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por José Martín Brocos Fernández Un reciente estudio llevado a cabo por la Sección Extrahospitalaria de la Asociación Española de Pediatría concluyó de modo taxativo que “la televisión se está convirtiendo en la mayor fuente de información e influencia en la vida del niño y de los adultos [1]. Constata Sartori (1998) el surgimiento de un nuevo tipo de niño, “el `Video-niño’: un novísimo ejemplar de ser humano educado en el tele-ver –delante del televisor- incluso antes de saber leer y escribir”. | |||||
1. La T.V. comercial como proceso de McDonalización y su influencia en el desarrollo psico-afectivo del niño. El niño aprende contenidos por ósmosis, convierte lo virtual en realidad, lo vive interiormente y lo asume como parte del existir. Se encuentra inerme ante la avalancha diaria televisiva destilando e imbuyendo su mente de fútiles banalidades con primacía del discurso emocional sobre el racional. El feedback que externamente no existe, en el interior del niño, ávido de conocimientos se le descubre una constante retroalimentación, un continuo diálogo interior. Observa lo que ocurre a su alrededor, trata de controlar su entorno, acepta como tabula rasa ideas y absorbe contenidos acríticamente pues para que la inteligencia en su madurez funcione es necesaria la capacidad de abstracción, se tienen que establecer interconexiones con el sólido acervo cultural, que no se producen en el niño. La telebasura emitida siempre como único criterio de emisión los porcentajes en índices de audiencia [2], retrata en tiempo real comportamientos, fomentándolos por imitación, y dramatiza en clave emocional actitudes, a menudo lícitamente reprobables por ser escandalosas en los planos ético y moral. Promueven la procacidad, el exhibicionismo y la sensualidad que con frecuencia afloran de forma más o menos disimuladamente. Todo ello tiene en el niño un efecto decididamente desfavorable y dañino a la hora de modelar pautas de comportamiento, actitudes y normas de acción. Por su instantaneidad e incorporación de la audiencia de pleno en la comercialización de sus formas de participación, el espectador cree estar involucrado en el hecho mismo, y hace como señala Charo Lacalle (2001) al propio espectador co-autor. En esta pretensión subyace, inconscientemente para el propio consumidor de imágenes, su propio endiosamiento, pues se cree con plena libertad de elección [3]. Perfectamente imbricados en estos programas, -e igualmente acentuando por un lado la búsqueda final como único objetivo perseguido de máximo beneficio económico de la televisión comercial, y por otro la depauperación de la dignidad humana, por su actual tendencia incitadora del consumismo desenfrenado con predominio del tener sobre el ser, y alejada del análisis especulativo fehacientemente fundamentado-; tenemos la publicidad, que ejerce en el niño [4], en grado de acentuación mayor, una función, como bien apunta Qualter (1994), de autoridad social indiscutible [5]. Todas las estrategias y posibilidades publicitarias son utilizadas y trabajadas con profesionalidad exquisita por los gurús del merchandising. Un ejemplo es la técnica llamada product placement consistente en insertar productos reales en la ficción. Los protagonistas de la acción los consumen y se logra el disparo de ventas del producto publicitado. Estas técnicas y otras estrategias de persuasión subliminales, no nuevas en su utilización, pero sí generalizadas en estos últimos años, contribuyen a que en el niño, que a los 4-5 años empieza ya a distinguir la publicidad televisiva de los programas, pero nunca atisbar la intencionalidad manipuladora y persuasiva de la misma, se produzca cada vez más un retardo y retraso temporal en lógico escepticismo creciente que aflora ante la publicidad y que apunta Cavazza (1997) que se produce a los 7-8 años. El niño identifica la imagen que se ve en la pantalla con una realidad circundante de la vida misma, siempre estereotipada en su interior, y en la medida que desee lo que visualiza, así lo considerará placentero, pues es mero receptor pasivo, sin fondo psicológico suficiente para pararse a reflexionar lo que ve. Continuamente la televisión comercial provoca por medio de un estímulo concreto, actitudes e impulsos que conducen siempre –por lo menos eso es lo que el niño carente de discernimiento apropiado ve- a una meta prometida [6]. El propio influjo de los programas y técnicas publicitarias televisivas llevan aparejadas consecuencias, mayores cuanto aumenta el número de minutos de consumo televisivo, que se traducen en todos los órdenes de la vida del niño: trastornos mentales psíquicos, incremento de estrés [7], empobrecimiento cognoscitivo (Sartori, 1998; Esparza, 2001) [8], problemas de concentración lo que se traduce en el escaso rendimiento académico y la nula lectura, problemas comunicativos [9], problemas de aislamiento, falta de sociabilidad pues no dialoga con los padres ni busca interacción con otros seres humanos, ausencia de creatividad, pérdida de control de la imaginación [10], violencia creciente [11], o incluso incidencia en el cambio de hábitos alimenticios [12]. La televisión comercial fiel a la maximización de la rentabilidad económica, lo que implica una reducción de costes por programa (Richeri, 1994:81) y la indagación en los programas de mayores posibilidades de segmentación de mercado, repetición y reciclaje. La búsqueda de la consecución de un amplio público lleva inevitablemente a varias consecuencias directas, todas demoledoras de un querido, exigible y armonioso desarrollo psico-social-afectivo del niño, como la postergación de exigencias deontológicas de calidad del producto final o que éste se perfila según se consume, siendo uno de los mayores activos de estos formatos y su principal valedor de legitimidad, aunque espuria. La red multimedia simbiótica producida por estos programas telebasura, incorporando participantes e involucrando audiencia con técnicas de participación del público, produce la ficción, y más en el niño, de una audiencia corresponsable, coautora, y soberana. Con todo, esta participación del público en los nuevos géneros de televisión comercial ha sido considerada por algunos autores como una forma de activismo social (Livingstone y Luna, 1994; Page, 1996; Pan y Kosicki, 1997), pero siempre están presentes potencialmente los riesgos de control, censura, manipulaciones audiovisuales, instrumentalización y trivialización. Con frecuencia la supuesta interactividad se convierte en un burdo negocio; las llamadas telefónicas, mensajería de móvil o contacto por Internet, sirven para aumentar los beneficios empresariales. Detrás del aireado “servicio positivo al público” no está más que el puro lucro. Por otro lado “la definición del público que hacen las televisiones comerciales es redundante con la falta de participación social del público” (Macé, 1997). Tramas, dramatización buscada a fortiori, sensacionalismo, escándalo, desenlaces previsibles, periodismo de crónica rosa y de la crónica roja sobre mundos marginales, o talk shows se entremezclan y complementan con sorpresas con el fin de captar la atención del espectador y de fidelizar audiencia en franja horaria, en sentido vertical, esto es, a lo largo del día, y horizontal, durante el curso de la semana. El desarme del niño ante lo presente es absoluto. Se presentan y comercializan como estrellas del celuloide famosos de nuevo cuño fabricados que la propia televisión ha creado y ella misma ha encumbrado. Ritzer (1996) constata esta McDonalización entendida como la organización racional taylorista de la vida cotidiana detrás del beneficio y bajo los ejes distintivos de eficacia concretada en el aumento de la productividad económica, cálculo que mide y considera la calidad por la cantidad de audiencia que supuestamente legitima cualquier contenido [13] y por la rapidez de dar cumplimiento al deseo en la satisfacción –volvemos a los perros de Pavlov- [14], previsibilidad (Ritzer 1996:8) y control nulo salvo el omnipotente y decisivo dictado de la audiencia en sistémico y una ética subjetiva tomada como autocontrol particular con las consabidas apelaciones revolucionarias, siempre desde la asunción impuesta de un antropocentrismo inmanentista, a la igualdad, la libertad y la fraternidad. Tal cantidad de señuelos son absolutamente insalvables para un niño. Puede darse también en el niño y adolescente el efecto contrario al que apuntan tanto Priest (1996) como Macé (1997). Ambos constatan que los invitados a los talk shows y concursos adquieren un sentimiento de poder o capacitación, pues “nosotros hemos sido los escogidos”, son considerados “válidos” para poder aparecer en televisión. Lo normal es que se produzca en el niño el efecto de admiración social del líder creado y encumbrado por la televisión, con la consiguiente proyección e identificación, la imitación de modelos, tanto lingüísticos, modismos y modas; pero puede pasar también que el niño sienta una postergación, una merma de autoestima, por no ser “el elegido”. Cabe también el peligro real, algo más difícil en una audiencia más madura, de una alienación asumiendo roles concretos de participantes. El telesiervo y teleadicto pueden llegar igualmente a perder el sentido de la realidad al mostrársele sólo una realidad sesgada, una pseudorealidad, auto-referencial, que desemboca en más consumo televisivo y ocio estandarizado. La televisión popular se nutre y sostiene dos recelos o aprehensiones básicas en las sociedades postmodernas: la oposición a una sociedad de masas homogénea [15] y estandarizada y el temor a un individualismo excesivo y a la anomia (Wolton, 1990:114). La telebasura se alimenta de estas ansiedades: busca el triunfo individual frente a un grupo. Si toda la televisión del niño se reduce a ver la televisión comercial, en la que la telebasura está inserta como pieza nuclear, se estarán “educando” consumidores de la publicidad, héroes por servidumbre y cultura popular estandarizada. 2. Forja del niño cara a una visión crítica de la T.V. Planteamiento de propuestas. Dos constataciones de la realidad televisiva presente del niño como telespectador son el excesivo consumo [16] unido a contenidos inapropiados que provocan efectos adversos y dependencia de este medio [17]; y que en este tiempo de consumo televisivo, el niño pasa mucho tiempo sin compañía [18]. Hay que presentar buenas alternativas, como leer, jugar con amistades, deporte o desarrollar planes donde esté involucrada toda la familia, como realización de tareas conjuntas, tertulias, salidas o excursiones programadas. Es importante el crear hábitos ya desde la niñez. Precisa por ello el niño que le eduquen para “ver la televisión”; nunca utilizar ésta como niñera electrónica. Es en este sentido en el que la televisión pasa así a convertirse en un grave peligro para el niño [19] en su desarrollo humano, psico-afectivo, moral y religioso. La educación en libertad de la higiene televisiva frente a la teleadicción depende de la voluntad, que hay que educar desde la infancia. La forja de la voluntad es un deber formativo de los padres dentro de la escuela de virtudes que debe ser la familia. Urge, por consiguiente, frente a la abrumadora mayoría de programas en la televisión actual que no tienen influencia positiva en el espectador, -con su énfasis en la violencia, el permisivismo sexual, el glamour, la frivolidad y la búsqueda implacable de acumular bienes y placeres efímeros,- una educación en tres vertientes:
Si a las siete de la mañana salimos todos corriendo, no comemos juntos porque tenemos horarios diferentes y cuando llegamos nos ponemos delante de la tele, ¿cuándo nos conocemos? Creo que la tele tiene aspectos positivos pero mete en una situación en la que se debe elegir. Quizá esta decisión drástica que yo tomé no sea la mejor […] Nunca hemos reñido por este tema, no echamos de menos la televisión. El balance es positivo. La radio y los periódicos suplen la ausencia de la televisión. [20] Continúa comentando Justo Aznar que de este modo consiguió que Belén, una de sus hijas, leyera doce libros desde que dejaron de ver la televisión hasta los exámenes de junio de ese año. Y en general constató una mayor unión familiar pues sencillamente se hablan, se mantiene tertulias y se cuentan cosas. Calculemos el número de horas que pasa la familia ante el televisor. A continuación piensa como podrías emplear constructivamente ese tiempo: el placer de la lectura (Pennac, 1999) [21], deporte –recordemos el aforismo clásico Mens sana in corpore sano-, aficciones, escuchar y aprender música, obras de caridad. El rearme moral y espiritual, cuando no es desequilibrado, va siempre parejo a la apuesta decidida de entregar la propia vida en servicio al prójimo. Como afirmaba Auguste Comte “vivir para los demás no es solamente una ley del deber, sino también de la felicidad.” La educación familiar no consiste meramente en transmitir unos conocimientos, ni procurar los padres unos estudios para sus hijos, es templar el alma para las dificultades de la vida. Por ello señalamos tres concreciones del presente rearme: cultivo de la interioridad con recuperación del sentido de trascendencia (Pennac, 1999) [22], desarrollo de valores [23] y forja de virtudes [24].•- •-• -••• •••-•
[1] S.O.S. Familia. La familia en peligro: amenazas y soluciones, p. 186. Apud. Tojo, R., Leis, R, Queiro, T., Martinón, J.M., Niños adolescentes y televisión. Riesgos biopsicosociales. Departamento de Pediatría. Hospital General de Galicia. Universidad de Santiago. [2] N.B. que por otro lado esto es una constatación de una realidad que concuerda con las exigencias hegemónicas presentes de la comercialización de los formatos y audiencias basadas en la organización de una producción televisiva más eficaz, centrada en el cálculo estadístico, la previsibilidad y el control, y que concuerda con la prevalencia del carácter empresarial, financiero-económico, no exento de ideologización, pues la omisión de la propia verdad sustancial de la noticia y su tratamiento parcial sociopolítico conlleva un posicionamiento que colegimos no facilitador del armonioso desarrollo de la facultad crítica de la persona. Ello no exime de culpabilidad a la propia audiencia, como causante primera –aunque primero debe considerarse como síntoma de patologías sociales ya existentes- del crecimiento de este tipo de programas degradantes de la propia persona. Con todo estas emisiones no serían posibles, como coadyuvante necesario, sin el amparo en la pasividad o complicidad institucionales, acción igualmente grave por omisión del bien común general. Se produce por consiguiente una mutilación del objetivo trivalente de los medios de comunicación social, en el que la T.V. está inmersa: informar, divertir y formar. Cfr. José Antonio Cervera. Claves para el hombre del siglo XXI, pp. 307-310 [3] Vid. Supra p. 3 [4] Los efectos de la publicidad sobre el niño lleva estudiándose ya desde el segundo lustro de los años 50 del pasado siglo en que Packard escribió su ensayo. Concluyó que la publicidad en el niño lo predispone a crear en él una actitud permanente de dócil consumidor. Vance Packard. The Hidden Persuaders, passim. [5] Puede consultarse al respecto Terence H. Qualter. Publicidad y democracia en la sociedad de masas, pp. 88-92. [6] Aquí tenemos una utilización variante de los reflejos condicionados fundamentales para la psicología conductista de Pavlov. Se enraíza así en los primeros años de vida, primero mentalmente y de seguido en actitudes y rasgos de carácter cuasi-permanentes, una personalidad inestable con grandes fluctuaciones en el comportamiento. No obstante, aunque muy resistente al cambio por hábitos adquiridos en la infancia, siempre puede en un futuro modularse esta personalidad. [7] Precisamente es el estrés mencionado uno de los factores causantes, facilitadores de la aparición de enfermedades mentales. Convierte al niño en excitado y temperamental. Síntomas de trastornos mentales y asociados también como factores derivados y resultantes del excesivo consumo televisivo, son creer que se tienen poderes especiales o que pensamientos y acciones los controla una fuerza extraña, y la televisión en este sentido fomenta en el niño la huída de la realidad de la propia vida pues en su imaginación desbocada puede llegar a dar a una ficción una entidad real que perdure en el tiempo; saltar de un tema a otro sin lógica o un estado general emocional aplanado. Una realidad es que el paulatino incremento de consumo televisivo en nuestra sociedad ha ido en paralelo al progresivo aumento de enfermedades mentales. Sin incurrir en una falacia de falsa causa Non causa, pro causa, tenemos datos suficientes basados en estudios e investigaciones epidemiológicas –v. gr. Estudio sociológico Informe sobre la repercusión del medio televisivo en el público juvenil español llevado a cabo por Daniel Rey González, sociólogo de la U.C.M. y por Ana María Sánchez Marcos, socióloga de la U.P.S.A. 2002; Chalvon, Mireille; Couset, Pierre; Souchon, Michel. L`enfant devant la télévisión des années 90, passim; Chevallier, Eric et al. La relation enfant-television. Implications physiques, psychologiques, éducatives et sociales, passsim- para aseverar la existencia de una correlación directa en el incremento de consumo televisivo en los niños con el aumento futuro –ya presente- de las enfermedades mentales. Realidad es que “En España, unas 400.000 personas padecen esquizofrenia, y 800.000 sufren alguna enfermedad mental […] La Encuesta de Discapacidades, Deficiencias y Estado de la Salud dice que el 8,4% de los españoles sufre depresión y problemas nerviosos […]alrededor del 20% de los españoles toma algún tipo de medicación psicotrópica que va desde un somnífero a un antidepresivo.” Qué!, 22 de febrero de 2005, p. 12. [8] Las imágenes oscurecen los conceptos, y cuando la carga de imágenes es exagerada, éstas dejan de remitirlo a los conceptos. Se produce así una dificultad para llevar a cabo el pensamiento abstracto, universal e inmaterial; su conocimiento se enmarca y ciñe a aspectos sensibles, particulares y concretos. Se produce así la animalización del conocimiento humano con la reducción de éste a lo meramente sensible. La televisión, desde este prisma, “atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella nuestra capacidad de entender”. Nos conduce a un mundo carente de lenguaje conceptual. Cfr. Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida, passim. [9] Un estudio de la asociación pediátrica de Japón Kudomoto Media que investiga la influencia de los medios de comunicación en los niños muestra que en los niños menores de 2 años, el consumo de televisión va en detrimento de su capacidad de comunicarse y desarrollarse. El citado estudio realizado en la ciudad de Fukuoka, cuanto más tiempo pasan los niños delante del televisor, menos capacidad tienen para memorizar las palabras y aprenden a hablar con mucha más dificultad, apartan la mirada cuando alguien se dirige a ellos y tienen problemas para hacer amigos. Cifras del estudio muestran que el 97% de niños que viven en hogares con la televisión encendida más de 10 horas diarias presentan estos problemas, frente a un 37% cuando la televisión funciona menos de 3 horas diarias. Cfr. ATR noticias. Boletín de la Agrupación de telespectadores y radioyentes. Marzo 2004. [10] Continuamente sueña con un mundo sin límites, agradable a los sentidos, lleno de soluciones mágicas a lo Harry Potter. Esto conduce, unido a una hipertrofia precoz de las emociones, a una notable merma del sentido crítico y sin profundas convicciones propias. [11] “Un reciente estudio prueba que la agresividad en televisión se transmite a los niños. Las imágenes violentas en los medios de comunicación pueden tener un efecto significativo a corto plazo en los niveles perceptivos, los pensamientos y emociones de los niños, aumentando la tendencia a la agresividad o a la conducta temerosa. Los científicos de la Universidad de Birmingham creen que en lo relativo a la visión pasiva (televisión y cine) y la visión activa (juegos de consola y ordenador) existe una asociación evidente entre la agresividad y los juegos.” Metro directo. Viernes 18 de febrero de 2005, p. 12. [12] Considerado también como factor facilitador de enfermedades mentales. Qué!, 22 de febrero de 2005, p. 12. Con respecto a la incidencia del consumo televisivo con la adquisición en niños de determinados hábitos alimenticios, un reciente estudio de la OCU “indica que los niños españoles –un 14% son obesos- ven cada día 48 anuncios de productos alimenticios que, en su mayor parte, corresponden a fritos, comida rápida, bollos y golosinas. La televisión dirige a los pequeños a una dieta contraria a la que preconizan los expertos […] Según el estudio de la OCU, casi la mitad de la publicidad que se emite en horario infantil corresponde a producos alimenticios y, de ellos, la mayoría anuncian dulces, refrescos, aperitivos, cereales azucarados y comida rápida. Precisamente los productos que los especialistas definen como más peligrosos, los auténticos enemigos en la lucha contra la obesidad.” Lilián Aguirre. La Razón, sección alimentación, 24 de febrero de 2005, pp. 9-10. [13] En esta línea el director de Tele 5 comentando el programa El Gran Hermano, taxativamente sentenció en pregunta retórica “¿Qué es un programa bueno? Según 10 millones de personas este programa es bueno.” Mikel Lejarza, El Mundo, 4 de junio de 2000. [14] Las proyecciones de audiencia quedan acotadas a estímulos subjetivos y emocionales; y la expresión emocional se deriva en identidades de consumo, limitadas a la aceptación de modas y pseudocomunidades rentables y transitorias. “Opiniones para todos los gustos, audiencias que sucumben al encanto de una realidad ficticia. La televisión intenta ir más allá de lo visible para enganchar a los espectadores que siguen siendo fieles a emociones prefabricadas”. Sara Tabares, El Mundo. 20 de febrero de 2005. [15] “El investigador Gérard Imbert en su obra El zoo visual. De la televisión espectacular a la televisión especular encuentra las razones del éxito de estos programas: `La primera de ellas es que hay algo infantil en las personas, a todos nos gusta crearnos un mundo. La segunda es el deseo de la fama de algunos concursantes´.” Sara Tabares, El Mundo. 20 de febrero de 2005. [16] “Los niños consumen 990 horas de televisión al año. Un informe revela que los niños ven unas 2000 escenas violentas anualmente. Los niños entre 4 y 12 años dedican 990 horas al año a ver la televisión, mientras que sólo destinan 960 a la escuela. Éste es uno de los datos que arroja el informe de las conclusiones del seminario Telediarios Infantiles y Juveniles: el valor de la Formación [...] desarrollado por el Observatorio Europeo de Televisión Infantil y la Fundación Rafael del Pino.” Metro directo. 25 de mayo de 2004, p. 2. [17] Un estudio del Instituto Americano John Watson Institute de Colorado califica la T.V. como una droga aditiva más. De acuerdo con este informe, el consumo de T.V. supera con creces los síntomas utilizados en los diagnósticos clínicos para definir una adicción, y éstos síntomas son: utilización de la TV como sedante, visión indiscriminada de todo lo que ofrece la pantalla, sensación de pérdida de control durante la visión, sentirse mal con uno mismo por excederse en el consumo, incapacidad de dejar de mirar el televisor encendido, en casa o en otros lugares, y sentirse incómodo y débil a cualquier hora cuando no se ve el televisor. Parece que bastan sólo cuatro de estos síntomas para el diagnóstico de teleadicción como droga selectiva. [18] El mencionado estudio –vid. nota 16- llevado a cabo por el Observatorio Europeo de Televisión Infantil y la Fundación Rafael del Pino concluyen igualmente que “uno de cada tres niños posee un aparato de televisión en su habitación con lo que probablemente la vea solo, lo que se ve agravado por el hecho de que la hora favorita de los más pequeños para ver la televisión es a partir de las 21:00, con o sin compañía de una persona adulta”. Metro directo. Martes 25 de mayo de 2004, p. 04. Otro estudio coincidente determina que “casi la mitad del tiempo que pasan los jóvenes españoles delante del televisor, lo hacen solos […] según un estudio de Barlovento Comunicación, empresa especializada en marketing audiovisual. En el caso de los niños, el 43% de las horas que dedica a ver la tele lo hacen acompañados por dos o más individuos, mientras que pasan solos el 28% de su tiempo televisivo.” Metro directo. Viernes 18 de febrero de 2005, p. 12. [19] Y lo que daña a un niño, puede dañar también la misma vida familiar, difundiendo valores y modelos de comportamiento degradantes, emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia, inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso; difundiendo mensajes distorsionados e información manipulada. Puede también, lo mismo que en el niño, producir autismo y aislar a los miembros de la familia en sus mundos privados, eliminando las auténticas relaciones personales. [20] Jorge Balvey. Escritos “Arvo” nº 131. Año XIII. Enero 1993. [21] Para leer un libro hace falta fuerza de voluntad, y lleva consigo la toma de la decisión de iniciar su lectura. Requiere por lo tanto un esfuerzo personal. Esto no ocurre con la T.V., pues ésta se nos presenta como placentera, y en un momento de nuestra historia en que impera lo sensual, el hedonismo sin esfuerzo inherente, parece presentarse como una opción más atractiva, o por lo menos que hay que implicar menos sentidos, menos esfuerzos en su disfrute. Estamos como escribe Daniel Pennac en el siglo de lo audiovisual. Pero cuando uno toma la decisión de leer una novela ¡qué placer!. Entra en mundos maravillosos, vibra con sus historias metiéndose en cada personaje con una construcción fantástica e imaginaria. En un primer momento la lectura surge como placer, pues a veces los primeros cuentos se transmiten por narración, y ello tiene como consecuencia inmediata, el deseo de poder afrontar la lectura de libros. Con estos primeros relatos o historias abrimos la mente del niño a nuevos horizontes imaginarios que desea alcanzar. Cfr. Daniel Pennac. Cómo una novela, passim. [22] El propio Pennac apunta como uno de las características negativas presentes de la sociedad la pérdida del silencio interior, el retorno a uno mismo, la no introspección en la propia realidad. [23] Puede consultarse al respecto v.gr. Isaac, David. La educación de las virtudes humanas. Pamplona: Eunsa; Rojas, Enrique. La conquista de la voluntad. Madrid: Temas de Hoy; Agulo Pastrana, Alfonso. Educar el carácter. Madrid: Palabra; Corominas Fernando; Alcazar Cano, José Antonio. Virtudes humanas. Madrid: Palabra [24] Entendemos por virtud una propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien. Frente a los pecados capitales (cfr. S. Th. I-II, 84, 4) deben forjarse las virtudes para vencerlos: la humildad, la generosidad, la castidad, la paciencia, la templanza, la caridad y la diligencia. Con igual esmero debemos trabajar las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que son el principio y fundamento de las demás virtudes. | |||||
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