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Otra lectura del Referendum o el arte de trocar el deseo por la realidad.

por Francisco Torres García.

Oficialmente, en la consulta del 20 de febrero sobre el Tratado Constitucional, ha ganado el Sí con rotundidad absoluta. Los demás vectores del voto del 20-F han sido conscientemente marginados o infravalorados por analistas, periodistas y políticos: una abstención que rondó el 43% y un voto negativo del 17.4% que cuestionan la legitimidad de la próxima ratificación del Tratado por parte del Parlamento. El intento de capitalización del voto negativo por parte de Izquierda Unida ignorando que, probablemente, más del 60% del mismo provenga del electorado católico. Otros factores a tener presentes como la incidencia del voto de castigo o la estabilidad de las bolsas electorales también errados o ignorados en los análisis. Sin obviar ningún dato vamos a intentar realizar un análisis muy ajustado de los resultados y valoración del referéndum.

La noche del pasado 20 de febrero los españoles asistimos a nuevo ejercicio de interpretación, de unos resultados electorales, en clave de deseo disfrazado de realidad. Noche de intervenciones donde brillo, quizás como en pocas ocasiones, el malabarismo dialéctico para tratar, con las palabras, de construir una inexistente realidad. La Vicepresidente del Gobierno, Fernández de la Vega, José Blanco y el propio Rodríguez Zapatero dieron toda una lección de cómo unos datos, objetivos e incuestionables, podían ser hurtados a la ciudadanía. Las tan habituales, como diversas, conexiones con las sedes de los partidos mayoritarios, las intervenciones del staff político de cada partido, no hicieron sino repetir el usual “hemos ganado” de todas las elecciones. La falta de análisis crítico, la valoración traspasada por los consejos de los asesores para adecuarla a un mensaje preparado de antemano, volvió a asomarse a las pantallas de televisión, a las emisoras de radio y al papel impreso. No aparecieron divergencias importantes sobre un guión que ya había sido previamente anunciado.

Nadie en la noche del 20 de febrero dijo toda la verdad, se conformaron con las verdades o las mentiras a medias que hacen más fácil trocar el deseo por la realidad. Interpretaciones y valoraciones más que interesadas.

El gobierno y el PSOE procuraron diluir la altísima abstención en datos comparativos y en formas de presentar la relación de votantes y partidarios de la abstención, mientras que anunciaba la victoria abrumadora del Sí. El Partido Popular, con menor beneficio pese a que su campaña a favor del Sí haya sido más intensa que la socialista, se limitó a alabar su colaboración en el resultado y a responsabilizar, sin mayor trascendencia ulterior, de la altísima abstención al gobierno. Izquierda Unida, por su parte, buscó capitalizar todos los votos del No.

El gobierno y la oposición abrieron el recurso a las acusaciones. Pepe Blanco señaló, con torcida intención en la interpretación pero con acierto en el dato, que ha sido en los grandes feudos de voto popular, en determinadas zonas de las ciudades, donde el No subió hasta el 30%. El PP obvio en todo momento el hecho incuestionable de una parte importante del No tenía su origen en sus propias bolsas de voto. El PSOE prefirió recurrir a la demagogia frente a la acusación de que el bajo índice de participación se debía a la falta de pedagogía del gobierno y a la falta de información que han tenido los electores, lo que les ha llevado a la abstención. La misma tesis la ha sostenido el PSOE frente al PP en las Comunidades donde los populares gobiernan. Ocultando ambos, gobierno y oposición, que no podían hacer una gran campaña informativa porque la sola explicación, fría y objetiva, de algunos aspectos del Tratado induciría al voto negativo o al escepticismo que se traduce en abstención.

La realidad es que análisis profundos y serenos de los resultados electorales del 20-F ha habido muy pocos. Hubo prisa en cerrar un capítulo que ha acontecido con más pena que gloria. Nadie ha querido entrar en las dosis de inestabilidad electoral que el referéndum ha revelado, ni en los posibles cambios que dentro de las bolsas de voto podría operar el “efecto del referéndum” en los próximos meses.

Los expertos en análisis del voto han subrayado, como nota más característica y trascendente, que el referéndum ha venido a demostrar que en España el traspaso de votos entre las opciones puede ser más amplio de lo que las interpretaciones a la ligera suelen apreciar. Junto a importantes bolsas de voto fijo (sobre un 60% en el PSOE, un 45% en el PP y un 30% en IU) existen amplias capas de voto indefinido vinculado a cada una de las grandes opciones en razón de lo que suele denominar “el vértigo electoral”, el peso del “voto útil” y la tendencia que marca el sistema electoral español que conduce al llamado “bipartidismo imperfecto”.

Otro de las lecciones electorales del 20-F es que se ha producido, pese a la presión mediática y de los partidos, un crecimiento inesperado del voto negativo, que oscilaba en las encuestas entre el 5% y el 8%, que se ha aproximado al 18%. Votos que intentó rentabilizar, con escaso éxito en los comentarios periodísticos posteriores, Izquierda Unida al olvidar que, además de la oposición del ERC, del entorno de Batasuna y de la mínima Izquierda extraparlamentaria radical, se había producido una conjunción de grupos, asociaciones, organizaciones y medios de comunicación a favor del NO que ha logrado llevar a ese voto a antiguos abstencionistas (2% del NO), a votantes del PP (31% del NO) y a otros electores de difícil clasificación. Parece evidente que a su campaña se debe el incremento del voto negativo en 10-13 puntos sobre lo previsto. Ello viene a suponer que más de un millón y medio de votos, como mínimo, no llegaron desde la izquierda sino desde la derecha y concretamente desde los sectores católicos. Cierto es que no es conveniente menospreciar el llamado “voto de castigo al gobierno” entre los votantes del NO, pero, independientemente de lo difícil que resulta evaluarlo, en esta ocasión, cabría anotar que ese efecto ha conducido a la mayor parte de los votantes a la abstención (un 53% del electorado popular) ya que en los análisis previos este efecto era prácticamente inapreciable al incidir sobre un número de votos negativos mínimo. Por otro lado hemos de tener presente la campaña de recomendaciones orientada a llevar al electorado dubitativo, sobre todo al electorado de castigo, hacia la abstención (algo que han hecho, por ejemplo, los dirigentes populares Acebes y Zaplana).

La campaña de esos grupos a los que antes me refería ha sido efectiva pese a lo limitado de su capacidad de influencia y hasta se podría establecer una correlación entre el incremento espectacular del NO en esos lugares y la campaña realizada por esas organizaciones.

Una parte significativa del NO es el resultado de la convergencia de quienes han hecho una campaña efectiva a favor del NO. Señalemos, el grupo ARBIL que con su número extraordinario ha brindado un poderoso armazón intelectual al NO; los semanarios ALBA y LA NACIÓN; el grupo Hazte Oír; la orientación de algunos periodistas influyentes como Jiménez Los Santos; y la campaña política realizada en toda España, con actos y cartelería, por Alternativa Española ya que los demás grupos minoritarios se han limitado a declaraciones y algún acto único y disperso.

El resultado real del referéndum, el que integra en su valoración todos los vectores, no puede ser más rotundo y contrario a lo anunciado por el gobierno: la inmensa mayoría de los españoles, de un modo u otro, no han refrendado el texto constitucional. Esa es la traducción, única traducción, del sentido del voto y del no-voto del 20-F. Un Tratado Constitucional que no ha logrado poco más del 32% de apoyo entre el electorado no posee una base de consenso suficiente para su aplicación, por más que se trate de esconder bajo ese 76% de los votantes.

Evidentemente, en los próximos meses, aunque parece ser que sin prisa por las esquivas respuestas del presidente del gobierno, España refrendará el Tratado en el Parlamento pues al no ser vinculante el referéndum es a éste a quien corresponde la ratificación, pero esto no es lo importante. Lo verdaderamente trascendente es la relación que quedó establecida, cuando se convocó la consulta, entre su resultado y sus repercusiones de cara a los procesos de ratificación en otros países.

Los resultados del referéndum han sido un fracaso para el gobierno porque el gobierno no sólo se había comprometido a realizar la consulta sino a obtener un gran resultado. Compromiso que se realizó no con España sino con las elites europeas. Conscientes del difícil camino que aguarda al Tratado Constitucional en su ratificación nacional, los estrategas de Bruselas, los hombres de la Eurocracia, diseñaron un calendario de consultas que permitiera impulsar el Sí en los países donde la oposición o el escepticismo son más rotundos. España parecía un lugar adecuado para iniciar un efecto dominó. La posición mal llamada europeísta que asumían gobierno y oposición, los abundantes recursos económicos que España ha recibido de los presupuestos de la Unión Europea en los últimos años, el control de muchos medios de comunicación, directo o indirecto, de los partidos, etc. aseguraban el resultado de una consulta. Al gobierno español le correspondía el lograr una fuerte participación, porque el Sí estaba garantizado. El resultado ha sido, en función de estos objetivos, un fracaso para el gobierno; un fracaso teñido de triunfo porque nadie va a cuestionar la interpretación oficial de aplastante victoria del Sí. Ello ha permitido hacer del deseo una realidad.

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Francisco Torres García.

 

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