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Cristianos y sociedad

por Gonzalo Rojas Sánchez

De lo que se trata es de procurar los efectos sociales del cristianismo, los que en ámbito y profundidad, superan con mucho la parcialidad del cristianismo social y el sectarismo del socialcristianismo.

Cualquiera que se asome a la catedral de una importante ciudad vecina a Santiago, verá en su frontis una maravillosa gigantografía de Juan Pablo II celebrando la santa Misa. El problema es que al mirarla de cerca, observará con pena los dos piedrazos que la impactaron pocos días atrás, hoy delicadamente disimulados.

Y cualquiera que pensó jerarquizar bien sus actividades en los días de semana Santa, tuvo en cuenta ciertamente la Vigilia Pascual del sábado por la noche. Lo complicado es que a esa hora jugaban Chile y Uruguay. (Es cierto que para muchos no fue problema alguno esa coincidencia, porque desde un comienzo enfocaron esos días cual semana del turismo).

Entre esas dos coordenadas -piedras e indiferencia- se mueven los obstáculos que encuentran hoy los cristianos para vivificar con su energía a la sociedad contemporánea, y a la chilena en concreto. Pero ¿es que acaso no ha habido en nuestra historia reciente una fecunda relación entre cristianismo y sociedad? Si por los frutos se conoce a los sujetos, pareciera que no, ya que la secularización galopa hoy en nuestro país.

¿Qué ha habido entonces? Por una parte, ha existido el cristianismo social, es decir un conjunto de acciones concretas, prácticas, de carácter fundamentalmente asistencial, benéfico, que con mayor o menor éxito han corregido injusticias o han desarrollado instituciones, prestando un servicio efectivo, pero muy parcial. Cientos de miles de personas se han beneficiado de esas iniciativas, pero en muchas de ellas el bien no ha penetrado hasta sus inteligencias y corazones, los que han seguido igual de sedientos de la verdad moral, de la doctrina, de la fe.

Por otra parte ha existido el socialcristianismo, es decir la opción política concreta de unos cristianos, la que llevada al plano partidista, en Chile se ha llamado PDC. Cientos de miles de electores han confiando por años en la opción supuestamente cristiana de ese partido, pero han debido desencantarse también con sus reiteradas claudicaciones en materias morales, refrendadas por el agnosticismo de buena parte de sus principales figuras.

¿No queda entonces nada que hacer? ¿Hay que resignarse y reconocer que no hay manera alguna de vivificar desde el cristianismo la vida de Chile? Por cierto que no. De lo que se trata es de procurar los efectos sociales del cristianismo, los que en ámbito y profundidad, superan con mucho la parcialidad del cristianismo social y el sectarismo del socialcristianismo.
¿Cuáles han de ser esos efectos?

En primer lugar, la conversión de la propia vida. Sin cristianos de vida íntegra, no hay efectos sociales de ningún tipo; intachables no lograremos ser, pero luchadores incansables por la propia coherencia, sí que se puede ser.

En segundo lugar, fieles difusores del magisterio eclesial, desechando la soberbia de esas soluciones propias, que no son más que puro egoísmo y estéril proposición, porque dañan a los más sencillos.

En tercer lugar, custodios sacrificados de los grandes bienes de Chile, es decir la vida, la familia, la honra, la libertad de enseñanza, y de los instrumentos que los defienden: el lenguaje, la docencia, el arte, la medicina.

En cuarto lugar, dedicados formadores de las nuevas generaciones, personas que aprovechan toda oportunidad para hablar de sus ideales y enseñarlos a los más jóvenes. En quinto lugar, entusiastas promotores de esas grandes figuras cristianas de la historia: nuestros santos oficiales, pero también Prat, Mistral y varios otros.

Y finalmente, respetuosos ciudadanos de las diversas opciones que en materias opinables pueden tener todos los demás cristianos.

"La vocación de los fieles laicos es la santidad, animando cristianamente las realidades temporales," acaba de afirmar el Papa ayer mismo. ¿Cabe mayor desafío en la proyección social del cristianismo?

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Gonzalo Rojas Sánchez

 

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