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Ahora nos toca a nosotros dar la cara

por Juan Ignacio Vargas Ezquerra

Es bueno recordar que la vida es un maravilloso regalo inmerecido que procede de Dios, al que nadie le gana en generosidad… ni en exigencia

Hace no mucho tiempo un locutor radiofónico afirmaba: “En el pasado nuestros abuelos dieron la vida por Cristo. Ahora nos toca a nosotros dar la cara”.

Nunca un católico que ha querido vivir al máximo su fe lo ha tenido fácil y hoy en día, menos. La sociedad acomodaticia, opulenta y satisfecha de sí misma en la que vivimos inmersos hace costoso el imitar al Maestro. La eliminación de los grandes ideales de la persona que se ve sumida por propia voluntad en un relativismo moral rayano en el absurdo, manipulado a través de un lenguaje perverso que tergiversa las realidades más evidentes acerca del mundo y del hombre, acompañado de un consumismo enfermizo, conduce a un marasmo confuso y agotador del que parece no poder salir.

Sin embargo, el católico debe y puede cambiar el mundo que le rodea –por mandato de Cristo y con la ayuda de su Gracia- empezando por su propio núcleo social más próximo, la familia. Sembrando principios que fomenten la salud espiritual de nuestros seres más queridos, salvaguarda en un alto porcentaje la formación integral de seres con buen criterio y valientes a la hora de dar testimonio de su fe en medio del mundo.

Además de lo expuesto, cabe citar las obligaciones que todo creyente tiene a la hora de defender su cosmovisión en el ámbito de la res pública en el sentido más extenso del término latino. La política, la economía, la cultura, la educación, el trabajo, el deporte, la naturaleza etc. son los campos de actuación en los que un católico comprometido con su fe y con su Iglesia ha de estar presente en la medida de sus capacidades y responsabilidades. No hay que olvidar que los complejos no son propios del cristiano, el testimonio esperanzador y perseverante sí.

Para terminar, es bueno recordar que la vida es un maravilloso regalo inmerecido que procede de Dios, al que nadie le gana en generosidad… ni en exigencia. Una existencia vivida centrada en nosotros mismos es marchita y agridulce, una realidad vital trabajada a favor de Cristo y su Evangelio sobreabunda en goces y dolores; al igual que una hermosa rosa olorosa, tersa y salteada de espinas

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Juan Ignacio Vargas Ezquerra

 

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