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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Acerca de la democracia postmoderna.

La democracia postmoderna es una democracia procedimental que carece de todo contenido ético a la que no interesa la defensa de ningún valor, salvo la coherencia con las normas del sistema de poder.

Los ideales de la democracia como soberanía popular, igualdad y libertad parecen tan atrayentes que regímenes, de hecho muy diferentes, sostienen estar de acuerdo con ellos.

Así tenemos diferentes tipos para designar la democracia, tales como gobierno democrático, gobierno popular, gobierno libre, república, gobierno constitucional, gobierno parlamentario, presidencialista, representativo, de elecciones generales, de sistema de partidos, plebiscitario, etc.

Todas estas denominaciones, y otras más, son, por un lado, portadoras de valores que el concepto de democracia dice representar: igualdad de oportunidades, derechos humanos, libre expresión, igualdad ante la ley. Pero por otro, muestran a las claras que no existe una teoría unificada de la democracia: nombres como Rousseau, Burke, Paine, Hamilton, Tocqueville et alia son expositores incuestionados y no concordantes entre sí.

Esta carencia, esta falta de una teoría de la democracia no ha sido hasta ahora, suficientemente puesta de relieve. Ello permitió, como sucedió con los gobiernos marxistas o las diferentes dictaduras en Nuestra América, que los regímenes antidemocráticos se hayan aprovechado de esta falta de una teoría unificada de la democracia para presentarse como tales. Sea como democracias populares en el caso del comunismo, sea como democracias fuertes en el caso de nuestros tiranuejos.

Este siglo que se esta yendo nos mostró dos tipos de democracia: la liberal y la social.

La primera podríamos caracterizarla, grosso modo, como aquella que sostiene que para que la humanidad sea más libre, lo mejor es que el pueblo sea soberano y esta soberanía popular implica una igualdad política. Su ecuación es individuo-partido-representación.

La democracia social podemos presentarla como aquella que sostiene que para que el hombre viva mejor, lo más apropiado es que el pueblo sea soberano y esta soberanía popular implica una igualdad no sólo política sino social. Su ecuación es persona-partido y profesión-representación.

Mucho se ha escrito acerca de los rasgos diferenciales de estas dos concepciones de democracia y no vale la pena abundar en ello (1). Pero hay algo en lo que ambas coinciden, mas allá del sistema electoral: un hombre un voto, y es que ambas predican la realización, la plasmación de valores tales como soberanía popular, derechos humanos, igualdad de oportunidades, libre expresión, etc. Y estos valores, han sido causa de grandes luchas políticas en busca de su implantación.

Pues bien, asistimos en esta ultima década a un cambio sustancial del concepto de democracia, ella dejó paulatinamente de lado ese núcleo vital de valores a preferir, para reducirse a una maquinaria de gobierno, a una democracia procedimental. Ya no más predicación de valores, lo que supone preferir lo bueno y posponer lo malo. Para esta nueva democracia sólo vale que el procedimiento sea coincidente con el sistema de normas. E1 recientísimo Código de Convivencia Urbana de la ciudad de Buenos Aires, que permite el ejercicio de la prostitución en la vía pública por parte de prostitutas e invertidos, es una prueba elocuente de lo que queremos mostrar. La corrupción que pulula por todas partes se produce cuando el sistema normativo cae en desuso. Nos hemos transformado en sociedades anónimas. No interesa ya que 9 millones de argentinos o 200 millones de iberoamericanos o toda el Africa subsahariana vivan debajo de la línea de pobreza, lo que interesa es que el "procedimiento democrático" se cumpla. Esto es la democracia reducida a maquinaria procesal.

La democracia postmoderna es una democracia procedimental que carece de todo contenido ético a la que no interesa la defensa de ningún valor, salvo la coherencia con las normas del sistema de poder. Ahora bien, si esas normas por diferentes causas conllevan un contenido injusto, inmoral o perverso ello no interesa, porque la democracia procedimental no hace, como lo hacían sus predecesoras, la liberal y la social, predicación de contenidos éticos. Esta democracia es a la política lo que la filosofía analítica es a la filosofía dado que a esta corriente filosófica lo que le interesa es la consistencia de los enunciados y no su contenido de verdad o falsedad. No hace predicación de existencia.

La historia reciente de Argentina, que podemos hacerla extensiva a Bolivia, Paraguay o Brasil, nos muestra que para los presidentes de la década precedente Alfonsín, Paz Zamora, Rodríguez y Sarney la democracia era considerada, en un exceso de democratismo, como "una forma de vida". Había, aunque errado, un contenido ético intentado. Hoy, y desde hace diez años aproximadamente, para los actuales mandatarios la democracia se limita a un simple procedimiento, es un formalismo que, eso si, hay que cumplir a raja tabla. Como el dogma es que al poder sólo se accede por el voto, el cómo se consiga, no interesa. La conservación del poder se realiza a través de una reelección perpetua con constituciones ad hoc, el cómo se logre, no se cuestiona.

Así como hemos asistido a la despersonalización de los mercados financieros, en La Bolsa de Julián Martel a fines del siglo pasado, eran los judíos los especuladores y usureros, hoy no se puede, mas allá de la ley antidifamatoria Fabius-Gayssot en Francia o la De la Rua en Argentina, afirmar quienes son a ciencia cierta debido al creciente anonimato de los especuladores financieros. Del mismo modo asistimos en nuestros días a la despersonalización de la política. Los políticos son reemplazados rápidamente por los tecnócratas al estar la política subordinada a la economía. Y los tecnócratas, esto es, los políticos postmodernos, no tienen rostro. A1 menos el político tradicional tenía que dar a su clientela política alguna explicación de sus actos, el tecnócrata no da razones, sólo beneficios a quien le paga. Los grandes actos de corrupción de esta ultima década, como el caso Banesto en España o el caso Banco Nación en Argentina, fueron llevados a cabo por tecnócratas y no por políticos.

La caída del Muro de Berlín no sólo arrastró a la Unión Soviética, sino también a la democracia liberal y al político clásico, imponiendo en forma imperceptible a la democracia procedimental y al tecnócrata.

Hoy para todos aquellos que hemos planteado y defendido la realización de la democracia participativa el camino es doble: Puesto que para el neoliberalismo postmoderno no rige como para el capitalismo liberal de años atrás la preocupación por el desempleo y la marginalidad. No le preocupa la inclusión de las mayorías en el mercado de trabajo ni de consumo. Su lógica es la de la exclusión y así, descarta mano de obra y mayores de consumidores. No le interesa generar mayores fuentes de trabajo -que siempre traen problemas y costos- sino, concentrar dinero en menor numero de consumidores, que compensan con sus abultadas compras el mayor número de clientes, antes buscados.

En la democracia procedimental de nuestros días esta lógica de la exclusión funciona concentrando el poder político y económico en muy pocas manos. Así los funcionarios cuando renuncian o son renunciados no se retiran, como antaño, a sus casas sino que son reubicados en otros puestos. La concentración de poder y riqueza destruye rápidamente la clase media creando una sociedad de dos velocidades: los muy ricos y los muy pobres, cumpliéndose así el principio que dice: a mayor privatización de la riqueza, mayor socialización de la pobreza.

En la democracia procedimental, el estado, vaciado de todos sus aparatos de poder, vía privatización de las empresas publicas, vía anulación de sus reparticiones, dejó de lado los tres principios que lo constituían: la idea de bien común como principio de finalidad; la idea de solidaridad como principio de integración y la idea de subsidiariedad como principio supletivo. Quedando así reducido a simple "regulador de los contratos jurídicos y a represor de los sectores descontentos" (2), No llega ni siquiera, como en el antiguo capitalismo liberal, a estado gendarme que garantizaba la seguridad de las personas y la propiedad privada. Hoy la seguridad es "cosa privada" y la propiedad privada esta "socializada en los countries", esos castillos modernos sitiados por barrios paupérrimos.

Jean Jacques Rousseau, teórico indiscutido de la democracia liberal, escribió dos suplementos al Contrato Social referidos a la forma de gobierno que deberían darse Polonia y Córcega, donde hace hincapié sobre la importancia que debe otorgársele a la historia, la religión, las costumbres, la economía y la educación de cada pueblo antes de establecer cualquier maquinaria de gobierno. Esto no sólo no ha sido tenido muy en cuenta por el liberalismo político sino, lo que es mas pernicioso aún, es absolutamente ignorado por la democracia procedimental postmoderna.

Este desarraigo brutal del régimen político por antonomasia de nuestros días provoca contradicciones tremendas que se manifiestan como injusticias flagrantes y permanentes ante la cual a los perjudicados, que son las grandes mayorías, sólo les queda la resignación o la reacción violenta. Existe también una tercera vía, mucho mas árida, lenta y esforzada que es trabajar en la formación de cuadros políticos munidos de convicciones axiológicas. Una tarea eminentemente metapolítica.
Alberto Buela

(1) Buela, Alberto: Aportes al pensamiento nacional, Buenos Aires, Ed. Cultura et Labor, 1987, pag.51: "La democracia liberal se ha definido siempre como el sistema a través del cual, el vehículo o vocero de la sociedad civil ante el gobierno es el partido político. De ahí que, peyorativamente, se hable de "partitocracia demoliberal". Mientras que en la democracia social no sólo es el partido político el vocero de la sociedad civil ante el gobierno, sino también todas aquellas organizaciones libres que el pueblo se da a sí mismo; sean cámaras, asociaciones profesionales o sindicatos. En una palabra, son los cuerpos orgánicos reconocidos por su representatividad social, los que participan en la construcción de la decisión política".

(2) Betto, Frei: Neoliberalismo, la nueva fase del capitalismo, en revista América Nuestra N° 8, La Habana, 1997 *


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