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Portada revista 41

Del culto al cuerpo y a la juventud Indice de Revistas Los derechos fundamentales de la Persona Humana

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Minaretes en Europa.

Son más de diez millones los musulmanes que residen en el viejo Continente. Qué piden y cómo es posible la coexistencia de culturas diferentes son cuestiones que suponen un reto para los cristianos. Llamados a profundizar en su identidad

Dos tercios de los inmigrantes que han echado raíces en la Unión Europea profesan la fe Musulmana, una realidad que supera los 10 millones de personas. En Bruselas la mitad de los niños que nacen son hijos de magrebíes; en Berlín no son raras las clases de los colegios de Primaria en las que hay más niños turcos que alemanes. Y en Francia algunos demógrafos han comparado las tasas de natalidad que se dan en las familias de cultura cristiana y las de las familias islámicas, concluyendo que dentro de un cuarto de siglo los musulmanes representarán un cuarto de la población total. ¿Invasión extranjera? En realidad la mayoría de ellos tendrá la ciudadanía francesa, como podría suceder con muchos turcos si prosperara el proyecto preparado por el gobierno Schroeder que introduce el principio del ius soli. Dicho principio establece que la nacionalidad alemana se adquiere no por vínculos de sangre, sino por el lugar de nacimiento o tras un cierto número de años de permanencia en tierra alemana. De manera que en la Europa que envejece crece la joven comunidad de los seguidores del Profeta. Una comunidad sui generis: a causa de su génesis histórica, fuertemente marcada por las oleadas migratorias que han invadido el continente en los últimos cuarenta años, el Islam europeo es multiétnico y plurinacional, articulado en varias familias religiosas (sunitas, chiítas, seguidores de las hermandades, etc.) y en una pluralidad de referencias organizativas. Tanto es así que más de un observador rechaza hablar de ellos como un sujeto con una identidad específica y que se mueve según estrategias unitarias y predeterminadas. Sin embargo, hay una especie de hilo conductor que sobrepasa los confines de los estados o las diferentes sensibilidades espirituales y culturales: es la pertenencia a la umma, la comunidad mundial de los fieles de Mahoma, que es a la vez transnacional, multiétnica y fuente de un marcado sentimiento de identidad unificador. Un sentimiento captado con una expresión felizmente sintética por un observador privilegiado, como es el obispo de Marsella, monseñor Panafieu quien, desde la ciudad más "islámica" de Francia, ha dicho: «Hubo un tiempo en que se encontraban musulmanes en Europa, ahora encontramos el Islam». Ya no más, y no sólo, masa anónima de mano de obra extranjera o individuos animados por una espiritualidad tan fuerte como falta de incidencia en la vida cotidiana, sino miembros de comunidades que con los años han adquirido forma, visibilidad y derechos. Comunidades que han sabido elaborar estrategias de presencia social y a veces política, con márgenes más o menos significativos de autonomía nacional, pero sin romper nunca los lazos con los países de origen o con las grandes centrales organizativas y financieras del Islam a nivel mundial.

Qué piden.

Las reclamaciones dirigidas por las organizaciones islámicas a los diversos estados europeos son muy similares y nacen del intento de dar visibilidad a una fe que impregna con fuerza la vida individual y colectiva: construcción de mezquitas y cementerios, mataderos para la matanza halal (practicada según los rituales indicados por el Corán), disponibilidad de menú islámicamente compatible en los comedores escolares y de empresa, enseñanza de la religión musulmana en las escuelas, presencia de personal para la asistencia religiosa en hospitales, cárceles y cuarteles, reconocimiento de las principales festividades del calendario musulmán y posibilidad de ausentarse del trabajo para participar en la oración ritual del viernes, reconocimiento a efectos civiles del matrimonio celebrado según el rito islámico, ventajas económicas y fiscales para las organizaciones confesionales.

Desde el punto de vista jurídico, España es el país que ha dispuesto de forma más orgánica y completa toda la materia a través del Acuerdo. Fue aprobado en 1992 y es un pacto de tipo concordato entre el Estado y una federación de las asociaciones musulmanas. Ha tenido que hacer frente a una nutrida serie de obstáculos en su fase de aplicación, debidos en buena parte a las dificultades de mantener unidas a las diversas almas del Islam ibérico, cada una de las cuales se considera representante de las instancias de toda la comunidad. Y precisamente el tema de la representación -estrechamente relacionado con la ausencia de una jerarquía dentro del Islam- sigue siendo uno de los principales obstáculos para la consecución de acuerdos de carácter nacional en otros estados europeos (incluida Italia), aunque localmente muchas de las reclamaciones que hemos señalado han encontrado respuesta y aplicación.

Tres retos.

Pero más allá de los aspectos más analíticos relativos a cada país y a la andadura de las negociaciones en curso desde hace años con los gobiernos nacionales, surgen algunos interrogantes de fondo: el reconocimiento de los derechos de expresión religiosa y cultural a los individuos y a las comunidades islámicas, ¿es un instrumento adecuado para promover su integración en las sociedades europeas que favorezca también la emancipación de sus países de origen? ¿Se podría suponer que del encuentro con la civilización del Viejo continente se desarrolle un proceso de europeización del Islam, o hay que temer más bien que la adquisición de derechos religiosos y civiles a través de los procesos de la democracia occidental se convierta en la llave de paso para un proceso de islámización de Europa que más de una voz ha evocado recientemente?. El Islam ¿sabrá enriquecer con sus notas la orquesta europea o bien opta a convertirse en la decimosexta "nación" de la U.E., una especie de cuerpo extraño que tiende más a la exasperación de la diversidad que a una inserción armónica? La respuesta a estos interrogantes dependerá de la capacidad de todas las partes en juego para saber recoger los desafíos contenidos en este nuevo encuentro entre civilizaciones, que la historia vuelve a proponer a una distancia de siglos.

1) Los musulmanes que optan a convertirse en ciudadanos europeos con todas sus consecuencias son llamados a confrontarse con las dimensiones de la laicidad y de la distinción entre religión y estado, cuestión recurrente y siempre irresuelta (si bien con matices diversos) en las sociedades de las que provienen. Y también son llamados a usar los derechos de libertad religiosa, civil y política propios de la democracia como una oportunidad de integración, más que como instrumento de "autoghetización" y de reivindicación de una alteridad irreducible y antagonista frente a lo que todavía se describe a menudo como "el Occidente cristiano anti-islámico".

2) Para los cristianos, el encuentro casi cotidiano con los fieles de Mahoma obliga a confrontarse con una identidad fuerte, en la cual la fe empapa todos los aspectos de la vida personal y social, dentro de una sociedad donde la secularización ha relegado a Jesucristo a una de tantas opciones ético-religiosas en las que es posible inspirarse en el supermercado de los valores de la sociedad multicultural. En este sentido, el mayor peligro no reside sólo en el terrorismo de matriz islámica -que es, ciertamente, un protagonista inquietante del panorama internacional- y en la difusión creciente de los seguidores de Mahoma, sino también en la incapacidad de muchos cristianos para medirse con esta nueva "alteridad" religiosa y cultural que ha echado raíces en Europa; y para descubrir las razones de la propia identidad y de la pertenencia a la Iglesia, en lugar de ponerla entre paréntesis (como suele suceder) en nombre de una solidaridad anónima o de un malentendido espíritu ecuménico. Pero, ¿qué diálogo podrá florecer si los interlocutores no saben quiénes son?

3) Hay, finalmente, un tercer reto que afecta a los gobiernos de los distintos estados y, desde una perspectiva más próxima, a la Unión Europea, y que reside en la capacidad de ofrecer posibilidades de obtener la "ciudadanía" a todas las componentes culturales y religiosas sin que se vea comprometida la estabilidad de un edificio que posee fundamentos seculares, pero que, con motivo del proceso de unificación, está sometido a mutaciones profundas que amenazan con desfigurarlo hasta volverlo irreconocible. Desde hace tiempo y en más de una ocasión, el Papa (y con él unas pocas figuras de esta época cargada de promesas pero poblada por oscuros presagios) ha lanzado advertencias sobre lo inadecuado de una construcción europea basada sólo en las lógicas económico-financieras y tecnocráticas y mutilada de sus raíces culturales y religiosas -profundamente marcadas por la civilización cristiana-. Y son raíces que han hecho a Europa capaz de gobernar a lo largo de los siglos muchos procesos de integración y de desarrollar los recursos necesarios para una coexistencia fecunda entre experiencias y culturas diversas. Es cierto que el proyecto colectivo en curso en estos años en las naciones europeas no puede prescindir de la implantación de la presencia musulmana; pero estamos en el punto en que estado y sociedad son llamados a verificar si todavía poseen la memoria histórica, la energía vital y los valores radicales para integrar esta nueva presencia en una pluralidad armónica de pertenencias. En la convicción de que la conciencia de lo que se es constituye la premisa ineludible de todo encuentro con el otro.

GIORGIO PAOLUCCI

Italia y los musulmanes: se busca laicidad.

Antes que nada, algunas cifras. Los musulmanes en Italia son un tercio del total de los inmigrantes (546.000 según el Dossier Cáritas, la fuente más fiable en la materia), a los que se añaden 10.000 convertidos italianos y algunos miles de extranjeros que han adquirido la ciudadanía italiana. Estamos hablando, por tanto, del 1% de la población de este país: una exigua minoría que presenta en su seno una gran diversificación: mientras en Francia son mayoría los magrebíes, en Alemania los turcos y en Gran Bretaña los indo-pakistanies, en Italia la comunidad más numerosa es la marroquí (174.000 personas), y son más de diez las comunidades que supera 10.000 individuos. A la diversificación de nacionalidades se añade la de tipo religioso, porque a una mayoría sunita se unen chiítas, seguidores de las hermandades del muridi y de las de espiritualidad sufí. Más que de un bloque monolítico y compacto, estamos hablando de una realidad plural y policéntrica y que carece todavía de una clase dirigente: hay al menos cuatro organizaciones que se precian de representar las instancias de los musulmanes ante las instituciones italianas, cada una de las cuales reivindica con títulos diversos la capacidad de hablar en nombre de toda la comunidad.

Todo ello no debe hacernos olvidar que el sentido de pertenencia a la umma, la única comunidad de los fieles de Mahoma, sigue siendo un aglutinante fuerte y capaz de supera divisiones internas, y que la "cuestión islámica" representa un desafío para toda la sociedad y las instituciones: no sólo por las reclamaciones realizadas por los musulmanes, sino, sobre todo, porque la presencia del Islam replantea con fuerza las preguntas sobre las raíces, la identidad y la conciencia colectiva de Italia. Frente a un nuevo sujeto colectivo que sale a escena, la sociedad se ve obligada a mirarse al espejo y redescubrir quién es y sobre qué se funda.

El cardenal Biffi puso el dedo en la llaga en septiembre cuando subrayaba que los musulmanes son portadores de una antropología y de algunos valores radicalmente diversos de aquellos sobre los que está edificada la sociedad italiana, en particular en los temas de las libertades individuales, de la concepción de la familia, del papel de la mujer y de hijos. «Italia -recuerda el arzobispo de Bolonia- no es un páramo semidesierto o deshabitado, sin historia, sin tradiciones vivas y vitales, sin una inconfundible fisonomía cultural y espiritual, que se pueda poblar indiscriminadamente, como si no hubiera un patrimonio típico de humanismo y civilización que no se debe perder». Y una persona no sospechosa de simpatías clericales como el politólogo Giovanni Sartori ha aplaudido desde las páginas del L'Espresso a un príncipe de la Iglesia que ha tenido el coraje de plantear este problema a una opinión pública que, con la complicidad de todo el poder establecido de los medios comunicación, es alimentada con los mitos de una sociedad multicultural considerada capaz de congraciar mágicamente todas las diferencias. «La intervención del cardenal -subraya Sartori- me hace pensar hasta qué punto una fe inteligente es cercana y conciliable con la inteligencia de la razón».

Otra original contribución al debate, fundada sobre premisas totalmente laicas, viene de la investigación llevada a cabo por la Fundación Agnelli de Turín, que ha analizado algunas de las reclamaciones dirigidas por las organizaciones musulmanas a las autoridades italianas en materia de trabajo y las ha comparado con las normas vigentes en esta materia en países islámicos. Así se descubre que, en muchos casos, lo que se quiere codificar en Italia no es ley ni siquiera en los estados de los que provienen los inmigrantes. Un ejemplo muy significativo es el relativo al reconocimiento del viernes como día festivo. La investigación destaca que en la doctrina islámica el reposo semanal no posee un valor específicamente religioso: pensar que Dios descansó el séptimo día es para la doctrina islámica una desviación antropomórfica. Pero, dado que deben adaptarse a los estándares internacionales en materia de trabajo (los cuales prevén un día de reposo semanal), muchos estados musulmanes han elegido el viernes porque ese día está prevista la oración comunitaria (como es el caso de Argelia, Egipto e Irán), pero otros han preferido el domingo (Senegal, Túnez, Turquía y Líbano), mientras que Marruecos deja libertad de elección entre viernes, sábado, domingo o el día de mercado. La única obligación religiosa para los musulmanes observantes es la oración comunitaria, que se efectúa hacia el mediodía y que corresponde más o menos con la pausa de la comida, resultando así compatible con el desarrollo de las actividades laborales normales incluso en los países islámicos, que por esto no han creído necesario regular el tema. Es importante destacar que la suma de los inmigrantes procedentes de Marruecos, Senegal y Túnez (tres países que no tienen reposo obligatorio el viernes) representa la mayoría de los ciudadanos extracomunitarios residentes en Italia. En relación con esto, Andrea Pacini, responsable del programa "lslam y modernidad" de la Fundación Agnelli, comenta: «Si el viernes festivo no tiene en el Islam un auténtico fundamento doctrinal y si precisamente los estados de los que proviene el mayor número de musulmanes que viven en nuestro país no han optado por el viernes como día de reposo, ¿por qué debería adecuarse Italia a esto?, ¿por qué pretender de Italia más derechos que los que tienen en su patria?. Aparte de las dificultades concretas de señalar un día de reposo diferente de los que comparte el resto de la sociedad, una eventual decisión en este sentido iría en sentido contrario a un deseable proceso de integración, sería la antecámara de peligrosos ghettos y favorecería una estrategia de afirmación de identidad de la propia diferencia, más que construir una mayor armonía con el contexto social».

Análogas consideraciones se podrían hacer respecto a la oración ritual que todo seguidor del Profeta debe recitar cinco veces al día: ningún estado, excepto Arabia Saudita, ha legislado previendo pausas durante el horario de trabajo. Estas se dejan a la iniciativa particular y se pueden reagrupar en tres momentos de modo que caigan fuera de la actividad laboral, como sucede en la tan islámica República de Irán. No se puede olvidar que el propio derecho musulmán admite en caso de necesidad la posibilidad de reunir la oración del mediodía con la de la tarde y la del anochecer con la de la noche. En cualquier caso, en Italia se trataría de una cuestión a dejar a la contratación local en el ámbito de las relaciones de trabajo, y debería afrontarse laicamente más que implicando a un iman como mediador de un eventual acuerdo. Moraleja de la fábula: las instituciones italianas deben definir políticas de integración eficaces que respeten la libertad de culto, pero que no disminuyan los valores fundamentales que están en la base del pacto de ciudadanía. Claridad en los principios, laicidad del enfoque y compatibilidad de las reclamaciones expresadas con el contexto en el que se quiere echar raíces, porque el horizonte al que debemos tender es la integración y no la creación de un "enclave" construido sobre bases religiosas. ¿Palabra de cardenal? No, cuestión de realismo.

G.P.

Biffi y Montanelli: laicidad verdadera.

Proponemos un artículo de Indro Montanelli publicado en II Corrriere della Sera del 13 de octubre de 2000.

Querido Montanelli: Esperaba su intervención a propósito de la extraña propuesta del cardenal Biffi de una política discriminatoria por parte del estado hacia los inmigrantes que llaman a nuestras puertas, según las religiones. Naturalmente, a favor de la católica. No me parece que esto sea posible ni siquiera en términos de Concordato, en el cual, si no recuerdo mal, se afirma la renuncia del estado a perseguir cualquier discriminación de orden religioso. ¿O estoy equivocado?

Querido Gasperí: No; al menos sustancialmente no está equivocado. El estado no puede introducir discriminaciones de orden religioso a las oleadas de inmigrantes que se abaten sobre nuestras costas. Y el cardenal Biffi es una persona demasiado bien informada para ignorarlo. ¿Por qué ha lanzado entonces esa propuesta?

También yo me planteaba la misma pregunta y por eso no intervine al respecto ni siquiera fuera de estas páginas donde debo atenerme a las preguntas de los lectores (como continua, si bien inútilmente, sigo repitiendo). Hasta que llegó a mi mesa un opúsculo -casi de las dimensiones de un pasquín- en el que el propio cardenal explica las razones de su propuesta. Transcribo textualmente la conclusión que la explica: "En una entrevista de hace una decena de años, se me preguntó con mucho candor y con envidiable optimismo: "¿Sostiene también usted que Europa o será cristiana o no será?". Me parece que mi respuesta de entonces puede servir bien como conclusión de mi intervención de hoy. Pienso -decía entonces- que Europa o volverá a ser cristiana o se volverá musulmana. Lo que encuentro sin futuro es la ‘cultura de la nada’, de la libertad sin limites y sin contenidos, del escepticismo exhibido como conquista intelectual, que parece ser la actitud ampliamente dominante en los pueblos europeos, más o menos todos ricos en medios y pobres en verdad. Esta cultura de la nada no será capaz de resistir el asalto ideológico del Islam, que no faltará: sólo el redescubrimiento del "acontecimiento cristiano" como única salvación para el hombre -y, por tanto, sólo una decidida resurrección de la antigua alma de Europa- podrá ofrecer un resultado diverso a esta inevitable confrontación. Además, ni los ‘laicos’ ni los ‘católicos’ parecen haberse percatado del drama que se está perfilando. Los ‘laicos’ hostigando con todos los medios a su alcance a la Iglesia no se dan cuenta de que combaten a la más fuerte inspiradora y la defensa más válida de la civilización occidental y de sus valores de racionalidad y de libertad: podrían darse cuenta demasiado tarde. Los ‘católicos’, dejando difuminarse en sí mismos la conciencia de la verdad poseída y sustituyendo el ansia apostólica por el puro y simple ‘diálogo’ a cualquier coste, inconscientemente preparan (humanamente hablando) su propia extinción. La esperanza es que la gravedad de la situación pueda llevar en algún momento a un eficaz despertar tanto de la razón como de la antigua fe. Es nuestro deseo, nuestro compromiso, nuestra oración".

Yo soy un laico y pertenezco a la "cultura de la nada", de modo que no puedo suscribir la invitación del cardenal Biffi al estado. Pero si fuera un hombre de Iglesia como él, hablaría como él.

Este artículo ha sido publicado en el número 10 del año 2000 (páginas 448 a 52), edición en castellano, de la revista oficial del movimiento católico Comunión y Liberación: "Huellas – Litterae communionis", (www.comunioneliberaziones.org/tracce).

Foro ARBIL agradece la autorización otorgada por su Dirección para la reproducción del citado artículo en nuestra publicación digital.



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