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El Aviador (The Aviator). Vanitas Vanitatis.

por Francisco Galdúroz

Martin Scorsese se anota un tanto con esta sugerente y acertada semblanza del famoso y controvertido magnate Howard Hughes

El Aviador (The Aviator). USA, 2004. Distribuidora: Fox.

Martin Scorsese se anota un tanto con una sugerente y acertada semblanza del famoso y controvertido magnate Howard Hughes; Esta cinta de John Logan (Gladiador), si bien no es ninguna obra maestra, resulta entretenida; situada a medio camino entre el género épico y el drama romántico, muestra cinco lustros de gloria del legendario y excéntrico productor de cine, ambicioso empresario e intrépido impulsor de la industria aeronáutica.

Ciertamente este fascinante espectáculo no decepciona. A lo largo de sus 169 minutos -se detectan quizá demasiados y un ritmo en parte lento-, se nos ilustra correctamente acerca de la primera etapa vital de este contradictorio y complejo personaje, que podría simbolizar el “sueño americano”, las grandezas y miserias de un destacado protagonista del siglo XX.

Una asombrosa y tal vez sobrada recreación de ambientes de los años 20 a 40 –soberbia fotografía de Robert Richardson que recuerda el technicolor- sirve de soporte visual para esta sucesión de intrigas y pasiones en la élite social y económica de su tiempo –con innegable decadencia moral- incluyendo las relaciones tormentosas con hermosas mujeres del superficial Hollywood, exceso y lujo en los clubes nocturnos.

La acción basada en el guión de Michael Mann consigue absorber al espectador, que contempla asombrado los turbulentos y exitosos días –entre los 21 y los 43 años- del polifacético multimillonario, amante de la velocidad y la continua superación de récords (por ejemplo, construir el avión más grande del mundo). Todo un universo de fabuloso desarrollo –el despacho en el rascacielos de la PanAm es una alegoría del poder- siempre acompañado de una realidad de corrupción política, financiera y periodística; antes y después de la segunda guerra mundial.

Rodada con estilo, y una estupenda producción -con impresionantes secuencias aéreas-, más que la biografía de este hombre inmensamente rico, el director de títulos como: Gangs of New York y Casino, pretende y logra –aunque limitadamente- asomarse a la intimidad del hombre que perseguía el triunfo a toda costa; también constituye un homenaje al “séptimo arte” en la época. La labor de encarnar para la gran pantalla al protagonista corresponde al treintañero Leonardo DiCaprio (Titanic, La Playa) quien no siendo en mi opinión uno de los “grandes”, en esta ocasión alcanza una muy notable actuación. Igualmente, destacamos un interesante uso –que no abuso- del recurso técnico del ‘flash-back’ (saltos en el tiempo, principalmente al pasado).

En formato casi de documental histórico, el retrato de este visionario -que utilizó la fortuna heredada muy joven de sus padres- apunta sus virtudes y defectos. Perfeccionista hasta el extremo en sus proyectos, pero simultáneamente víctima de ataques neuróticos que lo atormentaron hasta su ‘misteriosa’ muerte aislado y apartado del público, sumido en la soledad, la toxicomanía y demencia –fuera ya del período de la película, desde 1926 a 1948-.

Hughes debe convivir con una sordera parcial y luchar contra sus crecientes problemas psicológicos originados desde la niñez; así, va desarrollando aversiones y fobias, y su conducta se vuelve paulatinamente más inestable, hasta la incomunicación. Estos aspectos de su personalidad - sus trastornos obsesivo-compulsivos y aventuras descontroladas- son tratados no obstante sin profundidad, lo que puede privarle de humanidad en el film.

Mientras que es un hombre de temperamento poco agradable, su debilidad por el sexo femenino (aparte de volar); se enamoró entre otras de la sofisticada Katharine Hepburn (interpretada magníficamente por la australiana Cate Blanchett -El Señor de los Anillos, Bandits-); la voz y los modos de la mítica actriz son perfectamente revelados. Tras finalizar este romance, inicia otro con una prácticamente adolescente Faith Domerque (Kelli Garner) y más tarde por una caracterial y complicada Ava Gardner; una atractiva Kate Beckinsale Van Helsing, Pearl Harbor- hace un papel excelente de esta última diva; y la lista prosigue con la descarada “rubia platino” Jean Harlow (personificada por Gwen Stefani).

El fantástico cartel lo completan: John C. Reilly, un extraordinario y recuperado Alec Baldwin (como Juan Trippe), Jude Law (dando breve vida a un desenfrenado Errol Flynn), y Alan Alda (convincente senador Owen); por último, todo el reparto de secundarios efectúa un brillante trabajo de apoyo a la puesta en escena.

El final nos suscita el sentimiento de que, aunque es un producto bien hecho, podía haber ido más al corazón; se echa de menos por tanto un punto de trascendencia. Pues no causa escándalo la vida “de película”, emocionante pero descabellada, de uno de los célebres representantes del capitalismo “salvaje”, sino que desearíamos entrever un leve contraste a tanta vaciedad, una mayor hondura.

Llama la atención cuando el protagonista, sin haber disfrutado de su triunfo -tras hacer que vuele el "Hercules"- se plantea los motores a reacción: es una prueba de su lucha desesperada por saciar ese hambre que todos tenemos de más, el hombre como criatura que siempre necesita algo; quien tras conseguir un objetivo al cual ha ligado vida y fortuna, inmediatamente necesita poner sus ojos en otro…

En suma: ¿dónde está la verdadera belleza?, ¿cómo puede el hombre aparentemente satisfecho tener tanto y sin embargo al final no poseer nada?, ¿Dónde ponemos nuestra esperanza?. Todos aspiramos a la verdadera felicidad porque hemos sido creados para ello, y no para ser esclavos (¿sin saberlo?) de ajenas ó propias apetencias…

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Francisco Galdúroz

 

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