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No a una legislación tiránica que destruye los fundamentos de Europa y desconoce la dignidad de los europeos

¿Un choque o un maridaje entre la Biotecnología y la Economía?

por Jesús Romero-Samper

Luís Rubalcaba Bermejo, doctor en Ciencias Económicas y Empresariales, ejerce actualmente como profesor de Política Económica en la Universidad de Alcalá de Henares. Además de su dilatada experiencia docente, es de destacar -en su periplo profesional- el haber ejercido como analista estadístico-económico y asesor para la Comisión Europea. Ha ocupado diversos cargos directivos en Servilab (Laboratorio de Investigación de las Actividades de Servicios), Reser (Asociación europea para el estudio de las actividades de servicios), Cesal (Centro de Estudios y Solidaridad con América Latina), Universitas (Asociación para la Investigación y la Docencia). Partícipe en 40 proyectos de investigación, autor de 7 libros y de 6 artículos científicos. El Prof. Dr. Rubalcaba Bermejo analiza, a continuación, las implicaciones y consideraciones económicas que merecen su reflexión ante la irrupción del Proyecto Genoma Humano, la Nueva Economía, las empresas Biotecnológicas y la investigación con células troncales embrionarias.

P.- El profesor Luis Rubalcaba Bermejo analizaba en el 2003 (“Genoma humano y clonación: perspectivas e interrogantes sobre el hombre,” Alcalá de Henares, Aula Abierta 21, Universidad de Alcalá) las implicaciones económicas de la investigación en el genoma humano. ¿Qué razón le motivó, profesor, para analizar esta controvertida relación? Imagino, por la bibliografía citada, que esta línea de análisis se ha iniciado -al menos- desde el comienzo de este nuevo milenio.

R.- En el origen de la contribución referida hay una doble circunstancia. En primer lugar, se produjo un trabajo conjunto entre un grupo de profesores de varias universidades y disciplinas sobre la cuestión del genoma humano. El curso de verano organizado por la Asociación Universitas y la Universidad de Alcalá fue el verdadero impulso de este trabajo. En todos había un deseo grande de afrontar esta importante cuestión para aprender y enriquecernos con el conocimiento y el criterio de personas de diversas disciplinas y perspectivas. Debo decir que mi contribución fue posible por la relación mantenida con el catedrático Nicolás Jouve, que en todo momento mostró su máximo interés por este trabajo y me alentó y ayudó en todo momento.

El motivo particular para comenzar mi trabajo fue alguna lectura y comentario que observé en aquél momento y con el que la economía no salía muy bien parada. Algunos consideraban la economía como un elemento peligrosamente distorsionador de los fines científicos en los que se debe mantener el proyecto del genoma humano. La clara influencia de financiación privada en el proyecto no siempre recibía una justa valoración. Me pareció muy oportuno trabajar sobre un tema en el que la dicotomía privado/estatal quedase superada. La economía y la ciencia son perfectamente compatibles siempre que sean fieles a sí mismas, siempre que busquen mejorar el orden de las cosas y de las personas. Me pareció que ésta era una reflexión necesaria que debería dar lugar a una línea de trabajo más amplia. Los descubrimientos del mapa del genoma humano en 2000 y 2001 y las circunstancias en que se produjeron afectaron necesariamente al modo de entender las relaciones entre ciencia y economía y aún hoy existe un trabajo por hacer en este campo. Creo que el trabajo me mantuvo satisfactoriamente en la hipótesis de que el problema no es el conflicto entre ciencia y economía sino entre ciertos modos acientíficos y economicistas de entender la propia tarea.

P.- Realmente, como usted bien reconoce, para los economistas la investigación científica es un bien público, me atrevería a añadir que es un “valor añadido.” La tan reciente denominada “nueva economía” (internet, telecomunicaciones, biotecnologías) está demostrando una vulnerabilidad, una flaccilidad, patente y manifiesta. Históricamente la bolsa se sustenta en unos valores clásicos y más o menos fiables, pues son bienes estables y “reales” (materias primas, energías, bienes de consumo “palpables”). Y sin embargo, las nuevas tecnologías han conseguido, mediáticamente, acaparar un creciente interés por valores no muy fiables pero sí popularmente muy creídos. Internet está resultando ser una fuente de problemas inimaginables (“spams,” virus, dificultades y ralentización en las conexiones). Coberturas de las telefonías móviles: desastrosas. Y en cuanto a las biotecnologías, iremos hablando de ello. A modo introductorio, cuál es su valoración.

R.- A mi modo de ver, la “nueva economía”, tal y como se presentó a finales de los años 90, colapsa de un modo casi definitivo a partir de abril de 2000, con el derrumbe de los valores tecnológicos. En este proceso, lo que se produjo es una sobrevaloración de las posibilidades de una economía basada solamente en expectativas y en futuros inciertos. Las empresas empezaron a valorarse por su capitalización bursátil antes que por sus valores reales. Los inversores pagaban enormes cantidades de dinero por “portales” e “ingenios virtuales” que, en realidad, no valían nada o casi nada. El trabajo de dos o cuatro personas de cualificación media o media-alta podía llegar a valer en el mercado más que el trabajo de decenas de personas de similar cualificación. En España padecimos el espectacular caso de Terra, cuyo valor llegó a superar compañías enormemente productivas y fundamentales para la riqueza de un país como Repsol: que una acción que acabó valiendo 13 llegase a valer 156 es el reflejo de que algo no marchaba bien. Las principales empresas de telecomunicaciones se vieron envueltas en inversiones billonarias para sufragar las licencias de operación con nueva tecnología otorgadas en subastas artificial e interesadamente infladas en muchos países: un lastre que aún hoy muchas compañías del sector están acusando. Lo artificial del momento era de tal calibre que el fin prematuro de la última utopía tecnológica no podía tardar mucho en llegar.

En el auge de la nueva economía se produjo una doble disociación, primero entre lo ficticio y lo real, segundo entre el consenso y la verdad. Esta distinción es importante porque a veces se olvida que una valoración irreal no se produce como por arte de magia, cuando en realidad lo que sucede y se consolida en una sociedad se explica porque una parte de la misma lo cree. Frecuentemente aparecen consensos que van en contra de la verdad de las cosas: en la política, en la ciencia, en la economía. Sólo al cabo del tiempo esos “consensos” se manifiestan equívocos. Afortunadamente el hombre puede aprender de sus errores y modificar sus comportamientos. Ya no se producirán casos como los de la “nueva economía” y la corrección sufrida por ella ha servido para asentar lo que de bueno, de real, de verdadero ha traído –que ha sido mucho, dicho sea de paso-. Se cometerán otros errores, otros consensos basados en la mentira, otras disociaciones de la realidad, pero algo habremos aprendido.

Es interesante observar que la biotecnología sufre un proceso similar de auge y caída paralelo, y en alguna medida más acusado al de los valores tecnológicos. Pero la naturaleza del proceso era algo distinta. En un caso la ciencia es la protagonista, en otro, la tecnología de Internet. En un caso las cautelas sobre la posibilidades de desarrollo aparecen desde el primer momento, en el otro concurrían demasiados intereses para que las cautelas pudieran calar en la opinión pública.

P.- Habla usted del conflicto existente entre las distintas formas de entender la economía y la ciencia. Y nos pone el ejemplo de la discrepancia que mantenían el Canciller Schröeder y el Presidente Rau acerca de la investigación con embriones. Estas divergencias también se dan entre destacados socialistas españoles. Estrictamente ciencia y economía no se contraponen, pero son las interpretaciones de una y otra que hacen los políticos las que crean esa imagen de conflicto. ¿No le parece, Prof. Rubalcaba, que cuando intervienen los intereses políticos, en el fondo son los crematísticos los que se dejan vislumbrar?

R.- Estoy de acuerdo en que la política esconde muchas veces intereses de índole pecuniaria. Aunque creo que en el caso que nos ocupa los intereses ideológicos pueden ser mayores. Situar a un país e líder mundial en manipulación de embriones no puede explicarse, más que en un muy segundo término, por los intereses económicos de algunos lobbies científicos y farmacéuticos. Creo más bien, en un empeño en destruir todo concepto tradicional de vida y de familia. No creo que la opción entre investigar con embriones o investigar con células madre está condicionada por motivos principalmente económicos ni tampoco de salud pública, como a veces se dice. Creo más bien en el éxito de una “ilustración” de nuevo cuño, donde lo moderno no se entiende fuera de una manipulación total de todo aquello que no tiene los suficientes medios para defenderse, pero que se reviste de valores “positivos” aceptados por toda la sociedad. Un viejo y nuevo concepto de progreso donde sólo resulta razonable lo que ha dejado de serlo, lo que reduce el ámbito de la experiencia a categorías previas fijadas por la mentalidad dominante.

P.- Resulta interesante entender -como usted hace- la investigación científica como un bien público: “generalmente costoso de producir, cuyos beneficios son difícilmente apropiables, donde el consumo es no-rival... y es complicado excluir a la gente del uso y disfrute de dichos bienes.” Es claro que el Estado debe ejercer como garante de este bien público en dos sentidos: primeramente como guardián de los principios éticos que deben sostener las investigaciones; segundo, asegurando un común e igual disfrute de sus resultados. Pero, ¿no le parece profesor, que además el Legislativo debe tutelar por el interés público (a nivel mundial) de las investigaciones? Le pregunto esto porque a veces se hace evidente que son las -permítame- “enfermedades pudientes” del Primer Mundo las principales beneficiarias no ya de las inversiones privadas, sino de las directrices públicas.

R.- Hay que tener en cuenta que no existe un gobierno mundial que pueda legislar a nivel mundial. La ONU y la organización mundial de la salud puede dar recomendaciones, proponer debates, estimular que las legislaciones vayan en una o en otra dirección. Para que hubiera una legislación mundial sobre la cuestión se necesitaría un acuerdo entre estados, al estilo del protocolo de Kioto. Esto requeriría una conciencia mundial similar a la que ha existido sobre el medio ambiente. Y aún así existirían grandes dificultades de aprobación y aplicación por parte de los países. Por otra parte, pienso que un acuerdo mundial podría servir para orientar mejor las políticas a las necesidades de los países pobres –al estilo de los acuerdos propuestos para facilitar los medicamentos del SIDA-, pero tengo mis dudas de que, en caso de existir, sirvieran para las otras cuestiones que usted apunta.

P.- Refiere como de los 1.200 medicamentos existentes sólo 13 van destinados a enfermedades tropicales; cuando de los 54 millones de muertes anuales, 20 son causa de aquellas. Quizás, aún siendo una patología de extensión mundial, el caso del SIDA sea lacerante. Los tratamientos desarrollados son de tan alto coste que sólo son asumibles por los pacientes del mundo occidental, cuando es -sobre todo- en África donde la incidencia es mayor. No parece existir una intención seria de las instituciones públicas, nacionales e internacionales, por facilitar el acceso a estos medicamentos a los afectados del Tercer Mundo. Profesor Rubalcaba, ¿pueden o no, realmente, las instituciones cubrir o subvencionar esos gastos para, al menos, tratar por igual a todos los afectados del síndrome de inmunodeficiencia adquirida?

R.- Nuevamente me muestro escéptico en esta cuestión. Piense en otro ejemplo. Desde los años 60 el mundo occidental ha gozado de un exceso de alimentos que no ha servido en absoluto para combatir el hambre en los países pobres. Hasta el punto de que muchos dicen que el problema del hambre en el mundo se debe, paradójicamente, al exceso de alimentos -mal distribuidos-, y no a su escasez. Si en los últimos 40 años apenas hemos avanzado en esta dirección creo que la cuestión del SIDA requerirá un proceso muy largo, aunque en este caso los intereses de la industria farmacéutica son menores a los que representa la agricultura y es probable que alcancen acuerdos más beneficiosos para todos. El avance de la ciencia permitirá abaratar los costes relativos de los medicamentos y esta será la mejor solución a medio y largo plazo. Las instituciones públicas de los países ricos podrían comprar los medicamentos al precio actual o reducido, para su redistribución en los países pobres, pero esto no sería más que otro medio de ayuda a los países pobres, otro concepto a incluir en el famoso 0,7. Y tenemos que pensar las dificultades que el objetivo del 0,7 está alcanzando en la mayoría de los países avanzados. En un contexto de restricciones presupuestarias, crecimiento económico moderado y voluntad política de incurrir en déficit públicos, no parece que vaya a haber mucho margen para la ayuda al desarrollo.

P.- Menciona algunas cifras en relación a las empresas biotecnológicas en el 2001: en Estados Unidos eran 1.200 las principales, 19 de ellas empleando 162.000 trabajadores; de las 709 en Alemania, las principales 279 empleaban a 228.845; y en España de 200 existentes, las 22 más importantes contaban con 90.000 empleados. Bajo el genérico de “biotecnológicas” se agrupan empresas con diferentes objetivos, diversas áreas de investigación: las vinculadas al proyecto genoma humano (las “genomics”), las orientadas a los transgénicos, aquellas otras centradas en el cáncer y otras enfermedades, las bioinformáticas. Un espectro, en fin, muy amplio. ¿Cuál ha sido, en estos tres años, la evolución de este sector? ¿Se mantiene estable o, por el contrario, ha aumentado el número de empresas biotecnológicas, su facturación, su presencia en el mercado...?

R.- En las últimas informaciones disponibles podemos ver varios tipos de empresas dentro de la biotecnología. Las que se encuentra cerca o dentro del campo farmacéutico han visto una cierta explosión de actividad, a diferencia de lo que se esperaba hace años. En las propiamente biotecnológicas y de investigación genómica hay resultados dispares. La líder biotecnológica Amgen, por ejemplo, pasó del puesto 73 al 29 del mundo según el ranking de Financial Times, en tan solo dos años. Por su parte, Genentech ha pasado del puesto 182 al 70 entre 2003 y 2004, presentando el 18 mayor aumento mundial de una empresa en capitalización bursátil. En general, aunque no dispongo de los datos exactos, no creo que el sector esté creciendo de manera generalizada, sino sólo una parte de él, y de modo relativamente concentrado en unas pocas empresas, aunque hay que decir que estas empresas son de tamaño más pequeño que sus vecinas farmacéuticas y, por la naturaleza de su negocio, pueden mostrar un mayor dinamismo empresarial. Lo que no hay ninguna duda es de que el sector tiene un futuro muy prometedor, salvando los ajustes a corto plazo, como el producido tras el colapso iniciado por el derrumbamiento de la burbuja tecnológica.

P.- Siguiendo con la pregunta anterior, me gustaría detenerme en la influencia que está teniendo el proyecto genoma humano en el seno de las empresas biotecnológicas. Es claro que una cosa es descifrar el código genético humano (tarea que puede ser relativamente resuelta a corto plazo), y otra muy distinta obtener aplicaciones prácticas: esto es lo que encarece enormemente la obtención de medicamentos, por ejemplo. Profesor Rubalcaba, quisiéramos saber si el citado proyecto está suponiendo una barrera (en lo temporal, por lo tardío y costoso de sus resultados prácticos) para el crecimiento de las “genomics,” o bien supone una apuesta por valores de futuro en la que confiar tan magna inversión.

R.- Sin duda el retraso en la obtención de resultados está suponiendo un freno muy fuerte a la inversión en investigación sobre el genoma. No olvidemos que las empresas, sus ejecutivos y sus accionistas, en general, recelan de proyectos a muy largo plazo, cuyos beneficios pueden producirse cuando ellos ya no estén vinculados al proyectos empresarial. Al principio se estableció un horizonte de 10 años para la obtención de resultados que ahora parece extenderse bastante más. Este riesgo en la inversión es lo que justifica un apoyo público a este tipo de investigación, que no puede confiarse en exclusiva a empresas privadas sometidas a criterios de rentabilidad a corto y medio plazo.

P.- En la tabla que ofrece de las principales empresas biotecnológicas en el 2000, se observa que la facturación mayor correspondía a las empresas (Amgen, Ares Serono, Chiron, Biogen, Shire-Biochem) que investigaban sobre el cáncer, sida, hepatitis y otras enfermedades; frente a las investigadoras del genoma (Incyte Genomics, Celera Genomics, Human Genoma, Operon). ¿Sigue, profesor esta tendencia o se va invirtiendo?

R.- La diferencia entre las empresas biotecnológicas en general, y las de investigación genética en particular, se ha ampliado en los últimos años. Antes comentábamos el éxito de Amgen o Genotech. No se encuentran casos similares en el campo de la investigación genética pura, donde no parece que hayan existido muchos casos de recuperación tras el pinchazo de la burbuja tecnológica en 2000 y 2001. Celera Genomic, el estandarte de las compañías del genoma, tuvo éxito al secuenciar el genoma pero fracasó en la obtención de beneficios a partir de su descubrimiento, lo que ha llevado a la compañía a buscar otras especializaciones y aplicaciones, especialmente en campo del medio ambiente y los ecosistemas.

No obstante, hay que señalar que muchos de los nuevos medicamentos con base geonómica estás desarrollándose en las compañías biotecnológicas como Amgen, con lo que, en cierto sentido, son estas compañías las que se llevarán los principales beneficios del proyecto. Es sólo ahora cuando los fármacos experimentales del proyecto del genoma humano se están probando y aún llevará varios años su desarrollo. Estamos en la fase de evaluar los impactos de dichos fármacos. Lo que se está viendo, al igual que en la industria tecnológica, es que hay más beneficios en la aplicación y desarrollo que en la investigación.

P.- La volatilidad de las empresas biotecnológicas parece extrema, en dos sentidos: la obtención de tratamientos que, por demasiado costosos, no resultan rentables; las grandes inversiones en líneas de investigación que, frecuentemente, resultan infructuosas. Hasta el 2001, por lo menos, esos riesgos eran sostenibles. Pero, ¿actualmente son valores más o menos estables en función de los resultados obtenidos?

R.- Sí, aunque las cosas están cambiando. En mi opinión el impacto de los resultados sobre los valores bursátiles fue muy grande entre 2000 y 2002. Mi sensación es que en los últimos años el impacto es menor y está menos generalizado.

P.- En general llama la atención la influencia de las noticias en los índices bursátiles. Por lo que se refiere a las cotizables biotecnológicas, esta influencia se manifiesta significativamente en cuanto no son valores seguros o estables y, por ende, susceptibles de una pronta apreciación. Comentaba usted el caso de Human Genome: el anuncio de descifrar menos de los 90.000 genes que estimaban las expectativas de la propia empresa, provocó un desplome de sus acciones en la bolsa. El paralelismo de los valores biotecnológicos con el índice NASDAQ 100 (datos del 2000/2001), del que posteriormente hablaremos, parece mostrar una fuerte interdependencia entre ambos.

R.- Efectivamente. Era el momento más intenso del proyecto, donde las noticias inundaban los periódicos científicos y económicos. No podía ser de otra manera. En un contexto donde hubo algo de contagio del irrealismo producido en los valores tecnológicos, cualquier noticia resultaba decisiva para corregir las posiciones inversoras. Y en este sentido los anuncios que tuvieran que ver con los plazos para la obtención de resultados eran fundamentales. Por ello, el número de genes era tan relevante, porque entrañaba mayor o menor dificultad para el desarrollo de aplicaciones específicas. Un número demasiado pequeño de genes podía aumentar la complejidad de relaciones que se esperaban más lineales, lo que forzaría al estudio de las proteínas y sus interacciones, alargándose el proceso de obtención de beneficios tangibles y rebajando el valor de las patentes de los genes.

P.- Ofrece usted dos significativas gráficas: la evolución del índice de los valores biotecnológicos frente al Dow Jones y al NASDAQ 100, entre el 2000 y el 2001. En el caso de este último el paralelismo es especialmente apreciable, fundamentalmente a partir de marzo de 2000. Para ambos indicadores, en todo caso, los índices de las biotecnológicas suelen ir siempre por encima. Comentemos algo sobre estos gráficos. Empezando -sí le parece- por el cuasi exponencial crecimiento durante el primer trimestre de 2000, alcanzando su máximo en febrero: ¿a qué se debió esa espectacular subida, profesor? ¿Y la subsiguiente caída “en picado” entre febrero y mayo?

R.- El alza fue sin duda exagerada y debida a dos elementos: las expectativas sobre los beneficios del descubrimiento del genoma y el impulso recibido de la burbuja tecnológica. A mi modo de ver esto segundo tuvo más efectos que lo primero. La euforia sobre el genoma caminaba de la mano de la euforia sobre Internet. Era un momento donde parecía que había llegado una nueva revolución tecnológica y biotecnológica que nos llevaría a cotas insospechadas de bienestar y progreso. La caída en picado se explica por el fiasco que suponía que los principales inversiones financieros considerasen que esas expectativas estaban infundadas. Como en toda burbuja especulativa, el reventón se produce en cuanto unos cuantos inversores influyentes deciden cambiar la orientación de sus carteras y dejan de confiar en un valor. Una vez comenzado el declive, el pánico se apoderó del resto de inversores y de este modo se explica el colapso.

P.- Posteriormente se produce un nueva temporada de repuntes y caídas entre mayo de 2000 y febrero de 2001, sin bajar (excepto en enero) del índice “psicológico” de los 100 (Dow Jones y Nasdaq). Es una etapa estable que, sin duda, también tendrá sus explicaciones. ¿Podría detallárnoslas, Prof. Rubalcaba?

R.- En marzo de 2000 se produce el cambio de tendencia de todos los valores y esto generó un proceso que devaluó las carteras durante varios meses. A partir de mayo de 2000 los agentes inversores distinguen entre los valores tecnológicos y los biotecnológicos, cosa que no habían hecho en los meses del colapso entre marzo y abril. Aunque siguen evoluciones muy similares, los valores biotecnológicos acumulan menores pérdidas. Hay que recordar que en esos meses el mundo científico sigue enormemente interesado en el proyecto del genoma que estaba en pleno nacimiento. Los anuncios se sucedían y no existían motivos fundamentales que hiciesen perder confianza en el proyecto. A diferencia de lo que sucedió con Internet, casi desde el principio, se anunció que la obtención de aplicaciones llevaría tiempo. En los valores tecnológicos se produce un engaño deliberado por parte de todo un segmento de empresas y profesionales que se estaban volviendo literalmente multimillonarios. Lo peor es que una gran parte de la sociedad les creyó y sectores clave de la economía como las telecomunicaciones resultaron afectadas. Por ello el castigo fue mayor. Tanto para unos como para otros, la estabilidad de los meses veraniegos tuvo más que ver con un tocar un primer fondo necesario para el ajuste de carteras “chartista” que con factores de fondo. De hecho, a partir del verano continua el descenso hacia el nuevo y fondo en marzo de 2001, que tras otro periodo de pausa continuaría hasta bajar a los niveles mínimos de 2002.

P.- Y a partir de febrero de 2001 se sucede una caída, manteniendo ese paralelismo, que llegaría (con la excepción de algún repunte entre abril y junio) a una estabilización cuasi horizontal: pero ya no superando la barrera de los 100. ¿Fueron reflejo de una cierta “pérdida de confianza”? R.- A partir de febrero-marzo de 2001 ya vuelven a contar los factores reales y los elementos “fundamentales” del sector. Los anuncios volverán a tener su importancia. Menor impacto los anuncios puramente científicos, mayor impacto los anuncios de aplicaciones o de las propias previsiones de las empresas. Sí se puede decir que hubo una pérdida de confianza o, mejor, un ajuste de confianza en los meses posteriores. En todo caso, la evolución de los valores biotecnológicos en los años posteriores estará muy condicionada por la evolución de la bolsa en general, y, en particular de los valores tecnológicos, siempre con alta volatilidad y en fase de recuperación después del suelo mínimo alcanzado a principios de 2002. Es interesante el gráfico que le muestro donde la evolución entre valores tecnológicos y biotecnológicos es muy paralela, aunque con ritmos algo diferentes. Sería interesante realizar estudios más en profundidad que identificaran las especificidades de los movimientos propios de los valores biotecnológicos.

 Evolución bursátil de valores biotecnológicos y tecnológicos

P.- Finalmente, se observa que las evoluciones de las biotecnológicas son similarísimas tanto en el Dow Jones como en el Nasdaq. Ahora bien, el primero se mantiene más estable, por debajo de los 100, mientras que el segundo parece más fluctuante. ¿A qué se debe, profesor, esta diferencia?

R.- Pese a la severa corrección de las crisis de la burbuja tecnológica que estalla en abril de 2000 y dura hasta avanzado el 2003, la evolución de las biotecnológicas y tecnológicas resulta más volátil y sujeta a cambios por muchas más razones que los valores tradicionales. Podemos establecer básicamente las siguientes cuatro razones de la volatilidad: las tecnologías desarrolladas o en desarrollo siguen generando gran incertidumbre; los resultados sólo son beneficiosos a largo plazo; no permiten la inversión para obtener dividendos a corto plazo sino que la mayor parte de las veces se realizan operaciones especulativas con el único fin de obtener un beneficio a corto plazo con la compra-venta; y, por último, y a consecuencia de lo anterior, son valores considerados de riesgo –permiten acumular ganancias o pérdidas con rapidez y la información es más imperfecta-.

P.- El presidente del Comité de Bioética Italiano, Francesco D´Agostino ha denunciado (21/05/04) el utilitarismo que supone la opción de investigar con células madre embrionarias frente a hacerlo con adultas. Y vuelve a recordarnos que la primera resulta menos costosa, aunque causa problemas éticos. Pero -como se dice coloquialmente- “lo barato a la larga sale caro” y, en el plano económico, el recurso a los embriones congelados también acaba resultando costoso y problemático: son conocidos los altos índices de teratomas y malformaciones. Además, los niños resultantes de la mal llamada “clonación reproductiva” (de las técnicas de Fecundación In Vitro, F.I.V) presentan: mayor incidencia de cáncer y defectos congénitos, mayor riesgo de bajo peso. Y la placenta materna sufre mayores alteraciones estructurales por el bajo nivel de proteínas endometriales. Profesor Rubalcaba, ¿no deberían considerarse también estos problemas a la hora de evaluar, dejando aparte lo ético, si resulta más o menos costoso investigar con las troncales embrionarias que con las adultas?

R.- Sin lugar a duda. La economía sólo crece de modo estable y sostenible si se piensa a largo plazo. De poco o nada vale optar por una vía basada en cálculos solamente a corto plazo. Igual que la pesca o la caza requieren de periodos de veda o que la actividad industrial requiere evaluar su impacto medioambiental, todo análisis coste-beneficio debe tener en cuenta aspectos de la realidad, aunque sus implicaciones no sean estrictamente pecuniarias. Pero también en lo pecuniario hay que tener una visión amplia. Yo desconozco los costes y beneficios estrictamente económicos de utilizar una técnica u otra, -algo que se debería estudiar con más detalle- pero los sistemas que perjudican la vida y la salud de la gente, de los niños en particular, no puede ser bueno ni ética ni económicamente.

El robo o el asesinato también son en ocasiones las vías más rápidas para que el delincuente se apropie de la riqueza o su poder, pero su actividad restringe el bienestar de toda la población, incluido el suyo propio, el del poder que presuntamente obtiene. No hay más que ir a países como Colombia para darse cuenta que cuando se pierde confianza en el sistema el resultado es negativo para todos, incluso por los traficantes o secuestradores, cuyo estilo de vida al margen de la Ley sólo es una solución brutal y a corto plazo. Mi sensación es que un sistema que necesita de la manipulación de embriones para avanzar amenaza la vida a muchos niveles, y con ella, la confianza en el progreso, también el económico. La historia nos muestra que la manipulación del orden natural de las cosas termina sometiendo la ciencia y la economía al servicio del poder y de la ideología. Por ello digo que el problema de elegir una opción u otra no es científico ni económico, sino que está situado en otro orden de cosas.

P.- Una mayor decantación de fondos (estatales o empresariales) destinados a la investigación y resolución de pandemias del Tercer Mundo sería, también desde el punto de vista económico, beneficiosa. Concretamente, cuanto más se erradiquen esas enfermedades: menor será su transmisión e incidencia indirecta (vía emigración, turismo,...) en Occidente. A niveles socioeconómico y político supondría, además, una mayor estabilidad en el contexto de la globalidad. Y todo esto, ¿no es a la larga económicamente positivo?: ahorro, generación de riqueza, estabilidad,...

R.- Sin duda. Por ello, los gobiernos de los países ricos tienen una obligación económica y moral de fomentar la investigación en estos ámbitos. Económica porque cuanto mayor sea el bienestar de los pobres mayor será el bienestar de los ricos, sus empresas podrán vender más y mejor en todo el mundo y los problemas de la emigración y la violencia y terrorismo mundial se verían reducidos. La ayuda a los países pobres puede esgrimirse en beneficio de los propios países ricos, aunque siempre sea una estrategia a largo plazo. Moralmente porque los enormes límites que han establecido a las ayudas a los países pobres, tanto financieras -deuda externa-, como comerciales –agricultura- y directas -ayudas al desarrollo- podrían ser parcialmente compensadas con una actuación decidida sobre las enfermedades que asolan estos países. Pero ahí tenemos el caso del SIDA.

P.- Por lo que se refiere al caso del SIDA en África, la situación -como usted mismo nos declara- resulta preocupante. Efectivamente si se reducen los precios de venta de los fármacos, la consecuencia es una desincentivación de la inversión privada y de sus investigaciones. Si, más allá, se distribuyen gratuitamente los medicamentos: se corre el riesgo de que pasen al “mercado negro” para retornar al Primer Mundo. Comenta usted: “La solución pasa por repensar las formas de ayuda al desarrollo dentro de una difícil segmentación de mercados.” Apunta una posible solución en el pago, por los países ricos, de parte de esos fármacos como ayuda al desarrollo. ¿Podría desglosar con más detalle este punto?

R.- Las políticas económicas y de apoyo a sectores concretos siempre se han mostrado ineficientes cuando interfieren en los mercados. Los problemas de la política agrícola común, por poner un ejemplo, se deben en gran medida a los mecanismos que han intervenido, distorsionándoles, en los mercados agrícolas, perjudicando con ellos a muchos afectados, los agricultores de los países pobres entre otros. Por ello ahora se están pensando en reformas como la de 2003, que entra en vigor en 2005 y que propone ayuda “desvinculadas” de la producción y, por tanto, de los precios. Aunque esta reforma sigue sin resolver algunos problemas de esa política, establece un punto de partida sobre el que no se volverá atrás. En el caso de los medicamentos del SIDA no se puede ni se deben establecer mecanismos generalizados de control de precios o cantidades que desincentiven al sector. Creo que la solución pasa acuerdos multilaterales y por un co-pago de los países ricos a través de sus programas de ayuda de los medicamentos necesarios, sobre los que se puede negociar.

Hay acuerdos recientes que están estableciendo un camino esperanzador. El acuerdo de noviembre de 2002 de la OMC por el que las naciones más pobres podrán finalmente manufacturar medicamentos genéricos para combatir enfermedades como el SIDA, la malaria y la tuberculosis. O los acuerdos que se gestan en octubre de 2003 por el que los países en desarrollo podrán adquirir medicinas y materiales para pruebas contra el VIH/Sida de alta calidad hasta en un 50 por ciento menos que los precios actuales (acuerdo firmado por el Fondo Mundial (FM), el Banco Mundial (BM), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Fundación Clinton). El problema es que los países que reciben ayuda del resto de organismos firmantes tendrán que garantizar el pago y una distribución eficiente de las medicinas. Por este aspecto me parece especialmente relevante el que la Unión Europea (UE) adoptara en mayo de 2003 una nueva regulación que permite a las empresas farmacéuticas del bloque exportar medicamentos esenciales baratos a los países más pobres. La Unión Europea tiene una experiencia amplia en velar con la calidad y eficiencia de la ayuda al desarrollo, aunque muchas veces sea insuficiente para maximizar el impacto de las ayudas.

La cuestión es si estos acuerdos tendrán el alcance y repercusión que ambicionan en los próximos 5-10 años. Es altamente probable que la magnitud de los problemas existentes sean tan alta que los acuerdos no resuelvan más que una pequeña parte del problema. Aunque más vale poco que nada.

P.- Comenta profesor, como positivo, el factor de la competitividad entre la investigación estatal y la no estatal: por estimular y generar el progreso. Sin embargo, ¿no cree que también comporte el riesgo de una frenética carrera, en la consecución de rápidos y lucrativos éxitos que se salte todo principio ético?

R.- No, no lo creo. Permítame dos observaciones. La primera observación es que la competencia es buena, también dentro del campo público. La competencia estimula y promueve la competitividad que, en términos científicos, se traduce entre en producción de resultados relevantes y avances significativos. En mi contribución referida al inicio de esta entrevista creo haber mostrado los beneficios de que el proyecto del genoma humano se haya desarrollado separadamente entre el consorcio público y la empresa privada. De forma separada pero no completamente paralela. Los avances de una modalidad repercuten en la otra. Lo público y lo estatal tienen, cada uno, sus propias ventajas e inconvenientes. Es necesario pensar en una complementariedad donde tanto la investigación financiada por el estado como la financiada por el sector privado cumplen un servicio público. De aquí mi empeño en llamar investigación “estatal” a lo que se suele llamar, equivocadamente, investigación “pública”. En el campo del genoma humano el servicio público prestado por los investigadores privados ha sido notorio y no veo ningún motivo para ponerle límites. Lo que tiene que hacer el Estado es promover aquella investigación donde se producen “fallos de mercado”, donde el sector privado no basta o necesita complementarse. Por ello, sostengo que las administraciones tienen que invertir en investigación sobre el genoma pero también atender a todos los proyectos farmacológicos a la largo plazo, de riesgos elevados, o con una clientela potencial no pudiente (medicamentos de los países pobres). Y debe promover estas áreas de trabajo sin sustituir al sector privado o no lucrativo sino, al contrario precisamente animándole a encaminarse hacia las direcciones más desatendidas, además, por supuesto, de tener que dotar mucho mejor a las instituciones públicas, universidades y centros de investigación.

La segunda observación la refiero a la cuestión ética. En este caso creo que estamos hablando de algo diferente. La ganancia fácil puede animar a saltarse principios éticos, tanto en la investigación genética como en las relaciones profesionales que buscan la corrupción, el robo, el abuso o a la estafa. El que se salten principios éticos por conseguir más dinero no invalida la justa lógica del beneficio económico en la acción humana. Son la cultura y la ley las encargadas de velar por el cumplimiento ético a través de las conciencias de la gente y de las regulaciones respectivamente.

P.- Brevemente cita el riesgo de que las compañías de seguros recurran a los test genéticos a la hora de establecer los baremos de sus primas. Es decir, que un asegurado con riesgo (alta probabilidad) de padecer alguna enfermedad crónica grave, deba pagar más por su/s póliza/s, o simplemente no ser aceptado como tal... “no va a resultar rentable.” También le agradeceríamos un análisis más extenso. Desde luego, a primera vista, parece bastante inhumana esta pretensión.

R.- En este punto, desde luego, se pueden producir abusos, que, además, chocan con el derecho a la intimidad y a la protección de datos. He leído alguna cosa pero no me siento capacitado para realizar el análisis que me sugiere. Tiendo a pensar que las compañías de seguros, salvo excepciones obvias, no deberían discriminar por factores que están fuera del control de los individuos, como el sexo, la edad o la condición social. Pero sí tienen el derecho a discriminar por comportamiento. En este sentido los tests genéticos estarían mal utilizados si persiguen penalizar a aquellos individuos predispuestos genéticamente a determinadas enfermedades. Sería una práctica inhumana que debería castigarse severamente en caso de producirse, desde mi punto de vista. Aunque para muchos podría resultar admisible que se bonificara a aquellos individuos que, estando predispuestos a determinadas enfermedades, siga pautas de comportamiento tendente a controlar su salud de forma periódica y ordenada. Esta práctica podría ser beneficiosa para el conjunto de la sociedad. En todo caso es un tema muy controvertido: en tanto que la veda queda una vez abierta, es mucho más difícil la identificación y el control de aquello que está bien y aquello que está mal.

P.- Las recientes declaraciones del Dr. Antonio Pellicer (ABC, 16/05/04), director del Instituto Valenciano de Infertilidad (I.V.I.), muestran muy bien lo que usted denuncia: la justificación de fines espurios, la primacía de la ideología y de lo innecesario, en el caso de las células troncales (por ejemplo). El citado Pellicer se refiere a los embriones congelados como “material” o “fuentes” para la investigación. Con el actual cambio de Gobierno surge otra polémica política que denuncia ocultos intereses utilitaristas, económicamente -me atrevería a decir- improductivos. Me refiero a la surgida entre las Comunidades Autónomas de Andalucía y Cataluña por sus aspiraciones a la exclusividad de poseer el único “banco (estatal) de células madre.” El I.V.I. también parece haber entrado a la pugna, o al sorteo. En fin, la concepción -como usted, acertadamente, alerta- del hombre como producto económico. Efectivamente, no es un choque entre ciencia y economía: es la manipulación de ambas por intereses políticos.

R.- Completamente de acuerdo.

P.- Reunida la Comisión de Reproducción Asistida (ABC, 25/05/04), en relación a la investigación con células madre embrionarias, se excusa la presentación de proyectos de investigación bajo la excusa de un vacío legal hasta el momento. Bien sabe usted, profesor Rubalcaba, que en otros países donde se están desarrollando protocolos con embriones congelados los resultados -hoy por hoy- son nulos. En cambio, con células troncales adultas humanas ya existen resultados terapéuticos eficientes. Por poner un ejemplo de hace años y “vox populi”: Josep Carreras. ¿No revela esto nuevamente, profesor, que son de índole pecuniaria los intereses ocultos?

R.- Los intereses pecuniarios se pliegan fácilmente a los intereses del poder. Por ello, creo más en la hipótesis de los intereses políticos que usted apuntaba antes o en la de los intereses ideológicos. Incluso aunque la vía embrionaria genere grandes ganancias a corto y medio plazo. Económicamente, la ganancia a medio o largo plazo no está garantizada que sea mayor en el caso del uso de embriones y, aunque lo fuera, sería discutible éticamente. Los resultados positivos con el uso de células madre que usted apunta son la prueba de que las expectativas económicas deberían entonces ponerse de ese lado y no del otro. Cuando la economía pierde su referencia en la realidad, en la construcción a largo plazo, entonces ya no hay orden, sino desorden, no hay economía sino economicismo. A veces los mercados reaccionan y ponen las cosas en su sitio (como en el caso de la burbuja tecnológica que hemos comentado), pero otras veces la cuestión no es así, y puede haber desequilibrios, ineficiencias e inmoralidades que duren siglos. Que se corrijan los errores que actualmente se están cometiendo requiere de pueblos y gobernantes que tengan las ideas claras y busquen el bien común, esto es, el bien de todos, por encima del bien propio. Pero, en nuestros días, salvo excepciones, esto sólo es posible para quienes han sido formados en una cierta cultura y con una cierta educación.

P.- Finalizo profesor, por la acertada conclusión de su verbo, citándole: “Al final el problema de qué tipo de economía ayuda a qué tipo de ciencia remite a una cuestión de conciencia, que, ayudándoles, trasciende los ámbitos científicos o económicos. La manipulación genética y sus investigadores y legisladores siempre tendrán que optar entre el orden y el desorden, entre la construcción y la destrucción, entre el servicio a la sociedad o el servicio al poder, entre una economía de la ciencia al servicio del hombre y una ciencia mercantilizada al servicio del dinero o la ideología.”

Finalmente agradecerle, profesor Luis Rubalcaba Bermejo, ésta su intervención, e invitarle a plantear cualquier otra cuestión que usted considere oportuna.


R.- Muchas gracias por una entrevista que denota un gran entendimiento e interés por los temas. Los investigadores no podríamos avanzar sin la formulación de preguntas que nos suscita la realidad y, fundamentalmente, las personas que, como Usted, nos interpelan a buscar un significado de lo que hacemos, pensamos y decimos.

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Jesús Romero-Samper

 

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