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No a una legislación tiránica que destruye los fundamentos de Europa y desconoce la   dignidad de los europeos

El Halcón y la Paloma: Schmitt y Arendt

Por Luis R. Oro Tapia

El siglo veinte se revolvió en sus vísceras políticas. Pero también desde ellas se interrogó a sí mismo. La violencia de las guerras interestatales y de liberación; la inestabilidad política, la lucha fratricida y la posterior restauración del orden por la vía compulsiva; junto a la confrontación ideológica escala global y la lucha por la supremacía mundial; indujo a los politólogos replantearse –una vez más- la vieja pregunta qué es la política. Ella irrumpió con un inusitado vigor, demandando nuevas respuestas o bien exigiendo reformular las ya existentes.

Tal reto es aceptado, entre otros, por dos autores de Europa Central que fueron formados en un ambiente cultural similar, pero que esbozan respuestas completamente diferentes. Uno de ellos es el jurista Carl Schmitt (1888-1985), quien intenta contestar la pregunta en su ensayo “El concepto de lo político”, y el otro es la pensadora de origen hebreo Hannah Arendt (1906-1975), quien aborda el problema en su libro titulado “¿Qué es la política?”

Schmitt: la política como la relación amigo-enemigo.

El propósito del trabajo de Schmitt es determinar cuál es la esencia de la política y para aproximarse a dicha esencia tiene que proceder, previamente, a remover los obstáculos que impiden llegar a ella. El principal escollo lo constituye la manera cómo la tradición académica alemana -vigente hacia 1930- concibe la política. Ésta homologa lo político con lo estatal, en cuanto define lo político en función de lo estatal y viceversa. Schmitt constata de manera crítica que “casi siempre lo político suele equipararse de un modo u otro a lo estatal, o al menos se lo suele referir al Estado; con ello el Estado se muestra como algo político, pero a su vez lo político se muestra como algo estatal, y éste es un círculo vicioso que obviamente no puede satisfacer a nadie”. Tal criterio induce a construir definiciones que incurren en el error lógico que se denomina la circularidad de la prueba.

Pero no se trata sólo de un error lógico, sino que además empírico, porque el concepto resulta inaplicable en la medida que el Estado amplía su radio de acción a casi todas las actividades que realizan los seres humanos. En tal caso se desdibujan las fronteras existentes entre lo estatal y lo social; entre lo estatal y lo cultural; entre lo estatal y económico; etcétera. En un Estado totalitario, por ejemplo, todo puede llegar a ser político y si todo es virtualmente político, el problema que surge es cómo diferenciar lo que es político de aquello que no lo es. Cuando ello ocurre “la referencia al Estado ya no está en condiciones de fundamentar ninguna caracterización específica y distintiva de lo político”, constata Schmitt.

Inversamente, la existencia de un Estado mínimo como el que propicia el liberalismo, tampoco constituye un referente que permita cualificar lo político. Para dicha doctrina la finalidad de las normas jurídicas es prescribir el comportamiento de las instituciones y delimitar sus facultades. Así, la acción gubernamental queda subordinada al derecho. Pero para Schmitt la política es extrajurídica, ya que el poder político es el poder soberano y, precisamente, porque es tal puede operar por sobre la legalidad e incluso, excepcionalmente, puede transgredir las normas que el mismo ha promulgado.

Para Schmitt las situaciones políticas son situaciones extraordinarias, puesto que sobrepasan la legalidad positiva, interrumpen la rutina administrativa del Estado moderno y alteran el normal funcionamiento de las instituciones públicas. Desde esta perspectiva, el Estado de Derecho constituye la negación de la política.

o anteriormente expuesto no significa en modo alguno que Estado y política no estén relacionados. De hecho, lo están. La institucionalidad estatal es una de las modalidades en las que suele cristalizar la politicidad, pero no es la única modalidad ni su forma exclusiva. Por tanto, el concepto de política es mayor, más inclusivo, que el de Estado. Dicho de otro modo, “el concepto del Estado supone el de lo político”. Por consiguiente, puede haber política sin Estado.

Una vez que ha sido disuelta la ecuación Estado=Política, la pregunta que surge es la siguiente: ¿dónde radica la politicidad de la política, es decir, la esencia de la política? La respuesta de Schmitt es perentoria: en la relación amigo-enemigo.

En efecto, para Schmitt lo que permite distinguir a la actividad política de otros dominios de la realidad (del arte, del deporte, de la economía, etc.) es la relación amigo-enemigo. Por ende, la categoría propia de la actividad política, la nota distintiva, la que la distingue de otros quehaceres, es dicha relación.

Ella es anterior al Estado y, en tal sentido, es más fundamental que el Estado mismo. De hecho, puede llevar tanto a la fundación de un Estado como a su destrucción, puesto que puede provocar dinámicas tanto asociativas como disociativas, en cuanto “marca el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación”.

¿Cuándo surge la relación amigo-enemigo? y ¿cuáles son sus características? En la medida en que una situación es más intensamente conflictiva más se acerca al umbral de la politicidad, es decir, a la relación amigo-enemigo. Por cierto, “cualquier antagonismo concreto se aproximará tanto más a lo político cuanto mayor sea su cercanía al punto extremo, esto es, a la distinción entre amigo y enemigo”. En consecuencia, dicha relación surge cuando el antagonismo alcanza una intensidad de tal envergadura que ya no es posible resolverlo ni desde una normativa general, ni a través de la intervención de un tercero, vale decir, con el concurso de un mediador. Por tanto, “un conflicto extremo sólo puede ser resuelto por los propios implicados”, en última instancia, mediante el recurso de la violencia.

De las anteriores consideraciones se desprenden dos características de la relación amigo-enemigo. Primera, ella surge cuando existe una lucha por la supervivencia, por tanto, es un conflicto existencial que supone “la posibilidad real de matar físicamente”, con el propósito de asegurar la propia subsistencia. Tal relación no es deseable ni permanente. Así, la política no es una actividad continuada, más bien es intermitente, esporádica, excepcional. Pero irrumpe con todo su vigor cuando una relación de antagonismo entre colectividades organizadas se aproxima al umbral de una confrontación armada.

Segunda característica, las categorías amigo y enemigo tienen un carácter vital, porque ponen en juego la existencia física de los antagonistas al involucrarlos en una confrontación que pone en riesgo la vida de los contrincantes. Tales categorías no se deben tomar como metáforas ni como alegorías, menos aún con liviandad, porque son existenciales en el sentido que tienen que ver con la vida y muerte de seres humanos y, por añadidura, con la supervivencia del grupo o con la destrucción del mismo.

En suma, cualquier relación entre colectividades organizadas que esté signada por el conflicto puede ser tildada de política, por tanto, “la posibilidad efectiva de lucha tiene que estar dada siempre para que quepa hablar de política”. Así, el ámbito de la política queda circunscrito básicamente a las relaciones internacionales y a aquellas sociedades que están fracturadas por conflictos internos similares a una guerra civil.

Pero, finalmente, ¿qué es la política para Schmitt? La política es un formato de interacciones entre colectividades organizadas que cristaliza en situaciones de antagonismo extremo. Si bien es cierto que la política se define por la forma, ésta nada nos dice acerca de los contenidos específicos que alberga en su interior. Ella guarda silencio respecto a los objetos políticos, vale decir, sobre las entidades que suscitan la relación amigo-enemigo. Dado que tales entidades son circunstanciales y cambiantes de una cultura a otra resulta muy difícil identificarlas de manera exhaustiva. En definitiva, la política es forma y lo político el contenido ocasional, contingente y potencialmente explosivo que se aloja en ella.

En conclusión, la política es un modo de interacción grupal que surge cuando los hombres, en casos de antagonismo extremo, se alinean en amigos y enemigos para aumentar su poderío, con la finalidad de protegerse o atacarse.

Arendt: la política como expresión de la concordia cívica.

El ensayo de Hannah Arendt “¿Qué es la política?” fue redactado en la década de 1950, en plena Guerra Fría. Cuando ésta estaba en su apogeo se temía que una confrontación con armas nucleares entre las superpotencias iba a tener por resultado la destrucción de la vida civilizada. En las aludidas circunstancias, Arendt se propone reformular el concepto de la política. Su intento la lleva a romper con la tradición moderna; por tal motivo, en sus planteamientos se advierte cierto rechazo al presente y una tendencia a sobrestimar la antigüedad clásica, especialmente la griega.

En términos generales se puede afirmar que el pensamiento político moderno remite al Estado, hasta el punto que suele establecerse una ecuación entre lo estatal y lo político. Un buen exponente de esta tradición es Max Weber, para quien una acción es política en la medida en que está orientada a tener incidencia de manera directa o indirecta en el Estado. Sin embargo, para Arendt no es así, puesto que, según ella, existen Estados y gobiernos que constituyen la negación de la política. Tal es el caso, por ejemplo, de “la tiranía [que] es la peor de todas las formas de Estado, la más propiamente antipolítica”.

¿Por qué la tiranía constituye la negación de la política? En primer lugar, porque es por definición ilegítima, por tanto, es impolítica. En seguida, porque en ella prima de manera unilateral la voluntad del déspota por sobre la comunidad, por tanto, no existen instancias de participación comunitaria ni espacios para cooperar libremente. Finalmente, porque en ella las relaciones de poder son verticales, ya que imperan las relaciones de mando y obediencia que están basadas en la coerción por sobre aquellas que están fundadas en el mutuo consentimiento.

Mientras más coercitivas sean las concepciones que se tienen del Estado y del gobierno más se alejan de la política. Tanto es así, que pueden existir Estados y gobiernos antipolíticos. Desde este punto de vista, la política no es algo universal ni connatural a todas las agrupaciones humanas, puesto que “no ha existido siempre y por doquier”. En efecto, “lo político como tal, desde un punto de vista histórico, solamente unas pocas grandes épocas lo han conocido y hecho realidad”. Esta afirmación no tiene un sentido etnográfico, puesto que no se refiere al grado de complejidad de las sociedades, sino que alude a un cierto tipo de relaciones humanas que facilita el florecimiento del modo de vida político.

Para Arendt el mundo político es el ámbito de la palabra, del consenso, del acuerdo, de las relaciones de cooperación que prosperan en una atmósfera de legitimidad. El referente paradigmático de tal tipo de relación social es la polis helena; el ágora concebida como el lugar de la palabra (logoi) y de lo político por antonomasia; pues era el espacio en el cual los hombres se reunían a intercambiar sus perspectivas, sus opiniones, sus apreciaciones.

De esta visión del quehacer político no está ausente la referencia al poder, pero éste es concebido en términos inusuales respecto a la tradición vigente. En efecto, para Arendt el poder político es la capacidad para actuar concertadamente. Tal concepción evacua la dimensión coactiva de éste. Así, el poder es algo diferente de la fuerza, entendida como violencia, por tanto, “poder y violencia no son lo mismo”. Ni siquiera existe una relación de género especie entre ellos. En suma, “no solo no son lo mismo, sino que en cierto modo son opuestos”.

Así, para Arendt política y violencia se encuentran en una relación de mutua exclusión. Por tanto, no es lícito calificar a una acción de política si ésta va acompañada de violencia, puesto que la segunda constituye la negación de la primera. Ni siquiera corresponde hablar de política internacional, ya que ella básicamente suele ser ofensiva o disuasiva y en ambos casos la fuerza cumple un rol crucial. Arendt argumenta que en sus relaciones “con otros estados la polis ya no debía comportarse políticamente sino que podía utilizar la violencia”. En consecuencia, “lo que hoy llamamos política exterior no era para los griegos política en sentido propio”.

Arendt, en el escrito referido, no define ni esboza con precisión un concepto de política. Sin embargo, es posible entrever cuáles son sus fundamentos. Uno de ellos es la diversidad, en cuanto “la política se basa en el hecho de la pluralidad de los hombres”, y el otro la heterogeneidad de perspectivas sobre la realidad. Así, “la política trata del estar juntos, los unos con los otros, [aun siendo] diversos”.

Entonces, la actividad política consiste en conciliar, por medio de la palabra, los antagonismos que suscita la pluralidad, con el propósito de vivir en concordia y armonía, a pesar de la diversidad. Para alcanzar el acuerdo los ciudadanos tratan de convencerse unos a otros recurriendo solamente al uso de la palabra y en su deliberación participan todos los miembros de la comunidad, por tanto, las resoluciones que adopta la polis son el producto de la mutua persuasión que cristaliza en el consenso. Y de esta conciliación de valoraciones diferentes resulta la vida política que es “un estar juntos siendo distintos”.

Consideraciones finales.

Las concepciones de la política de Schmitt y Arendt son diametralmente opuestas; no obstante, tienen algunos puntos en común. En efecto, ambas coinciden en prescindir del Estado como instancia a partir de la cual se puede definir la actividad política. Idea, en la que podrían estar de acuerdo aquellos que sitúan a la política al margen de la matriz estatal como, por ejemplo, los que reniegan de la institucionalidad liberal democrática, los que exaltan el proceso de globalización y también algunas corrientes comunitarias.

Para ambos autores la política es una actividad excepcional, esporádica, intermitente. Aunque por razones completamente diferentes, puesto que lo que para uno es política para el otro no lo es. Así por ejemplo, lo ocurrido en Chile a principios de la década de 1970 para Schmitt sería una genuina expresión de la política y para Arendt, por el contrario, sería una negación de la misma. Así también, lo acontecido en España en la década de 1930, de acuerdo a los planteamientos de Arendt, estaría situado en las antípodas de su concepción de la política; en cambio, para Schmitt sería una auténtica manifestación de la relación amigo-enemigo y, por consiguiente, de la política.

Finalmente, ambas concepciones de la política son demasiado restrictivas, lo que limita su aplicación. En el caso de Schmitt el concepto sería aplicable solamente a aquellas sociedades que están al borde de una confrontación armada y en el caso de Arendt el concepto quedaría circunscrito exclusivamente a la política nacional y en la eventualidad que exista una auténtica política de consensos.

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Luis R. Oro Tapia

Bibliografía

* Carl Schmitt: “El concepto de lo político”. Editorial Alianza, Madrid, 1991.

* Hannah Arendt: “¿Qué es la política?”. Editorial Paidós, Barcelona, 1997.

* Luis R. Oro Tapia: “¿Qué es la política?”. RIL Editores, Santiago de Chile, 2003.

 

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