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ABORTAR=ASESINAR El aborto es un asesinato, pues se mata a una persona con premeditación (se prepara reflexivamente, tal   como lo marca la ley con su procedimiento, y se perpetra un delito, aunque sin pena, como también   indica la ley) y alevosía pues no hay riesgo para los asesinos. R.A.E.: - asesinato. 1. m. Acción y efecto de asesinar. - asesinar. (De asesino). 1. tr. Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc. - premeditación. (Del lat. praemeditatio, -onis). 1. f. Acción de premeditar. - premeditar. (Del lat. praemeditari). 1. tr. Pensar reflexivamente algo antes de ejecutarlo. 2. tr. Der.   Proponerse de caso pensado perpetrar un delito, tomando al efecto previas disposiciones. - alevosía. (De alevoso). 1. f. Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin   riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal. (recuerdese que el aborto voluntario sigue siendo delito tipificado aunque se le elimine la pena)

¿Finis Hispaniae?

por Javier Reina

Durante casi treinta años de democracia, el principal partido conservador, con sus líderes a la cabeza, ha seguido una táctica – si se puede llamar así – de centro. Con ello, la iniciativa política en España ha correspondido en todo momento a las fuerzas abiertamente revolucionarias. Frente al mal en estado puro, que sólo admite matizaciones de ritmo o de presentación, los hombres del centro reformista han enarbolado siempre de forma instintiva como causa legitimadora la doctrina moral del mal menor. Transcurridas casi tres décadas, podemos afirmar con evidencia empírica que la política del mal menor es, a medio y largo plazo, la política del mal mayor, por lo que supone de cesión continuada en los principios.

“«Las ideas gobiernan a los pueblos», clamaba Fichte ante un grupo de estudiantes al tiempo de la derrota de Jena. Y al conjuro de aquella voz, debidamente secundada, se alzó, décadas después, el Imperio alemán, en contraste –triste para nosotros– con lo que por el mismo tiempo sucedía en España”.
(Acción Española; Burgos, marzo de 1937, tomo XVIII, número 89, páginas 5-16. En el 5º aniversario «Vox clamantis in deserto»).

El sistema de 1978 ha sucumbido a sus contradicciones. Así rezaba un reciente comunicado difundido por una de las principales organizaciones políticas de la Legitimidad en España. Año tras año, legislatura tras legislatura, hemos asistido a la continua invocación del texto constitucional como instrumento de legitimación de todo el orden jurídico-político imperante en España y como límite inapelable de la actuación de los poderes públicos. En los últimos meses, hemos comprobado como la Constitución de 1978 ha sido abiertamente vulnerada, por unos y otros, en uno y en otro sentido, y como su deliberada ambigüedad – el llamado consenso – no hacía sino encubrir las coaliciones de intereses inconfesables que le dieron carta de naturaleza por el burdo ensalmo de unas Cortes que, de la noche a la mañana, se autoinvistieron de poderes constituyentes e incluso llegaron a trasmitir dichos poderes, con carácter indefinido, a las Cortes ordinarias sucesivas y a las Asambleas regionales en lo que atañe a la organización territorial de la autoridad política en España.

Los recientes comicios gallegos no han hecho sino empezar a poner de manifiesto los efectos deletéreos del caciquismo que ha campado a sus anchas durante casi treinta años de democracia. Un antiguo slogan electoral apunta al oportunismo más ramplón como causa última de un mal que empieza a revestirse con los atributos de lo irremediable: “Vota Fraga, conviene”.

En primer término, una consigna de este tenor evocará en los lectores una infinitud de tópicos sobre el carácter introvertido y taimado atribuido tradicionalmente al pueblo gallego. No es este el lugar ni el momento, sin embargo, para hacer chistes con lo que lleva camino de convertirse en un mal cierto no sólo para los gallegos, sino para el conjunto de lo que algunos comienzan a llamar cínicamente “Ex paña”, ya que el débil contrapeso que parecía pervivir en el Senado está a punto de desaparecer.

Durante casi treinta años de democracia, el principal partido conservador, con su líder a la cabeza, ha seguido una táctica – si se puede llamar así – de centro. Con ello, la iniciativa política en España ha correspondido en todo momento a las fuerzas abiertamente revolucionarias. Frente al mal en estado puro, que sólo admite matizaciones de ritmo o de presentación, los hombres del centro reformista han enarbolado siempre de forma instintiva como causa legitimadora la doctrina moral del mal menor. Transcurridas casi tres décadas, podemos afirmar con evidencia empírica que la política del mal menor es, a medio y largo plazo, la política del mal mayor, por lo que supone de cesión continuada en los principios.

Es hora de dejar claro de una vez que “la Revolución es «toda de una pieza», que comprende desde el más melifluo «malminorista» o «republicano-conservador» hasta el más sangriento ácrata... Que la Revolución es un río torrencial que nunca fluye cuesta arriba; que si se detiene a veces, contenido por la presa transitoria de algún derechismo conformista, es para hacerse más profundo, para adquirir más caudal potencial en lo hondo y anegarnos después, literalmente, en fango, lágrimas y sangre...” (Acción Española Burgos, marzo de 1937; tomo XVIII, número 89, páginas 365-407. José Pemartín, España como pensamiento).

Hace pocos meses la Constitución de 1978 era el marco irrenunciable de convivencia y los Estatutos de Autonomía habían alcanzado su techo potencial. Ahora, el mismo grupo político que proclamaba estos principios se apresta a negociar la reforma estatutaria y, desde luego, la constitucional, confirmando por hechos concluyentes la inconsistencia palmaria de los límites jurídicos formales del Estado de Derecho liberal.

Otro tanto podría decirse del cúmulo de despropósitos que los actuales detentadores fácticos del poder político en España han arrojado contra la institución familiar. Sin remontarnos más atrás, basta observar cómo la negación del vínculo matrimonial, auténtica esencia de la institución en cuanto proclama la voluntad libérrima de establecer una nueva comunidad de vida – fundamento, a su vez, de toda legítima autoridad -, ha desembocado fatalmente en el reconocimiento de la voluntad individualista y antisocial que subyace a las uniones contra natura como fuente de derechos para quienes las promueven y de obligaciones para el resto de la sociedad. Irónicamente, los conservadores pretenden vendernos ahora las leyes de “parejas de hecho”, de nuevo, como un mal menor. Sólo una ceguera mental autoinducida e impenitente puede no querer ver que la premisa lógica inmediata de la ley de “uniones homosexuales” es la ley de “parejas de hecho”, al igual que la situación de liquidación nacional de corte radical-socialista que actualmente padecemos deviene, como consecuencia natural, del desarme moral e intelectual impulsado por el liberalismo en el seno de la sociedad española.

No es preciso alargarse ilustrando esta tesis con otros ejemplos desgraciadamente significativos, como es el caso de la actitud ante la lacra del terrorismo. La actitud de lo que sucesivamente ha sido el franquismo sociológico, la derecha sociológica, la derecha moderna y europea, la derecha laica, liberal y tolerante y el centro reformista, queda perfectamente encarnada en la trayectoria vital de su líder histórico en España: Manuel Fraga. Cancerbero doctrinal del Movimiento durante el tardofranquismo, debelador de la extrema derecha durante la santa transición, forjador del nuevo centro-derecha durante los largos años de gobierno socialista, insigne prócer de la autonomía gallega – santuario político de los populares durante dos largas décadas – … y, en definitiva, el único de los siete magníficos que ha sobrevivido contra viento y marea a costa, naturalmente, de no tener más fin que conservar y ejercer el poder político. Casi treinta años nadando y guardando la ropa: ¡¡¡ Parece increíble ¡¡¡ Finalmente, todo el entramado impresentable del caciquismo ha quedado al descubierto, como una gangrena enconada. El falso y tenue barniz tradicionalista de los discursos conservadores pronunciados en Galicia no puede ocultar la connivencia con los supuestos corruptores básicos del sistema político vigente en la actualidad en toda España.

De forma inmediata, sin perjuicio de las movilizaciones de defensa social que han logrado despertar - no puede negarse - la conciencia cívica de numerosos españoles, la tarea más urgente es, sin embargo, la formación de un cuerpo de doctrina que haga frente, con solvencia y perennidad, al peligro cierto de destrucción de España. No cabe diferir más la investigación seria y concienzuda y la posterior difusión de los principios doctrinales del pensamiento tradicional español, fuera de los cuales resulta imposible alcanzar el bien común y la salud pública e inútil perseguirlos. Incluso la economía nacional está pidiendo a gritos un renovado esfuerzo de orden, disciplina de costes y orientación a productividades reales y no meramente políticas. La presión fiscal se concentra en los impuestos, revelando la dinámica perversa del nuevo orden económico, que sacrifica el esfuerzo productivo al mantenimiento de una plétora de funcionarios que apuntalan la base social de dominación de un poder público ilegítimo en su origen y en su ejercicio.

Urge acabar de una vez por todas con los intereses creados a la sombra de un régimen político engendrado por el odio, la envidia y el resentimiento y que sólo sirve para mantener, a costa del trabajo del resto sano de la sociedad, a una inmensa minoría de intelectuales de pesebre, politicastros y lisiados mentales de profesión. A estas alturas, no puede aceptarse de ninguna forma la legitimidad de los poderes legalmente constituidos. Lo que en estos momentos se ventila en España es ni más ni menos que la supervivencia de la civilización, de una vida en libertad que respete las exigencias elementales de la dignidad de la persona. En nuestras manos está el poner fin a esta situación de una vez por todas, o resignarnos a una existencia infrahumana con ribetes de modernidad..

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Javier Reina


Todos a Colonia con el Papa

 

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