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ABORTAR=ASESINAR El aborto es un asesinato, pues se mata a una persona con premeditación (se prepara reflexivamente, tal como lo marca la ley con su procedimiento, y se perpetra un delito, aunque sin pena, como también indica la ley) y alevosía pues no hay riesgo para los asesinos. R.A.E.: - asesinato. 1. m. Acción y efecto de asesinar. - asesinar. (De asesino). 1. tr. Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc. - premeditación. (Del lat. praemeditatio, -onis). 1. f. Acción de premeditar. - premeditar. (Del lat. praemeditari). 1. tr. Pensar reflexivamente algo antes de ejecutarlo. 2. tr. Der. Proponerse de caso pensado perpetrar un delito, tomando al efecto previas disposiciones. - alevosía. (De alevoso). 1. f. Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal. (recuerdese que el aborto voluntario sigue siendo delito tipificado aunque se le elimine la pena)
«Cada año mueren en España por aborto químico más españoles que los caídos en los tres años Guerra Civil
Cada semana son asesinados por aborto quirúrgico en España tantos españoles como ETA ha asesinado durante sus 40 años de acciones terroristas
El aborto es legal en España, desde la Ley Orgánica 9/1985, aprobada por el Parlamento, ratificada por el Rey, y mantenida por los gobiernos del Sistema»


La encrucijada de la Comunidad Sudamericana de Naciones

por M. D.

Frente al desafío centrífuga de la frafmentación "desde dentro" de los países iberoamericanos (indigenismos por un lado, separatismos regionalistas por el otro), ya es hora de tomar el toro por las astas, creando contundentes respuestas centrípetas mediante la fundación de un centro (un centro espacial-político-cultural) en donde converja la Nueva Sudamérica, la Nueva Roma del Sur, la Comunidad Sudamericana de Estados Nacionales. Una posible ubicación física de esta centro que hay que fundar tal vez pueda ser Tarija, por su ubicación central en relación al continente, y por su actual ubicación boliviana para así ayudar a contrarrestar las tendencias disgregadoras en curso.
La revista argentina “El Pampero Americano” N°11, de 2005, dirigida por Arnaldo Rossi trata de forma interesante tan importante asunto.

La reciente "minicrisis" en las relaciones de Argentina y Brasil -coincidente con la cumbre Sudamérica-Liga Arabe-, donde se puso otra vez en duda el futuro del Mercosur, revela las dificultades objetivas que deben enfrentarse para sostener una política nacional soberana, congruente al mismo tiempo con la construcción de un espacio político sudamericano en la línea del continentalismo de Perón o la anfictionía de Bolívar; es decir, en una expresión soberana de las naciones y no en un engranaje o etapa de la marcha hacia el futuro gobierno mundial. Y si ubicamos ese cortocircuito Buenos Aires-Brasilia en el marco de ciertos acontecimientos claves de la geopolítica continental de los últimos meses, quedan claros cuáles son los desafíos que las naciones sudamericanas enfrentan para avanzar hacia ese objetivo crucial, de modo que el siglo XXI nos encuentre unidos y no dominados, como Perón advertía.

Desde diciembre del año pasado, con el acuerdo para realizar la Comunidad Sudamericana de Naciones, hasta esta "minicrisis" que motivó el retiro anticipado de Kirchner de la reunión de Brasilia, se han precipitado acontecimientos que evidencian cómo actúan los poderes mundiales, desde vertientes aparentemente contradictorias, para impedir la construcción de la América del Sur unida o para derivar su impulso de unidad hacia los objetivos mundialistas.

La decisión de hacer la Comunidad Sudamericana de Naciones es una señal política fuerte para la construcción del espacio político autónomo, pero por ahora sólo señal, punto de partida que deberá ser seguido por decisiones congruentes con la anunciada voluntad de soberanía. Porque en el propio hecho fundacional hubo señales contradictorias que evidencian las dificultades a afrontar.

En la cumbre de Cuzco hubo tres posiciones diferenciadas. La de Lula da Silva (Brasil), que apareció claramente como el eje convocante y factor determinante de la nueva Comunidad, coherentemente con las ambiciones de predominio que sustenta Brasilia; la de Hugo Chávez (Venezuela), que tácitamente cuestionó ese predominio de Brasil; la de Ricardo Lagos (Chile), quien sostuvo que la unidad sudamericana debía ser una etapa hacia la unidad de toda Latinoamérica (objetivo deseable, aunque lejano) y hacia la unidad de toda América, Estados Unidos inclusive, con lo que terminó expresando la visión de Washington. El presidente argentino no estuvo presente, se dice que por no querer aceptar el rol que pretende Brasil, pero fue un error grave. Debió haber concurrido, en todo caso para expresar esa posición y hacer causa común con Chávez.

Queda claro entonces desde el vamos que hay que discutir si la CSN será mera etapa hacia la inclusión definitiva en el espacio geopolítico norteamericano o herramienta de la estrategia de Brasil o entidad política efectivamente autónoma. Estas tres visiones representan, antes que posiciones nacionales, concepciones que atraviesan cada una de las naciones, como es obvio por ejemplo incluso dentro del propio gobierno de Brasil. Aclaremos que nada está definido y que todas las opciones siguen abiertas.

Por otra parte, hasta días antes de la cumbre, hubo discrepancias en torno al lugar de la reunión y el título de la declaración fundacional: si debía realizarse en Cuzco (capital del imperio inca) o en Ayacucho (lugar de la última y decisiva batalla de la Guerra de la Independencia) y si había que denominarla Declaración de Ayacucho o de Cuzco precisamente. Incluso Eduardo Duhalde, secretario político del Mercosur (y uno de los promotores de la cumbre, junto con Lula) planteó la alternativa de Lima, principal centro político del imperio español en América del Sur. Finalmente se hizo en Cuzco, en un antiguo templo inca, luego parcialmente reconvertido en iglesia católica, y recibió la denominación correspondiente. Al siguiente día hubo un acto de homenaje por los 180 años de la victoria de Ayacucho y la convocatoria al Congreso Anfictiónico (1824) que Bolívar efectuó.

No pretendemos hilar demasiado fino, pero debe al menos señalarse el sentido simbólico de estas discrepancias. Si la nota dominante de lo que viene fuera simbolizada por Cuzco, estaremos en la vía de un indigenismo anacrónico, que lleva a la fragmentación política y lingüística, y por lo tanto a crear inmejorables condiciones para nuevos coloniajes. Y sea dicho esto sin dejar de advertir que sigue pendiente una solución real para poblaciones dejadas al margen de los Estados surgidos de la Guerra de la Independencia; una solución política alejada de cualquier etnicismo o separatismo. En cambio Ayacucho es el camino de la soberanía efectiva, de la fundación política auténtica y fecunda. La tensión entre estos dos términos expresa una de las dificultades más hondas de lo que se puso en marcha.

Pero insistimos: más allá de estas contradicciones se trata de un paso importante. Tanto que luego de la creación de la Comunidad se produjeron acontecimientos que muestran por qué vías se intentará impedirla o distorsionarla: la profundización de la crisis de Bolivia; el conflicto entre Venezuela y Colombia; la presión de Washington sobre Argentina (a propósito del canje de la deuda, el acuerdo con el FMI, el control del narcotráfico, etc.); la aludida "minicrisis" entre Argentina y Brasil.

La crisis boliviana

El PA Nº 9 analizaba ya en abril de 2004 la situación de Bolivia y la significación de esos acontecimientos en el contexto de Sudamérica, ante el desafío de construir la comunidad de naciones aludida. Desde entonces el proceso se aceleró en la dirección señalada hace un año. Santa Cruz de la Sierra ha planteado claramente la alternativa de separarse del resto del país, confiando en que puede constituirse en una entidad política sustentable por ser la región más rica de Bolivia. Una posición similar se dio en Tarija, fronteriza con la Argentina. El planteo separatista implicaría en este caso la desaparición de hecho de Bolivia; las dos regiones rebeldes constituyen la mitad de la nación.

Detrás de este planteo no puede dejar de advertirse la acción de complejos intereses que incluyen petroleras trasnacionales, oligarquías regionales, sectores militares, y apuntan en realidad a mantener bajo control vastos recursos energéticos al margen del Estado boliviano (de cualquier signo que sea). El régimen de explotación de estos recursos, los contratos firmados por el anterior gobierno con empresas petroleras extranjeras, todo eso tiene muchas más posibilidades de perdurar en una Bolivia fragmentada y en consecuencia más débil y empobrecida.

Pero también debe señalarse que uno de los argumentos del planteo separatista (hoy en pleno desarrollo), es la reivindicación de una identidad "hispano-guaraní", presentada en clara contraposición a la de los aymarás o los quechuas de la región andina. Consecuencia hasta lógica, podríamos decir, del planteo también étnico del indigenista Felipe Quispe y su movimiento Pachakutik, que propone la remodelación de Bolivia en base a la representación política de las etnias (aymará, quechua, guaraní) y claramente dice que hay que terminar con la república surgida de la Guerra de la Independencia y con la herencia bolivariana.

Esta contraposición hoy explícita demuestra acabadamente dónde terminan las propuestas indigenistas, etnicistas o separatistas: en la disolución de la nación, la fragmentación política, en fin en la extrema debilidad, lo que implica el camino inverso a la integración continental. Y así como detrás del separatismo de Santa Cruz de la Sierra se advierte la acción de intereses vinculados a la esfera de poder angloyanqui, el indigenismo cuenta con el respaldo explícito (intelectual, económico, etc.) de una vasta red de ONGs norteamericanas y europeas, de organismos internacionales (como el Banco Mundial), o de grupos religiosos (como la Compañía de Jesús) que cuestionan la globalización centrada en la hegemonía yanqui, pero trabajan para la construcción de otro mundialismo donde las naciones soberanas también son una etapa superada.

Un proceso similar al de Bolivia se desarrolla en Ecuador, donde existe por un lado una fuerte presencia política indígena, pero también una oligarquía criolla centrada en Guayaquil, eje económico del país, que sostiene planteos separatistas. En realidad en toda el área que incluye a Ecuador, Perú y Bolivia están dadas las condiciones para que prospere esta dialéctica entre indigenismo "revolucionario" y oligarquías "conservadoras". Y de no resolverse esa dialéctica por la reconstrucción de los estados nacionales, con claro sentido de justicia social y de fortalecimiento de la genuina identidad cultural y lingüística, se puede terminar como en Yugoslavia. El primer paso es sustraerse a la acción de pinzas de esas fuerzas aparentemente contrapuestas, con respaldo y estímulo en factores de poder mundial mucho más cercanos entre sí que lo que se supone.

Esta es entonces la primera respuesta a la aparición (con toda la precariedad que se quiera) de la Comunidad Sudamericana de Naciones: incentivar la fragmentación en el interior de cada nación y, eventualmente, aprovechar estos conflictos para intervenir de distintas maneras, como se hizo en Bosnia o en Kosovo.

El conflicto Colombia- Venezuela

Otra respuesta es incentivar entre naciones los conflictos exteriores, apuntando a que también así se posibilite la intervención "imperial". Es el caso del conflicto entre Colombia y Venezuela, a propósito de la captura en territorio venezolano, a manos de un grupo de mercenarios, de un alto dirigente de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el "canciller" Rodrigo Granda, entregado luego a las autoridades colombianas. Venezuela protestó por la violación de su soberanía y Colombia la acusó de proteger a la guerrilla (a pesar de que Granda se movía tranquilamente por muchos países americanos y europeos, como representante oficial de las FARC, sin que por eso a nadie se le ocurriese cuestionarlos).

El conflicto sirvió para intensificar los ataques contra Chávez (con las habituales acusaciones de "populismo radical" y de influencia negativa para América Latina originadas en Washington). Fue inocultable la intención de apostar al ahondamiento del conflicto, con el fin de aislar a Venezuela, objetivo compartido por la oposición venezolana, el gobierno yanqui, los anticastristas de Miami, los dirigentes latinoamericanos alineados con Washington, la gran prensa liberal, etc. Sin embargo la maniobra fracasó. Tras una serie de mediaciones de Lula da Silva y de Fidel Castro (en este caso, curiosamente, a pedido de Colombia), el conflicto pudo superarse.

Lo notable es que la reconciliación entre Colombia y Venezuela se selló en una cumbre cuatripartita (fines de marzo) de estos dos países más Brasil y España, que desde la llegada al gobierno de Rodríguez Zapatero ha intensificado su presencia política en América del Sur. En esa cumbre Venezuela formalizó una importante compra de armamento a Brasil y sobre todo a España, que concretó así la mayor operación de su historia, por 1.300 millones de euros, en venta que incluye buques, aviones, equipos de vigilancia electrónica. Y poco antes había cerrado Venezuela otra operación de compra de armas con Rusia (incluyendo 100.000 fusiles Kalashnikov). En todos los casos con la oposición de Estados Unidos, que ya empezó a hablar de "carrera armamentista". Además, Venezuela y Brasil avanzaron en la concreción de la alianza estratégica acordada en febrero de este año, con la firma de un acuerdo de cooperación entre Petrobras y Petróleos de Venezuela, con el fin de tender a la constitución de Petrosur, donde también participará la argentina ENARSA.

Este desenlace demuestra no sólo que pueden sortearse las asechanzas de la potencia hegemónica, sino que existen opciones geopolíticas abiertas, a partir de las tensiones que provocan las distintas concepciones hoy en pugna para dirimir cómo será el perfil definitivo del gobierno mundial en construcción. Por ejemplo la tensión Europa-Estados Unidos o China-Estados Unidos. Aunque es cierto que las alianzas a establecer en este marco deben servir para fortalecer la autonomía de una futura comunidad sudamericana, y no para subordinarla a otros factores del poder mundialista. España por ejemplo impulsa las denominadas Cumbres Iberoamericanas (nuestra América más España y Portugal) y hasta se especula con que apuntarían a sustituir la casi inexistente OEA (Estados Unidos excluido); ahora esta Cumbre tiene incluso un secretariado permanente, con sede en Madrid.

Las limitaciones de la Argentina

Este desenlace es otra demostración además del rol que pretende Brasil en el contexto sudamericano. En este sentido Chávez ha sabido manejarse con inteligencia política. Frente a un modelo de integración sudamericana en torno al predominio brasileño, propone otro, inspirado en el ideal bolivariano (más igualitario, diríamos, sin hegemonías regionales, o sea sin potencias consulares) y la herencia de Perón. En enero pasado, durante su visita a Buenos Aires, el suyo fue el discurso más peronista de todos los que se escucharon, cuando expresamente manifestó que estamos hoy "ante el dilema de Perón, el mismo dilema de Bolívar: que el siglo XXI nos encontrará unidos o dominados" justamente.

Un entendimiento entre Argentina y Venezuela, para el cual ya se han dado varios pasos, permitiría equilibrar el peso natural de Brasil. En este intento Chávez juega un rol mucho más decidido que Kirchner; pero son justamente las limitaciones propias de la debilidad de la Argentina las que hacen más difícil esta alternativa. A ello deberíamos agregarle un cierto "izquierdismo" de Chávez que genera reticencias y termina entorpeciendo el rol que podría jugar si expresase la Tercera Posición de Perón con más contundencia. El acercamiento a Fidel Castro (Venezuela ha firmado importantísimos acuerdos de cooperación con Cuba en todos los campos) es entendible a partir del objetivo de evitar el aislamiento; pero también genera costos políticos indudables.

No es casualidad que mientras se desarrollaba la cumbre Venezuela-Colombia-Brasil-España, Kirchner recibiera un llamado de Bush, donde hubo elogios por la recuperación económica, promesas de apoyo en las negociaciones por la deuda en default y con el FMI y advertencias, claro, sobre Venezuela. Una semana antes, había estado en Argentina Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono, con el sorpresivo anuncio de que es ya posible levantar el virtual embargo que pesa sobre la Argentina para la transferencia de determinadas tecnologías de uso militar. Concretamente propuso un acuerdo de cooperación en materia de tecnología y producción para la defensa.

El acuerdo más importante (el que más interesa a Estados Unidos) apunta a la instalación de una red de radares que controle la totalidad del espacio aéreo argentino. Esta red iba a ser provista inicialmente por una empresa norteamericana, pero luego, ya en la gestión Kirchner, se resolvió que los radares fueran construidas por la empresa estatal INVAP que ha desarrollado tecnología propia. El escándalo de la empresa aérea Southern Winds (¿fue casual?) le dio excelente argumento a Washington para exigir una definición inmediata, ya que la radarización a través de INVAP podría tardar dos años y Estados Unidos quiere que sea de inmediato. Como siempre, argumentan el control del narcotráfico, pero la propuesta yanqui de cooperación permitiría de hecho intervenir en todo lo que la Argentina haga en este campo y supervisarlo.

¿Cuál es la estrategia yanqui entonces? Que la Argentina vuelva al rol de la época de Menem y sus "relaciones carnales", para así apartarla del proyecto de integración sudamericana, sobre todo con Chávez, y alentarla a una relación directa con Washington, presentado como solución (falsa) ante las dificultades con Brasil. El mismo canciller Bielsa pareció adscribirse a esta estrategia con un artículo del diario Clarín, donde reflota el proyecto ALCA, en planteo muy similar al del gobierno de Lagos en Chile. Lo curioso es que simultáneamente, con esta segunda etapa de Bush, vuelve a hablarse en Washington de Brasil como líder regional, a pesar del fracaso del ALCA, el acuerdo estratégico de Lula con Venezuela y muchas otras diferencias persistentes entre ambos países.

Para llevar adelante su estrategia Estados Unidos nos ofrece respaldo político en las negociaciones con el FMI y en el trabado canje de la deuda en default. Hay que tener en cuenta que el desenlace de la operación de canje (exitosa, al menos según los parámetros que habían planteado los propios organismos financieros internacionales) quedó frenado por una decisión de un juez norteamericano y que, luego de dos meses de suspenso, se destrabó por la decisión de la Corte de Apelaciones de Nueva York, tres días después que Kirchner abandonase anticipadamente la cumbre de países sudamericanos y países árabes y que la relación con nuestro vecino sufriese un traspié severo. Pero las dificultades con los organismos financieros no terminan con este fallo, porque queda pendiente la negociación con el Fondo Monetario y la situación de los bonistas que no aceptaron el canje, en todo lo cual, la posición de Estados Unidos en el G-7 y el propio FMI será determinante. Además propone, vía Rumsfeld, una cooperación en cuestiones hasta ahora congeladas. En síntesis, al tiempo que apunta a recomponer su antigua relación con Brasilia, simultáneamente Estados Unidos ofrece a la Argentina un salvavidas.

La relación con Brasil

Este es el marco donde se produjo la crisis entre Argentina y Brasil, a propósito del Mercosur y de la acción unilateral de Brasilia en el ámbito sudamericano. En la gestión brasileña por la crisis de Ecuador y en su falta de respuesta (o su respuesta inaceptable) a la propuesta del ministro Lavagna, en septiembre pasado, para coordinar una política de crecimiento industrial, está la gota que derramó el vaso. El desentendimiento no se superó, como lo demuestra el anticipado retorno de Kirchner, con lo que el interrogante sobre el futuro del Mercosur y la propia Comunidad Sudamericana de Naciones queda abierto. De hecho hace tiempo que se vienen acumulando acontecimientos que indican que el Mercosur no funciona, al menos en el sentido más importante que debería tener, esto es, como ámbito de coordinación política frente a la mundialización. Por ejemplo, ¿no deberían haber concertado Brasil y Argentina una decisión de tanta trascendencia como qué clase de relación se mantendrá con China? Si en estas cuestiones no hay una posición de Sudamérica (y no de Brasil o Argentina o Chile individualmente), la integración sirve a las multinacionales y la global-invasión, no a las naciones soberanas.

Difícilmente habrá comunidad sudamericana sin una alianza estratégica real entre Argentina y Brasil. Si no se superan las diferencias existirá una fisura que facilitará la política de "divide y reinarás". Nuestro Pampero Americano señaló ya y sigue ahora señalando cuáles son las alternativas posibles para el Mercosur: o una etapa hacia la definitiva inclusión de Sudamérica en el área hegemónica de Estados Unidos, o la consolidación de la hegemonía consular de Brasil (donde habría que pensar que ese consulado no necesariamente estaría referido al poder yanqui, sino directamente a una determinada concepción del gobierno mundial sinárquico), o una base para la construcción del continentalismo que Perón quería.

Contra esta tercera alternativa conspira la propia debilidad argentina, de hecho reconocida por Kirchner cuando declaró que "no estaba para discutir hegemonías o liderazgos, sino para reconstruir la Argentina', frente al indiscutible peso de un país que es la mitad de América del Sur y que ha evidenciado una notable coherencia en política exterior. Pero vale subrayar que dentro del propio Brasil existen diferencias profundas en torno de este punto. Porque hay allí quienes sustentan una posición americanista y plantean una verdadera alianza estratégica con la Argentina; y hay quienes apuntan a profundizar el esquema de integración a Brasil y no con él.

Frente a esta realidad no son alternativas válidas ni el planteo "nacionalista" (por llamarlo así) de encerrarse y romper con los brasileños ni el retorno a la supuesta relación privilegiada con Estados Unidos (como incomprensiblemente insinuó Bielsa). La respuesta auténtica consiste, insistimos, en acelerar la reconstrucción de la Argentina, ejecutar una política de firmeza con Brasil, en la medida de las posibilidades reales, pero sin rompimientos, y en sostener a todo trance una concepción de la comunidad sudamericana conforme a los ideales de Bolívar y Perón.

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M. D.


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