ed. cit., epígrafe 1.3.

[40] Vid. J. L. Sánchez Nogales, op. cit., p. 85.

[41] M. Ferguson, op. cit., p. 141, nota 1.

[42] Vid. J. L. Sánchez Nogales, p. 28-29 y 46.

[43] Para los tiempos actuales es interesante el estudio de José Mª Romero Baró, El positivismo y su valoración en América, PPU, Barcelona, 1989.

[44] M. Ferguson, op. cit., p. 50.

[45] Peter Watson, Historia intelectual del siglo XX, Crítica, Barcelona, trad. D. León Gómez, 2ª ed., 2002, p. 641.

[46] Consejo Pontificio de la Cultura y Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo portador del agua de la vida: una reflexión cristiana sobre la Nueva Era, Vaticano 3-2-2003, ed. cit., epígrafe 1.5.

[47] J. L. Sánchez Nogales, op. cit., p. 85.

[48] Ibidem.

[49] Ibid., pp. 86-88.

[50] Ibid., p. 87.

[51] Ibid., p. 88.

[52] Ibidem.

[53] Taplinger Publ. Co., Inc., Marlboro, 1973.

[54] Rockport, Element Books Ltd., 2000. En español también está disponible Pragmagic: ideas y experimentos para cambiar su vida, Edaf, Madrid, 1992.

[55] Vid. M. Ferguson, op. cit., p. 21.

[56] Ibid., p. 501.

[57] Ibid., pp. 502-503.

[58] Ibid., p. 502.

[59] Ibid., p. 504.

[60] Ibidem.

[61] Ibid., p. 505.

[62] Ibid., p. 22. Texto citado literalmente en la página 9, al que refiere la nota 17.

[63] Ibid., p. 23.

[64] Al final del libro, en el Epílogo, M. Ferguson habla de «la cultura del Pacífico»: «Este nuevo centro económico está bordeado geográficamente por volcanes en activo, desee Japón y las Filipinas hasta la Falla de San Andrés al oeste de Estados Unidos. Desde el punto de vista económico incluye los países comerciales del Pacífico asiático, el oeste de Estados Unidos y Canadá, así como Australia y Nueva Zelanda». Y sigue: «Los visionarios de la cultura del Pacífico tienden a resaltar el futuro, la ecología, la alta tecnología, el desarrollo interno, la diversidad cultural, la coalición, la unión de disciplinas y las verdades espirituales paralelas», op. cit., p. 489.

[65] Ibid., p. 33.

[66] Ibid., p. 36.

[67] Ibid., p. 39.

[68] Un texto de ejemplo: «El sentimiento más claro del propio ser nos permite trascender las categorías y roles anejos al trabajo. No somos ante todo nuestro trabajo: carpinteros, programadores informáticos, enfermeras o abogados. A la pregunta del cuestionario sobre si leían o no regularmente literatura “ajena a su campo”, muchos respondieron que consideraban que en su campo entraba todo. La totalidad, tal como se la experimenta en el proceso transformador, sugiere que no tiene por qué haber una ruptura entre trabajo y placer, entre convicciones y profesión, entre ética personal y “los negocios son los negocios”. Para la persona que camina hacia grados crecientes de conciencia, la fragmentación le resulta cada vez más intolerable. A medida que se disipa la anestesia, se sienten los desgarrones de la carne y el espíritu. Y se vuelve difícil ignorar el contexto del propio trabajo. Después de todo, los productos y servicios no existen en el vacío, sino que se repercuten en todo el sistema», M. Ferguson, op. cit., p. 398.

[69] Ibid., p. 48.

[70] Cfr. ibid., pp. 49-50.

[71] Ibid., p. 50.

[72] Ibid., p. 51. Todo un epígrafe del capítulo V, titulado Los trascendentalistas: el sueño se extiende, pp. 135-137, se refiere a este grupo de pensadores y agitadores sociales.

[73] En la «literatura de transformación», fuente original de la Nueva Era acuariana, M. Ferguson enumera los siguientes autores: «Los libros de Teilhard […]. Abraham Maslow, Carl Jung, Aldous Huxley, Hermann Hesse, Carl Rogers, J. Krishnamurti, Theodore Roszak y Carlos Castaneda…», ibid., p. 145.

[74] A lo largo del libro hay una gran cantidad de meciones (no siempre citas) de unos cuatrocientos personajes distintos, aparte de alusiones anónimas y de referencias a informes, instituciones, organismos estadounidenses y mundiales, etc. Incluida una «Dorothy» cuyas palabras son: «Toto, tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas» (p. 92). Casi nunca hay controversia ni enfrentamiento con autores que defiendan posiciones opuestas a las de la autora.

[75] M. Ferguson, op. cit., p. 73.

[76] Ibid., p. 74.

[77] Es uno de los autores más alabados, mencionados y citados en el libro.

[78] Ibid., p. 75.

[79] Ibid., p. 74.

[80] Cfr. ibid., p. 77.

[81] Ibid., p. 89.

[82] «Sea que se derive de la asidua consideración, de la reiterada elección de lo que negligentemente perdimos o de la religación, la religión implica propiamente un orden a Dios. A Él, en efecto, es a quien principalmente debemos ligarnos como a principio indefectible; a Él, como a fin último, debe tender sin interrupción nuestra elección y, después de haberle rechazado pecando, le debemos recuperar creyendo y atestiguando nuestra fe», S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 81, a. 1.

[83] Permítaseme el inciso: ¿acaso la mente humana no es capaz de pensar (aunque no lo comprehenda) el ser irrestricto? Precisamente la infinitud potencial del alma humana es lo que se refleja en la idea del intelecto como capacidad del ser, y ambas tesis son propias de la tradición aristotélica.

[84] M. Ferguson, op. cit., p. 92.

[85] Vid. ibid., pp. 93-94.

[86] Todo un mundo de posibilidades que incluye, por otra parte, las drogas psicodélicas como «medio de entrada hacia otras técnicas transformativas» (M. Ferguson, op. cit., p. 97): «Los anales de la Conspiración de Acuario están llenos de relatos de tránsitos del LSD al Zen, del LSD a la India, del psilocibo a la Psicosíntesis» (ibid.). Sí, la Nueva Era acuariana es drogadicta, pero la droga sirve «para abrir boca», no es «el número fundamental» (Ibid., p. 98). Y es verdad: peor que la droga es el endiosamiento del hombre.

[87] M. Ferguson, op. cit., p. 96.

[88] Ibid., p. 100.

[89] Ibid., p. 101.

[90] Ibid., p. 102.

[91] «Más allá incluso del sí mismo colectivo, de la conciencia de la propia vinculación con los otros, está el Sí mismo trascendente, universal», Ibid., p. 111.

[92] Ibid., p. 133.

[93] No es una mera anécdota que M. Ferguson explicite lo siguiente: «Aunque rara vez se menciona en las historias de la revolución norteamericana, muchos de los principales revolucionarios provenían de una tradición de fraternidad mística. A excepción de unas pocas huellas, como los símbolos que figuran en el reverso del Sello Oficial de la nación y en los billetes de banco, queda poca evidencia de ese influjo esotérico (Rosacruces, masones, tradición hermética)», op. cit., pp. 134-135.

[94] Ibid., pp. 141-142.

[95] Cfr. ibid., p. 142.

[96] Ibid., 143.

[97] Ibid., pp. 147-148.

[98] Véase una comparación caracteriológica en Ibid., p. 138.

[99] M. Ferguson, op. cit., p. 157.

[100] Ibid., p. 20.

[101] Ibid., p. 160.

[102] Aunque también dice, en otro lugar, que «… las matemáticas pueden ir más allá que el sentido común» (ibid., p. 191), sin que ello sea dificultad alguna para las matemáticas ni para M. Ferguson.

[103] Ibidem.

[104] Ibid., p. 161.

[105] Ibid., p. 170.

[106] Ibid., p. 173.

[107] Ibid., p. 177.

[108] Ibid., p. 181.

[109] Ibid., p. 183.

[110] Ibid., p. 188.

[111] Ibid., p. 190.

[112] Ibidem.

[113] Cfr. ibid., p. 205.

[114] Ibid., p. 204.

[115] Ibid., 164.

[116] Ibid., p. 213.

[117] Ibid., pp. 236-239.

[118] Ibid., p. 227.

[119] Vid. ibid., p. 245.

[120] Ibid., p. 248.

[121] Ibidem.

[122] Ibid., p. 255.

[123] Ibid., p. 256.

[124] Ibid., p. 275.

[125] Ibid., p. 281.

[126] Ibid., p. 282.

[127] Ibidem.

[128] Ibid., p. 283.

[129] Cfr. ibid., p. 285.

[130] Ibid., p. 295.

[131] Ibid., p. 301. Y continúa con una observación que el lector no debe pasar por alto: «Un buen número de centros, reuniones y redes de salud holística han brotado también en el seno de las diferentes iglesias o de fundaciones asociadas a las distintas a las distintas confesiones religiosas», ibid.

[132] Vid. ibid., pp. 309-312.

[133] Ibid., p. 312.

[134] J. L. Cancelo, op. cit., nota 24. De aquella clínica Cancelo puntualiza lo siguiente: « Aquellas personas -médicos, enfermeros, enfermeras, técnicos sanitarios, personal de servicio, etc-, ofrecían la ventaja de no haber leído a los 'clásicos' ni a los teóricos de la Nueva Era. Sus sentimientos son los sentimientos de la gente, lo que la gente vive y respira, pero que, en definitiva, responde en gran medida a la sensibilidad de la New Age descrita en los libros.»

[135] Por ejemplo, M. Ferguson, op. cit., p. 84, en donde hay un largo comentario sobre el dolor que arranca de un texto del diario de Herman Hesse. Termina así: «Conflicto, dolor, tensiones, miedos, paradojas… son otras tantas transformaciones que intentan salir a la luz. El proceso transformativo comienza desde el momento que decidimos afrontarlos. Quienes descubren este fenómeno, sea por azar o como resultado de una búsqueda personal, poco a poco llegan a darse cuenta de que la recompensa bien merece el miedo a una vida no anestesiada. La resolución del conflicto o del dolor, la sensación de liberación que ello produce, facilitan el afrontamiento de crisis y paradojas sucesivas». Es decir, la Nueva Era cortocircuita el dolor como llamada de la finitud humana a la infinitud creadora divina. Se trata de conseguir un nihilismo tranquilo y burgués.

Más adelante, sobrecoge que quede sin más comentario lo siguiente: «”La muerte ya no es el punto final que solía ser, sino más bien la entrada a una existencia nueva y libre”, escribía [Lindberg]. Todos los valores de sus veinticinco años -incluyendo la importancia acordada a su vuelo, largamente soñado- sufrieron una aguda transformación. Cincuenta años más tarde, cuando Lindberg yacía en su lecho de muerte en su casa de Hawai, su mujer le pidió que compartiera con ella la experiencia de afrontar la muerte. ¿Cómo era eso de enfrentarse a la muerte? “No hay nada con qué enfrentarse”, dijo» (ibid., p. 446).

[136] M. Ferguson, op. cit., p. 272.

[137] Ibid., p. 313.

[138] Ibid., p. 326.

[139] Vid. ibid., pp. 332-334.

[140] Ibid., p. 330.

[141] «Los estados alterados de conciencia se toman en serio: para mantener abierto el acceso a la intuición y fomentar el aprendizaje con todo el cerebro, se emplean ejercicios de “centramiento”, de meditación, relajación e imaginación. Se incita a los estudiantes a que “sintonicen” con su interior, a que imaginen, y a que identifiquen la sensación especial de tener una experiencia cumbre. También se emplean técnicas para fomentar la conciencia del propio cuerpo: respiración, relajación, yoga, movimiento, biofeedback», ibid., pp. 364-365.

[142] Ibid., p. 354.

[143] Ibid., p. 367.

[144] Ibid., p. 363.

[145] Ibid., p. 366.

[146] Ibid., p. 373.

[147] Ibid., p. 374.

[148] Sobre esta cuestión es un clasico José Luis Gutiérrez, Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia, Ariel, Barcelona, 2001, en especial el Tratado sobre la economía, pp. 365-458.

[149] M. Ferguson, op. cit., pp. 379-381.

[150] Ibid., p. 420.

[151] Ana Mª Enebral Casares, Vocabulario de Palabras y Experiencias Místicas, Peso-Press, Madrid, 2003, p. 45.

[152] Cita en M. Ferguson, op. cit., p. 431.

[153] Ibid., p. 427.

[154] Ibid., p. 430.

[155] Ibid., p. 437. También se emplea, en ambientes newagers, la denominación de «metafísico» como sinónimo de «espiritual» (la propia M. Ferguson, al final del libro, emplea la expresión «noticias metafísico-espirituales», op. cit., p. 490). En su momento habrá que discutir estos usos de estos términos.

[156] Ibid., p. 435.

[157] Ibid., p. 435.

[158] Ibidem.

[159] Cfr. ibid., p. 434.

[160] Cfr. ibid., p. 438.

[161] Ibid., p. 445.

[162] Ibid., p. 451.

[163] Ibidem.

[164] Ibid., p. 454.

[165] Vid. Antonio Millán-Puelles, La libre afirmación de nuestro ser. Una fundamentación de la ética realista, Rialp, Madrid, 1994, passim.

[166] M. Ferguson, op. cit., p. 458.

[167] Ibid., p. 459.- De Esalen se cuenta que algunas de sus terapias incluyen prácticas sexuales. Ferguson, como puede verse, no rompe a favor de la promiscuidad abiertamente, pero anima a la ruptura de los lazos y la infidelidad.

[168] Poco sabe del amor humano Ferguson si suprime de él el esfuerzo y la tensión.

[169] M. Ferguson, op. cit., p. 457.

[170] No se olvide que se cae en las garras de las sectas con más facilidad si se está persuadido de que la ideología de la secta es superior a todo, y si no se tiene el apoyo familiar para acomodarse en la realidad. Con la propuesta de Ferguson en este capítulo está abriendo las compuertas a las sectas más variadas, si no se constituye el propio libro en una propuesta sectaria.

[171] M. Ferguson, op. cit., p. 465.

[172] Ibidem.

[173] Ibid., p. 471.

[174] Ibid., p. 476.

[175] Ibid., p. 470.

 

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