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Realidad, Realismo y "Reality"

por Gonzalo Rojas

Para saber qué es el realismo conviene preguntarse primero ¿Qué es de verdad lo real? Para analizar la sociedad, se parte de la sociología o de la psicología social y de a poco se llega al campo de la realidad histórica; pero no nos quedamos satisfechos, porque tampoco esa capa basta y surgen entonces las preguntas antropológicas. ¿Qué es la persona humana? ¿Qué son el bien y el mal para ella? Es la búsqueda insaciable por la realidad más profunda de lo humano.

Escribía hace 27 años Jaime Guzmán al fundar Realidad en 1978: “Levantamos la fe en un verdadero ideal, que sólo puede ser tal en cuanto se ajuste a la realidad. Ser fiel a las exigencias de ésta, es la única ruta a través de la cual emerge el ser humano en toda su grandeza y dignidad espiritual, ya que únicamente sobre dicha base es posible progresar en el conocimiento de la verdad y construir o desarrollar una civilización auténticamente humanista.”

10 años antes, en mayo de 1968, los universitarios franceses habían acuñado varias expresiones que han permanecido hasta hoy como puntos de referencia de toda buena reflexión sobre la juventud. Dos de ellas resultan particularmente útiles. “Seamos realistas, pidamos lo imposible,” es la primera. Durante estas tres décadas y media, hemos discutido sobre qué querían decir exactamente esas palabras.

Hay quienes se inclinan por afirmar que eran un llamado a una rebelión sin sentido, a una revolución sin metas, a reconocer que, hagamos lo que hagamos, hay fuerzas superiores que manejan la totalidad de nuestras acciones y por eso frustran toda posibilidad de éxito. “Seamos realistas, hagamos lo que hagamos, lo que buscamos es imposible”, vendría a ser la explicación de la frase.

Otros ven la sentencia escrita en las paredes de las universidades de Nanterre y la Sorbonne justamente de modo contrario. La interpretan como la llamada audaz a volcar las fuerzas juveniles, las fuerzas de los ideales, hacia un proyecto que parece imposible, pero que sólo si se lo pide y busca, llegará a concretarse. La frase debiera entenderse entonces como “Si somos realistas, conseguiremos lo que otros llaman imposibles.“

Pero, para saber qué es el realismo conviene preguntarse primero ¿Qué es de verdad lo real? Para analizar la sociedad, se parte de la sociología o de la psicología social y de a poco se llega al campo de la realidad histórica; pero no nos quedamos satisfechos, porque tampoco esa capa basta y surgen entonces las preguntas antropológicas. ¿Qué es la persona humana? ¿Qué son el bien y el mal para ella? Es la búsqueda insaciable por la realidad más profunda de lo humano.

Así mirado este proceso, la realidad, parece por lo tanto construida de capas sucesivas hacia el fondo, que se articulan entre sí mediante unas bisagras o vasos comunicantes, por los que la persona inquieta y de verdad interesada va entrando hacia… las profundidades de lo real.

Es decir, la realidad de cada objeto de estudio, de interés, de análisis, es muchas cosas a la vez y una sola en el fondo: cada una de sus capas forma parte de lo real, pero en el fondo la desnudez de la realidad pura es la que explica todas las capas superiores. Entonces, si por realidad se entiende cualquier fenómeno que ocurre, realista será el que lo reconozca y acepte; pero si por realidad se entiende el núcleo último que explica las cosas por sus primeros principios, el realismo es partir de ahí, considerar todas las restantes capas y valorarlas positiva o negativamente respecto de su fundamento.

Hay un realismo en que lo habitual pasa a ser lo real. Es el realismo de la habitualidad; pero hay también un realismo en que sólo lo normal es lo real. Este es el realismo de la normalidad. Ciertamente, Chile se ha ido acostumbrando mucho más al realismo de la habitualidad, que ha desplazado gradual y sostenidamente al realismo de la normalidad.

Pero nosotros no; nosotros creemos en la primacía absoluta de la realidad, del realismo de la normalidad, que Jaime expresara en su “Nos detestan porque nos temen y nos temen porque nos saben irreductibles”; irreductibles, agreguemos, en la defensa de lo real, de lo fundamental, de lo normal.

La segunda expresión del año 68 que vale la pena recordar es: “La imaginación al poder.” En efecto, agobiados por el pragmatismo economicista, los jóvenes franceses quisieron rehabilitar a la imaginación como la gran fuerza del futuro. La imaginación tenía que llegar al poder, es decir, la imaginación tenía que producir efectos libres, sin límites, dar de sí lo máximo. Pero, no lo olvidemos nunca, la imaginación es la loca de la casa, en palabras de Teresa de Avila y, junto a sus genialidades, depara también sorpresas ingratas. Por siglos y siglos, la imaginación se ha movido entre el respeto a la realidad fundamental, obteniendo de ella el dato primario a partir del cual vuela, y el alejamiento de la realidad para pervertir sus fundamentos en aventura grotesca.

Esas aventuras la convierten en la loca de la casa. Y la locura, en cualquiera de sus formas, es precisamente la ruptura con la realidad, con el realismo de la normalidad. Efectivamente, cuando se la llamó al poder a fines de lo 60, la loca imaginación se tomó la casa entera y su comportamiento ha consistido en un gradual pero sostenido empeño por liberarse de la tutela de la realidad. El arte abstracto, la música atónica, los fragmentos literarios como los modelos para armar a lo Cortázar, anunciaron el fenómeno que llegó después al arte rupturista, a la música de los silencios, a las letras de la transgresión, palabras ahora claramente contrarias a las realidades básicas.

Pero la imaginación no se conformó con las artes y las humanidades. Llamada al poder, irrumpió también en el uso del tiempo libre, en la intimidad del hogar, en la profundidad del amor conyugal. Y a todo ello contribuyeron decisivamente los medios de comunicación. Por estos medios se masificaron los juegos de rol, así comenzó a difundirse la realidad virtual, así han llegado a proponerse los reality shows. Todos como una necesidad profunda de llevar la imaginación hasta la consumación de su poder sin límite alguno, sin freno, sin más exigencia que alimentarse de sí misma, de espaldas a la realidad.

Sí, de espaldas a lo real, pero mirándolo de reojo, porque la loca de la casa sabe en qué morada habita y de dónde la pueden echar. Es loca, pero no tonta, por lo que aprovecha las abundantes experiencias históricas de cansancios sociales frente a los experimentos imaginativos de manipulación de la realidad.

Por eso, la imaginación se presenta ahora con ropajes de realismo, aunque contraria en su esencia a la más elemental realidad. Y entonces, como última novedad imaginativa, aparecen los reality shows, -el reality show- ese mostrar una realidad construida por guión, editada por expertos, censurada a trozos por equilibristas de la moral, programada en horarios estudiados con lupa, corregida por los telespectadores, negociada y vendida al mercado publicitario, show en el que campea la imaginación y desaparece la realidad, hasta el punto que la casa-estudio es, de verdad, una casa de locos. Nadie lo ha dicho tan claro como Pedro Morándé, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la P. Universidad Católica de Chile: “El así llamado reality show, cuyo nombre resume la perversión de todo lo real, pretende hacer pasar por realidad, por espontáneo comportamiento, por ‘actitud natural’ una construcción artificiosa, manipulada, premeditada, arbitraria, llena de calculada violencia; un síntóma inequívoco de su total ausencia de realidad, es su falta de humor.”

Quiere parecer el show de la realidad, pero yerra por completo, porque en la realidad profunda, en ese núcleo ultimo de la propia vida que las personas anhelan conocer a fondo, aunque sólo sea una vez en su existencia, ahí no cabe el show, no cabe la actuación, no caben los micrófonos, no caben las recomendaciones de directores y productores, no caben los estudios de rating ni los conflictos por carambolas, no se acepta la exposición de la intimidad, no se tolera la dependencia de la voluntad ajena, ni menos por llamadas telefónicas. Sólo cabe el monólogo de la propia conciencia y el diálogo con Dios. Pero eso, que es la desnuda realidad, eso no vale para la imaginación mediática de hoy, no vende, no eleva el rating, no cautiva a miles y miles que prefieren ser capturados por el realismo de la habitualidad por sobre la cruda realidad.

Millares de telespectadores siguen el reality, pero al mismo tiempo viven en la dura realidad. Lo que se les ofrece, y aceptan es simplemente escapar de ella vía imaginación condensada en reality. Pero la vida los trae a cada minuto de vuelta a la realidad, les tira el cable a tierra. Porque esas gente estudian, se enamoran, comentan la actualidad nacional e internacional, se enferman y mueren.

Es que no hay show que dure cien años ni cuerpo que lo aguante. Qué duda cabe que era a ese falseamiento de la realidad a lo que se refería Octavio Paz cuando escribía que “un día u otro la realidad desgarra los velos y reaparece.” No más reality expresada en una muestra parcial y fragmentaria, sino simple, cruda, inevitable realidad: mintió, traicionó, engañó, se murió. Y nadie puede editar esa información para hacerla más presentable al telespectador, nadie puede programarla en horario prime, llega cuando corresponde al devenir propio del ser de las cosas, quedas amenazado y quizás te encuentras culpable sin intervención externa alguna.

A estas realidades básicas, miradas positivamente y además iluminadas por la fe, era a las que se refería Jaime cuando decía: “Cierto es que aún tendremos que sufrir. Pero asociado a la Pasión de Cristo, nuestro dolor adquiere fuerza redentora para llevarnos a la gloria en la vida eterna. Cierto es que aún quedaremos sometidos a la muerte. Pero ella será sólo transitoria, porque también nosotros resucitaremos con Cristo al fin de los tiempos, para que nuestro cuerpo se una a nuestra alma siempre inmortal. Cierto es que aún estaremos expuestos a caer en pecado. Pero desde ya podemos evitarlo a través de la Gracia de Dios y alcanzar así su eterna contemplación en el cielo después de nuestra muerte.” De ese realismo, de esas realidades tenemos que aprender a vivir y enseñar a vivir a otros. Ellas fueron las que guiaron la vida de Jaime. Humanismo, humanidades, realidad y realismo. Nosotros podemos devolverle a la imaginación su magnífico papel social; nosotros sabemos cómo hacerlo: con el cultivo de la historia, de la literatura, de las artes, de la filosofía, sobre todo. Con el desarrollo del debate y del ensayo como técnicas de conocimiento de lo real y de expansión de la imaginación. Con la lectura, la escritura y la intervención oral, con el servicio directo, limpio y constante, a los más pobres.

Al respecto, nos decía Jaime que había que “abandonar toda una forma retórica, ampulosa y hueca, que caracterizó muchas de las expresiones políticas tradicionales, para ir a un lenguaje directo y claro, con proposiciones precisas, vinculadas a la necesidad de ofrecer soluciones creadoras frente a los problemas nacionales.” Realidad e imaginación, en fecunda articulación, diríamos hoy.

Nosotros somos responsables ante la sociedad chilena -llena de realidades terribles que exigen realismo de ideales- somos responsables de gritarle una llamada de alerta: no más show, no más marketing hueco, no más rebaja de ideales. Pero somos también responsables de un trabajo serio y metódico que lleve, de verdad, a la realidad al poder. Con imaginación, la realidad al poder.

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Gonzalo Rojas

 

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