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ABORTAR=ASESINAR El aborto es un asesinato, pues se mata a una persona con premeditación (se prepara reflexivamente, tal como lo marca la ley con su procedimiento, y se perpetra un delito, aunque sin pena, como también indica la ley) y alevosía pues no hay riesgo para los asesinos. R.A.E.: - asesinato. 1. m. Acción y efecto de asesinar. - asesinar. (De asesino). 1. tr. Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc. - premeditación. (Del lat. praemeditatio, -onis). 1. f. Acción de premeditar. - premeditar. (Del lat. praemeditari). 1. tr. Pensar reflexivamente algo antes de ejecutarlo. 2. tr. Der. Proponerse de caso pensado perpetrar un delito, tomando al efecto previas disposiciones. - alevosía. (De alevoso). 1. f. Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal. (recuerdese que el aborto voluntario sigue siendo delito tipificado aunque se le elimine la pena)
«Cada año mueren en España por aborto químico más españoles que los caídos en los tres años Guerra Civil
Cada semana son asesinados por aborto quirúrgico en España tantos españoles como ETA ha asesinado durante sus 40 años de acciones terroristas
El aborto es legal en España, desde la Ley Orgánica 9/1985, aprobada por el Parlamento, ratificada por el Rey, y mantenida por los gobiernos del Sistema»


La corrección fraterna o la inanición social

por Gonzalo J. Moreno Muñoz

El imperativo de la corrección fraterna tiene su fuente en la Sagrada Escritura y en esencia obliga al cristiano actuar en caso de falta grave del prójimo. Cuando esa falta se extiende, socializa y acepta como conducta normal entonces no basta con una llamada al orden sino es necesario una conducta entera y militante para contrarrestar el cerco que a la verdad se ha tendido.

Es el concepto de la corrección fraterna al tiempo uno de los más usados por los moralistas clásicos y, consecuentemente, uno de los más olvidados de nuestros días incluso en ámbitos eclesiales. En esencia implica la tarea, nada fácil y agradable las más de las veces, de corregir al que yerra o en coordenadas cristianas persuadir al que peca. La corrección fraterna va más allá del consejo sincero porque supone no sólo el espinoso acto de altruismo para con el hermano sino un deber de todo cristiano que incurre en culpa en caso de no ser atendido: “El malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré cuentas a ti” (Ez. 32, 32) . El derecho por tanto a la corrección fraterna se torna deber en caso de que el peligro o la gravedad de los hechos lo exijan. Porque, aunque no seamos idóneos para practicarla, sabiendo que puede causar reacciones desagradables y hasta violentas y aun a riesgo de no conseguir nuestro propósito “si tu previenes al malvado acerca de su conducta para que se corrija y no lo hace, morirá él por su culpa pero tu habrás salvado la vida” (Ez, 32, 33).

En Cristo se confirma la doctrina de los profetas, si bien introduciendo el término con más delicadeza para no descubrir la falta del pecador y atentar contra su honor. Jesucristo invoca a la fraternidad del prójimo, requiriendo, en caso necesario a más de uno, o en extremo a toda la comunidad. Si a la llamada de atención de toda la comunidad el desviado no responde entonces “se puede considerar un pecador o publicano”.

El Evangelio describe una comunidad observante con el error que sabe de la existencia absoluta del mal y lo condena. Pero estos términos se encuentran gravemente invertidos en las sociedades contemporáneas hasta el punto de que no es la sociedad-comunidad la que reacciona ante la inicuidad de alguno de sus miembros sino son algunos de sus miembros los que alertan por una sociedad en trance de muerte.

Es la sociedad española la que se despierta cada mañana con la terrible cifra de doscientos aborto consumados, homicidio en alto grado y crimen abominable en palabras del Vaticano II; la que mancilla insidiosamente una y otra vez el honor y el buen nombre de las personas incluso de los difuntos, la que manipula sin escrúpulos células madre, la que equipara la unión homosexual al matrimonio tradicional por primera vez en la Historia de la Humanidad desconociendo gravemente el orden natural, la que pone en práctica diaria la triste máxima: “hay que legalizar todo lo que esté en la calle”. Y todo ello bajo la legítima y tranquilizadora fórmula de normalidad democrática. Es evidente que a los ojos de la moral objetiva se ha producido una preocupante desintegración de valores, se ha anestesiado al cuerpo social para que evitar la reacción y se han puesto los medios necesarios para amordazar a aquellos sectores que no se ciñen a la dictadura del relativismo y el pensamiento único. Pero para los católicos seguirá siendo la corrección fraterna una de las expresiones más importante de la caridad; sabiendo que Dios no condenará la ciudad si sólo hay un justo en ella pero sin olvidar que no es la doctrina del mal menor la deseable, sino la búsqueda permanente del bien posible

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Gonzalo J. Moreno Muñoz


VII Congreso Católicos y Vida Pública
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«Llamados a la Libertad»

 

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