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Oleo de Padró. Museo Marítimo de Barcelona
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Soldados catalanes en defensa de su Patria para liberar Cuba de una guerra inspirada por las logias (*) (**) al servicio de una potencia extranjera emergente

Historia breve de la caridad y de la acción social de la Iglesia

por José Inazio Etxániz

Nuestro colaborador Fray Santiago Cantera, monje benedictino de la Abadía Santa Cruz del Valle de los Caídos, acaba de publicar un libro con miras a la divulgación, donde hace un breve recorrido por los dos mil años con que cuenta la Iglesia Católica, fijándose en su impresionante faceta caritativo-social. La obra cuenta con los precedentes de varias conferencias, charlas-coloquio y artículos en diversos lugares, entre ellos Arbil, que impartió y escribió cuando era profesor de Historia en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid, antes de su ingreso en la vida monástica. Ahora, como un producto más acabado, nos ofrece esta síntesis, elaborada a petición de D. Pablo Cervera Barranco para la colección “Veritas” de la editorial Vozdepapel; aprovechamos la ocasión, por cierto, para expresar nuestra felicitación pública a D. Pablo Cervera por su reciente nombramiento como director de la Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C.).

Los cuatro capítulos siguientes abordan la caridad y la acción social de la Iglesia en las cuatro grandes épocas en que habitualmente se ha dividido la Historia del mundo. Así, el segundo capítulo trata de la “Acción caritativa y labor de transformación social en la Iglesia antigua”, y a su vez se divide en tres puntos principales: la caridad en la comunidad apostólica y en las primeras comunidades cristianas; la caridad cristiana en la época de las persecuciones; y la asistencia y la transformación social desde la paz constantiniana. Llaman la atención, desde luego, aspectos como el testimonio de autenticidad que supuso la caridad cristiana, hasta tal punto que los paganos más contrarios al cristianismo hubieron de reconocer su valor; también el nacimiento de los hospitales, que se debió al cristianismo, ya que en el mundo antiguo no habían existido tales instituciones benéficas; la aparición de una doctrina social cristiana en los escritos y en la palabra de los Padres de la Iglesia; y la acción transformadora de la sociedad tardoantigua por influjo del cristianismo, tanto a través de la humanización y cristianización del Derecho Romano y de las costumbres, como por medio de la reducción progresiva de la esclavitud.

El tercer capítulo se titula “Caridad y acción social en la Iglesia medieval”. En él se fija en la labor desarrollada por diversos personajes y ámbitos de la Iglesia, entre ellos algunos Papas como San Gregorio Magno; lógicamente, el autor, como monje que es, tiene muy presente lo que hicieron sus predecesores en la faceta caritativo-social: hospitalidad, atención a pobres y enfermos, etc. Interesante es el punto dedicado a los hospitales del Medievo, donde confluyeron iniciativas de Órdenes religiosas con otras eclesiásticas y laicales, y donde el peso de las peregrinaciones añadió un elemento característico en esta obra benéfica. También se ofrece una síntesis de la acción emprendida por mercedarios y trinitarios en la redención de cautivos y se tratan otros temas: gremios y cofradías, con la consiguiente cristianización del mundo profesional; Montes de Piedad y lucha contra la usura; doctrina social católica de la Edad Media; acción social de los reinos cristianos y pautas de transformación social en estos siglos. Desde luego, después de leer estas páginas, cualquier lector habrá de abandonar los prejuicios que pudiera tener acerca de los “oscuros tiempos medievales” y deberá maravillarse ante el amor al prójimo que es posible descubrir en ellos gracias al cristianismo.

El cuarto capítulo lleva por título “Valor de las obras y acción social en la Iglesia moderna”. Se compara adecuadamente, en función de la debatida cuestión de la fe y las obras, el punto de vista católico con el protestante, y por eso se observa que el primero prosiguió en su ejercicio ingente de la caridad para con los hombres, mientras que el segundo fue el germen de actitudes individualistas que condujeron al capitalismo. Entre las facetas benéfico-sociales aquí estudiadas, resaltan algunas como la hospitalaria, con una doble dimensión principalmente: la concentración de los hospitales y la aparición de nuevas Órdenes religiosas volcadas en la atención a los enfermos; desde luego, hay que descubrirse cuando se contempla, aunque sea en breves líneas, todo lo que los Hermanos de San Juan de Dios han aportado a la Medicina y al mundo sanitario. No se olvidan figuras señeras de la caridad católica de los tiempos modernos, como San Vicente de Paúl y San José de Calasanz, ni la evolución de los Montes de Piedad hacia su compaginación con las Cajas de Ahorro que comenzaron a surgir a partir del siglo XVIII. En fin, singularmente asombrosa resulta la obra social de la España católica en América, no sólo a través de la legislación indiana y de su regulación laboral (que a no pocos sorprenderá por lo avanzada para la época), sino también por medio de las instituciones oficiales y de otras obras tangibles: hospitales, cajas de comunidad, “reducciones” jesuíticas, etc. También se descubre cómo muchos hijos de la Iglesia Católica se esforzaron en la lucha por la libertad de los esclavos negros, entre ellos el jesuita San Pedro Claver, y cómo la Santa Sede condenó el tráfico negrero desde su comienzo en el siglo XV hasta su desaparición en el XIX.

El quinto y último capítulo, “Caridad y catolicismo social en la Iglesia contemporánea” puede servir asimismo para derribar muchos prejuicios y errores muy difundidos. La floración de nuevos institutos e iniciativas de orientación benéfica en el siglo XIX y en buena parte del XX es ya una buena muestra del vigor de la Iglesia y de su capacidad de respuesta ante el dolor ajeno, del mismo modo que las misiones ofrecen una extraordinaria conjunción del anuncio evangélico y de la promoción humana y social: de redención espiritual y material. La época de las revoluciones no fue la panacea que éstas anunciaban: el liberalismo, el marxismo, etc., trajeron en realidad miseria y opresión, y frente a ellas hubo de alzarse una vez más el genio católico en favor del hombre como hijo de Dios. Ante el capitalismo y sus funestas consecuencias para las masas proletarias, y ante las promesas “redentoras” del marxismo y del anarquismo, surgieron el catolicismo social y la Doctrina Social de la Iglesia. También muchas sorpresas se llevarán algunos cuando lean que en múltiples naciones fue el catolicismo social, que apareció más pronto de lo que con frecuencia se cree, el que trajo las primeras legislaciones sociales y el que desarrolló iniciativas tan diversas como cajas de ahorro, círculos de obreros, sindicatos, cooperativas, etc. El siglo XIX y buena parte del XX han conocido el empuje de esta corriente y de la Doctrina Social de la Iglesia, la cual ha llegado a inspirar la política social de varios Estados y notables avances, que a más de uno sorprenderán igualmente, incluso por la incorrección política que supone exponer ciertos datos objetivos. El autor no pierde de vista en este capítulo las desviaciones erróneas que han existido entre algunos católicos en diversas vertientes con relación al tratamiento de la cuestión social y de la acción política: sillonismo, ideas maritainianas, partidos de democracia cristiana, tendencias marxistizantes, teología de la liberación, etc. Por otro lado, tampoco se olvida el problema actual del Tercer Mundo y las iniciativas católicas principales para darle respuesta, y se hace un recuerdo especial de dos grandes gigantes de la caridad cristiana en el siglo XX: el P. Werenfried van Straaten (“Padre Tocino”) y la Beata Madre Teresa de Calcuta.

Las conclusiones y una orientación bibliográfica cierran el libro.

Ciertamente, tras la lectura de la obra no se puede quedar indiferente ante la acción social de la Iglesia Católica a lo largo de veinte siglos, y por eso se hace evidente lo mismo que señala el autor: han de caer muchos prejuicios y se ha de reconocer que la fuerza misteriosa de un amor absoluto y trascendente ha movido esta actividad y toda la vida de la Iglesia. Es decir, que el mismo Dios está detrás de ella y la alienta hasta el final de los tiempos. No es que no haya pecadores en la Iglesia (todos lo somos), sino que la presencia de éstos no afecta al carácter divino de la institución y no anula el predominio de la santidad en ella. Asimismo, el término y el concepto de “caridad”, como señala el autor en la introducción, se conjuga perfectamente con el de “justicia” y no debe ser minusvalorado ni rechazado como una simple actitud limosnera; la caridad, en realidad, no es otra cosa que la virtud teologal del amor, el amor referido a Dios, así como al prójimo y a uno mismo porque en el hombre está impresa la imagen del Creador. Por eso, la caridad se ha alzado a lo largo de los siglos y se alzará hasta el final como una virtud, como un hábito, como una disposición permanente, que lleva a obrar el bien en beneficio de los demás. En cambio, la “moda de la solidaridad” (sin olvidar que existe un verdadero sentido cristiano de este término) corre el riesgo de no ser más que eso: una simple moda pasajera, como también la “filantropía” masónica no es más que un abstracto amor al hombre.

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José Inazio Etxániz

CANTERA MONTENEGRO, Santiago (O.S.B.): Historia breve de la caridad y de la acción social de la Iglesia. Madrid, Vozdepapel (Colección “Veritas”, 4), 2005. 223 págs.


VII Congreso Católicos y Vida Pública
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