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ABORTAR=ASESINAR El aborto es un asesinato, pues se mata a una persona con premeditación (se prepara reflexivamente, tal como lo marca la ley con su procedimiento, y se perpetra un delito, aunque sin pena, como también indica la ley) y alevosía pues no hay riesgo para los asesinos. R.A.E.: - asesinato. 1. m. Acción y efecto de asesinar. - asesinar. (De asesino). 1. tr. Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc. - premeditación. (Del lat. praemeditatio, -onis). 1. f. Acción de premeditar. - premeditar. (Del lat. praemeditari). 1. tr. Pensar reflexivamente algo antes de ejecutarlo. 2. tr. Der. Proponerse de caso pensado perpetrar un delito, tomando al efecto previas disposiciones. - alevosía. (De alevoso). 1. f. Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal. (recuerdese que el aborto voluntario sigue siendo delito tipificado aunque se le elimine la pena)
«Cada año mueren en España por aborto químico más españoles que los caídos en los tres años Guerra Civil
Cada semana son asesinados por aborto quirúrgico en España tantos españoles como ETA ha asesinado durante sus 40 años de acciones terroristas
El aborto es legal en España, desde la Ley Orgánica 9/1985, aprobada por el Parlamento, ratificada por el Rey, y mantenida por los gobiernos del Sistema»


Izquierda y Derecha: la guerra civil constituyente

por Javier Alonso Diéguez

He aquí el generador de corriente alterna del Estado liberal: el principio de acción y reacción aplicado al orden político. Su formulación más precisa, sin embargo, tal vez deba reconocerse en la doctrina marxista: la Revolución, es decir, la destrucción progresiva e irreversible del orden natural – el orden social que deriva de las exigencias de la naturaleza del hombre – progresa dando alternativamente dos pasos al frente y uno hacia atrás

Para consolidar su obra destructora la Revolución necesita levantar sobre las cenizas del orden tradicional un remedo de orden nuevo. El binomio “izquierda-derecha”, en sus múltiples formulaciones – reformistas y conservadores; revolucionarios y reaccionarios; moderados y progresistas, … - genera la noción de “centro”, es decir, introduce como dinámica del Estado liberal la dialéctica hegeliana – en sus tres momentos: tesis-antítesis-síntesis-, la Razón que crea la realidad, la realidad que niega a la Razón y la Revolución que reconcilia a la Razón consigo misma en un nuevo orden de realidad. En la práctica, el marxismo no es sino una etapa dialéctica posterior al liberalismo y en última instancia, como señaló el propio Hegel, estas sucesivas conmociones derivan de la primera y gran Revolución - la Reforma Protestante -, que abrió las esclusas que custodiaban la antigua sabiduría para que quedaran anegadas por el subjetivismo y el voluntarismo.

Quien acepta esta dinámica renuncia a la probidad intelectual y a la honradez moral en el acción política. Las ideas que hoy se consideran avanzadas mañana serán residuos de una mentalidad retrógrada. De este modo, la mentalidad revolucionaria se va difundiendo insensiblemente a través de los diversos mecanismos que contribuyen a configurar lo que se entiende por “opinión pública” – fundamentalmente la prensa y los medios de comunicación -, de forma que los reductos del pensamiento libre se deslizan fatalmente a la captación de la opinión mayoritaria, en perjuicio de la búsqueda sincera y leal de la verdad. Para la doctrina liberal la libertad del pensamiento – el librepensamiento – no soporta la sujeción elemental a la verdad, a la realidad o naturaleza de las cosas que reputa como tiranía intolerable (¡). Por esta razón, para los liberales las decisiones que afectan a la vida de la comunidad deben adoptarse en función de la opinión, un conocimiento “libre “en el que la voluntad del hombre decide cuál es la verdad socialmente aceptable hoy y ahora, lo que queda refrendado mediante la obtención del consenso mayoritario a través de los instrumentos de creación de una opinión “pública”.

El resultado en el que desembocan tales premisas es lo que eufemísticamente se designa como una “sociedad plural o pluralista”. Se trata de un nuevo sofisma, ya que esta sociedad no es plural en el sentido genuino del término, es decir, en cuanto reconoce y ampara a todas las comunidades en las que de forma natural e inmediata el hombre desarrolla su vida y su dignidad de persona. El pensamiento tradicional siempre había contemplado la unidad del cuerpo social – no la uniformidad estatista – como el objeto último de todo buen gobierno. El liberalismo, por el contrario, afirma que una sociedad auténticamente libre hunde sus raíces en el conflicto permanente: una guerra civil continuada de efectos materialmente constituyentes.

Los regímenes de suelo revolucionario evolucionan de forma imparable e irreversible a la completa erosión de sus presupuestos ideológicos. La propaganda política es, en la práctica, publicidad electoral dirigida a perpetuar las prebendas del revolucionario o progresista profesional. Los términos “izquierda” y “derecha”, en este sentido, carecen de contenido material y sirven tan sólo de instrumentos polémicos en la lucha política.

Al mismo tiempo, esta situación permanente de conflicto civil larvado sirve para enfrentar a quienes, de otro modo, no son sino nacionales unidos en la lealtad a la Patria común. Lo decisivo ya no es la comunidad nacional a la que pertenece cada hombre, por cuanto a través de ella se ha asomado al mundo y ha recibido la dotación cultural que le convierte en una persona real y, por tanto, concreta, sino esa comunidad virtual que pretende dividir a los hombres en sectas ideológicas cosmopolitas. El hombre pierde así su arraigo inmediato en aras de una falsa universalidad. Entre los bastidores de “izquierda” y “derecha” un reducido grupo de magnates dirige la marcha de las gregarias sociedades modernas, interpretando el eterno y falso drama de la democracia. Una democracia en la que los protagonistas no son los políticos profesionales, de “izquierda” y “derecha”, ni mucho menos los pueblos a los que afirman representar, sino quienes disfrutan de un poder globalmente eficaz.

De ahí que para refutar los sofismas de “izquierda” y “derecha” no cabe otra alternativa que el culto a la Patria, a la vida social comunitaria, basada en la unidad de ideas, de creencias, de intereses, de afectos, de recuerdos y de esperanzas. Frente al liberalismo y al marxismo se yergue, legítimo, el ideal nacional. Frente a izquierdistas y derechistas, el hombre de bien se declara, sin más, patriota. La Patria representa la comunidad política real frente a los cantos de sirena de las ideologías, que no son sino el intento de justificación teórica del parasitismo social de la oligarquía partitocrática. La reconstrucción de un orden social justo debe partir, en consecuencia, de una acción de decidido signo nacional.

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Javier Alonso Diéguez


VII Congreso Católicos y Vida Pública
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«Llamados a la Libertad»

 

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