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Antonio Millán Puelles (1921-2005) In Memoriam
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Aproximación a la Teoría de la Historia expuesta en Ontología de la Existencia Histórica

por Marcelo Aguirre Durán

El texto está estructurado en tres partes, todas ellas de una coherencia notables. La primera parte trata sobre el ser histórico y su permanencia como ser virtual. La segunda parte trata sobre el conocimiento histórico e intenta explicar cómo el ser humano, en su carácter de partícipe de la historia, desarrolla un conocimiento que le es propiamente dado por ella misma. La última parte, en un sentido de aplicación, ve al hombre como el ser histórico, en tanto que ser libre

Al momento de presentar la obra Ontología de la Existencia Histórica [1], de Antonio Millán Puelles, es necesario hacer manifiesto la importancia que hemos encontrado en ésta dentro del corpus del autor, ya que es en este texto en donde plasma la descripción de su teoría de la historia. Sabemos que la filosofía de la historia (o teoría de la historia según algunas preferencias contemporáneas) es una de las disciplinas de mayor fecundidad en lo que es la segunda mitad del siglo XX en adelante. Es en ese contexto en donde el autor que nos congrega hace suya la investigación y análisis profundo de los principales aspectos de la reflexión histórica, vista a partir del prisma de un filósofo de connotada trayectoria, pero con la practicidad y aplicabilidad que le es propia a cualquier historiador que intente ahondar en las profundidades del acontecer en el tiempo. El mismo Millán Puelles señala que la filosofía de la historia es un conocimiento filosófico en lo formal e histórico en lo material. Es tal vez allí donde encontramos lo que él mismo dice como el sentido de esta reflexión, es decir, la penetración en la esencia de la historia a partir de la triple caracterización que hace: el sujeto, el objeto y el conocimiento. Es su obra, por lo tanto, lo que podríamos llamar una aproximación primera y un punto de partida para la reflexión seria en torno a estos temas, aproximación que está deslindada por la complejidad del pensamiento filosófico del propio autor, pero que es un marco referencial importante para el análisis en estos campos del conocimiento.

Como primera aproximación, debemos decir que el texto está estructurado en tres partes, todas ellas de una coherencia notables. La primera parte trata sobre el ser histórico y su permanencia como ser virtual. La segunda parte trata sobre el conocimiento histórico e intenta explicar cómo el ser humano, en su carácter de partícipe de la historia, desarrolla un conocimiento que le es propiamente dado por ella misma. La última parte, en un sentido de aplicación, ve al hombre como el ser histórico, en tanto que ser libre. Por lo tanto, podemos llamar a esta estructura una estructura de corte básico, dado éste por la necesidad de dar una base que pretende ser amalgamadora de lo que son los pasos básicos para intentar acercarse a la filosofía de la historia, es decir, el ser histórico, el conocimiento histórico, y el hombre como el ser que da vida a lo anterior. A continuación haremos un primer acercamiento a este esfuerzo desarrollado por el autor, de manera sucinta e intentado transmitir de forma sencilla y fiel el pensamiento plasmado en la obra.

El Ser Histórico

Millán Puelles parte mostrando que existen tanto una fenomenología como una ontología de la historia. La primera sería un análisis, más bien descriptivo, centrado en la esencia de la historia; la segunda sería un estudio ontológico del objeto de la historia, tratando de entender su existencialidad. La profundidad a la que pretende llegar este autor parte desde la segunda. Nos dice que “la ontología del ser histórico no se contenta con la mera descripción de la formalidad o esencia de la historia, sino que parte de problematizar su ser”. [2] Lo que pretende, por lo tanto, no es una tarea menor. La complejidad que entiende en la misma metafísica está dada por el intento de entender el existir de la determinada esencia, en este caso, el ser histórico. El desarrollo de la historia misma y la labor del historiador están marcadas por la misma ontología. No se entiende el relato histórico, por ejemplo, si no hay una relación directa con el concepto ontológico de la realidad, “se hace indispensable una ontología, cuyo problema versa sobre la realidad del ser histórico, vale decir, sobre aquello que hace de lo histórico algo más que una pura ficción”. [3] La pregunta central de esta primera parte tiene que ver con el modo que le conviene al ser histórico, en otras palabras, “lo que aquí importa es la constitución existencial interna de la realidad histórica”. [4]

Millán Puelles valora el trabajo realizado en el intento de dar a la historia un sentido de ciencia (empírica), pero reconoce que el intento desarrollado por el francés Seignobos en el siglo XIX adolece de una idea clave, que consiste en que lo histórico reúne en sí, de manera central, lo que es el pasado y se constituye en una excepción. Así entramos en el maravilloso tema de la actualidad y de la permanencia, en vista de que ésta es la disyuntiva constante del ser en cuanto histórico. Ahondando en el mismo Seignobos, Millán Puelles pone de manifiesto la gran aporía de la historia, que consiste en que “la condición primaria para que algo pueda denominarse histórico es que no exista ya”. [5] Habría así una interesante confusión que el autor señala, puesto que hablaríamos de un ser que adquiere su connotación en la medida en que ya no es, y que se nos presenta de una manera llamada a-histórica (tal como el ser es) o histórica (con una perspectiva en relación al presente). Millán Puelles detalla la tesis de Seignobos, la cual consiste en dos supuestos claramente distinguidos: uno es la identificación del ser y la actualidad, entendiendo que sólo es aquello que tiene actualidad; por otra parte estaría la confusión entre pasado e histórico, siendo el primero de carácter general y contando el segundo con una orientación especial. Frente a esto vemos que la diferencia entre lo pasado y lo histórico se da en que lo histórico tiene un carácter excepcional y se perdura, permanece. Ya estaríamos vislumbrado, por lo tanto, el esfuerzo de la acción histórica.

El autor distingue, a partir de lo histórico, en la estructura existencial del ser histórico, los modos ontológicos, los que llama actualidad y permanencia. Para él la actualidad “conviene al ser histórico en la medida en que ejerce formalmente su ser antes de ser pasado. La permanencia, en cambio, viene a afectarle por cuanto que, después de haber pasado, no ha pasado del todo, sin embargo”. [6] San Agustín nos presenta con claridad estos temas en el libro de las Confesiones [7], texto que aparece con un lugar especial en esta obra, ya que los capítulos relativos a las preguntas del tiempo (Libros X y XI) hacen presente, de forma implícita, los temas de la temporalidad trabajados a la luz de las tres interrogantes planteadas como la base de la reflexión. Millán Puelles entiende el acto como un “ser ya” y la potencia como un “no ser todavía”, explicando al mismo tiempo que la permanencia del pasado en el presente, en cierta forma, es un “no ser ya”. Si nos detenemos a analizar estas afirmaciones podemos atisbar, de manera inmediata, el lenguaje agustiniano y su idea de presente y ausencia de éste en el pasado. El pasado hoy diferiría, por lo tanto, del “no ser” que le precedió a su existir, ya que este no ser último no tiene potencia. Nuevamente aquí se está frente al tema agustiniano, el cual se transforma, tal como lo dice el Padre de la Iglesia, en un problema que es tan íntimo al hombre como su deseo de conocer a Dios. La paradoja está en que el ser histórico se puede entender de la siguiente forma: “uno no-ser-ya, que, sin embargo, es de algún modo todavía”. [8] Es así que podemos decir que el ser histórico no es actual, pero no por eso es potencia, ya lo fue y ahora se encuentra en la presencialidad, de cierta forma. He ahí un tema fundamental en la historia: lo histórico ha sido acto, ya que la historia no es pura posibilidad, tampoco es un puro presente, es permanencia de algo que ha sido, que tuvo actualidad y existencia. La actualidad estaría entendiéndose, por lo tanto, como el lugar donde el ser histórico se encuentra más transparentemente, casi indiferente a la historia, porque no ha logrado aún lo que entendemos por permanencia. La permanencia se da cuando ya no hay actualidad, y tiene el gran privilegio, único en la creación, de hacer posible que se prolongue el ser de lo pasado, que siga existiendo de alguna forma. ¿Cómo entenderemos esta dinámica? Tal vez la respuesta se ilumine de cierta forma con lo que es la virtualidad y la permanencia. A l ser que está en el presente, pero que es histórico, lo denomina como “ser virtual de la existencia histórica”. Es de notar que el presente no se limita a venir dependiendo del pasado, sino que lo contiene. Lo histórico está siempre en el presente y la existencia histórica es el ser que virtualmente se conserva. Es así como llega a decir que “cada hecho histórico es, a la vez, un todo y una parte”. [9] La explicación del autor está dada en la facultad tenida por el hecho histórico, el cual recoge el pasado y, al mismo tiempo, lo proyecta ulteriormente en el presente. Así se nos aparece el tema del progreso histórico, definido como “un proceso de complicación del presente, un enriquecimiento cualitativo que, para los efectos puramente formales, se encuentra desprovisto de principio y de fin”. [10] Tal vez sea importante hacer notar que la historia se nutre de la fluidez de los elementos que conforman la temporalidad. En el hecho histórico todo pasado está actuando virtualmente, y forma también parte de este hecho la proyección. Todo hecho puede llegar a ser histórico en la misma medida en que proyecta los futuros. Incluso podemos llegar a decir que el ser histórico es la virtualidad que forma parte del ser humano, ya que estructura las distintas partes. La clave aquí sería, por lo tanto, la articulación.

Los hechos históricos no se constituyen en repetitivos, ya que su propia entidad no se agota, y por lo tanto no son reversibles; es importante allí la idea de la cronología, ya que la topología de la historia se constituye en forma lineal. Millán Puelles lo explica a partir del orden natural en el cual una cosa siempre tiende a la otra. Es por esto mismo que llega a decir que la historia es naturalmente progresiva. La historia estaría en la dinámica de un continuo especial, que explica diciendo “en el continuo histórico, la actualidad de una parte no es un todo menor que el que le precede, sino un todo cualitativamente más complejo que aquel al cual sustituye. Las partes de la historia no se separan de un todo precedente, sino que están continuamente acumulándose en una unidad progresiva”. [11] El ser histórico se desarrolla, en efecto, en este continuo que es sucesivo, y por lo tanto la unión de los distintos acordes haría que la historia tuviese una estructura melódica. Es así como el autor comienza a penetrar en la idea de la virtualidad y en el concepto de futuro como aquél en donde se plasman las características del ser histórico, en donde se deja ver la virtualidad misma que forma la historia. Es, por lo tanto, en el estudio del futuro en donde encontramos la axialidad del ser histórico en tanto virtual y parte fundamental de la historia. Es ahí donde veremos plasmado el tema de la presencialidad del presente que se estructura hacia un devenir, tomando el pasado sin desatender el elemento que constituye la libertad en el hombre, y por lo tanto la propia razón. La historia no sería así una contraposición a la capacidad racional humana, todo lo contrario, estaría uniendo las estructuras más propias del hombre en un sentido ordenador de la interpretación; sería el lugar donde lo posible pasa de su posibilidad a su propia realidad.

El Conocer Histórico

La segunda parte aborda el tema del conocer histórico y su centralidad en la teoría de la historia. El autor comienza mostrando el problema central en cuestionamiento, es decir, qué es el conocer histórico. Lo entiende como un modo de conocimiento humano y, por lo tanto, el objeto del conocimiento histórico sería la realidad misma en su dimensión de historicidad. Sería un conocimiento en una dimensión que entendemos como dinámica, ya que sería una continuidad fluyente de los distintos hechos. A este respecto, menciona que la unidad de la historia se trata de una unidad de continuidad. [12] Es así que podemos entender que la representación de hechos aislados estaría yendo en contra del objeto y del conocimiento mismo de la historia, ya que éste es un todo y una parte. [13] Tenemos así la pregunta de si la historia, por lo tanto, es algo más que una enumeración de hechos, los cuales se constituyen en un continuo. Es así como el autor da lugar al conocimiento histórico a partir de una crítica a Hegel, la que consiste fundamentalmente en destacar que entender la historia de una manera apriorística sería una limitación a la libertad, tema que será visto más adelante. Para Millán Puelles no habrá un lugar único a la dialéctica, sino que habrá una continuidad única y que se encuentra implícita en la condición del hombre, en distintas dimensiones, como pueden ser la dimensión psicológica o la propia dimensión de su objeto de estudio. Es en la relación íntima de los hechos y su unidad indiscutida donde surge la idea de la comprensión histórica como “la intelección de aquella posibilidad de los hechos humanos que consiste en su composibilidad con los acontecimientos precedentes. Esto es en cuanto a lo que se refiere a la dimensión retrospectiva. En su sentido prospectivo, la comprensión histórica es la intelección de la fecundidad de un acontecimiento para hacer composibles con él otros hechos humanos ulteriores”. [14]

Tal vez lo que es más representativo de la realidad histórica es que la capacidad intelectiva del hombre no logra la captación instantánea de todas las realidades existentes, se debe avanzar lentamente en el conocimiento que nos aproxima a la verdad. Es aquí donde se da lugar a la racionalidad y a la dinámica del paso de la potencia al acto. Si bien estos aspectos no son exclusivos de la historia, son importantes para entender el conocimiento histórico, ya que se dan en la historia, viéndola a ésta como el lugar del desarrollo del hombre.

El Hombre como Ser Histórico

La tercera parte de la obra de Millán Puelles presenta al hombre como el ser histórico, el cual se ve incluido necesariamente en esta condición debido a que si nos quedásemos con el acontecer puro, se carecería del sujeto que contiene en sí la valoración. Habrían algunos puntos que detallar dentro de la concepción del autor, ya que se podría entender la historia como un fenomenismo, es decir, lo histórico se iría agotando en su propio despliegue. Frente a esto, nos dice: “limitar el conocimiento histórico al despliegue efectivo de la historicidad es, en efecto, la determinación por la que la historia no rebasa su estricto carácter; pero afirmar la necesidad incondicional de esa limitación es rebasar el sentido y alcance de la historia. El historicismo, al convertir el método de esta ciencia en tesis sobre el carácter de su objeto, se hace un fenomenismo”. [15] Lo interesante de esto es que el fenomenismo tiene como punto de partida la reflexión a partir de una cierta meditación sobre el sujeto de la historia y su problemática. No podemos dejar de lado la idea que claramente presenta el autor al decirnos que la historia es esencial al hombre, que éste es radicalmente histórico y que eso no significa que sea algo puramente accidental, sino que fluye de nuestra esencia misma, no siendo la esencia, sino que fluyendo de ella. [16] Es así como el fenomenismo constituiría un entender la historia de manera errónea, en la medida en que lo importante vendría a ser el carácter histórico y no el mero acontecer. Frente lo anterior surge también la disyuntiva del sustancialismo, en el cual el hombre importa en cuanto naturaleza, y por lo tanto, sería un dato más que éste tuviese historia, siendo ésta algo que entenderíamos como evidente a nosotros, pero no parte de la esencia misma del hombre.

Tal vez sea necesario decir que la labor de la historia es sistematizadora de las distintas vertientes que forman parte del hombre, siendo así que el sujeto de la historia no está fuera del acontecer humano, sino que se encuentra en este acontecer mismo, que le da la posibilidad del dinamismo. Millán Puelles propone para esto tres resultados que son parte de la comparación entre fenomenismo y sustancialismo: [17]

1.- Ambas condiciones parten de admitir el dinamismo histórico en toda su extraordinaria complejidad.

2.- Ambas condiciones coinciden en intentar la determinación de las condiciones fundamentales que hacen posible ese dinamismo, de tal manera, pues, que ninguna de ellas se dispensa de una cierta intención ontológica.

3.- La concepción sustancialista encuentra el fundamento del dinamismo histórico en una naturaleza permanente, de cuya identidad procede el sistematismo interno de la historia; mientras que, en cambio, la concepción fenomenista pone aquel fundamento en la libertad de un ser capaz de revestir las más diversas modalidades.

En relación a lo último, el fenomenismo propone que la historia diferencia al hombre del animal, y que la característica que posibilitaría esta diferenciación sería únicamente la libertad, condición natural del ser humano gracias a la que sería un ser histórico.

¿Cuál sería, por lo tanto, el conocimiento histórico que permitiría entender al sujeto de la misma? Es posible que la historia haya que entenderla, a partir de la accidentalidad de los cambios de la sustancia, potencialmente dada a esto. El fundamento está, entonces, en la potencialidad de nuestro ser. Seríamos un ser histórico en la medida en que nos vamos haciendo en las situaciones que se constituyen como actuales. No sería, por lo tanto, una simple posibilidad, sino que sería, al mismo tiempo, una necesidad de nuestra naturaleza. “La realidad del sujeto histórico no está totalmente hecha ni está del todo por hacer, sino que es la unidad de un ser sustancialmente permanente y accidentalmente perfectible”. [18] Por lo tanto, el autor llega a decir que el ser histórico es un ser que se da en la naturaleza en cuanto ser vivo; es allí donde se vuelve perfectible y se mueve en ese movimiento. La diferencia es, entonces, la distinción propia del ser humano que debe mostrar la condición metafísica del hombre, es decir, la libertad, ya que el hombre es el dueño de sus actos en la medida en que él mismo no es un ser determinado. El autor habla de la libertad entendiéndola como “una apertura a un horizonte indefinido de posibilidades del ser”. [19] La libertad estaría constituyendo, entonces, la característica del ser humano, ser al cual no podríamos entender como un ser finito limitado únicamente a la temporalidad, es decir, que no tiene sentido metafísico, ya que constituye su sentido histórico en la metahistoria. La historia, por lo tanto, presupone la libertad y no puede existir sin ella. El hombre se actualiza y se despliega gracias a la libertad, todo en el campo histórico, para hacer consecutivo el verdadero sentido metafísico del hombre, no siendo esto ya historia, pero contribuyendo ésta a la constitución del carácter trascendente de lo histórico, conducente a lo eterno. Quizás aquí está el gran aporte de este autor al tema desarrollado, es decir, la notable reflexión, centrada en el hombre y en su condición histórica, necesaria de ser entendida para así poder comprender, de manera aproximativa, el verdadero sentido de la condición de la esencia del ser.

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Marcelo Aguirre Durán



[1] Millán Puelles, Antonio: Ontología de la Existencia Histórica, Ediciones Rialp, Madrid, 1955.

[2] Ibidem, p. 26.

[3] Ibidem, p. 31.

[4] Ibidem, p. 32.

[5] Ibidem, p. 34.

[6] Ibidem, p. 40.

[7] Cfr. San Agustín: Las Confesiones, Libros X y XI.

[8] Millán Puelles, Antonio: op. cit., p. 44.

[9] Ibidem, p. 54.

[10] Idem. Hay que hacer notar que el autor no está diciendo que no exista un principio y un fin de la historia, ya que si éste no existiese no podríamos hablar de progreso.

[11] Ibidem, p. 78.

[12] Cfr. Ibidem, p. 117.

[13] Cfr. Ibidem, p. 120.

[14] Ibidem, p. 139.

[15] Ibidem, p. 163.

[16] Cfr. Ibidem, p. 168.

[17] Cfr. Ibidem, p. 176 – 177.

[18] Ibidem, p. 184.

[19] Ibidem, p. 194.


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