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ABORTAR=ASESINAR El aborto es un asesinato, pues se mata a una persona con premeditación (se prepara   reflexivamente, tal como lo marca la ley con su procedimiento, y se perpetra un delito, aunque sin   pena, como también indica la ley) y alevosía pues no hay riesgo para los asesinos. R.A.E.: - asesinato. 1. m. Acción y efecto de asesinar. - asesinar. (De asesino). 1. tr. Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc. - premeditación. (Del lat. praemeditatio, -onis). 1. f. Acción de premeditar. - premeditar. (Del lat. praemeditari). 1. tr. Pensar reflexivamente algo antes de ejecutarlo. 2. tr.   Der. Proponerse de caso pensado perpetrar un delito, tomando al efecto previas disposiciones. - alevosía. (De alevoso). 1. f. Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas,   sin riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal. (recuerdese que el aborto voluntario sigue siendo delito tipificado aunque se le elimine la pena)

La mujer en Lactancio

por Martín Ibarra Benlloch

Un interesante estudio del asunto en la época de Lactancio

1. Una aproximación

L. Cecilio Firmiano nació en África a mediados del siglo III. Fue discípulo de Arnobio de Sicca, siendo él también retor de profesión. Llamado por el emperador Diocleciano a la sede imperial de Nicomedia para impartir clases de retórica latina, permaneció ahí varios años. Tendrá ocasión de presenciar el inicio y desarrollo de la Gran Persecución anticristiana. Al contemplar la fortaleza de los mártires, se convertirá al Cristianismo. Más tarde será llamado por el emperador Constantino para educar a su hijo Crispo.

De su primera época es el escrito Sobre la obra de Dios, en el que anuncia otro más amplio y profundo para mostrar el camino hacia una “vida de santidad”. Esta otra obra, mucho más extensa, será las Instituciones Divinas. En ellas pretende, en primer lugar, mostrar el error en sus diferentes manifestaciones; en segundo lugar, explica cuál es el camino verdadero, el Cristianismo [1] . No obstante encontramos en Lactancio mucho más que una labor apologética. Se adapta a un público heterogéneo y múltiples de sus pasajes tienen diversas interpretaciones, dependiendo del lector.

La última obra que estudiaremos será Sobre la muerte de los perseguidores, un opúsculo dirigido única y exclusivamente a los cristianos, en clave de victoria. Dada la escasez de fuentes de esta época, se convierte en un documento excepcional para nosotros. Y máxime si tenemos en cuenta que Lactancio, que fue llamado por el pagano Diocleciano a la sede imperial, lo será más tarde por Constantino, para que sea el preceptor de su hijo Crispo. Es decir, nos encontramos ante una persona de prestigio y cierta influencia que, de cualquier forma, hay que leer con atención.

En ninguna de sus obras se para a analizar a la mujer y menos a la mujer cristiana. Sin embargo, espigando de un sitio y de otro, podemos obtener numerosos datos que nos ayudan a comprenderle mejor. Si no le interesa la mujer en sí misma -cosa que no nos ha de extrañar con los títulos de sus escritos-, sí le interesa el hombre, en sentido de persona, varón o mujer. El hombre como tal es uno de los términos que más veces se citan en toda su obra. Pero así como las menciones al varón son bastante numerosas, las referidas a la mujer son más escasas. En esto no se sale de la normalidad de su época. Claro que algunos de sus escritos como las Instituciones Divinas o Sobre la muerte de los perseguidores son bastante originales. En el primero, dirigido también a los paganos, elude realizar citas bíblicas -con excepción del libro IV-, razón por la cual no aparecen casi mujeres con resonancias bíblicas -tampoco varones-. Y cuando se habla de las mujeres, se trata de atacar el comportamiento de los paganos o de sus dioses. Cuando se refiere a los cristianos, saca a colación algunos de los tópicos que conocen sus interlocutores, con lo que tampoco nos añade grandes cosas.

Muy diferente es el planteamiento en Sobre la muerte de los perseguidores, donde aparecen algunos nombres de mujeres concretas, en sus respectivas coordenadas históricas. Aunque aparezcan en segundo plano, ya que los protagonistas son, evidentemente, los perseguidores.

2. Sobre la obra de Dios (de opificio Dei)

Este opúsculo lo dedica Lactancio a un mártir cristiano, Demetriano. Su lectura, como es lógico, está pensada para todos los cristianos. Se trata de una obra sencilla, un tratado antropológico, que demuestra que Dios ama a los hombres y manifiesta ese amor a través de su Providencia. En realidad, esta obra es el desarrollo del día sexto de la creación, el del hombre. Hombre que es para Lactancio, el centro de todo lo creado. Esta idea, que no es nueva, está felizmente acuñada tanto en la tradición romana, como en la bíblica y cristiana. Lactancio es un eslabón más.

Nosotros nos detendremos solo en un par de aspectos que nos ayudarán a entender mejor su antropología. Nos centraremos en el capítulo XII, en el que habla de la concepción y de los órganos genitales. Las afirmaciones sobre este particular son bastante rotundas, aunque pocas veces resulta original.

Izquierda y derecha

Lactancio piensa que las venas seminales son dobles, la derecha masculina y la izquierda femenina [2] . Algo parecido ocurre con la mujer, que tiene un órgano doble, el útero, cuyo lado derecho es masculino y el izquierdo es femenino. A continuación explica la concepción del ser humano según Varrón y Aristóteles, para posteriormente describir los desequilibrios que ocurren cuando el semen masculino se sitúa a la izquierda o el femenino a la derecha. Concluye con la etimología de varón, uir, y de mujer, mulier. A nosotros nos interesa de todo esto el si realiza una identificación entre el varón y la derecha a todos los niveles, y la mujer y la izquierda.

En la antigüedad gozaron de gran fama los diez principios pitagóricos. Son los siguientes:

finito/infinito
par/impar
unidad/multitud
derecha/izquierda
macho/hembra
quietud/movimiento
derecho/torcido
luz/tinieblas
bueno/malo
cuadrado/rectángulo

Lactancio la utiliza, aunque con un cambio notable, con el cuerpo y el alma. Sin embargo, en ningún momento recurre al argumento fácil de identificar la derecha, la luz, lo bueno, el alma con el varón y la izquierda, la tiniebla, lo malo, lo corporal y la mujer. Sólo una vez cita una argumentación del romano Varrón, en la que éste explicaba el significado de las palabras varón y mujer, derivando la primera de fuerza -lo que parece correcto-, mientras que la mujer lo hace con lo muelle o blando. Pero ni la idea es suya, ni es algo más que una etimología.

Pasiva, pero no del todo

Mucho más interesante es la idea, común a los filósofos estoicos, de que la mujer es pasiva mientras que el varón es activo. Se matiza con la introducción de los cuatro elementos de los que, como se pensaba, constan todos los cuerpos: aire, fuego, agua y tierra. Y en esto sí se muestra original, ya que otorga un carácter relativo a estas calificaciones. Así, solo considera pasiva totalmente la tierra. La mujer, por constar de agua, no es enteramente pasiva, ya que el agua tiene un principio activo. Por ello, la mujer es pasiva, pero no totalmente. Esta idea se justifica en la creencia estoica de que en la generación, el principio activo era el del varón, que derramaba su semen en su mujer, como el sembrador arroja la semilla en el campo y espera que germine. La mujer, como el campo, sería pasiva mas no del todo, ya que en el momento en que ha recibido la semilla se convierte en activa.

Este planteamiento fisiológico, algo dudoso a nuestros ojos, les parecía sufiente a algunos para justificar una subordinación de la mujer al varón. Y así como en un plano fisiológico Lactancio no parece estar en desacuerdo con esta creencia, no comete el error de trasladar esto al plano psicológico y moral. La mujer no es inferior, ni pasiva, ni está subordinada “esencialmente” al varón. No se cita en ningún momento nada de eso en ninguna de sus obras, ni las mujeres concretas se comportan de esa manera.

Lactancio emplea el lenguaje de su tiempo, y cita los cuatro elementos al igual que los principios pitagóricos porque es lo que aprendió de pequeño y lo que sabían sus contemporáneos. No tenía otra posibilidad. Además se quería hacer entender y para ello hay que ejemplificar con lo conocido. Lo que no hace es dar pasos temerarios. No identifica el alma con lo varón, ni el cuerpo con la mujer, cosa que sí habían hecho otros. Es más, mientras lo femenino está muy mal considerado, él procurará desligar la mujer de lo femenino. Esto no nos ha de extrañar si recordamos que el ser humano, en cuanto varón y mujer, son la obra de Dios por excelencia. Y si esto es así, no cabe una imperfección en esta obra maestra.

3. Las Instituciones Divinas

Esta es una obra amplia, desigual y cada vez mejor considerada. Nosotros nos centraremos en cinco temas: la mitología, la muerte y la creación, los espectáculos públicos, la modestia y la igualdad. Son aspectos muy diversos que nos aportan datos suficientes para ir perfilando el pensamiento de Lactancio sobre la mujer y lo femenino.

3.1. La mitología

Lactancio sostiene que el politeísmo es una deformación del monoteísmo primitivo. La presencia de diosas en el panteón romano -o griego- no es más que una proyección de las debilidades y deseos de la humanidad. Por esta razón critica acerbamente a los paganos, al igual que otros muchos intelectuales no cristianos habían hecho.

Lo primero que hace es negar que la divinidad sea sexuada, ya que para él si los dioses tienen sexo es porque se ordena a las relaciones sexuales, para procrear. Pero un dios no puede nacer como si fuera un mortal, ya que en ese caso no sería un dios. La concepción de la divinidad se asocia a la eternidad; por tanto no se admiten ni la generación ni la distinción sexual. Por otra parte, algunos sostenían que esta diferenciación se debía a la ayuda mutua. Lactancio rebate este argumento diciendo que la divinidad es omnipotente, con lo que no necesita de nadie [3] .

Después de esta descalificación primera, pasa a enumerar los diferentes vicios con que los propios paganos presentan a sus dioses. Hércules comete numerosos estupros y adulterios. Liber Pater tiene un comportamiento vergonzoso y afeminado. Júpiter, el padre de los dioses, viola a doncellas y esposas, comete incesto y pederastia. Venus fue la primera en instituir el arte meretricio, enseñándolo a los chipriotas: una mujer así no es una deidad [4] .

Para reforzar su alegato, Lactancio cita a autores latinos de prestigio, como Cicerón, que fue sacerdote de los dioses. Uno de sus fragmentos es el siguiente: “A pesar de que vemos que muchos varones y hembras de la raza de los hombres son contados entre los dioses” [5] . Esto le vendrá como anillo al dedo a nuestro retor para desautorizar a los que creen en los dioses.

En otra alusión a la diosa Vesta, después de citar un pasaje de Cicerón sobre el fuego, apostilla: “Este esquema hubiera podido valer para Vesta, si hubiera sido varón” [6] . A Vesta se le asociaba siempre con el fuego; y el fuego en la mentalidad antigua era un principio masculino, al igual que el agua lo era femenino. De ahí que Lactancio se extrañe por la asociación de Vesta con el fuego, el fuego sagrado de Roma que custodiaban las vestales. Es un elemento más que nos obliga a tener sumo cuidado a la hora de calibrar mejor las expresiones de estos autores.

Si recapitulamos, veremos que Lactancio no es original en sus afirmaciones, ni intenta serlo. Sin embargo, escoge autores paganos para criticar el politeísmo y las mitologías, ordenándolo todo con bastante precisión. Las mujeres aparecen de forma secundaria, bien como sujetos pacientes de las felonías de los dioses, bien como diosas sujetas a pasiones impropias.

3.2. La muerte. La creación

Más concentrado en su obra, pero mucho más interesante resulta la explicación de la existencia de la muerte, eterno problema que cada generación se plantea. Lo hace al hilo de la narración bíblica de la Creación, en el libro II. Ha hablado de la creación de todos los elementos del mundo, de los seres vivientes y, por último, del hombre. Ahí realiza una mezcla de las dos narraciones del Génesis: “hizo entonces una imagen de sí mismo, con alma e inteligencia, es decir, siguiendo la forma de su propio ser, más perfecto que el cual no puede haber nada: modeló al hombre del barro de la tierra; de ahí que fuera llamado “hombre”, ya que está hecho del “humus”” [7] .

El hombre es hecho “a su imagen”, “sobre el modelo de su imagen”. Vimos en el capítulo dedicado a san Metodio de Olimpo, que la Imagen se decía del Verbo; el ideal del hombre sería, por tanto, el propio Cristo. Lo mismo aquí. El hombre, hecho a imagen de Cristo, es modelado por el mismo Dios. Por ambas cosas es el centro de la creación, la maravilla de todo lo creado. Dios no se ha volcado con ninguna criatura tanto como lo ha hecho con el hombre. Por eso el hombre es el más perfecto de todos los seres creados. Ha sido configurado por Dios a imagen del Verbo. Es además una criatura que tiende progresivamente a la perfección durante su vida terrena y, después de muerto, al resucitar. Los ángeles, por el contrario, se mantienen estables y no se identificarán tan plenamente con Dios. De ahí que, aunque en el momento presente los ángeles estén por encima de los hombres, en el futuro el hombre les superará.

Lactancio comenta que son muchos los poetas que guardan memoria de la creación, aunque algo distorsionada. Algunos -dice- han intuido que el hombre es obra de Dios, y no se equivocan [8] . Solo que ignoran cuáles son las auténticas razones que sustentan esa afirmación.

Lactancio detalla en el capítulo duodécimo del libro II la creación del hombre, procurando hacerse entender por los paganos. Así pues cuenta cómo Dios hizo al varón a su semejanza y después modela la mujer a imagen del varón [9] . En esto sigue el segundo relato del Génesis, aunque introduce un cambio: el varón es creado a semejanza de Dios; la mujer a imagen del mismo hombre. Lo que correspondía era “varón”. ¿Tiene, por consiguiente, la mujer una menor dignidad que el varón? Pensamos que no. La diferencia es temporal: primero-después, pero no así de dignidad. Tienen la misma. La mujer es creada a imagen de Dios al ser imagen del varón. Esta es una interpretación que puede ser ambivalente. Pero no lo es la plasmación de la mujer, que indica ni más ni menos que es el mismo Dios el que crea a la mujer, de la misma materia que a Adán: de ahí que la creación del sexto día se prolongue en el octavo. La materia -y la dignidad- es la misma. Con ello se niega, de paso, el error politeísta, mediante el cual algunos podían haber argumentado que Adán fue creado por un dios y Eva por otro [10] . El mismo Dios ha modelado al varón y a la mujer; ambos han recibido el mismo cariño y el mismo cuidado.

La finalidad de la creación del varón y la mujer -de los sexos- aparece apuntada: que se unan y llenen la tierra, aludiendo al “creced y multiplicaos” bíblico. La procreación es, por tanto, la razón fundamental de la división de sexos, masculino y femenino. Con lo que queda claro que las relaciones sexuales rectamente ordenadas son buenas y queridas por Dios, ya desde el principio.

Lactancio prosigue su descripción: “Ahora bien, en la modelación del hombre encerró y llevó a cabo la unión racional de aquellas dos materias de las que dijimos que eran contrarias entre sí: el fuego y el agua” [11] . Ha considerado la creación del hombre, varón y hembra, desde el punto de vista de la diferenciación sexual. Ahora se centra en el hombre como conjunto, visto desde un punto de vista antropológico no bíblico, sino clásico. Según eso, el hombre se compone de dos materias que son contrarias entre sí, fuego y agua. Ya hemos visto que el fuego es un elemento masculino, caliente y seco, mientras que el agua es femenina, húmeda y fría. ¿Alude a esto o bien a la humana plasis, a la plasmación del cuerpo del limo de la tierra? A ambas. Al hablar de “la modelación del hombre” nos pone en relación con la segunda narración de la creación del hombre que recoge el Génesis, que da preeminencia a la carne. Cuando en pasajes anteriores o posteriores habla de “hizo al varón”, alude a la primera creación, basada en la palabra, en el factus. Con lo que nos encontramos en este pasaje con un elemento bíblico claro que alude a la humana plasis y otro que es común a la antropología griega y latina, el de los cuatro elementos. Se adapta de manera asombrosa a sus lectores, aunque con su síntesis nos dificulte averiguar exactamente su pensamiento.

Continúa de manera interesante: “Efectivamente, una vez creado el cuerpo, le infundió un alma dotada de la fuente vital de su espíritu que es perenne, para que se asemejara al propio mundo, que consta de elementos contrarios” [12] . En realidad nos encontramos ante un planteamiento tricotómico -cuerpo, alma, espíritu-: lo insuflado, que es el alma. El soplo que insufla, mediante el cual penetra el alma en el cuerpo, que es el espíritu. Y el propio cuerpo, que es el recipiente del alma, y del espíritu, hálito o soplo.

Sin embargo, Lactancio no profundiza en esto, porque es algo que distraería a sus lectores, y emplea a continuación una fórmula dicotómica, alma-cuerpo, que le hace mejor papel con las dos materias anteriormente citadas que se contraponen, el agua y el fuego. Así el hombre -dice- consta de alma y cuerpo: el alma, como el cielo, mira a Dios; el cuerpo, a la tierra, al estar formado de limo. La materia en sí no es mala, pues ha sido creada por Dios; pero parece que recae sobre ella una cierta sospecha. Así, en el hombre pugnan dos tendencias y si prevalece el alma, que mira a Dios, será inmortal y gozará de una luz perpetua; mientras que si el cuerpo sobrepasa al alma, lo rebajará, será una tiniebla permanente, y abocará a la muerte. Esta lucha es la de todo el hombre, varón y hembra. Es la lucha entre el cuerpo y el alma, no como enemigos irreconciliables -como en el dualismo-, sino por la primacía rectora dentro del compuesto.

Dentro de esta forma se podrá definir la muerte, según Lactancio, como la separación del cuerpo y el alma; o bien como un dolor eterno, el destino eterno de las almas por sus méritos o deméritos [13] . Sufre el alma; por tanto ésta es la parte principal. El alma ha de mandar al cuerpo y éste ha de someterse a ella, como la tierra al cielo.

Dios colocó al hombre en el paraíso. “Le dio entonces ciertos mandatos cuya observancia le haría inmortal, pero cuya transgresión le llevaría a la muerte” [14] . El mandato de Dios es al hombre, en cuanto varón y mujer. El diablo, lleno de envidia ante el hombre -por haber sido creado éste a imagen y semejanza de Dios, cosa que él no-, intenta a toda costa que el hombre no conquiste la inmortalidad [15] . Para ello buscará que transgredan el mandato de Dios, buscando la manera más sencilla. Acude primero a la mujer, para que pruebe la fruta prohibida; en parádosis judía, la mujer no habría pecado de no haber estado sola [16] . Debería haber estado con su marido adorando a Dios: en ese caso el diablo no le hubiera tentado. Y cuando se le presenta el diablo con la proposición de comer del fruto prohibido, debiera rechazarlo, en lugar de conversar con él. Dialogando con el tentador, Eva se aleja de Dios y se inclina a la desobediencia. Primero peca el entendimiento, al desobecer, no el cuerpo.

Lactancio nos presenta la escena con el dramatismo que tiene. El diablo ha acudido a la mujer con engaños y la ha seducido; a través de ella persuade al hombre: “por medio de ella, convenció al propio hombre para que transgrediera la orden divina” [17] . Al no tentar al hombre de forma directa, sino a través de la mujer, el diablo triunfa. Sin embargo, no carga las culpas en Eva, a la que tampoco da demasiada importancia en el resto de su obra [18] . Pero, ¿en qué consistía este mandato? Lactancio parece apuntarlo a continuación: “Aprendida pues, la ciencia del bien y del mal, el hombre empezó a avergonzarse de su propia desnudez y se escondió del rostro de Dios, cosa que no solía hacer antes” [19] . Parece que nos encontramos ante un pecado de tipo sexual. Mas su pecado no sería tanto ese cuanto la desobediencia. Como la sexualidad es buena, se ha de entender que usaron de ella antes de tiempo, motivo por el cual se avergonzaron más tarde [20] . Pecó el hombre, varón y mujer; su destino será, por ello, el mismo. Dios los arrojará del paraíso, pero no les condenará. Es más, Lactancio dice a continuación que los justos retornarán al paraíso, vencida la muerte [21] .

Lactancio ve en el pecado el origen de la muerte. Mas la muerte en realidad es un gran favor concedido a los hombres. Ya que si pecaron antes de que existiera la muerte, no habría posibilidad alguna de redención para ellos ni, en su caso, de su posteridad [22] . La muerte abre la perspectiva de la salvación, de la redención del pecado de origen, transmitido a toda la humanidad. Con la encarnación de Cristo, se demuestra que la carne en sí no es mala y, además, es instrumento de salvación. Con su muerte y resurrección, vence al pecado y eleva al hombre a una dignidad muy superior a la del principio [23] .

En el libro VII se delinea por extenso este planteamiento. La formación del hombre terrestre pone en evidencia la creación del hombre celeste. Al igual que antaño el hombre fue modelado con la tierra, mortal e imperfecto, así, al salir de este siglo terreno, será modelado un hombre perfecto [24] . Es decir, un hombre no sujeto a corrupción y muerte. La muerte, para Lactancio, es una de las consecuencias del pecado original. El hombre nuevo, al vencerla, habrá vencido todas sus malas inclinaciones.

3.3. Los espectáculos públicos

Ya entre los paganos, autores del fuste de Séneca o Tácito censuraron los espectáculos públicos como inmorales. Algo parecido ocurre entre los autores cristianos y también Lactancio. Se extiende de manera especial en el libro VI, al hablar de las cinco pasiones de los sentidos. En las relacionadas con los ojos menciona en primer lugar los espectáculos públicos: los juegos de gladiadores o las representaciones de homicidios en la escena. Todo homicidio -dice- es malo: así el aborto, el infanticidio, la exposición de los neonatos; también lo es su representación [25] .

El Concilio de Elvira de comienzos del siglo IV, dice en su canon 62: “Si un auriga o un cómico quisiese venir a la fe cristiana, tenemos por bien que primeramente renuncie a su oficio y después sea admitido, de tal modo que no vuelva a ejercer aquél, y si intentare violar esta prohibición, sea arrojado de la Iglesia”. No será de extrañar que una constitución constantiniana del año 325 prohiba los combates de gladiadores. La postura de la Iglesia y la de Lactancio, tan próximo a la casa imperial de Constantino, pudieron influir en esta decisión [26] .

La crítica de Lactancio es severa: “Efectivamente, las comedias hablan de estupros de doncellas o de amoríos de meretrices”. Y lo que hacen es persuadir a los espectadores a que cometan este tipo de acciones. Además, no consiente que los actores se vistan con hábitos femeninos o aparezcan los varones con ademanes mujeriles, o imitando los gestos deshonestos de las mujeres impúdicas [27] . Gran parte de sus ataques contra las mitologías se comprenden mejor si tenemos en cuenta que muchas de estas se escenificaban. Y como eso era lo que casi todos veían y de lo que hablaban -la televisión de hace dos mil años-, no duda en condenar lo que él considera como excesos o desvaríos.

3.4. La modestia

Para nuestro retor las pasiones no son malas, ya que son una fuerza viva y natural: buena como tal, comporta sus peligros en razón de su dinamismo naturalmente excesivo. Por ello mismo son indiferentes, susceptibles de vicio o virtud. Lactancio sostiene que las pasiones son propias del ser humano, integrantes del hombre. Lo que hace falta es dirigirlas hacia el buen camino, dominarlas y utilizarlas adecuadamente [28] . Así, la libido es buena para la procreación de la especie, ya que Dios al crear los dos sexos, determinó que éstos se unieran para multiplicarse. Esta concupiscencia la tienen los animales para procrear y también el hombre. En éste es mayor, bien para que exista mayor número de hombres, bien para ejercitar la virtud -solo concedida al hombre- y se abstenga de procrear [29] . Esta concupiscencia y su control, se entienden del hombre en cuanto varón y mujer.

Ambos son sometidos por el “adversario”, que conoce la fuerza de la concupiscencia e intenta que se produzca de forma desordenada. Así, el hombre inventará los lupanares, a los que acudirán las mujeres pobres perdiendo su pudor y los hombres darán rienda suelta a su ludibrio. En este pasaje es el varón quien aparece como el más incontinente, sin nada que justifique su acción; es la mujer la que accede por necesidad económica, no por gusto. Los lupanares, indica Lactancio, no son obra de Dios, sino un invento de los hombres, obra del diablo. Como sostiene en otro pasaje, “no habría adulterios, estupros, ni prostitución de mujeres, si todos supieran que Dios condena las apetencias que sobrepasan el deseo de engendrar” [30] . Es decir, estos males no ocurren entre los cristianos. Y no lo hace, según el retor, porque los varones reprimen sus instintos, y la asamblea de los cristianos se encarga del mantenimiento de los pobres y necesitados. Nadie, por consiguiente, se ve forzado a comerciar con su cuerpo para sobrevivir [31] .

Y es que para Lactancio la modestia en el hombre no es natural, sino voluntaria [32] . Todos deben escogerla, varones y mujeres. Y muchos lo hacen, controlando los sentidos. Así, Lactancio ha podido comprobar cómo hay muchos hombres que llevan una vida santa e incorrptible, guardando la integridad de su cuerpo, en referencia a los varones y mujeres continentes. Aludirá a las vírgenes en otro pasaje distinto, al hablar de su martirio [33] . Los que viven así son muchos, y lo hacen de forma gozosa y feliz, ya que su elección anticipa la felicidad futura ya aquí en la tierra [34] .

El hombre puede obrar el bien, si quiere. Para Lactancio, los cristianos eligen siempre el bien. Son más valerosos que los paganos y padecen el martirio de forma voluntaria, cuando les sería fácil apostatar. También los niños y las mujeres demuestran tener una fortaleza y una templanza superior a la de los ejemplos señeros de los romanos. Y es que su confianza en Dios hace que perseveren. Todos deciden, voluntariamente, seguir del lado de Dios y ser torturados y morir antes que abandonarle [35] . Esto es experiencia directa de lo visto y vivido por Lactancio, que se convirtió al contemplar a los mártires cristianos en la ciudad de Nicomedia. La virtud, lo comprobó él, se daba por igual en jóvenes y viejos, varones o mujeres.

3.5. La igualdad

Este tema lo desarrolla ampliamente en el libro V, que versa sobre la justicia. Define la justicia ligándola a la piedad y la equidad y, en última instancia, al conocimiento de Dios. Para Dios no hay distinciones por motivos económicos o sociales. Algo inaceptable para el romano del siglo III y IV. La auténtica justicia la vivirán, únicamente, los cristianos. Si alguien les preguntara si no había entre ellos ricos y pobres, siervos y libres, la respuesta de Lactancio sería que ellos se consideran todos hermanos. Para ellos los esclavos no lo son. Con este planteamiento, acepta las leyes romanas y no se convierte en un alborotador, a la par que disminuye la importancia de las barreras sociales y económicas que, por otra parte, desea rebajar gracias a las limosnas [36] . En el fondo, respeta la libertad de cada hombre, aunque intenta marcar claro cuál es el camino que cada uno, libremente, ha de seguir.

Tanto encomia la libertad, que aprovecha para censurar abiertamente la comunidad de mujeres que había propuesto Platón en uno de sus libros. Y lo hace por diversas razones, una de las cuales el que se trate de una igualdad por la fuerza, no voluntaria. Sin libertad, no se puede elegir de forma adecuada [37] .

Igualdad en el Bautismo

En el libro I, Lactancio escribe lo siguiente: “Nosotros, sin embargo, que hemos recibido el sacramento de la verdadera religión, ya que la verdad ha sido revelada desde el cielo y tenemos a Dios como maestro del saber y como guía de la virtud, convocamos al alimento celestial a todos los hombres sin discriminación de sexo ni de edad: y es que no hay ningún alimento más dulce para el alma que el conocimiento de la verdad” [38] . El “sacramento de la verdadera religión” es el Bautismo cristiano. Los cristianos desean que todos conozcan la verdad, es decir, a Cristo, que es el único maestro de sabiduría. Lactancio se propone con su obra, las Instituciones Divinas, conducir a sus oyentes o lectores a ese puerto.

Esta afirmación de admitir a todos sin distinción nos puede parecer lo normal. En aquel entonces no lo era. La desigualdad era la norma; la igualdad solo se daba, excepcionalmente, en algunos colegios funerarios. Fuera de ahí, no. Todas las religiones, o misterios, tenían una serie de limitaciones para sus fieles e iniciados. Entre los judíos la circuncisión se realizaba únicamente a los varones, con lo que la mujer resultaba un tanto discriminada. Con el Cristianismo, se sustituirá la circuncisión carnal por la circuncisión espiritual, el Bautismo. Y este se imparte por un igual a varones y mujeres.

Lactancio, al igual que su contemporáneo Eusebio de Cesarea, hace empalmar a los cristianos con el pueblo hebreo. Efectivamente, fueron llamados por Dios antes de que hubiera circuncisión y fueron justos. Abrahán fue llamado por Dios y creyó en Él siendo incircunciso, de tal manera que será considerado como padre de la incircuncisión y de la circuncisión a la vez [39] . Lactancio habla de los hebreos, anteriores a Moisés en el 1200 a.C. como “nuestros mayores”. Con Moisés se puede hablar de pueblo judío. Antes, de pueblo hebreo. Después, de pueblo cristiano. Por tanto, resultará frecuente considerar el período del pueblo judío como algo pasajero.

La importancia de esto es que la mujer se incorporará directamente a la economía de la Salvación, como en un principio. La circuncisión carnal ya no será una barrera, una discriminación encubierta o latente. El Bautismo equipara por completo a todos los fieles.

Igualdad en las virtudes

Si varón y mujer son iguales por el Bautismo, también lo serán por las virtudes. Así, en el libro VI, capítulo décimo, después de exponer las obligaciones para con Dios, Lactancio afirma: “la primera obligación del justo es estar unido con Dios, y la segunda estarlo con el hombre”. Primero con Dios, en estricta justicia; después y por Él, porque somos hermanos, a los demás, al hombre [40] . Tenemos una igualdad creatural, que es la base de la humanidad: “Efectivamente, si todos nacemos del único hombre que Dios creó, somos sin duda hermanos en la carne y, como consecuencia, debe ser considerado como un gran crimen odiar a otro hombre, aunque sea culpable”. Si todos somos hijos de Dios, no sólo hemos de procurar evitar hacer el mal, sino que hemos de hacer siempre el bien a los demás [41] . Esto lo concreta en las obras de misericordia.

Quien actúa de esta forma, sigue el camino de la virtud. En este camino distingue tres grados: alejarse de las malas obras, alejarse de las malas palabras, alejarse de los malos pensamientos. El que da el primer paso es justo; el que da el segundo vive la virtud; el que asciende al tercero comienza la similitud con Dios. Lactancio intenta con las Instituciones Divinas el primer paso, alejar del mal. La “similitud” con Dios consiste en evitar el mal (=hacer el bien), controlar la lengua (=hablar de Dios), mantener a raya a la imaginación y los malos pensamientos que perturban el ánimo o inducen a pecar. Una norma de comportamiento semejante exigía Metodio de Olimpo a las vírgenes consagradas. Lactancio no lo hace exclusivo de nadie, aunque da a entender que es un camino arduo y difícil de recorrer. Algo parecido ocurre cuando aborda el tema de los afectos del hombre, que éste puede orientar hacia el bien o hacia el mal.

Pues bien, hemos visto en primer lugar el origen común del hombre, siendo consanguíneos y, por tanto, hermanos. Todos pueden seguir el camino de la virtud, si quieren. Todos tienen asismismo afectos que pueden orientar en un sentido o en otro. Lactancio habla siempre del hombre, en cuanto varón y mujer. Varón y mujer son creados por Dios; ambos han de ser virtuosos y realizar las obras de misericordia. Varón y mujer han de controlar sus afectos y pasiones...

En lo fundamental, varón y mujer son iguales. En los demás aspectos, por lo general, no. Por ejemplo en la sociedad conyugal, donde existe una supremacía clara del varón, tanto en la sociedad semita, griega o romana, como en los escritos paulinos. Los escritores cristianos deberán conjugar tanto la igualdad moral y espiritual, como la desigualdad funcional en las relaciones entre esposos y de padres a hijos. En esto, Lactancio se mostrará innovador y conservador, como perfecto romano pero también como cristiano, en esa simbiosis que le caracteriza y que apunta en otros muchos escritores, cristianos o no de esta época de transformación y angustia, de inquietud y esperanza.

4. Sobre la muerte de los perseguidores (de mortibus persecutorum)

Esta es una de las obras más controvertidas de Lactancio, dirigida a cristianos, aunque válida e inteligible para todos. Se fecha entre el año 318 y el 321, por lo que sería una obra escrita en plena “diarquía”, antes de que estallara el conflicto definitivo entre los emperadores Constantino y Licinio. Con todo, su autor es claramente partidario de Constantino. Con esta obra, Lactancio pretende demostrar que los emperadores que han perseguido a los cristianos han sido, a su vez, malos emperadores.

Está escrita en clave de victoria. “Pues he aquí que, una vez aniquilados todos sus enemigos y restablecida la paz en todo el orbe, la Iglesia hasta hace poco conculcada, resurge de nuevo y el templo de Dios, que había sido derruido por los impíos, es reconstruido con mayor esplendor gracias a la misericordia del Señor. Dios, en efecto, ha promovido unos príncipes que han puesto fin al poder malvado de los tiranos y han proporcionado a la humanidad el que, disipada, por así decirlo, la nube de la sombría época anterior, una paz alegre y serena llene de regocijo las mentes de todos” [42] . Los intereses de la Iglesia y del Imperio coinciden ahora, por primera vez, y nuestro retor lo plantea con cierta originalidad.

Este opúsculo se inscribe dentro de un género que estaba de moda desde hacía unos siglos, tanto entre la literatura popular de la época, como en la literatura popular de inspiración cristiana [43] . De ahí que no se le deba exigir mucho más de lo que se debe. Lactancio pretende mostrar el final de los tiranos, no historiar un periodo, ni narrar la persecución contra la Iglesia. Escoge y selecciona la información, lógicamente; pero no es un falsario. Un ejemplo de ello, para nosotros de primer orden, es que no silenció que Constancio Cloro -padre de Constantino, el campeón de la fe-, mandó destruir iglesias en cumplimiento del edicto persecutorio. Lo excusa y lo adorna, pero lo dice. Su contemporáneo Eusebio de Cesarea lo niega categóricamente. La razón está, qué duda cabe, de parte de Lactancio [44] .

A continuación examinaremos las principales referencias que hace de la mujer, teniendo en cuenta que, de las obras conservadas de Lactancio, es donde se nos muestran de forma más viva y activa, menos anónimas o abstractas. Y pese a ello, estas dos últimas notas caracterizan también a una gran parte de las alusiones que reciben las féminas.

4.1. La madre de Galerio

Como en tantos retratos de tiranos, la madre de Galerio sirve para explicar la barbarie de su hijo, su superstición y una de las razones desencadenantes de la persecución de los cristianos.

Lactancio, como buen romano que es, pretende desautorizar al emperador Galerio, calificándolo como “bestia”, “dotada de una barbarie innata y de una fiereza ajena a la sangre romana” [45] . La desmesura de Galerio es ajena al ser de Roma, y se explica bien ya que su madre era transdanubiana: “había huido a Nueva Dacia, cruzando el río, a raíz de las invasiones de los carpos en Dacia”. Con motivo de la invasión, la población romana fue evacuada al otro lado del río Danubio y Galerio nació en la Dacia Ripense, cerca de Sérdica [46] .

El otro elemento que avala la barbarie de ambos, es que “su madre adoraba a los dioses de las montañas y, dado que era una mujer sobremanera supersticiosa, ofrecía banquetes sacrificiales casi diariamente y así proporcionaba alimento a sus paisanos” [47] . Su madre era una pagana activa, devota de los dioses de las montañas; su superstición era tal, que sacrificaba a diario. Bien pudo ser que se tratara de una sacerdotisa de algún culto local, a la vez que sumamente rica. Lo que parece es que de sus sacrificios se beneficiaban muchos de sus vecinos, que comían con agrado de las víctimas que sacrificaba. Sólo los cristianos se abstenían, dedicándose a la oración y el ayuno. Su actitud es respetuosa, pero se desmarca de lo que hace la mayoría y eso llama la atención. Rómula -la madre de Galerio- se da cuenta de ello, y les cogerá odio, que inoculará más tarde a su hijo. Así, el relato de nuestro retor recoge que era la madre quien le repetía que debía eliminar a los cristianos, porque no daban culto a los dioses; de aumentar en número, acabarían con el culto que se les debía [48] .

En la mentalidad de Lactancio, Galerio es el gran instigador de la persecución anticristiana. Y Rómula, mujer supersticiosa y fanática, la que empuja a su hijo a la misma superstición y fanatismo. La muestra como una madre muy influyente en su hijo, un ejemplo más en la tradición romana.

4.2. La persecución

Sin embargo, las noticias referidas a Galerio como perseguidor tampoco son muchas, y menos en lo referente a las mujeres. La primera alusión es previa a la persecución. La crítica de Lactancio se centra sobre las reformas económicas de Galerio, a quien acusa de querer suprimir los privilegios inherentes a las clases elevadas. Así se hizo torturar a algunos curiales y magistrados municipales, a los egregios y perfectísimos. Era inaudito que se torturara a un ciudadano romano; en esta ocasión, esto ocurre con los cargos municipales y las personas más distinguidas. Y no para en eso: también las madres de familia ingenuas y nobles eran condenadas a trabajar en las factorías estatales [49] . Con esta situación injusta, desconocida por la tradición romana y con esta inversión social, Lactancio delinea la figura del tirano, tratándolo como persona aborrecida por todos. De ahí que no extrañe nada que una persona así se convierta más tarde en un tirano perseguidor.

La segunda alusión es con motivo del primer edicto de persecución, promulgado en la ciudad de Nicomedia -capital imperial y sede de Diocleciano- el 24 de febrero del año 303, por el que las iglesias debían ser destruidas, las Escrituras quemadas, y los cristianos que pertenecían al orden social superior -los honestiores- quedarían sujetos a la infamia y a penas degradantes; además, “no podían querellarse por injurias, adulterio o robo”, al igual que en tiempos anteriores [50] . Si recordamos que existían numerosos matrimonios mixtos, sobre todo por la conversión de un cónyuge, tendremos presente la delicada situación que vivirán las mujeres cristianas de elevada condición social. Problemas económicos, sociales, pero también familiares. Su marido se vería en una situación comprometida por las ideas religiosas de su mujer y no todos comprenderían o aceptarían con agrado una situación vejatoria e injusta.

* * * * *

También recoge Lactancio información sobre el edicto de tolerancia de Sérdica. En este edicto, que se publica el año 311, Galerio atribuye a los cristianos dos elementos principales: contumacia e insensatez. “En efecto, por motivos que desconocemos se habían apoderado de ellos una contumacia y una insensatez tales, que ya no seguían las costumbres de los antiguos”. Insensatez que predica de cristianos y cristianas; algunos autores latinos la aplicaban con predilección a las mujeres. Pero el Cristianismo se había difundido por un igual: “se atraían a gentes de todo tipo y de los más diversos lugares”. Ya no era, como habían acusado falsamente algunos, una religión de zapateros, niños y mujerzuelas. Además, había roto las barreras del Imperio Romano, lo que era visto con malos ojos. Galerio reconoce que las medidas persecutorias consiguieron que algunos cristianos volvieran al culto de los dioses, aunque la gran mayoría perseveró en su obstinación, con lo cual no se daba culto a los dioses y tampoco a su Dios [51] . Y como conviene dar culto a la divinidad, autorizaba a que así lo hicieran. Toleraba, por fín, pero no comprendía lo más mínimo, ni deseaba hacerlo.

Reconoce el fracaso de la persecución. Aunque algunos cristianos apostataron, la mayoría no lo hizo. Y no hace ninguna alusión especial a las mujeres, a pesar del tópico del “sexo débil”. La realidad demostró que las convicciones religiosas de cada uno estaban por encima de los sexos. Y la confesión de la fe, ante las torturas o la misma muerte, no amedrentaron más a las mujeres que a los varones. Ni en lo sublime ni en lo abyecto se manifiesta diferencia alguna.

4.3. Violencias del ejército de Galerio

El retrato de los tiranos, en estos siglos, se completaba con un último elemento, el de la libido desmedida. Así aparece en otros de los tiranos descritos por Lactancio. De Galerio no se hace mención directa de ello.

La única ocasión es cuando va a sofocar a Majencio. Majencio, hijo del emperador Maximiano, que abdicó en mayo del año 305, ha usurpado el poder en Roma. El César Severo se dirige contra él y fracasa, suicidándose. Algo más tarde, el propio Galerio acudirá a Italia. Pero se ve obligado a retroceder, para evitar otro descalabro militar. Durante su retirada se produce bastante desorden, con las correspondientes alteraciones de la población civil. “Así pues, fueron devastadas las regiones de Italia donde cayó este escuadrón tan destructor como la peste: todo fue sometido a saqueo, las mujeres se vieron deshonradas, las vírgenes violadas, los padres y los esposos torturados, a fin de que entregasen sus hijas, sus esposas y sus bienes” [52] . La composición retórica es clara, y contribuye a demostrar la barbarie innata de Galerio y su desprecio hacia Roma e Italia, tratadas como un país bárbaro. De todas formas, estos desórdenes parecen más bien fruto de una retirada desordenada donde cunde la indisciplina, que de otra cosa.

Y que Galerio no fue especialmente libidinoso, parece advertirse de lo relacionado con la historia de su mujer, Valeria. En ningún momento aparece explicitado ni, como veremos, tan siquiera cuando se quede viuda y el emperador Maximino requiera los favores de ésta.

4.4. Diocleciano y la mujer

Lactancio no disculpa el que Diocleciano haya trasladado la capital a Nicomedia, donde fijó su residencia a partir del año 287, “deseando igualar Nicomedia con la ciudad de Roma”, lo que suponía un relegamiento efectivo de Roma. Censurará igualmente su política fiscal, acusándole de derrochar mucho, en un afán constructivo desmedido: basílicas, fábricas de moneda y armas, “aquí un palacio para la esposa; allí otro para la hija” [53] .

La alusión más importante la enmarca en el inicio de la persecución anticristiana en febrero del año 303, en la ciudad de Nicomedia. Después del segundo conato de incendio en el palacio imperial -que Lactancio atribuye a Galerio-, Diocleciano decide pasar a una ofensiva total contra los cristianos. Comienza con los allegados, su esposa y su hija; prosigue con los altos funcionarios y ministros del culto y sus familias, para acabar con todos los cristianos de la ciudad. Más tarde, la persecución se extiende a toda la provincia de Bitinia. Por último, a todo el Imperio [54] .

Las primeras en sufrir la intolerancia fueron su esposa -Prisca- y su hija -Valeria-. Parece que en este momento eran o simpatizantes o catecúmenas, más que cristianas. Por otra parte, llama la atención que Valeria no haya acompañado a su esposo Galerio. En el relato de Lactancio, Valeria aparece siempre más como la hija de Diocleciano que como la esposa de Galerio. Quizá porque Galerio resulta ser el inductor de la persecución, mientras que su esposa Valeria es la primera víctima. Su comportamiento inicial, que no puede ser alabado, contrasta con el final, en el que parece que ya es o catecúmena o cristiana.

Las demás víctimas de la persecución son anónimas. Primero han prendido a los presbíteros y ministros de la iglesia de Nicomedia. Más tarde contra todos. “Personas de todo sexo y edad eran arrojadas al fuego y el número era tan elevado que tenían que ser colocados en medio de la hoguera, no de uno en uno, sino en grupo” [55] . Laicos y laicas de Nicomedia sufren tortura y martirio por un igual. Nos encontramos ante un genocidio, un exterminio de todo cristiano.

La última alusión en que se menciona a Diocleciano en relación con las mujeres, aparece viejo y retirado de la política. Su hija Valeria le envía un mensajero que le informa de su precaria situación, exiliada en el desierto de Siria por obra de Maximino. La madre de Valeria y esposa de Diocleciano se haya con su hija. En ningún momento, a excepción del inicio de la persecución aparece junto a su marido, cuando es obligada a sacrificar. Luego Prisca estará siempre -en el relato de Lactancio- con su hija. Morirán juntas el año 314, al ser capturadas en la ciudad de Tesalónica por el emperador Licinio.

4.5. El emperador Maximino

Maximino aparece retratado como un tirano y, por lo que parece, había mucho de cierto. Se confunden en él su desmedida libido, sus intereses políticos y su paganismo militante.

Al enfermar Galerio, encomienda su esposa Valeria y su hijo Candidiano a Licinio, su compañero y amigo. Valeria residirá en Nicomedia, ya viuda. Ahí será requerida por Maximino. “Por último, y dado que la concupiscencia se regía por la ley de considerar lícito todo lo que apetecía, ni siquiera pudo abstenerse de respetar a la Augusta, a quien recientemente había concedido el título de madre” [56] . Lactancio lo presenta en términos de concupiscencia/pudor. Y se entiende bien, ya que no habían pasado todavía diez meses del fallecimiento de Galerio y era preceptivo guardar un luto de diez meses, como recuerda la propia Valeria. Además apunta otras dos razones: no está bien que él -Maximino- repudie a su actual mujer, y aquel que ha repudiado a su mujer lo puede repetir; la segunda, el que las segundas nupcias van contra la tradición romana. No es que se prohiban, pero están mal vistas y se alaba, por el contrario, a la mujer de un sólo varón, la univira.

Esta respuesta es propia de una mujer prudente, inteligente, casta y valiente. Es ella quien argumenta y decide, inscribiéndose en una posición de virtud común a una parte de la tradición romana, también pagana. Pero esta oposición le acarreará el destierro y la confiscación de sus bienes. Se le retira la comitiva, se asesina a sus eunucos. Su madre Prisca que se hallaba con ella en Nicomedia, le acompaña en su desgracia.

La violencia de Maximino se extiende a las amigas de Valeria. “Había una mujer del rango de los clarísimos, que tenía ya nietos que sus hijos, jóvenes aún, le habían dado” [57] . Es de rango social elevado y de edad avanzada, lo que limita la concupiscencia de su parte. Maximino le castiga por suponer que el rechazo de Valeria se debía a su consejo. Otras dos mujeres sufren afrentas del tirano. Una tiene una hija vestal en Roma, lo que implica una elevada posición. “Esta formaba parte del círculo de Valeria en secreto” [58] . La otra mujer era esposa de un senador, y será condenada por su “excesiva belleza física y por su honestidad”. Es acusada de adulterio y condenada. Lactancio nos refiere cómo la auténtica razón de su ejecución fue su amistad con Valeria. Después de ejecutadas, cuando todos huyen, unos amigos “llevados por la compasión”, las entierran “furtivamente”. Los paganos conocían la importancia que concedían los cristianos a sepultar los cadáveres. Todo ello, al igual que sean unos amigos y no los maridos o los domésticos los que las entierran, habla a gritos del Cristianismo de las amigas de Valeria.

Las mejores amigas de Valeria parecen ser cristianas. ¿Lo era ésta, ahora? Todo indica que a partir del año 310-311, Valeria se ha convertido al Cristianismo. Después de la retractación y muerte de su esposo Galerio, el cruel perseguidor, se encuentra más libre como viuda que es, para practicar la religión que desea. La influencia de sus amigas cristianas pudo ser decisiva para que diera este paso. Así que cuando Maximino la requiere, podía estar preparándose a ser bautizada, siendo catecúmena, o bien haber sido bautizada recientemente.

Este comportamiento de Maximino se entiende, según Lactancio, por su inmoderada libido, que le llevaba a cometer toda suerte de ultrajes con mujeres, también del orden senatorial. Las que se negaban eran asesinadas y arrojados sus cadáveres al río o al mar. Lactancio es, no obstante, el único que consigna cómo algunos esposos que, ante la violación de sus mujeres, decidieron suicidarse [59] . Resulta sorprendente que su contemporáneo Eusebio de Cesarea, que tantos sucesos de suicidio narra, no lo haga de maridos suicidas y, menos siendo paganos, como en el presente caso. También sorprende por el detalle que supone de exteriorizar los sentimientos de los varones, bien con lágrimas, bien suicidándose. En la tradición romana no era frecuente esto, ni mucho menos. En esto Lactancio se desmarca con rotundidad, no importándole el que aparezcan manifestaciones de cariño.

El resto de las alusiones completan el retrato de tirano de Maximino, lleno de concupiscencias desordenadas.

4.6. El emperador Licinio

El final de Valeria es muy triste. Caerá en manos de Licinio, a quien su esposo le había encargado su custodia. Primero asesinará a Candidiano, el hijo de Valeria. Luego ejecutará a Maximino, sus hijos y su mujer, arrojada al río Orontes, “el mismo lugar donde muchas veces ella había hecho arrojar a mujeres honestas” [60] . Con este trágico fin, se cierra un círculo: “De este modo, todos los impíos, por un justo y verdadero juicio de Dios, recibieron los mismos castigos que ellos habían infligido” [61] . Licinio ha sido el instrumentro elegido por Dios para castigar a los impíos. Licinio sin embargo, no será el campeón cristiano; se va perfilando cada vez más con los rasgos de un tirano.

Así, pasa de ser un instrumento de Dios al ejecutar a Maximino y su mujer, a ser un tirano al capturar y ajusticiar a Valeria y Prisca. Ambas, después de vagar errantes durante quince meses, fueron aprehendidas en la ciudad de Tesalónica. “Ambas mujeres fueron llevadas al suplicio en medio de gran espectación y consideración por tan grande desgracia” [62] . El pueblo está con ellas, pero el tirano lo oprime, comenzando por lo más noble y selecto. El que sus cuerpos decapitados sean arrojados al mar es una muestra más de su Cristianismo pues los paganos creían que así evitaban su resurrección. Licinio, que era un pagano convencido, no dudó en hacerlo.

La conclusión de Lactancio sobre este triste desenlace es rotunda: “De este modo su honestidad y su rango les valieron la muerte” [63] . Como romano y cristiano, contrapone la honestidad de estas mujeres con la concupiscencia de los emperadores (=tiranos). Mas como insiste mucho en su honestidad, al igual que en la de las amigas de Valeria, pensamos que esto es trasunto también de su religiosidad. Y es que estas mujeres aparecen como virtuosas; Valeria y Prisca en el momento de su muerte. Antes, obviamente, no. Y en la mentalidad de Lactancio, como hemos visto en las Instituciones Divinas, la auténtica virtud solo es plenamente cristiana.

El otro momento en que aparece el emperador Licinio en relación a las mujeres, es cuando se establecen conversaciones entre él y Constantino y concertar un enlace matrimonial. Constancia, hermanastra de Constantino, se casaría con Licinio. Ambos emperadores se reúnen en Milán con este objeto; es evidente que es una alianza política. En la narración de Lactancio, la posible conversación de carácter religioso entre Constantino y Licinio es algo secundario. Lo suyo es una historia sobre la muerte de los perseguidores. Así, ha mencionado antes la palinodia de Galerio, y su rescripto de tolerancia del año 311. Mas no alcanzará el perdón de Dios y padecerá una muerte horrenda. Algo parecido le ocurrirá por lo que se va apuntando, a Licinio, en el futuro. En la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, sí se mencionan las conversaciones de tipo religioso, con el célebre Edicto de Milán. Ahí encaja perfectamente.

4.7. Importancia de las mujeres en Sobre la muerte de los perseguidores

Las alusiones a las mujeres son numerosas. Mas la mayoría de ellas son para dejar constancia de las violencias que se cometen con ellas, por parte de los tiranos o de sus colaboradores. No son tanto protagonistas, cuanto sujetos poasivos que demuestran la perversidad y maldad de los tiranos, su concupiscencia, su egoísmo y arbitrariedad, sus excesos sin cuento. De fondo, late siempre una idea: “Pues, ¿quién sino un malo puede ser perseguidor de la justicia?” [64] .

Y es que los auténticos protagonistas son los perseguidores. Y su terrible fin, el de su familia, bienes y estimación. Las mujeres aparecen para corroborar esto. Así, Prisca, esposa de Diocleciano, o Valeria, su hija y esposa de Galerio. O la esposa e hija de Maximino. O Fausta, la hija del emperador Maximiano, casada con Constantino y que su padre intentó que asesinara a su esposo.

Son muchas las virtudes que se perfilan en estas mujeres. La fidelidad de Fausta a su marido al negarse a asesinarle, haciendo oídos sordos a su padre. La valentía y castidad de Valeria. La entereza de sus amigas al afrontar una muerte injusta; y cómo habían sido mujeres buenas y castas, ya que son lloradas por sus maridos. La solidaridad de Prisca con su hija Valeria durante su destierro. En realidad, Lactancio nos presenta una serie de actitudes de mujeres, enormemente positivas la mayoría, que pone delante como modelo a seguir por sus lectoras. Le interesan más que los nombres -muchas de ellas, al igual que sus maridos son anónimas-, los comportamientos. Que las mujeres conozcan e imiten lo bueno.

Y eso, en plenitud, solo se da entre los cristianos.

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Martín Ibarra Benlloch



[1] Lact., inst. I,23,8. La edición es la de P. MONAT, Lactance. Institutions Divines. Livre I, París 1986; II, 1987; IV, 1992; V, 1973.

[2] Lact., opif. XII,2-3. La edición es la de M. PERRIN, Lactance. L’ouvrage du Dieu Créateur, París 1974. Del mismo es un excelente estudio, utilizando las concordancias de la obra completa de Lactancio, titulado L’homme antique et chrétien. L’Anthropologie de Lactance, París 1981.

[3] Lact., inst. I,8,1.3.4.7. Una de las justificaciones que recoge de los paganos sobre la existencia de las diosas está cargada de fuerte machismo: así los dioses tendrían alguien sobre quién mandar.

[4] Lact., inst. I,17,10-11.

[5] Cic., cons. frg. 5 apud Lact., inst. I,15,19.

[6] Lact., inst. I,12,4; Cic., nat. deor. II,24,64.

[7] Lact., inst. II,10,3.

[8] Lact., inst. II,10,5; II,11,18: “La Sibila atestigua que el hombre es obra de Dios”, or. syb. frg. 8.

[9] Lact., inst. II,12,1: “Así pues, una vez que hizo al varón a su semejanza, modeló a la mujer a imagen del propio hombre, para que los dos sexos, uniéndose, pudieran propagar su descendencia y llenar toda la tierra con una muchedumbre”.

[10] Insisten mucho los autores del siglo II en esto. Cfr. Theoph., ad Autol. II,28; Iren., epid. 13.

[11] Lact., inst. II,12,2.

[12] Lact., inst. II,12,3. Lactancio define numerosas veces al hombre. Solo una de ellas tiene una coloración bíblica clara: IV,25,6.

[13] Lact., inst. II,17,1: pero se juzgará al “hombre”, no al alma separada.

[14] Lact., inst. II,12,16.

[15] Lact., inst. II,8,6. El hombre como obra de Dios en gen. III,1-6; sap. II,24. La envidia del demonio en Tert., praescr. III,4. El pecado causado por el demonio aparece ya en el siglo II en Hermas, idea que retomarán otros autores, como Tertuliano, en paen. VII,7-9.

[16] Lact., inst. II,12,18; apoc. Moïs. 7.

[17] Lact., inst. II,12,18.

[18] Tampoco lo hará de la Virgen María, la nueva Eva, a la que siempre cita en fórmulas cristológicas. La mejor de ellas es la de inst. IV,25,4: “Tenía en efecto, como padre espiritual a Dios y, de la misma forma que el padre de su alma era Dios, sin que ésta tuviera madre, así también la madre de su cuerpo era virgen, sin que éste tuviera padre”.

[19] Lact., inst. II,12,18; cfr. gen. III,7-10.

[20] Clem. Al., strom. III,7,102: “Pero su naturaleza les conducía, igual que a los brutos, a la procreación, y se movieron (a ella) antes de lo conveniente, siendo aún jovencitos, atraídos por el engaño, justo es el juicio de Dios contra quienes no aguardaron con paciencia la voluntad”.

[21] Lact., inst. II,12,19.

[22] Lact., inst. II,13,3; cfr. Theoph., ad Autol. II,26.

[23] Lact., inst. IV,25,8: “Así pues, vino como mediador, es decir, como Dios en carne mortal, para que la carne pudiera seguirle y para arrancar al hombre de la muerte que domina sobre la carne. Y se vistió de cuerpo carnal para, tras domar las pasiones carnales, demostrar que el pecado no es algo inevitable, sino una consecuencia de la deliberación y voluntad propias”.

[24] Lact., inst. VII,14,13.

[25] Lact., inst. VI,20. Cfr. Tac., germ. XIX,1; Sen., epist. VII,2.3; Iren., adu. haer. I,63; Tert., spect. VII,1.

[26] cod. Theod. XV,12,1.

[27] Lact., inst. VI,20,27. Esto mismo se prohibe en deut. XXII,5.

[28] Lact., inst. VI,15,8; VI,16,11; VI,17,12; epit. LVI,4.7.

[29] Lact., inst. VI,23,3.

[30] Lact., inst. V,8,7.

[31] Lact., inst. VII,8,7. Se ha de atender a viudas y huérfanos VI,11,21-23; ser hospitalario, rescatar los cautivos, ser generoso con los pobres, proteger a viudas y huérfanos, asistir a los enfermos, sepultar a los indigentes, VI,10,1.

[32] Lact., inst. VI,23,28.

[33] Lact., inst. VI,23,37; V,1,7: “se manchan con la sangre de inocentes y atormentan a las personas consagradas a Dios, tras haber destrozado los cuerpos” -innocentium cruore maculantur et dicatas deo mentes euisceratis corporibus extorquent-. El término dicare se emplea con mucha frecuencia al hablar de consagración a Dios. Así en Cypr., Demetr. VII,12; cº elu. c. XIII.

[34] Lact., inst. VI,23,37: “muchos han mantenido una feliz e incorrupta integridad en su cuerpo, y hay muchos también que disfrutan de este celestial tipo de vida”.

[35] Lact., inst. V,13,12-14.

[36] Lact., inst. V,14,8-11; V,15,1-2.

[37] Lact., inst. III,21,2. Sobre este tema, cfr. V. LOI, “Il concetto di iustitia e i fattori culturali dell’etica di Lattanzio”, en Salesianum 28 (1966) 583-625.

[38] Lact., inst. I,1,19; VII,5,22.

[39] Lact., inst. IV,10,5.14; Eus., hist. eccl. I,4,6; praep. eu. VII,6; daem. eu. I,2. Cfr. Iust., dial. XXIX,1; col. II; Cypr., ep. LXIV,4,3; LXIX,14,1-2.

[40] Lact., inst. VI,10,1-2; Mc. XII,29-31.

[41] Lact., inst. VI,10,4-8.

[42] Lact., mort. I,2-3. Seguimos la edición de J.MOREAU, Lactance. La mort des persécuteurs, París 1954. La traducción española es de R. TEJA, Lactancio. Sobre la muerte de los perseguidores, Madrid 1982. Resulta muy sugerente F. AMARELLI, “Il ‘de mortibus persecutorum’ nei suoi rapporti con l’ideologia coeva”, en S.D.H.I. 36 (1970) 207-269.

[43] Citaremos sólo la narración legendaria del suicidio de Poncio Pilato, o la muerte de Luciano devorado por los perros. Tertuliano, a comienzos del siglo III, había advertido al perseguidor Escápula que moriría de una cruel enfermedad, ad Scap. 4. Lo mismo que hizo el judío Filón con Flaco, prefecto de Egipto del año 32-38.

[44] Lact., mort. XV,7; Eus., hist. eccl. VIII,13,13.

[45] Lact., mort. IX,2. Un autor pagano del siglo IV, Herodiano, se refiere de idéntica manera cuando habla del emperador Maximino Tracio, Herodian., hist. VII,2.

[46] Lact., mort. IX,2; S.H.A. uita Maximinorum II,2,5.

[47] Lact., mort. XI,1. En una fuente pagana contemporánea, se indica la misma superstición en otro emperador, Majencio: pan. lat. IX,4,4.

[48] Lact., mort. XI,1-2.

[49] Lact., mort. XXI,3-4; Aur. Uict., XXXIX,31.

[50] Lact., mort. XIII,1.

[51] Lact., mort. XXXIV,2-4.

[52] Lact., mort. XXVII,6.

[53] Lact., mort. VII,9-10.

[54] Lact., mort. XV,1-3.

[55] Lact., mort. XV,2-3.

[56] Lact., mort. XXXV,3; XXXIX,1. Indudablemente el factor político pesaría mucho, ya que de esta manera Maximino enlazaría con el fundador de la Tetrarquía, Diocleciano. Era un intento de reforzar su posición, cada vez más precaria.

[57] Lact., mort. XL,1.

[58] Lact., mort. XL,2.

[59] Lact., mort. XXXVIII,3.

[60] Lact., mort. L,7; cfr. Eus., hist. eccl. IX,11,6.

[61] Lact., mort. L,8.

[62] Lact., mort. L,8.

[63] Lact., mort. LI,2.

[64] Lact., mort. IV,1.


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