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El Nuevo Orden Mundial: La Desculturacion de los Medios de Comunicación y su influencia en el ámbito familiar.

por José Martín Brocos Fernández

(El) pensamiento único busca subvertir la civilización cristiana y la misma ley natural. A base de repetición machacona de ideas en los medios de comunicación, siempre en esta línea unívoca, y tengamos que toda comunicación tiene una dimensión moral (Juan Pablo II, 2004:1,2),

La conformación de la mentalidad contemporánea: positivismo jurídico y dirigismo cultural en los medios de comunicación social.

El positivismo jurídico y el dirigismo cultural impuesto en medios de comunicación social son los instrumentos utilizados por las corrientes ancladas en el inmanentismo antropocéntrico para crear un hombre nuevo y una sociedad nueva,  carente de una referencia moral objetiva

El positivismo jurídico conforma la mentalidad contemporánea pues difumina las nociones de bien y mal ligadas a la concepción antropológica iusnaturalista de asunción de una verdad objetiva. La Moral rompe así con el Derecho conduciendo a que una ley permisiva contra naturam, acentúa, fomenta y desarrolla en la sociedad ese comportamiento ilícito, oscureciéndose tanto la propia realidad ontológica como la búsqueda de un sentido pleno al desarrollo vital humano (Sanahuja, 2003).

La ética se mide por las consecuencias dañinas, no por el hecho de estar objetivamente mal. Lipovetsky (1994:15,31) apunta que:

Cuando se apaga la religión del deber, no asistimos a la decadencia generalizada de todas las virtudes, sino a la yuxtaposición de un proceso desorganizador y de un proceso de reorganización ética que se establecen a partir de normas en sí mismas individualistas: hay que pensar en la edad posmoralista como en un “caos organizador” (…) La era moderna ha logrado imponer la idea de una vida moral separada de la fe, la igualdad de principio, en materia de moral, entre creyente y no creyente; la vida ética está abierta a todos, independientemente de las opciones metafísicas (…) Con la difusión social de la moral autónoma, la cultura moral se ha alineado con los principios de base del individualismo democrático universalista.

 

El deber se transmuta en la paulatina asunción de los viejos principios ilustrados de autonomía de la moral y la no aceptación de otras disposiciones que las emanadas por la vía del consenso democrático (Schooyans, 2002). Con razón afirma Lipovetsky (1994:12) que “se ha puesto en marcha una nueva lógica del proceso de secularización de la moral que no consiste sólo en afirmar la ética como esfera independiente de las religiones reveladas sino en disolver socialmente su `forma´ religiosa: el deber mismo”.

Concurre en la creación de esta nueva mentalidad mendaz y rupturista el influjo unilateral de gran parte de los medios de comunicación social, en particular la televisión, convertida por los fautores de esta mutación copernicana del cuadro de valores transmitidos sucesivamente durante generaciones, en el instrumento preferido de creación y asimilación de pautas y comportamientos negadores del sometimiento de todo ente finito por ley natural a Dios, y en el ariete de demolición de los fundamentos básicos de la cultura cristiana de Occidente.

Ley positivista y dirigismo cultural en medios de comunicación producen así una socialización teledirigida de comportamientos contrarios al sistema educativo anterior llegando a conformar con la ruptura del eslabón educativo, toda una nueva generación enraizada en una cosmovisión esencialmente inmanentista. Lipovetsky (1994:49) señala que:

En pocas décadas, hemos pasado de una civilización del deber a una cultura de la felicidad subjetiva, de los placeres y del sexo: la cultura “self-love” nos gobierna en lugar del antiguo sistema (…), las exigencias de la renuncia y austeridad han sido masivamente reemplazadas por normas de satisfacción del deseo y de realización íntima, ésta es la ruptura más espectacular del ciclo posmoralista.


El ataque, -promovido por grupos ideológicos rectores, fuerzas económicas poderosas y centros de poder más o menos ocultos, coaligados en contubernio con arreglo a sibilinas y arteras estrategias- es generalizado, en todos los órdenes, facetas y parcelas de la vida; en el campo intelectual, moral y religioso. Y es esta crisis de verdad (Juan Pablo II, 1994:13,5) la que lleva a la ruptura interior del hombre, que conduce al deterioro moral y a la decadencia generalizada de costumbres, y que trae como consecuencia el ocaso irremediable de la cultura y la civilización.

El hombre masa entierra todo el rico legado cultural, recibido y trasmitido de generación a generación. Como escribe Ortega (1998:133) “lo característico del momento es que el alma vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera”.

Se impone en un igualitarismo patológico la uniformidad mental, la nivelación y homogenización de la cultura, alejada de la mentalidad inducida por valores y criterios religiosos, como fenómeno de proletarización de la sociedad.       

Radiografía del proceso de creación del hombre nuevo forjado por el dirigismo cultural.

Gutiérrez García (2001:510) apunta los pasos progresivos en este calculado proceso envilecedor de la desculturación. Primero se disminuye “el coeficiente intelectual” con la saturación de la percepción por los sentidos, la educación laicista y la falsificación de la historia.

De seguido se aminora “el índice correcto de moralidad objetiva” con la implantación ad nauseam de una antropología inmanentista, por esencia permisiva por su relativismo intrínseco. Supone de facto, día a día, la imposición a fortiori de una cosmovisión dominante radicalmente anticristiana, el continuo sometimiento a la tortura del constante lavado de cerebro por los perennes creadores y manipuladores de la opinión pública, omnipresentes en todos los medios.

Este pensamiento único busca subvertir la civilización cristiana y la misma ley natural. A base de repetición machacona de ideas en los medios de comunicación, siempre en esta línea unívoca, y tengamos que toda comunicación tiene una dimensión moral (Juan Pablo II, 2004:1,2), nuestro criterio se va asemejando a lo postulado y las ideas son asimiladas casi sin crítica, pues no hay tiempo para reflexionar por la vertiginosidad de los sucesos como si de verdades objetivas se tratasen. Y así, poco a poco, vamos cambiando nuestros criterios de comportamientos sociales, morales, éticos y religiosos.

Promoción constante del materialismo hedonista, sensualidad y frivolidad en diálogos, modos de vestir y de comportarse son un ingrediente habitual. El tratamiento general de los temas es epidérmico preconizando lo instintivo. Se hunden las virtudes cristianas, las verdades eternas, los principios inmutables y los principios esenciales fundamentales. El sentido moral de la vida muda en sinceridad en los sentimientos como el núcleo de la conducta moral.

No ajeno a este provocado proceso de deterioro moral de la sociedad se presenta la “neobabelización” del lenguaje (López Quintás, 1979, 1998, 2001). El lenguaje nos construye y muchos términos son ambivalentes. El manipulador de manera astuta, envilece y rebaja el lenguaje difuminando el significado propio al incorporarle acepciones equívocas siempre en sentido unilateral de promover la asunción de conductas aberrantes. Aquí el manipulador, que quiere vencer sin convencer cambiando subrepticiamente el sentido de los términos, busca influir en los centros de decisión de las personas. Tácticas paralelas que persiguen igual fin son el uso de expresiones eufemísticas que enmascaren la realidad de la acción ilícita, v.gr. “despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo” o “derecho a una muerte digna” por aborto y eutanasia respectivamente; o la utilización de los términos “talismanes”, con su poder de sugestión y seducción que llevan implícitos (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:687-695; López Quintás, 2001; Schooyans, 2002).

Un tercer paso busca eliminar de la sociedad el “elemento religioso”, aduciendo que es algo que ha periclitado, una creación artificial e incluso dañina para el progreso de la persona humana. Sí se acepta en la sociedad un cierto deísmo, por esencia subjetivo, que enraíza con el racionalismo, el librepensamiento y la propia Ilustración. Los principios deístas en un primer momento fueron esgrimidos para lograr el cambio en las estructuras políticas y religiosas, con la separación Iglesia-Estado y la libertad religiosa. Con posterioridad las tendencias más liberales de las diferentes iglesias unido a la progresiva asunción de una mentalidad democrática y de tolerancia, en sentido permisivo, ha acentuado el deísmo. Consolidado éste, el paso siguiente, evolución lógica del deísmo por otra parte, es el agnosticismo o el ateísmo. Por ello constantemente se imbuyen en las mentes y en las almas prejuicios a fin de abolir el Cristianismo, verdadero objeto de esta guerra contra Dios.

La temática de muchos programas televisivos ridiculiza a la Iglesia Católica, directa o indirectamente. Hasta con virulencia, burdas caricaturas. Se muestran modelos y conductas de vida no edificantes y fuera de una cosmovisión cristiana de la vida. La identificación psicológica con estos personajes es esencialmente buscada.

¿Qué es antes, el huevo o la gallina? ¿La televisión refleja la sociedad, o es la propia sociedad la que influye en ella? 

Se pregunta Gutiérrez García (2001:512,513) si los hábitos morales configuran los programas televisivos o si estos programas van configurando la conducta moral poco a poco. Respondemos que ni lo uno no lo otro.

Surge en varios autores (Cervera, 1984; Coston, 1958, 1974; López Padilla, 2003, 2005; Ratier, 2005; Sanahuja, 2003; Schooyans, 2002; Virion, 1965, 1967b) una tercera hipótesis, que el propio Gutiérrez García (2001:179,218,513) también parece querer apuntar, con verosimilitud de plausibilidad. Fuerzas ocultas del dinero, de la política y de las ideologías están impulsando e imponiendo desde poderosos organismos supranacionales, incluso manu militari, conforme estrategias milimétricamente calculadas, una dictadura hegemónica con acentuados rasgos de feroz totalitarismo anticristiano.

Se busca el advenimiento de un “nuevo orden mundial”. Las ideas madre de la masonería [1] son asumidas e imbuidas a la “masa” como necesarias para su plena realización: odio a la Iglesia, destrucción del orden sobrenatural, ruina de la moral cristiana, derrocamiento de toda legítima autoridad, y aniquilación de todo sistema establecido por el cristianismo (Caro Rodríguez, 1951; Virion, 1967a). Nos encontramos frente a un perfecto plan prediseñado, preconcebido para acabar con la Iglesia Católica [2]. La Dictadura mundial única suplantaría de facto el propio Decálogo por “La Carta de la Tierra” (Caturelli, 2004:413, mayo-junio-julio; López Padilla, 2003:255; Sanahuja, 2003:80; Schooyans, 2002).

Florecen múltiples panteísmos promovidos por sistemas filosóficos anticristianos; entre ellos destacan los que deificando la tierra, afirman la paridad de la especie humana con los animales y los vegetales, así como el reconocimiento de derechos para los animales y deberes de los hombres hacia ellos (De la Santa Cruz, 1997, marzo-abril; Singer, 1984, 1998).

Estamos dominados por la información y el pensamiento único impuesto por los poderes mundialistas, un mundo donde el Gran Hermano ve, oye, escucha, lee, dirige y controla todo (García Mostazo, 2003); un mundo donde se posterga la verdad y el bien en pro de un humanismo relativista intramundano. Racionalismo más ilustrado, radical heteronomía, hedonismo extremo, nihilismo ontológico y solipsismo de la conciencia como rasgos más destacados de este hombre nuevo.

Nos hallamos delante de grupos poderosos dominantes que arrastran y que configuran el conjunto de la sociedad, buscando la instauración progresiva de un “supergobierno mundial”[3] que impondría un discurso unilateral gracias al control de la cultura, la información, la salud, la economía, la política y el derecho (Sanahuja, 2003; Schooyans, 1991, 2000, 2002).

La imposición de la “colonización totalitaria ideológica” no tiene límites: cultura estandarizada, promoción de una concepción fisicista y materialista de la naturaleza (Randle, 1993, enero-febrero), ética “fundamentada” en el indiferentismo religioso y relativismo moral, del todo incompatible con la concepción de una verdad moral absoluta y hasta con la simple ética natural, reinterpretación y prolongación de la lista de los derechos humanos negando su fundamento ontológico (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:704,855-868; Schooyans, 2002), o asesinatos selectivos en campañas de “salud sexual y reproductiva” y “aborto seguro”; no son sino herramientas de un diabólico proceso mundial de destrucción política, económica, social, cultural y religiosa. El sistema político elegido para este proceso de aniquilación total es la democracia, por la alianza inseparable democracia y relativismo ético (Sanahuja, 2003).

Estas tenebrosas fuerzas, que son las que manejan los hilos del poder oculto mundial acabarán arrogándose el derecho de definir y decidir el bien y el mal (Schooyans, 2002). Un nuevo Estado Mundial totalitario que reduce la persona a esclavitud por anemia religiosa inducida, sin fuerza de espíritu, se impone dominador de la mente y los espíritus. El proceso de adoctrinamiento y programación de la masa para que obedezca descrito por Aldous Huxley en su obra Brave New World parece estar cumpliéndose (Sanahuja, 2003:57).

Vivimos en pleno embate de las fuerzas satánicas con sustentadores poderosos en los organismos internacionales de origen masónico: ONU, OMS, UNICEF, FMI, BM, en otros núcleos de poder más discretos[4], y la misma Masonería (Sanahuja, 2003:120,150), que son quienes dictan los pasos de la dominación mundial. Sanahuja (2003) nos traza el plan estratégico general de este Moloch sanguinario:

En las llamadas grandes conferencias de las Naciones Unidas de los años 90, la burocracia internacional explicitó un propósito (…) la necesidad de imponer una reingeniería social global, al servicio de un proyecto holístico, mundialista y globalista, que procura la instauración de un plan de dominio universal, el Nuevo Orden Mundial. Para concretarlo, el Nuevo Orden necesita imponer un pensamiento único en el mundo. He ahí el origen de los nuevos paradigmas, especialmente de los nuevos paradigmas éticos: una reedición de la gnosis antigua y de diversas formas de panteísmo.


La exigencia del combate familiar.

Vivimos un momento crucial en la historia de la humanidad: el último episodio de la dominación satánica del mundo. No caben las componendas [5] ni pusilánimes reacciones. La lucha es total, sin cuartel. La confrontación es inevitable, a sabiendas que el precio será la persecución o el mismo martirio.

La familia natural es el principal muro de contención frente a los continuos asaltos del enemigo. Es por ello que el ataque contra esta sagrada institución es a tumba abierta (Caturelli, 2004:413-428, mayo-junio-julio; Leon XIII, 1880:15,16). El gran objetivo es eliminar el matrimonio y la familia tanto en el plano natural como etapa existencial nueva y como célula primera y vital de la sociedad, como en el plano sobrenatural, “como misterio nupcial en el cual emerge la Iglesia doméstica” (Caturelli, 2004:416-417, mayo-junio-julio). El inmanentismo lleva a la difuminación de orden natural. La consecuencia directa es que  carece de sentido toda pretensión de fundamentación metafísica del matrimonio y de la familia; no cabe explicación en el naturalismo relativista y en el puro fideísmo (Caturelli, 2004:405, mayo-junio-julio). Constata Juan Pablo II (1981:3,4) que vivimos un “momento histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas que tratan de destruirla o deformarla”. Y continúa aseverando Juan Pablo II (1994:5,2,3),

En nuestros días, ciertos programas sostenidos por medios muy potentes parecen orientarse por desgracia a la disgregación de las familias. A veces (…) con todos los medios, se intenta presentar como `regulares´ y atractivas –con apariencias exteriores seductoras- situaciones que en realidad son irregulares (…) Se oscurece la conciencia moral, se deforma lo que es verdadero, bueno y bello, y la libertad es suplantada por una verdadera y propia esclavitud.


En idéntica línea apunta Gutiérrez García (2001:177,178,179),

“la situación de crisis y (…) terrible guerra declarada que la familia soporta (…) La familia se encuentra también hoy y de modo muy especial, `en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal´, que en la época contemporánea registra con estruendo creciente, a partir sobre todo de las últimas décadas del pasado siglo (…) Fuerzas muy poderosas, coaligadas con arreglo a programas concordados, luchan dura y arteramente para descomponer la institución familiar (…) Es toda una conjura contra la vida la que está alimentando logísticamente y estratégicamente la guerra contra la familia.


La influencia deletérea de los medios de comunicación en esta obra metódicamente preparada de demolición del orden social es, sin intermisión, sacada a la luz por Juan Pablo II: las presiones de los medios de comunicación y su influjo negativo en la familia (Juan Pablo II, 1981:7,1), su papel de cómplices directos de esta “conjura contra la vida”, en la que están implicadas instituciones internacionales (Juan Pablo II, 1995:17,2), su poder para moldear la vida pública, política y social (Juan Pablo II, 2003:2,2), su funcionamiento como “agentes de propaganda y desinformación al servicio de intereses estrechos (…) de avidez material o de falsas ideologías de tendencias diversas” (Juan Pablo II, 2003:3,2), la capacidad de producir daño a las familias proponiendo una visión distorsionada y falsa “de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad” (Juan Pablo II, 2004:2,2), o el apoyo expreso al “divorcio, la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad” (Juan Pablo II, 2004:3,2).

Muchos medios de comunicación son enemigos de la fe y de la moral cristianas. El llamado “cuarto poder” actúa frecuentemente en detrimento de la familia y la cultura, manipulando la opinión pública (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:351-358).

La Comisión Episcopal española de medios de comunicación social (2004) constata también la decisiva importancia de los medios de comunicación en la conformación de la sociedad, llegando a suplantar a la escuela y a la familia en la tarea educativa. La sobresaturación de información no asegura ni la independencia informativa ni la emisión de programas de calidad, pues los productos audiovisuales siguen una “homogenización mimética (…) en las mismas bandas horarias en las parrillas de casi todas las cadenas”. Como si fuera una continua sofronización inductiva al placer egoísta y al consumo desenfrenado, el planteamiento mercantilista de la comunicación, inherente a su bajo perfil ético y cultural, constituye un atentado permanente “a la salud moral y cultural de sus usuarios”. En este ataque abierto, sin cuartel ni tregua, continuamente se ridiculiza, solapada o directamente, “la concepción auténtica de la familia y de los sentimientos religiosos de los católicos”.  

Nunca debemos olvidar que la lucha terrena que sostenemos es espiritual, no distinta del enfrentamiento de las fuerzas espirituales, los poderes de la luz y de las tinieblas, en combate mortal. El combate terreno que damos es esencialmente el mismo que en ese mismo momento se libra en el cielo: Dios Vs. Satanás. La misma lucha que libramos aquí se libra en el cielo. Los agentes de Satanás edifican continuamente bajo su dirección para implantar su autoridad y para cimentar su reino contrario al gobierno de Dios. Pero esta lucha terrena tiene continuidad en un combate aun mayor, de la cual el flujo y el reflujo de los sucesos terrenales es tan sólo un reflejo. Si pudiésemos descorrer el velo que separa al cielo de la tierra veríamos una auténtica lucha entablada entre las fuerzas del bien y las del mal. La lucha contra las fuerzas ocultas del mal no es humana, es entre Cristo y Satanás. Nos instruye la Constitución Gaudium et spes (1965:37,2),

A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo.


En el combate que afronta la familia y cada uno de sus miembros por vivir en gracia de Dios, no se encuentran solos. Los remedios son sobrenaturales acordes con la lucha planteada “porque no tenemos que luchar tan sólo contra la carne y la sangre, sino también contra los principados y las potestades, contra los gobernadores de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus de maldad que andan por los aires”[6].

Las armas de la familia, las de siempre. Escribe Juan Pablo II (1994:4,3), que “la oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que ella participe de la `fuerza´ de Dios”. Es en la oración donde la familia se encuentra y cimienta sólidamente (Juan Pablo II, 1994:10,5). La oración no es opcional, es un deber necesario para la plena realización de esa familia (Juan Pablo II, 1981:59,2.62,1, 1994:14,9). El sacramento de la Penitencia es dentro de la familia cristiana otro encuentro con el amor de Cristo que “reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar” (Juan Pablo II, 1981:58, 1994:10,4). El sacrificio eucarístico es la fuente misma del matrimonio cristiano  (Juan Pablo II, 1981:57). Ahondando en esta exigencia de ceñirse la armadura de Dios [7], Juan Pablo II (1981:61,2,3) recomienda exgplícitamente:

las oraciones de la mañana y de la noche (…) la lectura y meditación de la Palabra de Dios (…) la devoción y consagración al Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular [y] el rezo del santo Rosario (…) como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar.


Dómine, refúgium factus es nobis, a generatióne et progenie. Priúsquam montes fíerent, aut formarétur terra et orbis: a saeculo, et usque in saeculum tu es Deus [8].

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José Martín Brocos Fernández



Referencias bibliográficas utilizadas

Libros

Caro Rodríguez, José María (1951) El misterio de la masonería. Buenos Aires: Difusión.

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Capítulos de libros

Barreiro, Ignacio (2004). Manipulación verbal. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (697-705). Madrid: Palabra.

Lobato Casado, Abelardo (2004). Nuevos derechos humanos. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (855-868). Madrid: Palabra.

Martín, Santiago (2004). Ética y medios de comunicación. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (351-358). Madrid: Palabra.

Neville, Warwick (2004). Manipulación del lenguaje. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (687-695). Madrid: Palabra.


Artículos

Caturelli, Alberto (2004). Disolución y restauración de la familia. Verbo, 425-426, 395-432.

De Santa Cruz, Manuel (1997). La protección de animales y plantas y sus ocultos inspiradores. Verbo, 353-354, 219-232.

Randle, Patricio H. (1993). La Tierra, ¿diosa o creación de Dios?. Verbo, 311-312, 115-150.


Medios electrónicos en Internet

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Juan Pablo II (2003). Los medios de comunicación social al servicio de la auténtica paz a la luz de la Pacem in terris. Mensaje. 24.1.2003 [En línea] Extraído el 2 marzo, 2005 del sitio oficial de la Conferencia Episcopal Española: http://www.conferenciaepiscopal.es/mcs/jornada/vaticano_2003.htm

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Ratier, Emmanuel (2001). Faits & Documents. [Homepape]. Consultado el 9 marzo, 2005 de la World Wide Web: http://www.faits-et-documents.com/



[1] La masonería es una organización secreta, con ritos secretos, que tiene como fin la dominación política, económica y cultural del mundo. Sus creadores son los judíos sionistas (Caro, 1951; Cervera, 1984; Fara, 1988; López Padilla, 2003). Distinguimos Judaísmo de Sionismo. El Sionismo es un movimiento judío internacional donde la masonería está incrustada. Aproximadamente el 80% de los masones son judíos. Son fines del Sionismo: gobernar política y económicamente el mundo –Trilateral, Bilderberg, CFR, o la B`nai B`erit, que es la más temible orden, reservada sólo para masones judíos, con unas 900 logias en el mundo y cerca de 700.000 de juramentados-, y acabar con la Iglesia Católica. Las grandes decisiones aparentemente democráticas tomadas en el FMI, la OMC, el BM –estas tres instituciones son el “gobierno económico del mundo”-, la ONU, la UE, la OCDE, la OTAN o el G7 están ya decididas de antemano por estos poderosos grupos semi-ocultos verdaderos rectores del gobierno mundial. Puede consultarse: Cervera, Juan Antonio. OFM (1984). La red del poder. Madrid: Dyrsa. Cfr. etiam la obra del Cardenal Primado de Chile: Caro Rodríguez, José María (1951). El misterio de la Masonería. Buenos Aires: Difusión.

[2] N.B. La Masonería trata de destruir los principios de orden natural, todo lo que de justo y honesto hay en la sociedad, y persigue con odio implacable a la Iglesia Católica. (Leon XIII, 1884: n.11,12,20,27). El resto de religiones no sincréticas, excepto el Judaísmo, también son objeto de ataque aunque no con la virulencia y agresividad mostrada para con el Catolicismo. Un buen estudio del papel de la masonería en la guerra contra toda religión lo encontramos en el escritor islámico Yahya, Harun (1997) New Masonic Order. Istanbul: Varul Publishing.

[3] Resulta preciso para ello, además de hacer desaparecer la religión, difuminar el concepto y la realidad de patria, así como la supresión de fronteras, requisito previo para la eliminación de los particularismos. Es la continuación del plan secreto de la Sinarquía de hace siglo y medio divulgado desde 1962 por Henry Coston y Pierre Virion. Se trasvasa el poder de los Estados a organismos superiores supranacionales. El “divide y vencerás” napoleónico ha sido utilizado en Occidente para lograr la supresión de las patrias. Ya en los inicios de la Unión Europea, antes Mercado Común Europeo, destacaron dos claras tendencias: la Europa de las patrias, abanderada por el general De Gaulle, y la Europa de las regiones, fórmula masónica de muy difícil liderazgo. La regionalización de Europa está encargada al Consejo de Europa, que es una fraternal masónica, según declaraciones de Antonio Villar Masó en 1979 del Gran Oriente adjunto español. Los pasos se van dando seguidos y seguros.

[4] Vid. supra nota 1

[5] Excluimos por tanto el diálogo. A este respecto Sanahuja (2003) dice:

 

Para el relativismo imperante, dialogar significa colocar las propias convicciones al mismo nivel que las de los otros, sin reconocerle por principio más verdad que la que se le atribuye a la opinión. Así el diálogo se consiste en un intercambio de actitudes que tienen fundamentalmente el mismo rango. Por tanto, son mutuamente relativas. Para el cristiano, este diálogo lleva sin más a la disolución de la propia fe.

 

La supremacía de las mayorías, previa y debidamente corrompidas, prima sobre los derechos de la razón y de la verdad. El mismo diálogo y la manipulación de éste, fomentado por secuaces de la “revolución oculta” es utilizado como pretexto para provocar el relativismo y el indiferentismo (López Quintás, 1998:248). No hay virtud posible en la tolerancia. Tolerancia que supone encumbrar la ambigüedad doctrinal, es escepticismo, eclecticismo y relativismo. Un cristiano no puede tolerar lo que signifique deterioro de la persona humana ni concordar con el falso pluralismo, instrumentalizado con el positivismo jurídico para legalizar cualquier disparate humano. Hay bien y hay mal; verdades objetivas y normas morales inmutables.

[6] Quóniam non est nobis colluctátio advérsus carnem et sánguinem: sed adversus principes, et potestates, adversus mundi rectores tenebrárum hárum, contra spirituália nequítiae, in caeléstibus. (Ad Ephésios, 6,12)

[7] Indúlte vos armatúram Dei, ut possítis stare advérsus insídias diáboli (Ad Ephésios, 6,11)

[8] Ps. 89, 23-35

 

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