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Tanta gloria y tanto olvido

por Antonio Rodríguez Morales

Esa Madre Patria por la que tanta sangre se ha derramado realmente merecía la pena, pero es una Patria que no está en España porque los propios españoles que conservamos aun ciertos principios e ideales todavía la estamos buscando y, por desgracia, cada vez la vemos más lejana. La historia del Capitán Rivero y de muchos héroes españoles en tierras de Ultramar yace olvidada en un viejo cementerio de Puerto Rico.

El Viejo San Juan conserva, un siglo después, ese aire colonial que se plasma en sus impresionantes fortificaciones, sus calles empedradas y sus casas, evocación andaluza con sus patios y sus balcones. No se puede negar que la influencia de los Estados Unidos ha sido notable, pero nunca ha podido borrar la huella de la herencia hispana de este pueblo que sigue sintiendo, rezando, cantando y amando en español. La fortaleza del idioma tras más de un siglo de imposición del inglés como lengua oficial demuestra que en el fondo de su ser, el puertorriqueño es ante todo hispano, una mezcla de indio, africano y español que le hace único pero al mismo tiempo que le une al resto de Hispanoamérica en esa empresa común que un día de 1492 iniciara España y que, con sus luces y sus sombras como toda gran empresa, conserva su grandeza hoy en día en más de una veintena de países de todo el mundo.

En esta ciudad señorial, donde aun ondea la bandera de la Cruz de Borgoña y en donde parece que en cualquier momento vamos a ver cruzar la calle a los soldados con sus uniformes de rayadillo; existen historias que demuestran la nobleza de este pueblo y también, por qué no decirlo, la ingratitud de España hacia sus hijos más leales.

La Madre Patria a la que tanto aluden los hispanoamericanos es una realidad inventada. Y es que la España a la que aludimos evocando su nobleza y su grandeza de principios y de espíritu es una España que quizás existió un día o ni siquiera eso. Quizás la Madre Patria sea como nuestro Quijote, el ejemplo máximo de caballero idealista que la realidad maltrató como ha maltratado a tantos españoles que conquistaron medio mundo para la Corona Española y como premio no recibieron más que la incomprensión, la miseria y la muerte más ingrata. Incluso nuestro emperador Carlos V no fue un rey glorioso, aunque sí lo fueran sus logros, ya que fue un hombre que pasó media vida amargado como tantos reyes españoles y que murió enfermo y triste en el Monasterio de Guadalupe haciendo penitencia por sus penas. Esa es la España amarga que al mismo tiempo es la más hermosa de las misiones que ha existido en la historia. Esa Madre Patria por la que tanta sangre se ha derramado realmente merecía la pena, pero es una Patria que no está en España porque los propios españoles que conservamos aun ciertos principios e ideales todavía la estamos buscando y, por desgracia, cada vez la vemos más lejana.

Muchas veces, casi siempre, los españoles sentimos más cerca a la Madre Patria en estas tierras americanas que en nuestra Iberia. Tenía gran razón García Lorca cuando dijo aquello de que “el español que no conoce América, no sabe lo que es España”. Y en Puerto Rico la encontramos a cada momento, escondida en cada esquina, y la redescubrimos día a día. En ese proceso de redescubrimiento de la Madre Patria, es necesario acordarnos de nuestros héroes del pasado, de aquellos que dieron la vida por España la mayoría de las veces por decisiones políticas insensatas, como ocurrió en 1898, pero que cumplieron con su deber y supieron vivir y morir como valientes.

En Puerto Rico no hubo tantas bajas en la guerra como en Cuba o Filipinas, precisamente por la lealtad, nunca reconocida por España como se merece, de Puerto Rico hacia la soberanía española. A diferencia de cubanos y filipinos, los puertorriqueños no lucharon durante la guerra del 98 contra la metrópoli. Puerto Rico vivió el conflicto bélico como tierra española, ya que, a pesar de que existiera un sentimiento autonomista importante y un sector independentista, demostró en todo momento su lealtad a España. Lo que se produjo en el año 1898 fue una invasión de los Estados Unidos de una provincia española (ya que así era considerada Puerto Rico) a la que se pretendía dar más poder de autogobierno hasta que llegaron los norteamericanos y hubo un cambio de soberanía en donde los puertorriqueños fueron ocupados como botín de guerra. Aquí no se produjo un levantamiento contra el poder colonial en el 98 como fuera el Grito de Lares treinta años antes, por lo que se puede decir que Puerto Rico es el único territorio además de Gibraltar que a lo largo de la historia ha dejado de ser español en contra de la voluntad de sus habitantes y por medio de la intervención militar de un país extranjero. Y sin embargo, nuestra España ha sido ingrata con un pueblo tan fiel y tan leal y ha dejado caer en el olvido a esta noble tierra puertorriqueña.

Uno de esos capítulos del olvido de la Madre Patria es el que han sufrido los soldados que aquí lucharon y murieron porque la bandera española no dejara de ondear en Puerto Rico. No es un secreto que la guerra del 98 fue siempre muy mal llevada por los políticos que mandaron a la matanza a miles de muchachos que no tenían dinero para pagar la cantidad que les eximía del servicio militar, y luego abandonaron a su suerte estas tierras dejando la sensación de que se había combatido una guerra que supuso una gran sangría a nuestra juventud para luego salir con el rabo entre las piernas y vender en el Tratado de París a los puertorriqueños que tanta lealtad habían demostrado. Fue una de las mayores ingratitudes de España como la que tuvo con el Sáhara Occidental en 1975 al abandonar a este pueblo en manos de los marroquíes para su invasión y opresión que aun dura hoy en día. Es la eterna historia de nuestra Patria capaz de las mayores proezas y las mayores miserias al mismo tiempo.

Las condiciones de los soldados españoles fueron en muchos casos penosas, sin apenas medios como los norteamericanos que contaban con una mayor preparación militar en ese momento. Con barcos como la flota de Cervera que fue mandada en Santiago de Cuba al sacrificio, sabiendo de antemano que la derrota era segura. Y a pesar de todo ello, los soldados españoles dieron grandes lecciones de patriotismo y valentía, no cediendo en ningún momento en su lucha hasta que los políticos les mandaron abandonar porque entonces todavía se pensaba que “más vale honra sin barcos que barcos sin honra”. Y a veces se dieron ejemplos de resistencia numantina, como el caso de los últimos de Filipinas que acabada la guerra seguían defendiendo su posición.

Hoy en día quedan recuerdos y monumentos a la memoria de algunos de estos soldados, aunque la mayoría de las veces, olvidados en rincones apartados en los que casi nadie se acuerda de que están allí. Hasta hace algunos años, la comunidad española en Puerto Rico se preocupó de honrar la memoria de nuestros compatriotas y una de las mejores muestras es el monumento al soldado desconocido que existe en Yauco y donde está enterrado un español anónimo que murió en la guerra del 98 combatiendo con los invasores estadounidenses. En ese momento, los propios militares norteamericanos se ocuparon de enterrar al soldado, ya que eran otros tiempos en los que los enemigos se respetaban y honraban cuando daban muestras de honor y valentía, y hay quien dijo que la de 1898 fue la última guerra entre caballeros. Luego fueron instituciones como el Casino Español y la Casa de España las que se ocuparon de levantar el monumento, tenerlo cuidado, limpio y con flores. Hoy casi nadie se acuerda ya del soldado desconocido, ni siquiera los españoles que están en la isla.

En este sentido, hay que señalar el caso de uno de esos militares que merecen el recuerdo y ser honrado es don Ángel Rivero Méndez, quien sin embargo se encuentra en una tumba abandonada hace años en el cementerio del Viejo San Juan. El enclave es inmejorable para un héroe, junto al mar y al castillo de San Felipe del Morro, tantas veces defendido por los soldados españoles, donde aún ondea la bandera de la Cruz de Borgoña en un gesto que honra a los Estados Unidos que gestionan actualmente este monumento, y que han querido homenajear así al pasado español de este fuerte.

En una tumba descuidada por el paso del tiempo y a la que hace muchos años que nadie acude a rezar un padrenuestro o poner unas flores, se encuentran don Ángel y su esposa. Éste fue un oficial español de Artillería y uno de los personajes históricos más importantes de la guerra del 98 en Puerto Rico que dejó además escrito el mejor libro que existe sobre este conflicto bélico, también poco conocido pero que es una auténtica maravilla.

Ángel Rivero nació en Trujillo Alto (Puerto Rico) hijo de padres canarios, el 2 de octubre de 1856, y se dedicó a la carrera militar llegando a alférez en 1882 y siendo destinado al Batallón Madrid número 3 con sede en San Juan. Ese mismo año se casaría y en 1883 se traslada a Ponce, para regresar a San Juan un año después al ser destinado al Batallón Cádiz. En 1885 pasa al Batallón Fijo de Artillería de San Juan. Después marcha a la Academia Militar de Toledo para realizar una serie de cursos y allí escribe su primer libro titulado Toledo. Descripción histórica de la ciudad y de la Academia Militar de la misma.

De Toledo pasaría a Segovia y allí alcanza el grado de Teniente de Artillería. Es destinado al segundo Regimiento de Montaña de Vitoria. El 1 de enero de 1891 regresa a Puerto Rico donde desempeña los cargos de Secretario de la Oficina de Subinspección del Cuerpo de Artillería, profesor de la Academia Preparatoria Militar y encargado de la Academia de Cabos y Alumnos de la Compañía de Motaña.

Como hombre inquieto y muy activo, al gusto de los antiguos oficiales españoles que eran generalmente personas ilustradas, da también clases de Química, Física y Matemáticas en el Instituto Civil de Segunda Enseñanza. Entra en la política en el Partido Incondicional Español, cuyo nombre indica que su finalidad es el apego a la Madre Patria. Dirige también hasta 1898 el periódico La Integridad Nacional. Si inmersión en la política le causa algunos disgustos, llegando a ser arrestado durante 15 días por un artículo de corte político que publicó.

En este momento se producen los hechos que harían pasar a la historia al capitán Rivero, al comenzar la guerra hispanoamericana. El 10 de mayo de 1898 a las 12:10 p.m. se produce el primer disparo de la guerra en Puerto Rico al disparar la batería de Rivero desde el fuerte de San Cristóbal contra el Acorazado Yale. Por sus méritos en la defensa de la ciudad durante el bombardeo a San Juan del 12 de mayo es condecorado con la Cruz de la Orden del Mérito Militar, primera clase, con distintivo rojo.

Acabada la guerra, el general Ortega le encomienda la misión de hacer la entrega de los edificios militares de San Juan a los norteamericanos. Se da la circunstancia entonces de que además de ser el autor del primer disparo de la guerra, pasa a la historia por ser el último militar español con mando en la isla. Decide quedarse en Puerto Rico donde tenía su vida y pide la baja en el ejército español, manteniéndose en la isla bajo soberanía estadounidense, aunque nunca renunció a sus orígenes. En 1898 le ofrecen entonces hacerse cargo de la policía que se está formando, pero rechaza el ofrecimiento y él mismo cuenta que le dijo al capitán Reed, al hacerle la oferta: “estas bombas que usted ve (señalando el símbolo de artillería del cuello del uniforme) todavía son bombas españolas”.

Aún tendría una intensa actividad en Puerto Rico, fuera de la vida militar, ya que funda la Fábrica de Sodas Polo Norte que tiene gran éxito y crea la Cola-Champagne que todavía existe y beben los puertorriqueños actualmente. Participa de las actividades de la comunidad española en la isla y se dedica a su gran empresa de realizar un completo libro sobre la guerra del 98 en Puerto Rico, realizando una gran obra que tiene gran valor porque además está realizada por alguien que vivió los acontecimientos como principal protagonista y que sería publicada en 1922.

La españolidad de la isla la sigue defendiendo con la pluma y escribe artículos en El Imparcial, El Mundo y La Correspondencia de Puerto Rico donde exalta los valores de la cultura hispana frente a la anglosajona de los Estados Unidos en una especie de cruzada que mantuvieron los españoles que quedaron en la isla y a la que también se debe en parte que no se haya perdido la lengua y cultura española.

Ángel Rivero se encargó también de la repatriación de los restos de militares españoles muertos en la guerra en Puerto Rico, como los del comandante Martínez Illescas en 1915 o los del Teniente Coronel Puig en 1924, ayudando a sus familias que habían quedado en difícil situación económica.

En 1925 termina de construir una ermita en honor de la Virgen de Lourdes en Trujillo Alto, mandando incluso traer mármol desde Italia, y que cede a la Iglesia Católica siendo hoy en día uno de los templos con más encanto de Puerto Rico.

En 1927 funda la Legión Hispano Americana de Veteranos de la Guerra para honrar a los caídos en el conflicto y tres años después se produce el suceso más funesto de la historia de su interesante y honrosa vida. El 23 de febrero de 1930, atravesando una profunda depresión, se quita la vida. Realmente no se saben las causas exactas de la depresión en que cayó Ángel Rivero ni vamos aquí a juzgarlas. Lo cierto es que eso no empaña la impresionante obra que realizó en vida este oficial español que terminó suicidándose como hizo el Teniente Coronel Puig, cuando durante la guerra y tras recibir órdenes de retirarse dejando avanzar a los soldados estadounidenses, no soportó el deshonor de no haber plantado batalla al invasor y se pegó un tiro en la playa de Arecibo, vestido con su uniforme de gala. Es una escena épica de militares de otros tiempos, donde el honor era más importante que cualquier otra cosa. También Ángel Rivero aunque por motivos diferentes tuvo siempre la amargura en su interior de ver a Puerto Rico bajo una bandera que no era la suya.

Es una historia que invita a la meditación y a la tristeza, sobre todo cuando se contempla la tumba de Rivero, solitaria y abandonada como si tanto esfuerzo por mantener unas convicciones y tanto amor a la Patria no hubieran servido nada más que para sufrir el olvido. Ese olvido que golpea el alma de tantos soldados y héroes anónimos, como las olas del océano Atlántico que nos separa de nuestra España golpean contra los muros del viejo cementerio de San Juan, mientras parecen oírse entre el rumor de mar las palabras del argentino Sarmiento: “¡tanta gloria y tanto olvido!”.

No obstante, hay todavía motivos para la esperanza, ya que muchos españoles aún conservamos cierto espíritu de patriotismo que está dormido, latente, como si amar a la patria se hubiera convertido en una vergüenza, quizás por ese complejo que nos hemos echado encima los españoles y que nos hace avergonzarnos hasta de nuestros símbolos nacionales como si éstos representaran tiempos pasados que hay que ignorar. Y en realidad, ni hay que avergonzarse de nuestro pasado porque somos hijos de él, ni sentirse español es algo de derechas o de izquierdas, es simplemente una realidad que no debemos negar ni mucho menos avergonzarnos de ella.

Así pues, resulta que en Puerto Rico, a miles de kilómetros de España, surge también a veces ese patriotismo noble y sincero que no tiene nada que ver con la política sino con el corazón y los sentimientos humanos. En ese redescubrimiento de España que mencionábamos antes, se dan situaciones que deberían ser un ejemplo para tantos nacionalistas catalanes o vascos porque demuestran que España no solo es una realidad sino que merece la pena fijarnos más en lo que nos une que en lo que nos separa. En esta tierra puertorriqueña los emigrantes españoles se vuelcan en ayudarse mutuamente cuando es necesario y dan muestras de solidaridad que no se ven en España. Aún recuerdo el caso, hace algunos años, de un anciano español que no tenía familia en la isla ni medios económicos y que se estaba muriendo de cáncer. El Hospital Auxilio Mutuo, privado y de los mejores de la isla pero al mismo tiempo dirigido por españoles, le proporcionó gratuitamente todos los servicios necesarios. Y un grupo de paisanos anónimos que ni eran familia ni amigos de este enfermo se turnaban para hacerle compañía en el hospital. Cabe preguntarse por qué hacer esto por un desconocido y la respuesta es fácil pero desconcertante al mismo tiempo: porque es español. Decía el escritor Antonio Vaquer, mallorquín emigrado en Puerto Rico, que “a la madre cuanto más lejos y más pobre más se le quiere”. Eso es lo que ocurre con los españoles en el extranjero que nos demuestran día a día que la Patria no es un invento de los Reyes Católicos ni de Franco ni nada parecido. Es una realidad tan grande que existe no sólo en España sino en muchos países que se encuentran a miles de kilómetros de distancia pero muy cerca en espíritu. Por eso, más de un siglo después de la guerra del 98 este español que escribe y muchos otros dispuestos a no olvidar quienes somos ni de donde venimos, estamos dispuestos a honrar a nuestros héroes y a llevarle unas flores a nuestro capitán Rivero y a rezar una oración por el descanso de su alma y la de tantos españoles que murieron lejos de su patria. Al menos su sacrificio habrá servido para algo…

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Antonio Rodríguez Morales


Todos a Colonia con el Papa

 

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