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Oleo de Padró. Museo Marítimo de Barcelona
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Soldados catalanes en defensa de su Patria para liberar Cuba de una guerra inspirada por las logias (*) (**) al servicio de una potencia extranjera emergente

Las Españas

por Arturo Robsy

¿Sentimos a España como fracaso? Muchos, sí. ¿Sentimos a España como éxito? Nadie lo hace ahora, desde luego. A veces somos capaces de ver, casi con claridad, la España de una época, pero esa ya no es nuestra España de hoy, que es siempre mucho más, que ha crecido en muchas otras direcciones. Quizá lo que de verdad importe sea dar con el motor de España, con lo que la mueve.

En cuanto empezamos a hablar de España, descubrimos algo fundamental: que existen muchas versiones de ella y que, además, han existido muchas Españas. Todos conocemos al señor que aplica al desarrollo de España criterios económicos y habla, por ejemplo, de cómo la España ganadera se impuso a la agrícola y del modo en que la pobreza influyó en la colonización de América (no fue colonización sino repoblación). Lo terrible es que este señor no considera otras realidades distintas; se niega a hacerlo y, por lo tanto, se engaña. Hay quien sólo considera a España una aventura espiritual, que lo es, pero no exclusivamente. Para él sólo cuentan la fe y los santos, los esforzados y los místicos, pero olvida a los traidores y a los conspiradores, a los extranjeros y, ¿cómo no?, a los banqueros, desde Pedro el Cruel y los Függer del gran Carlos.

Que haya tantísimas versiones sólo explica que nos acercamos al ser de España con ideas preconcebidas, con el juicio de lo que deseamos que sea hecho. El superviviente marxista se obstina en ver una sucesión de clases dominantes, dueñas, según las épocas, de los medios de producción: monarca, nobles, clero y burgueses esclavizando a un pueblo sin carácter y sin inteligencia. ¡Vaya! Otros creen que España es una pura casualidad, una buena o mala suerte o, mejor, «una buena mala suerte.» Hay quien intenta la versión a través de las razas y su mezcla: celtas, íberos, godos, árabes, africanos y judíos... Y aún otros lo explican todo con la geografía en la mano para opinar que tales cosas nos suceden por vivir donde lo hacemos: no hay otra razón.

Que haya tantísimas versiones sólo explica que nos equivocamos muchísimo, porque sólo puede haber una razón auténtica. Pero ¿cuál es? Ni sólo la geografía, ni sólo el poder de una clase, ni sólo las invasiones ni sólo la raza. Todo ello unido tampoco, aunque explica algo mejor nuestros problemas, que han sido muchos, desde el aislamiento pirenaico - que nunca lo fue del todo - hasta nuestra religión.

Cuando seguimos hablando, acabamos por tener la sensación de que en realidad nos preguntamos por quién tiene la culpa de que España sea así, y esa no es una actitud muy positiva, por más que es muy nuestro eso de intentar echarle a alguien la culpa de todo. La Leyenda Negra señala a Felipe II, el monstruo del mediodía. A Fernando VII se le cargaron todos los mochuelos habidos y por haber. Vemos últimamente como se intenta hacer responsable a Franco y, cuando no, al desafortunado Aznar.

¿Y adónde nos conduce? A engañarnos. España no es una culpa ni un fracaso por el simple hecho de no ser como otras naciones. España no es un error. No puede serlo, porque los errores históricos de un pueblo se pagan con su desaparición, y eso todavía no nos ha sucedido a pesar de los intentos de los partidos y de los separatistas catalanes y vascos. Lástima que se piense así, porque significa que año tras año, siglo tras siglo, nos negamos a aprender de España. El mismo Primado de España, arzobispo de Toledo Antonio Cañizares, cuando en Agosto del 2004 parecía enterarse y decía públicamente que los poderes y medios estaban despedazando a la Iglesia, se engañaba: eso no puede ser más que si la Iglesia Católica deja de ser fiel a sí misma. Cosa que seguramente ha sucedido en muchas diócesis. Por otro lado, esa Iglesia no puede ser «despedazada» sin que antes se haya afectado a la médula de España, cosa que el clero ha visto hacer sin decir una palabra y con la que ha colaborado en Vascongadas, Cataluña, Baleares. De aquellos polvos, estos miedos.

¿Sentimos a España como fracaso? Muchos, sí. ¿Sentimos a España como éxito? Nadie lo hace ahora, desde luego. A veces somos capaces de ver, casi con claridad, la España de una época, pero esa ya no es nuestra España de hoy, que es siempre mucho más, que ha crecido en muchas otras direcciones. Quizá lo que de verdad importe sea dar con el motor de España, con lo que la mueve. Antes ya dije que sigo creyendo que hay uno fundamental: su necesidad de independencia.

Tal vez no sea el único. Es más: algo tan grande como España no puede depender de una sola fuerza para empujarse hacia el destino.

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Arturo Robsy


VII Congreso Católicos y Vida Pública
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«Llamados a la Libertad»

 

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