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No a una legislación tiránica que destruye los fundamentos de Europa y desconoce la   dignidad de los europeos

Nuevo Socialismo, Democracia y Sociedad Civil: ¿Ideales contrapuestos?.

por Francisco García Piñero

Uno de los más relevantes acontecimientos de la reciente historia de la cultura occidental ha sido el advenimiento que la sociedad civil ha protagonizado – en forma de movimientos cívicos – en detrimento del control de los estados sobre ella. Este advenimiento ha supuesto, grosso modo, un apuntalamiento en el sistema democrático moderno en la medida en que ha propiciado una mayor participación del cuerpo social en la orientación general de las cuestiones públicas. Que algunos partidos políticos traten de acaparar para sí el control sobre dichos movimientos con la pretensión de "apuntalar el sistema democrático" implica el riesgo de revertir tal sistema en un nuevo corporativismo de corte excluyente.

Introducción.

En el momento actual de evolución de la cultura occidental, resultaría una perogrullada afirmar que la democracia liberal ha conseguido afianzarse como el único sistema político deseable para organizar la vida de los modernos estados[1]. Sin embargo, las múltiples manifestaciones cívicas que se vienen repitiendo sin solución de continuidad en nuestros días parecen indicar que dentro de la tecnoestructura actual hay algo que no funciona bien. Existen colectivos, más o menos numerosos, que ven vulnerados sus derechos fundamentales por un estado que, en teoría, les sirve[2]. Que dichos colectivos se hayan agrupado en sociedades, asociaciones, plataformas, movimientos, etc... – lo que algunos autores han denominado comunitarismo[3] – es indicativo de una mayor toma de conciencia por parte de la sociedad civil del peso que debería tener en un sistema como la democracia liberal. Este advenimiento representa, a nuestro entender, uno de los cambios más significativos y positivos que ha arrojado la historia reciente de la cultura occidental. Que algunos partidos políticos traten de acaparar para sí tales movimientos con la pretensión de apuntalar el sistema democrático, implica para éstos el riesgo de revertir dicho sistema en una suerte de neocorporativismo que contravendría la esencia de la tan anhelada democracia perfecta.

La definición del proyecto político elaborada por el socialismo español en su trigésimo sexto congreso incide en el apuntalamiento del sistema democrático a través de una potenciación de la relación entre el partido – una vez logrado el acceso al control del estado[4] – y la sociedad civil. Dicha potenciación se concreta para el Partido Socialista Obrero Español en la conversión del partido en el cauce de expresión de todos los ciudadanos. Unidos así al estado – a través del control que el partido ejerce sobre la sociedad – el modelo de sociedad que se deriva de esta propuesta se encuentra más cerca del corporativismo que de la democracia liberal que se persigue. Cabe, ante este proyecto, plantearse varios interrogantes. ¿No contraviene tal proyecto la esencia de la democracia?. ¿Tienen cabida en ese modelo los disidentes, aquellos que, por convicción personal, ven ciertas cuestiones de modo distinto?. La polémica abierta actualmente a propósito de la enseñanza de la religión en la escuela pública o de la legislación sobre el matrimonio parecen indicar lo contrario. Que la protesta por parte de los católicos haya sido tramitada en ocasiones mediante la organización de foros, movimientos y asociaciones, indica de modo inequívoco hasta qué punto el comunitarismo se presenta como una alternativa cultural al neoliberalismo que deja todos los ámbitos de actividad social al control del estado.

Parámetros culturales básicos del momento presente. El advenimiento de la vía comunitarista.

Si durante los años de la posguerra mundial y buena parte de la década de 1950, la sociedad occidental se mantuvo anclada en un conformismo más o menos acomodado a los parámetros culturales marcados por la Sociedad del Bienestar[5], hacia finales de esa misma década comenzó a percibirse un cambio. Dicho cambio se concretó en la común afirmación de que existían ámbitos sociales, económicos, políticos, ideológicos y culturales en los que la participación de la sociedad debía ser mayor de la que había venido siendo en la etapa anterior. Una mayor participación y desde una postura ideológica en ocasiones distinta y crítica a la predominante. De aquí que esta tendencia cultural – muy plural tanto en sus orígenes como en sus formas y manifestaciones concretas – se convirtiera en alternativa interna al conservadurismo predominante en el mundo occidental.

El panorama cultural tras el tercer 89, ha quedado definido por la existencia de dos vías o líneas culturales básicas. Ambos planteamientos coinciden en que el sistema político ha de ser la democracia liberal, pero discrepan en cuanto al papel que debe jugar la sociedad en él así como en la orientación económica global. La vía neoliberal que implica un modelo económico capitalista e impulsa un sistema social individualista, pragmático y consumista. Supone una fase nueva y superadora del Estado de Bienestar, en la que la sima entre gobernantes y gobernados, entre sociedad y estado, se ha hecho mayor de lo que fue en la etapa anterior. Predomina un escaso interés por la cosa pública precisamente porque ésta, ha sido revestida y envuelta con un papel tan áspero y brillante, que repele y deslumbra al ciudadano común que pretende acercarse a ella. Lo público es, en el actual sistema, cuestión de los técnicos, los peritos, los comités de sabios[6]. Y la vía comunitarista que señala una participación más activa de la sociedad tanto en el desarrollo político como en las implicaciones derivadas del desarrollo económico.

El comunitarismo como modelo cultural alternativo: una puntualización.

Es preciso tener presente que lo que denominamos aquí vía comunitarista, no equivale de modo unívoco a una tercera vía al modo en el que fue definida por Anthony Giddens; ni a un cándido llamamiento a la reducción del tamaño del estado en beneficio de una mayor preponderancia del cuerpo social. Resulta evidente que, tanto en la socialdemocracia como en el llamado “rearme moral”, se podrían encontrar expresiones de comunitarismo. No obstante ni en una ni en otra postura se agostan las potencialidades que la vía comunitarista puede aportar a la presente situación cultural[7]. Que el establecimiento de estas equivalencias sea uno de los problemas más acuciantes que presenta el comunitarismo en la actualidad, nos lleva a tratar de definir qué entendemos por comunitarismo y cuáles son los problemas más relevantes que éste presenta en el actual momento cultural.

Entendemos por comunitarismo, más que un sistema político que potencie las comunidades cívicas o un programa político dentro de un determinado partido, la corriente que aboga por la recuperación de la persona como sujeto activo de la vida social. Capaz, mediante el ejercicio libre de su responsabilidad pública – tanto en el ejercicio de sus derechos individuales y públicos, como en el ejercicio de sus labores cotidianas –, de dar solución a los problemas que se plantean en la sociedad en la que vive. El comunitarismo es, más bien, la aspiración a dar solución a los problemas planteados por el sistema actual desde abajo, esto es, a través de una reforma amplia de la persona[8]. En este sentido, cabe afirmar que la aspiración a construir una sociedad imbuida por unos valores determinados equivale a contar con personas que así sean, esto es, que se entiendan así mismas como depositarias de dichos valores y que se esfuercen por vivirlos, pues son las personas las que conforman el cuerpo social. Sería ingenuo no percibir hasta qué punto se hace necesaria una sólida, serena y profunda reflexión – tanto que supera con creces los límites y posibilidades de este artículo – sobre los fundamentos básicos que deberían inspirar la cultura de nuestro tiempo para dar acabado cumplimiento a aquella aspiración. Ya pusimos de manifiesto más arriba como resulta particularmente complicado construir una cultura en la que la persona ocupe el centro si no se cuenta con un basamento metafísico riguroso que sirva de guía y base a la vez. Base – y muy sólida – sobre la que asentar la necesaria jerarquía que deben tener los valores. Y guía igualmente sólida para poder adquirirlos e integrarlos como parte de la misma cosmovisión personal. De otro modo se acabaría llegando a un simple consenso tácito – o trágico – en torno a qué valores difundir como prioritarios, y a una aceptación – más o menos resignada – de los mismos; una suerte de imposición pactada y aceptada, pero difícilmente asimilable como parte de nuestra propia identidad personal. Serían de este modo, las instituciones, los estados y los partidos los que acabarían por imponer los valores que ellos mismos representan mientras que las personas, el núcleo amplio de la sociedad, los ciudadanos corrientes, permanecerían al margen limitándose a aceptar – con más o menos gusto – aquello que les viene dado desde arriba[9].

No pretendemos, en los límites de este artículo, agotar el tema que estamos abordando. Por ello en el establecimiento de los principales problemas que presenta la tendencia comunitarista haremos especial hincapié en aquel que más relación presenta con nuestra pesquisa inicial, a saber, que el comunitarismo representa una tendencia cultural actual que presenta una serie de potencialidades de peculiar interés para superar el individualismo neoliberal por un lado; y que, por otro lado, el proyecto político del socialismo actual implica para esta tendencia el riesgo de contravenir la esencia de la democracia en la que tiene un campo muy adecuado para conseguir un desarrollo práctico. Existen, a nuestro modo de ver, cuatro problemas esenciales a los que se enfrenta la tendencia comunitarista en la actualidad:

1.           Las ambigüedades éticas. Bien entendido que se trata de una consideración general, podría afirmarse que algunas de las propuestas que, por la vía comunitarista, se reivindican están sujetas a ciertas ambigüedades éticas que las convierten en insolventes de cara a su aceptación por una antropología cristiana. Y esto en la medida en que se vuelcan en categorías culturales que impiden el acceso a la realidad trascendente que forma parte de la vida del hombre. En este mismo sentido, una cultura que no permite que el hombre se desarrolle plenamente, esto es, en todas sus facetas humanas y espirituales, no es una cultura plenamente humana[10]. Abortar la posibilidad de acceso a la trascendencia mediante el empleo de categorías culturales que se cierran a ella, no parece un buen criterio para dar base a la corriente comunitarista.

2.          La capacidad de actuación. Hemos señalado como el comunitarismo comenzó a cobrar fuerza en el marco de las sociedades occidentales en torno a finales de la década de 1950. surgido por tanto en un marco político adscrito al sistema democrático, los movimientos comunitaristas encontraron – y aún encuentran hoy – algunas dificultades para que sus aspiraciones y objetivos adquieran resonancia en las instituciones. Resulta, acaso contradictorio, que en un marco político en el que la participación ciudadana debiera tener un peso específico reconocido, tal participación encuentra trabas importantes a la hora de hacer valer sus opiniones sobre el cuerpo político, administrativo y burocrático.

3.          Las contradicciones de la vía. Debido a estas dificultades algunos movimientos optaron por alternar su postura civil con la imposición de medidas coincidentes con sus objetivos desde el estado. La colaboración con los partidos políticos y las instituciones contra las que algunos de los movimientos luchaban, así como la aceptación de las condiciones del sistema democrático liberal, en aspectos como el sistema económico o las repercusiones sociales del desarrollo político-económico, generan contradicciones en la vía que algunos movimientos no han sabido superar sin fracturas[11].

4.          El peligro del neocorporativismo. Derivada de la erior problemática surge el riesgo, más que evidente para ciertos movimientos, de incurrir en una postura neocorporativista. La necesidad de alternar la consolidación de los objetivos entre la sociedad civil – y que ésta sea quien los haga efectivos en el marco del desarrollo social – con la imposición de medidas desde el estado, genera a su vez, el peligro de la instrumentalización de los movimientos cívicos por parte de los partidos políticos. De aquí surge una sociedad articulada a través de cuerpos intermedios pero forjados y/o controlados desde el estado, bajo los auspicios de un partido político y, por tanto, derivados no de la libre actividad de la persona en sociedad, sino de la articulación y canalización estatal de las aspiraciones de que es depositaria la sociedad. Aspiraciones que resultan cambiantes en el tiempo y, por lo demás, no siempre coincidentes con los objetivos programáticos que los partidos políticos se fijan.

La propuesta del Nuevo Socialismo: Apuntalar el control del partido sobre la sociedad civil.

Un ejemplo evidente de tal peligro parece concretarse, a nuestro entender, en el proyecto político que el PSOE sometió a debate los pasados días 2 a 4 de julio. Para los miembros de la ejecutiva federal en el tiempo transcurrido entre la celebración del 35º y el 36º Congreso se ha logrado la unidad con la sociedad. Esta unidad se manifestó de modo claro en la victoria electoral del 14 de marzo[12]. Tras esta constatación, el objetivo del 36º Congreso se perfila en cuatro ámbitos de compromiso político. En primer lugar, responder: “...a las raíces del partido y a su identidad. Somos la expresión política de principios y valores compartidos por muchos millones de ciudadanos y somos...el instrumento de gobierno de la mayoría de izquierda española[13]. En segundo lugar: “Orientar y dar coherencia al trabajo político[14]. El tercer ámbito es aportar: “...nuevos objetivos y nuevas aspiraciones populares...Los valores del socialismo se plasman hoy en la lucha contra la exclusión social, en la construcción de una sociedad integrada e integradora y a la vez respetuosa con el proyecto de vida de cada persona...[15]. Es este tercer ámbito de compromiso el que supone uno de los quicios fundamentales del Nuevo Socialismo – y a su vez de nuestra argumentación – pues encuentra su basamento no en elementos de índole ideológica sino, en una gesto de aproximación del Partido a la sociedad. En una actitud de acercamiento y apertura que algunos han llamado Nuevo Talante. El último ámbito del compromiso político del partido se cifra en la aspiración a seguir creciendo: “convertir al Partido Socialista en una organización cada día más fuerte, al servicio de los intereses de los ciudadanos[16].

Una lectura algo detenida del proyecto aquí esbozado permite identificar el hilo conductor de toda nuestra argumentación inicial. Sociedad civil y partido político son entendidos en él como entes autónomos y depositarios de unos determinados valores. Dichos valores se encuentran en el partido desde su fundación mientras que en la sociedad han ido adviniendo de modo progresivo a través de una mayor toma de conciencia de las competencias que ésta tiene en un sistema democrático. Hasta que en un momento dado, dichas entidades autónomas convergen, a través de sus propios medios, hacia el entendimiento en la medida en que perciben la afinidad de los valores de que son depositarios[17]. Una sociedad civil más consciente y comprometida con una serie de valores centrales y organizada, al menos parte de ella, en movimientos y organizaciones para llevarlos a la práctica, y un partido político que se acerca a ella con unos valores análogos para erigirse en el líder orgánico de aquella a través del reconocimiento que ésta otorga a su gestión. Unidad orgánica entre sociedad y partido – entre masa y vanguardia diríamos en otros tiempos – amparada en el halo legitimador que otorga una victoria electoral pero que permite al Partido convertirse: “...en el lugar de encuentro natural de cuantos ciudadanos quieren dedicar parte de su vida a hacer a los demás más libres, más iguales y más solidarios...[18]. A partir de ese momento, el partido desde el estado puede comenzar con la aplicación de su proyecto ideológico sin temor a que se produzcan contradicciones entre los objetivos del partido y los de la sociedad civil pues ambos son los mismos, esto es el apuntalamiento de una sociedad participativa, comprometida con su progreso, organizada en movimientos, plataformas cívicas, foros de debate, etc...pero que no escapa al control que el partido ejerce sobre ella a través del dominio de las instituciones y la elaboración de normativas[19]. Control que pasa desapercibido por la pretendida concomitancia de valores entre ambos organismos – sociedad civil y partido – .

Conclusión.

Y sin embargo, a juzgar por los acontecimientos que jalonan la actualidad pública en relación a ciertos aspectos como la enseñanza de la religión en la escuela pública, la legislación sobre el matrimonio, las leyes sobre el empleo de células madre embrionarias, etc... no parece que tal convergencia sea real, pues ciertamente no son pocos quienes ven en tales medidas una agresión tanto a sus convicciones personales como a sus derechos fundamentales y, en consecuencia, se oponen a ellas. Este hecho pone de manifiesto que lo que se presenta como coincidencia de ideales que permiten apuntalar la democracia deviene, en realidad, en control ideológico de la sociedad por parte de un partido que controla el estado. Dicho de otro modo, lo que el proyecto político del Nuevo Socialismo pone de manifiesto es un más que generoso esfuerzo intelectual por parte de sus ideólogos por garantizar una cobertura cultural al, ya más que viejo añejo, deseo tradicionalista de impedir el desarrollo de una rica vida social libre. Controlar y orientar la sociedad de acuerdo con una panoplia ideológica determinada no parece un buen criterio para apuntalar el sistema democrático. El comunitarismo, tal como lo hemos apuntado más arriba, presenta potencialidades de interés para conseguir una profundización en tal sistema en la medida en que entiende que el progreso de la sociedad es el progreso de la persona que la forma con arreglo a un bien, una verdad y una belleza de carácter universal y, por tanto, válidos para todas las personas que la forman, no sólo para una parte – no muy numerosa por cierto – de ella. La profundización en la reflexión de los parámetros culturales en los que debería basarse la nueva cultura del siglo XXI se presenta como uno de los aspectos más acuciantes que la intelectualidad de Occidente tiene planteados. Por lo mismo por lo que hay mucho en juego importa bastante que tal reflexión se haga desde unas sólidas bases humanísticas abiertas al ser y a la metafísica.

 

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Francisco García Piñero

 



[1] No conviene olvidar, en este sentido, que recientemente han llegado a justificarse operaciones bélicas en favor de la extensión de dicho sistema político a regiones geográficas en las que quizá no se haya producido aún una evolución cultural análoga a la experimentada por las sociedades occidentales. Y esto a pesar de la opinión explícita de miles de ciudadanos cuya voz en un sistema democrático, debería contar con un peso más preponderante. Cfr. El País, 16 de febrero de 2003, pp. 2 a 11. Ciertamente que algunas de las manifestaciones que emanan del cuerpo social están sujetas a fuertes ambigüedades – cuando no contradicciones – de carácter ético y moral que las hacen insolventes, pero lo cierto es que en los actuales sistemas democráticos, la sociedad civil encuentra en ocasiones más trabas que apoyos por parte de las instituciones que deberían estar a su servicio. Cfr. LLANO CIFUENTES, Alejandro: “El Humanismo cívico”, Barcelona, Ariel, 1999, pp. 7-14. Un texto reciente sirve también para ilustrar el predominio que el sistema democrático ha adquirido en nuestras sociedades: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”, en MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES Y DE COOPERACIÓN; MINISTERIO DEL INTERIOR Y MINISTERIO DE LA PRESIDENCIA: “Tratado por el que se establece una constitución para Europa”, Madrid, 2004, Parte I, Título I: De la definición y los objetivos de la Unión, art. 1-2: Valores de la Unión, p. 15. Ver también Título VI: De la vida democrática de la Unión, pp. 34-36.

[2] Piénsese, por ejemplo, en la agresión que los católicos españoles sufren en la actualidad en relación a la enseñanza de la religión en las escuelas públicas. O los envites que la legislación del gobierno actual pretende arrojar contra la integridad del matrimonio tradicional. No conviene tampoco olvidar la agresión que la dignidad humana recibe de posturas legislativas permisivas con prácticas como el aborto, la eutanasia o el empleo de células madre embrionarias...No sin razón es un principio fundamental de la Teología moral que es bueno el acto bueno, no aquel que tiende a un fin bueno. El fin nunca justifica el medio.

[3] Cfr. MACINTYRE, Alisdir: “Tres versiones rivales de la Ética”, Madrid, Rialp, 1992; NAVAL, Concepción: “Educar ciudadanos. La polémica liberal-comunitarista en educación”, Pamplona, Eunsa, 1995; CHONSKY, Norman: “Política y cultura a finales del siglo XX. Un panorama de las actuales tendencias”, Barcelona, Ariel, 1994.

[4] No conviene olvidar que el 36º Congreso del PSOE se abre como un ámbito de reflexión para evaluar el proyecto político a seguir tras la victoria electoral del 14 de marzo, no como un foro donde debatir la estrategia electoral para ganar las elecciones. Dicha estrategia fue planteada por el 35º Congreso y ratificada en las elecciones que dieron la victoria al Partido (cfr. BLANCO, José: “Discurso del secretario de Organización y acción electoral del PSOE”, en 36º Congreso Federal del PSOE). Se trata pues de un posicionamiento – el del 36º Congreso – que se elabora desde la conciencia de Partido que gobierna y que tiene cuatro años para desarrollar su programa político. Programa encaminado a ejercer un mayor control sobre la sociedad desde la cima del poder del Estado.

[5] Fueron éstos el individualismo y pragmatismo en lo social, que generó el apuntalamiento de los estados sobre la sociedad civil. La identificación entre fines del estado democrático y fines de la sociedad fue tal que, una vez elegidos los representantes gubernamentales, ésta hacía dejación de sus responsabilidades cívicas. Los años cincuenta marcaron en lo político el auge de los partidos conservadores. En lo económico, el capitalismo compensó la pérdida de peso específico de la sociedad civil en la toma de decisiones comunes, mediante la extensión del bienestar económico y material a mayores capas de la sociedad. Estratos sociales que, en la época anterior, se habían visto privados injustamente de su participación en la riqueza material generada por los nuevos modos de producción industrial, accedieron en esta época a cotas de bienestar material mas elevadas. En general, el acceso a una vivienda digna; la percepción de un salario mas adecuado al coste de la vida; el desarrollo de un sistema de cotización y previsión social; el establecimiento de un sistema sanitario público y gratuito; etc... fueron logros de esta época. Cfr. TORRES SÁNCHEZ, Rafael: “El desarrollo económico en los siglos XIX y XX”, en DE DIEGO, Emilio: “Historia del Mundo Contemporáneo”, Madrid, Actas, 1994, pp. 154-162 y OLÁBARRI GORTÁZAR, Ignacio: “Los conflictos socioeconómicos y sus respuestas”, en DE DIEGO, Emilio; op.cit., pp. 189-191.

[6] Con claridad meridiana lo ha expuesto Alejandro Llano: “La quiebra entre ética pública y ética privada conduce inevitablemente a configuraciones burocráticas y tecnocráticas, en las que la gente común y corriente, el ciudadano de la calle, queda marginado... Supongamos que no hay más remedio que proceder así para salvaguardar la paz interna, el orden político y el progreso económico. Pero advirtamos, al menos, la pérdida de sustancia moral que se ha producido en tal maniobra. Porque se ha cambiado verdad por certeza, privando de peso antropológico y de fundamento metafísico a nuestras discusiones éticas. Lo que se ha excluido es la operatividad de la noción de bien común, sustituida por la de interés general...Mientras que el concepto de bien común presenta un carácter marcadamente ético, la idea de interés general posee una índole instrumental y, por así decirlo, técnica...La técnica jurídica y la técnica económica, los conocimientos aplicados propios de la tecnoestructura... Los ciudadanos corrientes y comunes no entienden el idioma que suelen usar los políticos, los profesionales de la empresa y los funcionarios. Lo que claramente sienten es que no se cuenta con ellos... Por eso se desentienden de la cosa pública, a la que raramente acuden los profesionales mas competentes”. Cfr. LLANOS CIFUENTES, Alejandro, op. cit., pp. 27-29.

[7] Situación que, en países como España y muy en general, se encuentra dominada por los parámetros neoliberales de consumismo, pragmatismo y desentendimiento de las cuestiones públicas – o bien común – por parte de amplios sectores de la sociedad. Tal situación encuentra, no obstante, su excepción en torno a temas actuales y candentes tales como la polémica educativa ó las próximas leyes sobre matrimonio y adopción por parejas homosexuales. Estas excepciones han permitido entrever que existe una corriente alternativa al neoliberalismo individualista dentro de las sociedades occidentales. Sin embargo, ya lo hemos puesto de manifiesto, esta alternativa se encuentra sometida a peculiares problemas que, en algunos casos, la convierten en insolvente. Por su parte, al margen de temas muy centrales, no parece que tenga una especial preponderancia en la sociedad actual una postura que exige una implicación personal por parte de quienes se adscriben a ella. Por lo general – y quizá debido a esta última cuestión – el individualismo y el desentendimiento de los problemas públicos suele ser lo habitual.

[8] Resulta evidente, a nuestro entender, que tal reforma representa un problema ético cuya resolución está condicionada a la apertura, clara y expresa, a la realidad metafísica y trascendente que envuelve a la persona. Una cultura no convenientemente apuntalada en presupuestos metafísicos impediría el acceso a una reforma integral de la persona. Lo particular seguiría predominando sobre lo universal del mismo modo que las normas que ayudan a caminar hacia el bien común devendrían en una suerte de compendio pseudoautoritario que habría de aceptarse como mal menor, pero que sería imposible integrar en la propia configuración personal por ser algo extraño, ajeno a ella. Que dicha realidad metafísica sea negada, de modo práctico o teórico, por algunas de las corrientes culturales que han servido de medio de expresión al comunitarismo pone de manifiesto, en primer lugar, que ninguna cultura es aséptica y que, por tanto, la tendencia comunitarista puede ser expresada en unas categorías culturales incompatibles con una antropología abierta a la metafísica. En segundo lugar, que algunas de las expresiones que podrían entroncarse con lo que entendemos por comunitarismo, estuvieron – y están – sujetas a ambigüedades éticas que representaron – y representan – el principal problema para su aceptación desde una antropología cristiana. Tratemos de poner un ejemplo concreto y actual. Resulta evidente que la movilización social a la que asistimos en torno al empleo de células madre embrionarias podría ser considerada una manifestación de comunitarismo. No obstante, tal reivindicación presenta una serie de contradicciones éticas y morales que hacen de ella un objetivo viciado desde el principio pues resulta contradictorio tratar de resolver una injusticia cometiendo otra mayor. El bien particular de quienes se adscriben a tal reivindicación está por encima del bien universal que es respetar la vida humana. Nada tiene esto que ver con eludir el sufrimiento que muchos pacientes de diabetes padecen. Quien esto escribe lo conoce bien. Sin embargo, este caso pone de manifiesto la falta de basamento metafísico en tal postura cívica lo cual deviene en una ambigüedad ético – moral difícilmente compatible con una visión cristiana.

[9] Que las formas modernas de organización y acción pública se hayan convertido en técnicas aplicadas no ayuda en modo alguno a la consecución del objetivo del comunitarismo. El lenguaje político y económico reviste para los ciudadanos corrientes una tal complejidad que muchos son los prefieren obviar la cosa pública y ceñirse a los parámetros culturales del individualismo, dejando las manos libres a la acción del estado.

[10] Cfr. JUAN PABLO II: “alocución a la Curia romana”, 22 de diciembre de 1989. Recogido en GAZAPO ANDRADE, Bienvenido y CAMBÓN CRESPO, Elia: “Europa, identidad y misión. Aportación de Juan Pablo II a la construcción de Europa”, Madrid, Edibesa, 2004, pp. 336-340.

[11] Una mirada al origen y trayectoria histórica de algunos movimientos civiles denota claramente esta tensión entre los fines y los condicionamientos a los logros. Un ejemplo claro es el de Comisiones Obreras en España. La institucionalización del movimiento, así como el acrecentado control que dentro de él cobraron los militantes del PCE, determinó una serie de años de disputas enconadas en su interior. Cfr. DÍAZ, José Antonio: “Luchas internas en Comisiones Obreras”, Barcelona, Bruguera, 1977; IBÁÑEZ, Fernando y ZAMORA, Antón: “Comisiones Obreras: Diez años de lucha: 1966-1976”, Madrid, Unión sindical de Madrid-región, 1988; IBARRA GÜELL, Pedro: “El movimiento obrero en Vizcaya: 1967-1977. Ideología, organización y conflictividad”, Bilbao, Servicio de Publicaciones de la Universidad del País Vasco, 1987.

[12]...el reencuentro entre la mayoría progresista de la sociedad española y su instrumento de gobierno, que es el Partido Socialista”, BLANCO, José, discurso citado.

[13] Ibid.

[14] Ibid.

[15] Ibid.

[16] CHAVES, Manuel: “Discurso de apertura del presidente del PSOE”.

[17]Las ideas de progreso, de libertad, de igualdad, de solidaridad...Unas ideas que se han hecho carne en el PSOE...Sabemos que hay una mayoría de ciudadanos...que se identifican...con los principios y valores de la izquierda...sociedad profundamente laica, tolerante, solidaria, progresista y de hondas convicciones a favor de la paz y la democracia”. Cfr. Ibid.

[18] Ibídem.

[19]La democracia que queremos hacer cada día es la democracia que convoca a la participación, que convoca a que la gente llene el espacio público con iniciativas, con ideas, con críticas, con la posibilidad de debatir, de deliberar. Esa democracia, ese ideal democrático es la esencia de nuestro proyecto: tener ciudadanos fuertes, ciudadanos libres e instituciones poderosas y que ni un solo hombre ni una sola mujer esté por encima de la ley en nuestro país”. ZAPATERO, José Luis: “Presentación del informe de Gestión de la C.E.F”.

 

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