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Testimonio del funeral de don Giussani

por Luis Rubalcaba

En primera persona, un testimonio significativo

25 febrero de 2005

Queridos amigos, Acabo de encender el ordenador y lo primero que quería era escribiros un mensaje para trasmitiros en lo posible la alegría por el increíble acontecimiento que sucedió ayer en Milán con el funeral de D. Giussani y al que algunos tuvimos el privilegio de asistir. Hoy, las cosas ya son como eran ayer y el mundo entero, y nuestro pequeño mundo con sus agobios y afanes, aparece nuevamente reordenado, nuevamente reestablecido para manifestar la victoria de Cristo y su significado completo en lo que somos y hacemos. La muerte de D. Gius y su subida a los cielos nos anticipa el destino que hace buenas todas las cosas y que nos ha manifestado la grandeza del misterio hecho carne.

En unas condiciones no precisamente favorables, con un frío y una aguanieve persistentes durante las 5 horas que estuvimos en frente de la catedral, pudimos contemplar la grandeza del carisma que ha hecho y hace posible la esperanza en nuestra vida. El paso del féretro en medio del gentío congregado en la plaza, bajo un silencio sepulcral en el Duomo y cantando el "povera voce" era como el anuncio de aquella presencia que nos restaca cada vez que estamos a las puertas del abismo. Era como si ese hombre de Dios, cuyo cadáver duro e indescriptible habíamos visitado un rato antes en la capilla ardiente, se transformara en fuerza inefable del Espíritu. Era como su vida y su muerte rebosantes de Cristo estuvieran dando paso a una nueva santidad indeleble que podíamos ver, tocar, sentir.

El pueblo generado por su carisma estábamos allí sobrecogido y reconformado por la palabras por él formuladas a través del mensaje del Papa, de la homilía de Ratzinger y del testimonio final de Carrón. Ratzinger comenzó hablando de la belleza sellada por D. Giuss como modo que conocer la Belleza completa, el significado completo, Cristo. El funeral que vivimos ayer ha sido el gran espectáculo de su Belleza a través del carisma de nuestro padre común. La unidad a la que se refirió al final de su intervención un grandísimo Julián era evidente allí como el gran don que mantiene vivo el fruto del carisma en nuestras vidas y en el mundo.

El funeral de ayer en Milán fue realmente impresionante, pero no tanto por las 20.000 personas que allí estábamos o la presencia de obispos, curas, autoridades, etc., sino por reconocer lo que D. Giuss ha supuesto y supone en la vida de tantos de nosotros. Gracias a lo que este hombre ha generado podemos vivir la fe cristiana como una experiencia, un acontecimiento que nos permite vivir con alegría y esperanza todos los avatares de la vida. Su gran aportación ha sido la de transmitir la experiencia cristiana como algo sumamente atractivo y razonable para el hombre moderno, lejos de la tradicional reducción del cristianismo a una moral a cumplir, a una acción social o a una espiritualidad pietista, que desgraciadamente, una cosa u otra, sigue siendo lo que predomina en muchos ambientes. D. Giussani nos ha transmitido un carisma vivo, un movimiento a través del cuál la gloria de Cristo en el mundo se hace presente.

En medio del aguacero del Duomo, tomó cuerpo lo que unos minutos antes tuve la ocasión de hablar con Pepe tomando una hamburguesa en un Burger: con independencia de lo que podamos o no reconocer, y aunque un día renegáramos de todo, es un hecho totalmente objetivo que lo que somos y da consistencia a nuestra vida ha sido posible, es posible, por el carisma que ha generado el Espíritu a través del Gius. En mi caso y en el de muchos otros el matrimonio, los hijos, el trabajo, la mentalidad, la alegría, todo lo que de valor hay en la vida tiene directamente que ver con esta historia sin la cuál yo hoy no sería capaz de entenderme a mí mismo. Por ello, nunca como ayer había sentido con claridad meridiana, incisiva y llena de afecto, la paternidad de D. Gius. Un padre que hace posible que conozcamos a Cristo y podamos volver a él cada vez que lo traicionamos. Un padre que estoy seguro que ejercitará su paternidad mucho más ahora que está en los cielos que, y ya es decir, que cuando estaba el tierra. Desde el día de ayer le pido por todos nosotros, por mi mujer, mis hijos, por toda mi familia y mis amigos, y por este mundo que sufre y por este mundo cuyo mal intenta sin descanso que reneguemos de nosotros mismos.

Ayer en el Duomo la lluvia que nos calaba el cuerpo se confundía con las lágrimas de tantos que no pudimos dejar de reconocer su presencia buena por la que podemos vivir verdaderamente y levantarnos cada mañana. Ayer era evidente que la certeza de la resurrección es aún más poderosa que la certeza de la vida y de la muerte; la victoria de Cristo esplendorosa en la apariencia de la muerte y en el escenario gris y desapacible en el que vivimos ayer y que sufrimos tantas veces en nuestra vida.

Nunca podré estar lo suficientemente agradecido a D. Giussani, como tampoco lo podré estar con los que me habéis animado a hacer la aparente locura de ir a Milán y, en suma, con todos lo que acompañáis habitualmente mi vida, la de mi familia y la del todo el pueblo de Dios en el aparentemente frágil pero firme camino hacia la plenitud.

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Luis Rubalcaba

 

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