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El vacío mental de la "progresía"

por Javier de Echegaray

En el pensamiento político común, el que entiende la gente, se identifica el concepto de “pensamiento de izquierdas” y “progreso”. Se trata de una más de las mentiras que se han manipulado de tal manera que ya nadie se para a pensar ni en las raíces de esa costumbre ni en los arcanos de ese embuste. Otra más de las perlas con que nos sorprenden a diario los progres, la última de las cuales predica que no existe democracia si no son ellos sus titulares.

Dice el Diccionario de la Real Academia (que tomo para evitar errores) que progreso es la acción de ir hacia delante, el adelantamiento o perfeccionamiento, el movimiento de avance de la civilización y de las instituciones políticas y sociales. Filosóficamente, es progreso la marcha hacia delante, es decir, hacia la perfección individual o social.

Pues menos lo entiendo. Por más que he intentado buscar atisbos de progreso, de haber servido al progreso del mundo o del género humano o de la sociedad, imputable a los partidos e individuos de izquierda, no logro avistar ninguno: NINGUNO, se dice pronto.

Debo de suponer, a falta de otra razón, que el origen de esta hipócrita costumbre debe de andar por los postulados iniciáticos del socialismo en que se atribuía la exclusividad de aplicación de los principios e ideas del mal llamado “Siglo de las Luces” que abarca el siglo XVIII y XIX y cuyos fundamentos se mezclan irremediablemente con las doctrinas del Iluminismo, del enciclopedismo, de las hermandades masónicas o carbonarias y de otros movimientos, todos ellos creados y desarrollados en la clandestinidad más obtusa. Los impulsores del socialismo naciente suponían que eran los únicos partícipes del ansia de aplicación de los descubrimientos científicos y de las nuevas tesis filosóficas a la vida y a la sociedad de entonces, como impulsores de modificaciones en la concepción del mundo y de la vida que estuvo vigente durante veinte siglos.

Nosotros, los “retro” o “fachas” o como quieran llamarnos con intención clara de ofendernos, quisimos, para admitir estos cambios, fijarnos con más atención en su calidad y en las posibles consecuencias de la aplicación de todas esas novedades a la vida social, conscientes de que esos cambios podrían resultar muy peligrosos y de que, una vez implantados, sería muy difícil o prácticamente imposible dar marcha atrás. Y alarmados, además, por la peligrosa esencia de las tesis iluministas, de confuso origen y de naturaleza críptica y satánica que se mezcla soterradamente con la masonería, con el enciclopedismo, con el jansenismo y con otros movimientos ocultistas y sectarios, de cuyos peligros fuimos avisados sesudamente y con insistencia por la Santa Sede y por todos los estamentos de la Iglesia Católica y, además, por muchos intelectuales y científicos.

Y lo peor para nuestros destinos es que esas voces de alarma eran sabias y han resultado ciertas y veraces como las profecías cuando son profecías y no simples vaticinios de adivinación agorera. Tanta basura embutida en formas de progreso, ha llegado a ensuciar nuestro mundo y nuestras vidas, ha creado tal cúmulo de mentiras que se nos han vendido como verdades, que han configurado sociedades confusas, sin norte, desquiciadas

Sin duda, toda conformación social, moral, religiosa y política de los estados tiene siempre su primera base o fundamento en las ideas expresadas por sus filósofos, por sus pensadores. La filosofía, el desarrollo del pensamiento moderno sobre el que se intenta fraguar el nuevo orden y la configuración “actual” del mundo, que se imponen al público a través de medios de comunicación de los que también tendremos ocasión de tratar, han puesto las bases de un “pensamiento único” con el que se fascina al hombre de hoy. La enorme presión con que estos planteamientos someten a las masas debe de considerarse como un procedimiento de conversión del género humano unificado a sus principios, cualquiera que sea su peso moral, espiritual, científico. Y coinciden en la tendencia insana y destructora que forma su entraña y su razón de ser. ¿Habéis visto algo tan tiránico y censurable, tan autoritario en el peor de los sentidos de la palabra que ellos utilizan contra todo lo que no es lo “suyo” que esa imposición del “pensamiento único?

Creo que es adecuado preguntarse ahora por el resultado de tanta insistencia en que adoptemos las nuevas formas, tendencias y procedimientos que dimanan de los esfuerzos de “progreso” que se nos han inculcado por las buenas o por las malas y con frecuencia hasta con cañones y bombas, ellos, que dicen odiar la guerra.

Una simple mirada al mundo de hoy nos advierte del resultado obtenido.

La Filosofía se ha convertido en un campo de batalla en el que filósofos de todo porte (pero todos ellos proclives a exponer y expandir ideas de un pretendido “progreso”) tratan de convencernos de que cuanto constituía la esencia de nuestro saber, de nuestras convicciones más profundas, de las bases en que se fundamentaba la sociedad y la civilización católica, son falsas y pueden reducirse hasta su desaparición, haciendo burla y mofándose abiertamente de ella.

Haced, como ejercicio de conciencia, un repaso de los filósofos que han sentado las bases del saber moderno y convencido a las masas de que solo sus ideas son válidas para este mundo:

Rosseau, Hegel, Heine, Darwin, Marx, Lombroso, Max Nordau, Sigmund Freud, Weininger, Bergson, Einstein, Marcuse, Reinach, Sartre, y muchos otros que han obtenido en nuestro mundo el beneplácito de las masas y que han sido encumbrados como lumbreras indiscutibles del pensamiento moderno, no han venido más que a arruinar el sólido edificio de nuestra civilización; han combatido los principios sobre los que se asentaban siglos de cultura superior, de sociedad civilizada, humanística y realmente avanzada:

ROUSSEAU, precedente y precursor de la bestialidad inmunda de la Revolución Francesa, en una obra llena de contradicciones, crítica de la civilización y de la sociedad en general, establece tesis sobre el “estado social bueno” en su ensayo “El Contrato Social” y en el “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”. De ideas muy influenciadas por el enciclopedismo, prepara el paso hacia el romanticismo. Su carácter masoquista y exhibicionista, muy dado a la contemplación narcisista y a la utopía, le hace vivir en la inestabilidad, a veces, incluso, prófugo de la justicia.

Expone que el “progreso” consiste, paradójicamente, en un retorno a los orígenes, a la naturaleza; y pretende superar las normas sociales mediante la libre elección de los instintos naturales, incluyendo, entre otras, la misma institución del matrimonio (“La nueva Eloisa”). Y establece las condiciones que debe de tener la familia para volver a su “estado natural”, saliendo de la “degeneración artificial”. ¿No suena esto a precedente claro de su último eslabón actualizado, el matrimonio entre homosexuales? Y parece incapaz de discernir que los “instintos naturales” pueden ser buenos, malos y malísimos. Igualando todos con el rasero de la bondad permite que los peores instintos puedan pasarse por aceptables.

Establece las bases que conducirán muy pronto al comunismo: cada ciudadano enajena todos sus derechos a favor de la comunidad, recibiendo a cambio la condición de miembro o parte indivisible del todo. Y las de la democracia inorgánica cuando afirma que el cuerpo social y soberano posee voluntad propia, la voluntad general que no es la suma de las voluntades particulares sino la voluntad colectiva, orgánica, que tiende siempre al bien general y no puede equivocarse según su “paradoja de la libertad”. NO pretende este trabajo la impugnación de éste ni otros postulados sino solo su exposición; pero creo que está clara su falacia.

Anticipa las doctrinas místico políticas que culminan en Hegel, dando pábulo a las democracias totalitarias e inspirando las doctrinas anarquistas que se apoyan en su tesis sobre la libertad de los instintos. Todo ello inmerso en una acción de manipulación de las masas. No otra cosa es el burdo sistema del gobierno de las urnas que nos han impuesto los “politólogos”.

HEGEL hace una crítica disolvente de la religión positiva revelada. Sus montajes acerca del ser puro y de la nada, su pretendida unidad del ser con el no-ser que puede tomarse como la primera y más pura definición del Absoluto (“la nada se convierte en el principio motor de la dialéctica”); su idea de la enorme fuerza de lo negativo, como energía del pensamiento, del Yo puro; su posterior exposición de que “la nada es el mal, que es necesario al ser para que el bien se manifieste y se afirme”; su tercer momento en el que considera al devenir como unidad dinámica del ser y no-ser, plantean tesis y doctrinas que ya habían sido expuestas y correctamente combatidas desde los primeros siglos del Cristianismo (recuérdense las herejías gnósticas) y prepara bases muy peligrosas para el entendimiento de la sociedad, del ser y de la vida. Nos transmite la idea de que Dios necesita del mundo para ser Dios, que tiene su autoconciencia en el hombre y establece la necesidad de la muerte de Dios, consiguiente a la venida de Dios al mundo. Todo lo cual está empapado en el tufillo, ya convicto tantas veces, del Demiurgo. Y unifica metas con el Maligno.

Moviéndose en la maraña de estas y otras ambigüedades, establece las bases que van a constituir el fundamento de todas las doctrinas posteriores que se apoyan en un materialismo racional, inserto en la visión contradictoria de la realidad. Puede decirse que sus tesis sirven como puerta de entrada a la enorme riada de filósofos posteriores que diseñan un mundo sin normas sociales, hedonista, materialista y completamente ajeno a la idea de un Ser Supremo y a la moral que surge de su observancia; y abocan necesariamente al panteísmo, ya tan desprestigiado y tan controvertido por la Iglesia.

HEINE, poeta romántico hasta el sarcasmo y el escepticismo, fundador de la literatura de folletín, se convierte del judaísmo al protestantismo, aunque los más de los críticos estiman que esta conversión no fue sincera: según él mismo, la considera “billete de entrada para la cultura europea”.

Canta las grandes victorias de Napoleón y se une a las tendencias revolucionarias francesas. Su obra no puede ser más significativa: en 1.832 publica en París artículos de tipo político en los que se suma a las tesis sediciosas; publica críticas a la tradición espiritual y a la filosofía alemana a partir de la Edad Media; hace una interpretación político-social del kantismo y del hegelianismo, inclinándose claramente hacia la izquierda hegeliana; trata a Hegel como el fundador del ateísmo moderno; y su obra “Rabí von Bacharach” tiene por tema la persecución de los judíos en la Edad Media, con la cobertura engañosa que viene dándose a este tema en las exposiciones modernas.

Entabla relación con los dirigentes del movimiento socialista francés y hace amistad con Karl Marx, extremando sus ideas políticas y su agresividad específica contra Alemania.

Mediante una astuta mezcla intelectual de filosofía y poesía, con genio alegre y romántico tras el que se esconden, con ironía burlesca, sus ideas políticas, se ríe de los católicos (en sus poemas blasfemos y sarcásticos) y pone en ridículo a los idealistas.

Propaga las ideas de Saint Simon, hegeliano, y las más radicales y revolucionarias de Marx.

DARWIN extrae sus ideas de las experiencias recolectadas en el viaje científico de Beagle alrededor del mundo. Su “Teoría sobre el origen y evolución de las especies” expone nuevos planteamientos en los que hace que cada una de las especies del mundo vegetal y animal sea una simple evolución de las anteriores por adaptación de estas al medio en que habitan. Saltando olímpicamente la barrera de la aparición del alma humana que no puede refugiarse en ninguna adaptación a medio alguno: principal (no único) sofisma de su exposición.

Aparte de sus conocimientos en geología, no pasa de buen sistemático, siendo muy limitados o carentes de profundidad y especulación sus conocimientos en otras ramas de la ciencia biológica. Encontramos lagunas de importancia en su obra y especulaciones con escaso fundamento, aunque fue un fino y meticuloso observador, sacando de sus observaciones consecuencias muy agudas.

El máximo esplendor del darwinismo se produce en la década 1.870 – 1.880.

Su teoría, que tiene ciertos signos de verosimilitud en casos puntuales de evolución, fundamentalmente en periodos de cambios climáticos y geológicos, se expande con addendas muy peligrosas sobre el origen del hombre y va creando y fraguando dudas y teorías muy aventuradas acerca de la aparición del hombre en la Tierra, sobre el momento de este hecho culminante de la Creación y sobre la formación del alma humana.

No es necesario precisar la influencia que sobre las creencias actuales han tenido las teorías por él enunciadas y la evolución que éstas han experimentado desde su muerte en 1.882. Ya no es él quien las amplía, sino un cientificismo servil el que las explota, secundado arteramente por la expansión de los medios de comunicación.

KARL MARX, que ocupa casi todo el siglo XIX, igualmente influido en sus comienzos por Hegel, ha sido tenido siempre por un economista lúcido, creador de teorías meramente económicas cuya efectividad se ha tenido por dogma. Realmente, no es más que un pensador empeñado en materializar todo lo que toca y que nos hace concluir que el mundo es solo materia, economía, hedonismo, barro y basura. Llora con lágrimas de plañidera sobre la pobre clase obrera mientras que escribe cartas a su entrañable Engels (también judío) en las que muestra su profundo desprecio por las clases trabajadoras. Más activista que filósofo, tiene una obra confusa por la oscuridad y complejidad de su pensamiento y por su continua evolución, de manera que muy pocos de sus seguidores la conocen ni la han conocido sino por las lecciones abreviadas que sus dirigentes (tampoco muchos de ellos han tenido la paciencia de leerla) les imparten. Convence a nuestros pensadores, atrayendo en especial a las juventudes ayunas de una sólida base que les permita recursos intelectuales para oponerse, de que las cosas más respetadas por nuestra civilización, la política, la moral, la religión, el arte, tenidas siempre como manifestaciones superiores del espíritu, proceden del estiércol de la baja economía, del materialismo más cerril. Y crea un movimiento que aún hoy, después de la caída del famoso muro y tras haber costado su experiencia cerca del centenar de millones de vidas humanas y la esterilidad absoluta de cuatro o cinco generaciones en la Unión Soviética, resiste los embates de su claro y nefasto fracaso y se perpetúa en la ideología de tendencias actuales. La más cerril de ellas, la de los verdes y los ecologistas.

Lo más aceptado (y más cínico) de su exposición, lo que mayor atracción sobre las masas ha producido, es el canto sublime de su llanto falsario sobre el pobre y la pobreza y está claro que eso lo ha tomado del cristianismo, retorciéndolo hacia un materialismo que lo hace inútil y lo demoniza.

En su obra se mezclan ideas filosóficas, económicas, históricas y sociológicas expuestas con estilo pragmático y profético, crítico y dogmático (él que tanto huyó y abominó del dogma). Somete la teoría de la evolución derivada de Hegel y Feuerbach a la verificación de la experiencia histórica: el análisis económico es el único método para la explicación de la evolución histórica de la sociedad. Para interpretar la historia a la medida de sus deseos, recurre al rudimentario truco de destacar, entre todos los factores que configuran un cambio social, el económico, naturalmente presente en toda acción humana que necesariamente tiene que administrarse; pero las más de las veces (cabe decir que siempre y en todo caso) subordinado a factores de mayor trascendencia y siempre usado como instrumento y no como fin en sí mismo. La observación de cualquier acción humana en la historia (guerras, cambios sociales, revoluciones…) pone de manifiesto que en su concepción y realización intervienen factores muy diversos: ideológicos, defensivos, ansias de expansión territorial o civilizadora, religiosos, sociales y también, inevitablemente, económicos. El truco mágico de la concepción materialista de la historia consiste, simplemente, en insistir sobre estos aspectos económicos y materiales (toda acción precisa, para llevarse a cabo, de elementos económicos que organicen su administración), relegando u obviando la importancia del resto de los factores (siempre más trascendentes y determinantes), con lo que perece quedar acreditado que la humanidad se ha movido siempre y exclusivamente por impulsos materialistas. El consecuente materialismo histórico, condicionado por tales procedimientos tendenciosos, implica la negación de la espiritualidad del hombre y el ateísmo más radical, dejando a la humanidad sumida en el economicismo más burdo y primitivo.

Sería revelador conocer quiénes fueron sus valedores y mecenas en el Londres capitalista de su época.

LOMBROSO derrumba el imperio ideal del hombre inteligente y de genio como la cúspide de la naturaleza de los seres; y de la monstruosidad del delincuente. Y se dedica a divagar sobre la locura insana del genio y la naturaleza impura del hombre que tiene antecedentes claros que lo identifican con el delincuente. Y de estos planteamientos caprichosos parte toda una ciencia de la criminología que actualmente se debate entre la inoperancia y el entreguismo. Su paso como director por el manicomio de Pesaro debió de servir a su investigación para decidirse a hacer extensiva la precariedad mental de sus ocupantes a la totalidad de los seres humanos. Y sus conclusiones incluyen que dentro de cada uno de nosotros hay un criminal, un pederasta, un delincuente en potencia. Desprecia toda consideración de la moral natural impresa en el alma humana y respetada por la inmensa mayoría de los hombres.

Se trata, simplemente, de derramar basura sobre el hombre, confundiendo e igualando al criminal y al perverso con el virtuoso.

MAX NORDAU tilda de degenerados a los poetas y proclama la preponderancia de la mentira y la enfermedad mental entre los hombres. Sigue (¡cómo no!) a Lombroso en su teoría del delincuente y del hombre de genio. Tiene una obra tan extensa como tendenciosa y se divierte con su genio dialéctico en llamar degenerados a los poetas clásicos e inventar que nuestra civilización está fundada sobre la mentira. Fue nombrado Presidente del Congreso Sionista desde el que luchó denodadamente para conseguir el nuevo Estado de Israel. Y durante su presidencia del Sionismo, son sorprendidas las máximas utilizadas en Basilea bajo el título de Protocolos para conseguir el dominio mundial por el Sionismo.

SIGMUND FREUD, fundador del psicoanálisis, escritor fracasado que reconduce su vocación hacia la medicina en la que no se encuentra a sí mismo hasta que elige centrar sus esfuerzos en el estudio y análisis del cerebro humano y de las reacciones, causas y terapéutica de la histeria. Se divierte en demostrar que debajo de la moralidad del hombre en general, la que sirve de sostén al comportamiento social, no hay más que la porquería de tendencias aberrantes y que cada uno de nosotros oculta en su interior un invertido, un incestuoso, un monstruo libidinoso y un delincuente en potencia. Muy influenciado por Darwin, expone teorías muy nuevas sobre la histeria y sobre las enfermedades de la mente (un campo entonces sin explorar) y pretende explicar el funcionamiento de las relaciones cuerpo-alma. Se hace neuropatólogo, luego psicólogo integral y finalmente expone una teoría psicológica sobre la cultura y el comportamiento del hombre. Incluye en todos sus estudios la importancia de la sexualidad en los comportamientos anímicos como factor determinante de los conflictos psíquicos generadores de las enfermedades mentales. Convierte a la sexualidad en el gran catalizador del movimiento psicoanalítico.

En otro aspecto, declara que “el arte y la religión son, a lo sumo, productos de la sublimación de una líbido siempre insatisfecha”, que “toda creación es, en el plano individual y en el colectivo, una neurosis obsesiva”. Se enfrenta, con particular sectarismo, en lucha sin cuartel, a la religión Católica.

A cualquier mente medianamente sana se le ocurre pensar que tales imputaciones al motor de la sexualidad no son más que consecuencia de sus propias obsesiones y de una estructura mental degenerada que, desde luego, no puede hacer extensivas al resto del género humano.

Cae en el reduccionismo en virtud del cual se hace del instinto (y en especial del instinto sexual o líbido) la materia prima de toda la psique.

A nadie puede extrañar que, bajo el imperio de sus patrañas, el mundo occidental (y buena parte del restante) haya decidido cambiar al confesor, auténtico conocedor del alma humana por sus estudios de teología y de moral y por sus muchísimas horas en un confesionario donde los fieles le cuentan sus vidas con crudeza y realismo y donde se puede aprender más sobre el alma humana que en cualquier gabinete psiquiátrico, por el psiquiatra que le atiende semanal o quincenalmente, escuchando tonterías de la infancia, estupideces de sus recuerdos oníricos y cuya formación esta basada en las torticeras enseñanza que hemos expuesto.

El Catolicismo nos predica una concepción de la mujer como algo casi perfecto, como persona humana portadora de tantos valores espirituales y morales como los que pueda guardar el hombre. A diferencia de la proyección pagana de la mujer, concebida como un objeto, como un animal sin alma, confinada siempre al encierro animalesco de un gineceo, el concepto cristiano no solo enardece el superior valor humano de la mujer: hasta uno de sus más honrados símbolos, la Virgen María, se hace Madre del Redentor y queda como modelo ejemplar, excelso e imperecedero para el género humano. En lo cotidiano, eleva a la mujer a la función de compañera única y entrañable del hombre, al que asiste en el desarrollo de la familia, en la formación de los hijos... Un hebreo de Viena, WEININGER, pretende demostraciones científicas que la convierten en un ser innoble y repugnante, en un abismo de porquería y de inferioridad.

BERGSON, al final de su vida, se acerca al catolicismo, aunque no quiere formalizar su conversión por no renegar de su origen judío en aquellos tiempos de antisemitismo. Su última obra se titula “Les deux sources de la moral et de la religión” (las dos fuentes de la moral y de la religión).

Se inscribe, en un principio, en la línea de los filósofos de la “experiencia de la conciencia” o espiritualistas. En su concepto de la religión, enfrenta a la religión estática con la religión dinámica. La estática nace como reacción defensiva de la naturaleza contra lo que podría haber de deprimente para el individuo y de disolvente para la sociedad. La dinámica es la que vive el hombre que, en contacto íntimo con el impulso útil, llega a remontarse hasta el punto de donde el impulso viene y le basta con sentir que penetra las causas trascendentes de todas las cosas. Algo muy cercano al gnosticismo, tan antiguo y tan vencido. Sus ideas disolventes sobre el tiempo, sobre la relación entre la materia y el espíritu, sobre la libertad como carácter esencial de nuestro yo concreto, suponen otras tantas confusiones indescifrables que vienen a complicar las líneas del pensamiento moderno. En resumen, podemos esquematizar diciendo que sus análisis sutiles y oscuros sirven para derrumbar el templo milenario del platonismo (tal como se contiene en la filosofía aristotélico-tomista) y defiende que el pensamiento conceptual es incapaz de comprender la realidad, de asirla.

EINSTEIN, nacido en Ulm, se traslada a Milán en 1.895 donde renuncia a todo credo religioso y abandona la nacionalidad alemana, iniciando un largo camino de nacionalidades que finaliza con la estadounidense a partir de 1.940. Tuvo el amparo del Emperador Guillermo II bajo cuyos auspicios se traslada a Berlín y es nombrado miembro de la Real Academia Prusiana de las Ciencias. Sus ideas antibelicistas le llevan a negarse a la firma del manifiesto de los intelectuales alemanes para justificar la agresión a Bélgica; pero no le impiden, años más tarde, firmar la histórica carta en que solicita el apoyo de Roosevelt para la construcción de la bomba atómica.

A la creación del Estado de Israel, en 1.952, le ofrecen su jefatura; pero la rechaza para seguir trabajando en su obra “El significado de la Relatividad”. En el año 1.920 publica “El arquitecto del Universo”, extraño título de sospechosas concomitancias.

Su obra más masivamente conocida y de mayor influencia científica nos hace perder la noción de un sistema establecido de siempre sobre las sólidas bases de un tiempo y un espacio separados y absolutos; y cambiarla por otro que se instala en el fundamento de que el tiempo y el espacio son una misma cosa, que el espacio absoluto no existe, como tampoco existe el tiempo absoluto y que todo está en una perpetua relatividad cambiante. Destruye así los fundamentos de una sólida física.

MARCUSE, con sus teorías revolucionarias, marxistas y materialistas, tras el fracasado intento de instaurar en Alemania un estado socialista, retorna a la teoría, a Hegel y a sus “negociaciones” y a la visión contradictoria de la realidad, dando nuevos bríos a un comunismo para el que declara sus preferencias por el modelo de Mao. Como tanto comunistas que, vista la hecatombe y el fracaso en Rusia, buscan la salida de alinearse con una experiencia más críptica para los occidentales.

Enseña que el fracaso del socialismo en Alemania es el fracaso de la razón y de la acción del proletariado organizado y propone nuevos intentos para su implantación.

Su tesis, ya afincado en América, de que el proletariado termina dejándose absorber por el capitalismo en su pleno desarrollo, que le lleva a abandonar su “misión histórica revolucionaria” es tomada por muchos como válvula de escape para la persecución que sufren las ideas marxistas en América.

Para él, la libertad tiene un sentido materialista marxista y en época de actividad revolucionaria, ayuda y alienta los disturbios estudiantiles del famoso Mayo francés (1.968). Soltzenitzin se habrá preguntado sin duda por esta concepción materialista de la libertad.

REINACH, francés nacido en Saint-Gemain-en-Laye, de padres judíos, dedica toda su vida a la arqueología y publica numerosos libros sobre este tema. En su última obra (1.909) “Orpheus, Histoire Genérale des Religions”, sale de su esfera de arqueólogo y desarrolla con encono sus ideas contrarias al cristianismo, con tendencia clara a socavar sus cimientos, reuniendo y agrupando cuantos argumentos (muchos de ellos falsos, tan falsos como su falsificación, que finalmente fue descubierta, de la tiara del rey persa Saitafernes) le parecen desacreditar el valor de los textos y hechos evangélicos, llegando finalmente a decir: “El Jesús histórico es propiamente incomprensible, lo cual no es decir que nunca haya existido, sino simplemente que no podemos afirmar nada sobre esto, por falta de testimonios que se remonten indiscutiblemente a las personas que le hayan visto y oído”. Aporta documentación poco seria y falta de proporción, ataca con saña a la Compañía de Jesús, aduce cifras estadísticas contrarias a las más generalmente aceptadas por otros autores de mayor fiabilidad, sin explicar estas desviaciones; tacha a la religión de “un ensemble de scrupules qui font obstacle au libre exercice de nos facultés” (conjunto de escrúpulos que obstaculizan el libre ejercicio de nuestras facultades), definición tan vaga y deficiente que se puede aplicar a toda regla o disciplina, cuanto más a las impuestas por vía de autoridad. De la misma urbanidad podría decirse, según este criterio, que no es más que un conjunto de escrúpulos o miramientos que se oponen al libre ejercicio de las facultades humanas, aún las fisiológicas. Su criterio es permanentemente subjetivo y sistemáticamente contrario al Cristianismo, con razones, las más de las veces desprovistas de fundamento. Es, en suma, la expresión de un odio permanente al Cristianismo.

Intenta demostrarnos que las religiones no son más que antiguos tabúes del mismo rango de los que siguen profesando los salvajes y que de ellos solo se pueden sacar sistemas de prohibiciones y el encorsetamiento de sociedades que pasan así a la esclavitud de las normas y pierden la libertad del ser humano. Trata de convencer con razonamientos ingeniosos basados en falsas deducciones, de que el pensamiento universal de considerar a las religiones como la forma que el hombre tiene de conectarse con Dios, es una falsa consideración de la vida real y una imagen distorsionada en la que el hombre se refugia para disimular sus carencias. Parece que no supo prever el encorsetamiento y la esclavitud que los sistemas derivados de sus exposiciones traerían a la humanidad.

JEAN PAUL SARTRE despista y anula a la juventud de su tiempo con dudas y razonamientos estériles en que se dedica a poner en duda la propia existencia de cada uno de nosotros. Sus novelas (“La Nausée”, “Le Mur” en la que niega la existencia de Dios y considera al hombre como dueño absoluto del bien y del mal, de la verdad y de la mentira, concluyendo que la existencia se identifica con la libertad) son desastrosas y poco soportables para quien no tenga la idea preconcebida de que leer a Sartre es un ejercicio de intelectualidad que un “progre” no puede permitirse el lujo de declinar. Están llenas de personajes penosamente elaborados, de vida torturada y torturante, llena de pasiones retorcidas y paradójicamente privados de libertad; ninguno es normal y todos ellos se plantean una problemática irreal, absurda y degradante. Son obsesos sexuales, seres envilecidos o vulgares ambiciosos ávidos de poder. Tarda años en construir su amplia trilogía “Les chemins de la liberté” constituida por “L’âge de raisson”, “Les sursis” y “La mort dans l’âme”, de resultado decepcionante con graves contradicciones entre su teoría y la práctica que muestra. Los personajes se repiten, más que hombres son peleles representantes de un “realismo” trasnochado y pornográfico. Entendemos que si la confirmación de teorías destructivas y tortuosas precisan de personajes tan abyectos y tan ajenos a la realidad, lo que está demostrando es la falsedad de sus suposiciones y su exclusiva aplicación a los seres monstruosos que presenta. Y que para dar vida a sus tenebrosas teorías ha de acudir a presentarnos personajes irreales y retorcidos, lejanos a la imagen que presenta una humanidad normal.

En el teatro, en su obra “Huis clos”, reúne a una lesbiana, un rufián traidor y un infanticida condenados a vivir eternamente juntos, odiándose en el fondo de sus conciencias (“l’enfer c’est les autres”, el infierno son los demás).

Subyace en su obra de manera continuada y cotidiana una obsesión por el sexo en su forma más despreciable, más viciosa, de máxima degeneración y una línea existencial constante; sus personajes son almas atormentadas en situaciones límite que buscan algo que ellas mismas desconocen: librarse de prejuicios, luchar contra algo de espiritualidad que permanece latente en sus conciencias, demostrar la inutilidad de todo esfuerzo. Se trata, en fin, de una mente retorcida, enferma, negativa que las ínfulas de una ideología suicida pretende elevar a faro de una juventud perdida y anulada.

Existe en su pensamiento un progresivo abandono de sí mismo que le lleva a rechazar a Dios y a la absurda conclusión de que no existe. Y por este camino llega a negar incluso la existencia de sí mismo; inocula en la mente de la juventud de su tiempo (en especial la francesa, tan proclive desde la Revolución a tragar sin crítica cualquier basura intelectual) la duda estéril del nihilismo y del existencialismo en la que se pierden y llegan a perder sus años de formación más fecunda y eficaz. ¡Y se consideran intelectuales, avanzados, progresistas...!

Y esto, queridos amigos, forma el meollo del progreso que nos ha traído la ideología de izquierdas, de los iluminados, de los alumbrados por la luz de las modernas tendencias filosóficas, políticas y sociales, de los que aparentan ser ejemplo y reflejo del propio conocimientos, únicos privilegiados capaces de llegar a las luces del entendimiento (¿no suena esto demasiado a gnosticismo?).

La lista de quienes han ocupado (aupados por el poder económico que nos dirige) el puesto de faro y guía de nuestros pueblos, en especial de la juventud, menos preparada para luchar contra la mentira; y de las aberraciones que se nos imponen como adelantos de las ciencias, de la vida en común, se haría interminable.

He analizado una pequeña muestra de filósofos, científicos y pensadores cuyos planteamientos rigen hoy los destinos del mundo. Hay muchos más: no nos hemos parado en un Kafka que anda convirtiendo en cucaracha a un hombre e imparte, mediante los sentimientos miserables de tal protagonismo, dudas mortales y miedos ancestrales que congelan el alma de quien los sigue; ni en un Kiergegard, que enaltece el concepto enfermizo de la angustia que siente y padece el sujeto en solitario, aislado en un mundo masificado, sin Dios y sin esperanza; ni en un Niestche que deifica al Anticristo, que arremete con trampas mortales contra la civilización cristiana y crea conceptualmente un héroe que viene a ser, en verdad, el antihéroe. Además de soportar una existencia huera en la que se empeña en adular a los poderosos (Wagner) y es despreciado constantemente por ellos.

En el campo del pensamiento político no son distintos los planteamientos. Junto a tanta basura pseudofilosófica, destinada premeditadamente a corroer un mundo de seriedad ideológica, no siguen otro camino las prácticas políticas:

Enrique VIII se ve asesorado y absorbido por una camarilla que le induce a separarse de la Iglesia (aprovechando su proclividad sexual) y a crear la suya propia, sacando definitivamente a Inglaterra de su ancestral obediencia.

Entre las cámaras secretas de la masonería se trama y desarrolla la revolución francesa que se agota con la matanza de la mayor parte de la aristocracia local y del clero, con el acabamiento asesino y procaz de sectores enteros de la sociedad. Su acendrado odio al trono y al Altar tiene aquí su primera gran expresión.

Lenin y Trotsky, amparados en las oscuras doctrinas políticas y económicas del comunismo de Marx y de Engels, instauran un sistema férreamente liderado que es responsable de un número incontable de asesinatos en masacre satánica. La tiranía ominosa de esta creación tiene muy escasos antecedentes en la Historia de la Humanidad; y ninguno en los últimos 20 siglos.

La expansión de las mismas doctrinas comunistas tiende a establecerse en muchos otros pueblos en los que causa innumerables revoluciones y crímenes de paz y de guerra con un nuevo chorreo de seres humanos masacrados sin piedad.

El ideario político de la democracia instaura en la mayoría de los países de Occidente sistemas de gobierno que están basados en el embuste institucionalizado y el aprovechamiento de las masas para el logro del poder por parte de una nueva aristocracia económica, siempre críptica. Oculta el embuste insostenible de que es el pueblo el que se gobierna a sí mismo: cosa imposible en el campo de la política, una utopía irrealizable. Y el contraste de la realidad viene a mostrar que solo el poder económico, capaz de mover a su capricho a las masas cuyo único credo es el dinero y la economía, llega a manejar los gobiernos que caen en la trampa del “mal menor”. Se instala en la necedad de que 100 torpes consiguen mejores resultados y llegan a conclusiones más inteligentes que 10 sabios.

Y con ese grado de “progresismo” que se va filtrando más y más en el pensamiento occidental, llegamos a nuestros días en los que cualquier idea seria y formal ha sido masacrada y cada uno de los hombres está sepultado en la inconsciencia de una falta de cultura que le permite creerse superior a cuantos hombres han poblado el mundo en épocas anteriores. Siendo patente que jamás existió una humanidad más masificada que la actual y que los niveles de cultura del hombre occidental de hoy rayan en la cerrazón de cuatro lugares comunes y de tesis que se ponen de moda y son aceptadas sin el menor esfuerzo crítico. Tan faltos de formación y de conocimiento están que hemos llegado al punto en que la mayoría odia sus raíces.

Una mirada al arte nos permite descubrir que todo él ha sido degradado y convertido en un lamentable cortejo de embustes y mixtificaciones: a los genios de la pintura (Velázquez, Goya, Rubens, Rembrand y un largísimo etcétera) les suceden tramposos de triquiñuela que pretenden hacernos pasar por tal auténticos insultos a la inteligencia humana: Miró, con sus dibujos de niño mal educado y poco aplicado que vende en cantidades millonarias; el Picasso de la época cubista, que nos engaña con caras disformes en las que apenas si se reconoce la figura humana (mirad su “Estudio con cabeza de escayola”, en que la cabeza no es cabeza y el estudio hace divagar la mente entre el desconcierto y la desazón) o en su “Guernica”, de no mayor mérito que tantos dibujos que hemos visto en las paredes de un W.C.; Dalí, que tan pronto nos emociona con pinturas de arte (“Muchacha de espaldas mirando por la ventana” o “Muchacha de espaldas”) como nos ahoga en la distorsión de complejas combinaciones que nada significan y que para nada llenan ningún hueco del espíritu (véase, por ejemplo, “Naturaleza muerta al claro de luna”, verdadero bodrio sin sentido); los movimientos pictóricos modernos que compiten en el simplismo inexpresivo de una mera mezcla de colores o de líneas que no determinan ninguna forma concreta; basura que pretende su paso a la historia de la pintura solo porque los marchantes internacionales pagan fortunas por esas “creaciones” que están fuera del arte y de la cultura, convertidos los lienzos engañabobos en objetos de especulación mercantilista.

La escultura se ha convertido en la construcción de volúmenes geométricos más o menos complicados que de ninguna forma logran tocar la sensibilidad del alma humana ni emocionar ningún espíritu.

La literatura, carente de las normas básicas del lenguaje, enjaretada de manera caprichosa por quienes están ayunos de la más elemental formación lingüística, trata temas degradados que se rebajan a los peores instintos del hombre con la torpe defensa de que dan a las masas lo que las masas piden; como si no hubiesen sido felices los pueblos que leyeron El Quijote o las creaciones de Quevedo, o la literatura inefable y creadora que con maestría desconocida nos ofrecía Valle Inclán...

Se da título de poeta a cualquier barbián que se contenta con poner frases sin sentido llenas de vulgaridades, dichas con cursilería, alineadas una tras otra sin orden ni concierto, carentes de la métrica, de la rima y de la cadencia que son atributos indispensables de la poesía y, por tanto, al alcance de los inútiles que no han servido para otra cosa, a los que se inviste de poetas y se premia con dotaciones millonarias.

El teatro ha pasado de ser la expresión representativa más universal de obras maestras e inteligentes a convertirse, en este desaguisado en el que se ha involucrado al arte en su totalidad, en la más lamentable burla al público, sacando a escena a unos payasos cubiertos con sábanas de fantasma que no hablan sino que balbucean lamentos incomprensibles y babeantes en la escena; cuando no lo convierten en simple pornografía de desnudos injustificados y mastuerzos y de escenas íntimas que a nadie encandilan.

El cine ha sido copado abrupta y descaradamente por grupos que ocupan la totalidad de sus escalafones, desde las grandes distribuidoras hasta las salas de proyección más importantes. Guiados por la fuerza de asimilación del medio (no olvidéis que el espectador se hace cuerpo y alma del protagonista, sufre con él y pena con los que le persiguen), han sabido captar desde un principio que sería el vehículo más poderoso para infundir las nuevas ideas en el ánimo de los espectadores. Ahora, sus corifeos (directores, productores y actores que no hacen más que contagiarse de los sentimientos del director) son paniaguados de pésima calidad y muchos de ellos de oscuro y vergonzoso pasado que arremeten contra la Iglesia, contra el clero, contra los mandos naturales de todo orden imputando defectos y maldades que solo están en sus desdichadas historias (por eso los conocen tan bien). El aborto, la eutanasia, el anticlericalismo, los estados de revolución constante han recibido sus mejores apoyos y expansiones por este medio.

Instauran el dogma de que todas las aberraciones antinaturales del sexo tienen un origen explicable y no constituyen degeneración alguna, creando el grave pecado social que ha de castigar a quienes no admiten que tales comportamientos retorcidos sean tomados como naturales. Y este dogma tiene su concreción más reciente en la institución del oficial del matrimonio entre homosexuales.

Imponen con leyes bárbaras monstruosidades tan inadmisibles como el aborto legal o la eutanasia que permitirá, finalmente, la eliminación legal de los nacianos, enfermos o deformes en un aquelarre peor que el de los espartanos con los neonatos defectuosos.

Se permiten los juegos que llaman investigación científica con cromosomas humanos con los que se pretende conseguir influencias en la formación del individuo, salido de laboratorio. O con las células madre, auténticos seres humanos con los que se experimenta como si fueran cobayas; penalizando al tiempo los tratos “inhumanos” a las cobayas y a cualquier otro animal (¿habrá felonía más nefanda que tildar de “inhumano” al trato de un animal?).

Todo ello conforma una nueva sociedad enviciada en el odio a la historia de la humanidad, al mismo hombre; en el aprendizaje de cuatro normas simples y mendaces y en la falsaria creencia de ser panacea universal de cualquier problema vital que se presente… Tesis, todas ellas, claramente satánicas y que conducen al hombre a una esclavitud tan ominosa como jamás se ha conocido.

¿No se ve en todo ello el resultado de un estado de conciencia y de pensamiento fruto de las barbaridades de pensadores como los que hemos repasado? Sin las pretenciosas conclusiones filosóficas y científicas de tanto pensador enloquecido por ideas hueras y despropósitos a los que tenemos que decir amen porque esta civilización suicida nos obliga a pensar que cualquier opinión debe de ser respetada, ellos, que nada respetan de los demás, que todo lo ensucian y lo corrompen; que todo lo arrasan; sin estas desviaciones de la mente y del espíritu, digo ¿habrían llegado a abrirse paso entre nosotros tanto desmán contra el arte, contra el gobierno de los pueblos y contra la civilización?

Solo así hemos podido llegar a una cultura salvaje y cruel que anula el matrimonio y la familia, que permite el asesinato de los niños en el vientre de sus madres y ejecutados por ellas mismas, que adapta como solución a la vejez el crimen inicuo del anciano con el apoyo de principios que pronto darán entrada a la licitud del asesinato de los enfermos, de los dolientes y de los lisiados; que vilipendia a la mujer y la explota en funciones laborales a las que no tiene más remedio que acudir, forzada por las necesidades que le ha creado un consumismo suicida; que rapta y vende niños para su explotación sexual o para su cruento crimen con objeto de extraer y vender sus vísceras para trasplantes; que falsea la enseñanza creando ficciones que inculca a los educandos una falaz versión de la historia, hecha a la medida de sus deseos y de sus aspiraciones…

La justicia tuerce sus varas y se acomoda a doctrinas inmorales y amorales que castigan al justo y protegen al delincuente.

La policía pierde todo el contacto con la justicia y la moral y forma en su interior mafias más peligrosas y aterradoras que las que asolaron los EEUU en el siglo pasado…

Se proclaman enemigos de la guerra (es curioso: hacen la guerra a la guerra) y promueven guerras mucho más cruentas y salvajes, asesinas, que destruyen fondos de cultura ancestral insustituibles, que masacran sin justa causa y sin resistencia a millones de seres humanos, en las que se ceban las revoluciones, que justifican matanzas sin cuento para la obtención de riquezas ilícitas...

Y toda esta literatura y toda esta filosofía se tiñe de los colores más oscuros, se negativiza y hace del hombre un esclavo que jamás podrá alcanzar una libertad con la que todos ellos sueñan pero que no tendrán; antes bien, se alejan cada vez más de ella. ¿Cómo hemos caído tan bajo, cómo hemos permitido la imposición de tanta salvajada y de tanto sofisma? ¿Qué hemos hecho para llegar a vilezas tan torpes, a crímenes tan severos, a degeneraciones tan inhumanas?

Y esto, queridos amigos, forma el meollo de lo que nos han traído los “progres”, los iluminados, los alumbrados por la luz oscura de las modernas tendencias de pensadores, políticos y socialistas que nada saben de la auténtica sociedad.

Ahora, decidme: ¿qué es lo que puede brotar de este cúmulo de barbaridades, de confusiones y monstruosidades, de teorías gratuitas peligrosísimas, si intentamos aplicarnos a nosotros esas angustias, esos nihilismos, esas ausencias de razón, esas sinrazones; y si nos plegamos al juego aberrante de construir estados y civilizaciones basados en los principios materialistas, inhumanos, sin Dios y sin religión, carentes de moral y de ética, inmersos en la barbarie del materialismo más feroz, del hedonismo sin límites y de un egoísmo animalesco?

Lo mejor es que ya ni siquiera tenemos la disculpa de plantearnos la duda de lo que puede nacer de este estado de cosas: porque ya lo hemos sabido, porque esas barbaridades ya han sido ensayadas en el siglo XX; porque sus resultados ya están aquí, ya los hemos experimentado y ya asfixian a la civilización humana.

En lo personal hemos construido un mundo de individualidades, sin conciencia de grupo, sin nexo alguno con la sociedad, sin valores éticos ni sociales; un mundo en que el orden (cualquier tipo de orden) desaparece y es sustituido por el clamor sin límites del egoísmo individual, que todo lo exige y todo lo destruye. Un mundo en el que el hijo se enfrenta y desoye al padre, la mujer al marido, al alumno al profesor, el obrero a la disciplina del patrón y de la propia empresa que es solar de su trabajo, los gobernados a los gobernantes; ya es axiomático que todos somos enemigos de todos, que todo está en lucha contra todo, que no se reconoce ningún tipo de orden, ni natural ni social y menos aún de justicia. En política, se crean en cada país partidos tendenciosos y doctrinales que luchan unos contra otros, debilitando internamente a las naciones. Es el Estado de Revolución Constante.

Se acaba con la disciplina militar mediante la degeneración suicida de los cuerpos de ejército y el desmantelamiento de los cuarteles, sustituyéndolos por un vergonzoso nido de mercenarios capaces de volver sus armas por una mayor soldada. Se dejan inermes a las naciones, ya debilitadas por las torcidas doctrinas que han adoptado como principios de vida, como si ningún peligro nos acechase ( y nunca hemos tenido tanto peligro a nuestras puertas y en nuestras casas como ahora). Pero se ve con aplauso que Rusia tenga uno de los ejércitos más disciplinados y potentes: luego mienten cuando dicen que odian la guerra, que hacen guerra a la guerra: solo odian y destruyen las posibilidades que pudiésemos habilitar para defendernos de ellos.

En suma, un mundo en revolución constante en el que nada es bueno ni malo, sino todo lo contrario; en el que no se da lugar a la creación y se anula la creatividad. Enloquecida la humanidad en esa riada de revolución continua, sin defensas sociales, sin defensas militares, sin justicia, una humanidad dispuesta a creer lo que se le diga con tal que esté refrendado por medios de comunicación masivos que se han convertido en la voz de mando de las naciones, en ausencia de una voz que cumpla el requisito de llegar simultáneamente a toda la colectividad...

Las naciones son amenazadas y con mucha frecuencia atenazadas con sistemas políticos y sociales que pretenden la imposición de las absurdas tesis de organización política y social proclamadas por los filósofos ilusorios del absurdo y que han hallado asiento gracias a la machacona insistencia, sin posibilidad de réplica, con que se han impuesto a las desdichadas mentes de individuos desposeídos de recursos intelectuales y culturales (hoy, la casi totalidad del conjunto social lo es) y por la acción paralela de poderosos medios de comunicación. Este acoso, de gravedad insólita y poco sospechada, ha producido siempre, en los estados cobaya, millones de muertos y la anulación criminal de generaciones íntegras. Porque la sinrazón de sus planteamientos no ha encontrado otra forma de imposición que la tiranía más sórdida y cruenta que hayamos conocido en la Historia de la Humanidad.

¿Por qué esa obsesión de todos los pensadores de los dos o tres siglos últimos por la libertad? No me equivoco al pensar que es porque han enterrado la libertad, la auténtica y verdadera; y porque la han querido sustituir por otra libertad que no es más que libertinaje y que no puede dar respuesta a ninguna de las interrogantes esenciales y trascendentes del alma humana. Ese libertinaje que pretenden instaurar es la herramienta más certera para conducirnos a una esclavitud horrenda que ya estamos sufriendo, aturdidos y entontecidos por la droga de unas ideas disolventes.

¿Qué nos ofrece la “progresía”? ¿Qué nos ha dado a cambio de lo que teníamos? Corrupción, miseria, dependencia, sometimiento, crímenes masivos inéditos e impunes, destrucción de una cultura que había regido correctamente los destinos de más de medio mundo durante veinte siglos, falsedades, odio a las verdades fundamentales, desquiciamiento del mundo y de la sociedad, inestabilidad en todos los frentes, degeneración de las costumbres y de las instituciones, revolución continua, indefensión de las naciones...

¿Qué hemos dejado en este miserable camino?

¿Y aún reclaman un Gobierno de progreso? ¿Y aún se atreven a presentarse como redentores de la humanidad?

Me propongo no volver a admitir la calificación de progreso que se arrogan con osadía petulante y huera la patulea de gañanes sin cultura y sin principios. No consintamos que ante nosotros presuman de progresistas los que realmente son adalides y guías del oscurantismo más atroz, inédito en tiempos de Gengis Khan o de las antiguas dinastías chinas

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Javier de Echegaray

 

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