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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Los Mapuches y la Identidad Chilena.

Al igual que las demás naciones iberoamericanas, Chile debe reconocer y asumir su raíz mestiza, tarea que a menudo pareciera pendiente.
Los indígenas fueron considerados aptos para alcanzar la salvación y, como tales, hijos de Dios, consideración que, en contraste, no compartieron otras potencias europeas en cuyas colonias el mestizaje fue rara excepción.
Desde hace unas décadas, la migración se dirige principalmente a Santiago. Hoy más del 40% de la población mapuche vive en la capital, esto es sobre 400.000 personas, que mantienen su vínculo de origen y autoidentificación mapuche
La alta vulnerabilidad de estos sectores "outsiders" ha generado una red internacional de organizaciones para el financiamiento de acciones de protestas y movilización social. En el caso chileno y la cuestión mapuche, no son casualidades la presencia de extranjeros en acciones de reclamo de tierras y la intención de conectar la problemática mapuche con la de otras situaciones de agitación indígena en Hispanoamérica.
Debemos reconocer y valorar debidamente el aporte étnico indígena, como el hispano, adqui-riendo conciencia de que el mestizaje es un rasgo connatural a nuestra chilenidad, comenzando a desterrar en nosotros mismos y luego, persona a persona, actitudes discriminatorias.
Junto a un cambio personal de actitud frente al indígena, son necesarias políticas sociales que, abandonando el paternalismo y la demagogia, permitan que la pobreza no continúe prevalecien-do en la población indígena.

Lamentable, Chile se ha visto enfrentado en el tema mapuche a movilizaciones violentas, tomas de terrenos y otras actividades que agitan nuestra sociedad, lo que ha motivado una preocupación , tal vez tardía, respecto de la unidad nacional y un Chile en paz. Sin embargo, debemos reconocer que, histórica-mente, los diversos ámbitos de la comunidad nacional no hemos prestado atención a la problemática mapuche, más aun, el desdén y la ignorancia al respecto son señales palpa-bles que han acentuado cierta discriminación, ayer y hoy, hacia el sector indígena por parte del resto de la sociedad chilena.

Conocer un poco más acerca de quienes somos nos permite entender, en cierta medida, este actual conflicto chileno-indígena, y buscar soluciones reales y despolitizadas, mirando el problema desde un punto de vista humano e histórico.

Si alguna sorpresa causaron en Chile los resultados del último Censo, realizado en 1992, fue el que ante la pregunta de autoidentidad indígena las cifras otorgaron 1.200.000 personas mayores de catorce años entre mapuches, aymaras y rapanuis. De ellas, casi un millón afirmó su autoidentidad mapuche. La sorpresa radica en que nuestra sociedad no ha querido ver la realidad indígena y por ello no esperaba cifras tan considerables.

IBEROAMÉRICA MESTIZA

Por lo general, los extranjeros europeos o asiáticos, y en especial los estadounidenses, miran a los países americanos situados al sur del Río Grande como naciones de cierta homogeneidad étnica y cultural, como pueblos surgidos principalmente del mestizaje entre los conquistadores españoles y las diversas etnias indígenas precolombinas. Esta visión bastante simplista, aunque tienda a no conformar a algunos chilenos, contiene una gran verdad que nos ha costado reconocer: Chile es un país mestizo al igual que Venezuela, Perú, Honduras y todos los países iberoamericanos. Más aun, compartimos mayoritariamente lengua y religión, y nuestras evoluciones históricas y características culturales son en gran medida, sino similares, muy comparables.

Las particularidades étnicas entre una y otra nación iberoamericana derivan tanto de las diferencias de los pueblos aborígenes y del grado de mestizaje generado durante la conquista, como de los distintos aportes externos. Esto implica diversos matices y grados de europeización o de permanencia cultural indígena, que no siempre tienen su causa en la cantidad, sino también en el grado de desarrollo y localización de las culturas precolombinas, así como en las características propias de los procesos históricos de cada región. Es por ello que los matices de diferencia entre los pueblos latinoamericanos son observados por éstos como distintivos de sus propias nacionalidades, mientras que el extranjero no hispanoamericano lógicamente no logra percibirlos o considerarlos debidamente.

Lo anterior nos permite afirmar que, al igual que las demás naciones iberoamericanas, debemos reconocer y asumir nuestra raíz mestiza, tarea que a menudo pareciera pendiente. No se asusten algunos: ¿acaso existe alguna nación fundada en la pureza étnica? Aquellos que peregrinamente la pretendieron en este siglo acabaron generando un holocausto. Toda supuesta pureza étnica es una falacia, más aun en una sociedad global y a las puertas del siglo XXI. De hecho, los propios españoles no son más que la fusión de los más variados pueblos: celtas, íberos, griegos, cartagineses, romanos, fenicios, judíos, godos y árabes, y, análogamente, ello lo podríamos extender a las principales naciones del orbe. Renegar de nuestra condición de nación mestiza ante la pretensión de que no se nos compare con naciones hermanas, en donde el componente indígena sería mayor y más evidente, raya en lo ridículo y en la mayor de las ignorancias e injusticias históricas.

Es necesario agregar que, si el aporte hispánico es, junto al indígena, el decisivo en la constitución de nuestras naciones hispanoamericanas, éstas, en distinto grado, se han nutrido durante su historia de otros contingentes étnicos. Entre ellos aparecen el africano o el de otras naciones europeas, como, por ejemplo, en Chile el aporte británico en Valparaíso y el alemán en el sur, así como el de una diversidad de etnias durante los siglos XIX y XX, entre ellas árabes y asiáticas. Estos aportes en nuestro país pueden considerarse anexos ante el componente básico hispano-indígena pues, en general, se han asimilado a la cultura que los recibe, sin modificarla más que accidentalmente.

Reconocer y asumir nuestro origen hispano-indígena, con dignidad y orgullo, es un paso esencial para caminar con solidez hacia el futuro y, por ello, previo y fundamental para comprender, asumir y dar solución a la problemática mapuche. Ignorar nuestras raíces es pretender mutilar el ser nacional.

EL MESTIZAJE AL NORTE DEL BÍO-BÍO

El período hispano dio origen a un proceso creciente de doble mestizaje, biológico y cultural. El español en los comienzos de la conquista viene sin mujer, lo que facilita el matrimonio o la unión libre con la mujer indígena. La Iglesia y la Corona favorecieron sin prejuicios étnicos el matrimonio. Por su parte, la pauta aborigen de la poligamia y la escasez de mujeres hispanas, facilitaron la unión libre. Los mestizos aumentan rápidamente. A fines del siglo XVI fue posible legitimar a los mestizos nacidos fuera del matrimonio.

La cosmovisión católica hispana no sólo acompañó al conquistador sino que ayuda a explicar el mestizaje. Los indígenas fueron considerados aptos para alcanzar la salvación y, como tales, hijos de Dios, consideración que, en contraste, no compartieron otras potencias europeas en cuyas colonias el mestizaje fue rara excepción.

La guerra de Arauco exigió la permanencia periódica de contingentes militares españoles, incrementando la sangre española. Desde mediados del siglo XVII, la vida de frontera fue consolidando relaciones más pacíficas que permitieron una reciprocidad indígena. La convivencia y cooperación entre los conquistadores y la población aborigen pacificada, estimulada por motivos militares o económicos, favoreció la extraordinaria asimilación étnica y cultural hacia marcos hispanos. La fundación de villas y ciudades en el valle central durante el siglo XVIII, junto al desarrollo material y la política de parlamentos en la frontera, generó la absorción de la población indígena de paz al norte del Bío-Bío. La fusión de razas se gestó en todos los ámbitos, ya rurales o urbanos. En el siglo XVIII el indígena al norte del Bío-Bío adquiere apellidos, vestimenta y costumbres hispanocriollas, habla castellano y los párrocos los bautizan. Ha surgido un pueblo nuevo, mestizo, diferente al de sus progenitores y con una clara impronta cultural hispana.

Los picunches, de lengua mapuche (mapu-dungun), habitantes de la zona centro sur de Chile, constituyeron el principal aporte indígena en el proceso de asimilación étnico-cultural recién descrito. Las escasas referen-cias coloniales coinciden en señalar los rasgos predominantemente españoles en el mestizo, sector que se va transformando de forma acelerada en el más numeroso de la población chilena ante sus progenitores hispano-criollos o indígenas. El huaso y el roto son tipos humanos que dan prueba del mestizaje connatural a nuestra chilenidad, proceso que involucra, en mayor o menor medida, a todos los ámbitos sociales.

EL MESTIZAJE AL SUR DEL BÍO-BÍO

Durante el siglo XVI, los mapuches detuvieron la expansión hacia el sur del imperio inca y, muy pronto, se vieron enfrentados al avance de la conquista hispana. A Pedro de Valdivia, quien primero concibiera Chile como una unidad territorial y política, su afán, en 1553, le costaría la vida. La conquista se detuvo en el Bío-Bío, no sin un período de guerra hasta mediados del siglo XVII, fruto del intento reiteradamente fracasado de controlar el territorio de la llamada Araucanía. A partir de entonces, surge una política de statu-quo, conocida como de parlamentos, que se extiende hasta avanzado el siglo XIX. Es la época de la frontera, que dio origen a relaciones más pacíficas, no exentas de tensión y riesgo, donde el comercio y el mestizaje favorecieron la transculturización. Por su parte, los propios mapuches, por motivo de la guerra hasta la mitad del siglo XVII y luego, fruto de la vida de frontera, desarrollaron constantes vínculos entre los distintos linajes. A su vez, la expansión transcordillerana, que les permitió el caballo, generó que particulares distinciones mapuches, de las diferentes zonas, se fueran amortiguando por efectos de la vida fronteriza, su expansión hacia las pampas y la presión hispano criolla.

A diferencia de los pueblos indígenas del centro de Chile, que rápidamente se fusionan fruto del mestizaje y de su disminución, inicialmente fuerte a causa de las enfermedades y del trabajo en las minas, los mapuches del sur del Bío-Bío mantienen la frontera, no sin sacrificio, hasta fines del siglo XIX. El mestizaje con el mapuche en esta zona fue así menor, por la guerra de Arauco y la tardía ocupación del territorio al sur del Bío-Bío. Sin embargo, se produjo lentamente y fue aumentando poco a poco, en la medida que la sociedad de frontera se afianza y va desarrollando sus vínculos comerciales y étnicos a partir de la mitad del siglo XVII y durante los siglos XVIII y XIX. La incorporación del territorio o "pacificación" realizada tan sólo en la década de 1880-90, con el regreso de los contingentes militares de la Guerra del Pacífico, pese a establecer primero reducciones y luego comunidades, permitió y desarrolló un considerable mestizaje del mapuche en la zona sur y, ya en el siglo XX, en las nuevas ciudades, fruto de la creciente migración indígena a ellas. Desde hace unas décadas, la migración se dirige principalmente a Santiago. Hoy más del 40% de la población mapuche vive en la capital, esto es, sobre 400.000 personas, que mantienen su vínculo de origen y autoidentificación mapuche.

GLOBALIZACIÓN POLÍTICA

La caída del muro de Berlín y el derrumbe de los socialismos reales en Europa del Este ha generado un cambio en los componentes del discurso de algunos sectores ideológicos que curiosamente ha repercutido en el ámbito indígena.

La dialéctica opresor-oprimido, que para Marx se centraba en la explotación del obrero industrial por parte del capitalismo, en esta década toma nuevos rumbos ideológicos trasladándose hacia sectores "outsiders", al margen del "establishment" de la democracia de mercado. Entre estas "nuevas víctimas de la explotación" destacan etnias susceptibles de discriminación, en especial las minorías indígenas. Es en ellos donde encuentran sig-nos de marginalidad y caldo de cultivo para, sino la lucha de clases, sí poder generar una dialéctica de víctima-victimario, con la que se pretende reanimar una ideología históricamente fracasada.

La alta vulnerabilidad de estos sectores "outsiders" ha generado una red internacional de organizaciones para el financiamiento de acciones de protestas y movilización social. En el caso chileno y la cuestión mapuche, no son casualidades la presencia de extranjeros en acciones de reclamo de tierras y la intención de conectar la problemática mapuche con la de otras situaciones de agitación indí-gena en Hispanoamérica. Lo anterior es una voz de alerta ante los acontecimientos de los últimos meses, cuyas perspectivas de creci-miento indefinido tienden a agravar el pro-blema hacia ámbitos impensados hace muy poco tiempo.

Se trata de llamar la atención sobre un problema que debe considerarse con la mayor seriedad en el ámbito de las políticas sociales y en la revisión de la ley indígena. Es difícil, sin embargo, que la cuestión mapuche encuentre solución en propuestas paternalistas, en la peligrosa demagogia de la supuesta relación opresor-oprimido, o en la magnificación de deudas históricas. Más bien, la solución va por la vía de estimar y asumir la existencia del problema con una actitud positiva de diálogo y cooperación, de asumir a Chile uno y vario, con respeto y orgullo por nuestras minorías.

GLOBALIZACIÓN ECOLÓGICA

Otra de las aristas de la cuestión mapuche es su vinculación con corrientes culturales de plena actualidad, en particular, con la llamada ecología profunda. La visión cristiana del hombre como criatura superior que puede y debe usar la naturaleza de un modo racional y, por lo tanto, responsable en pos de una mayor realización y perfección personal y la de su descendencia con un fin trascendente, ha sido sobrepasada, en los dos últimos siglos, por otra que estima al hombre como ser supremo, única medida de todas las cosas y que, como tal, puede usar o abusar de la naturaleza en busca de su goce inmediato e ilimitado, sin una actitud de responsabilidad ante sus contemporáneos, ni menos, frente a las generaciones que vendrán. La acción de ésta última tendencia ha generado el deterioro creciente y palpable de nuestro medio ambiente.

Ante ello, la reacción inicialmente comprensible del ecologismo profundo, sin embargo, ha confundido las dos anteriores corrientes, al estimar al cristianismo, a la ciencia moderna y al capitalismo como íntimas generadoras del colapso ecológico de nuestros días. Su propuesta implica un cambio radical en nuestra manera de ver la naturaleza, y al hombre dentro de ella. Su solución estaría en un nuevo paradigma cultural, contrario a nuestras raíces cristiano-occidentales, el cual requeriría de nuevas fuentes de inspiración, entre las que destacarían las culturas indí-genas. Ellas les permitirían "reordenar" la relación del hombre con la naturaleza.

El ideario de la ecología profunda demoniza la tecnología al considerarla un mal en sí misma, que lleva dentro de sí el germen de destrucción de la naturaleza. La tecnología dejaría así de ser neutral y pasa a ser el adversario a combatir en pos de la defensa de la "Madre Tierra". La estructura económica capitalista, por otra parte, generaría en la óptica ecologista, una dinámica de costo beneficio para mantener la producción, de la cual no se podría evadir el ser humano, con el necesario efecto final de sobredimensión del consumo y depredación de la naturaleza. El ecologismo profundo nos llama, así, a aban-donar las estructuras económicas para aden-trarnos en un horizonte de utopía tribal.

El indígena, siguiendo la visión de la ecología profunda, ha sido la víctima sitiada por este orden "injusto". La empresa y la tecnología habrían protagonizado una "guerra mundial contra los indios" y éstos "desearían" quedarse fuera del sistema. Si este proceso nos está conduciendo al abismo, por la destrucción de la naturaleza, los indígenas, por su visión cultural de armonía con ella, no nos querrían acompañar al despeñadero. Lo dramático es que aquellos indígenas que interactúan en pos de mejores condiciones de vida con la sociedad que los rodea, pasan para los ecologistas a ser traidores, aun cuando pretendan preser-var su cultura. Pareciera que el ecologismo profundo termina por considerarlos como ratas de laboratorio, modelos de su utopía natural, de su jardín del edén, sin luz eléctri-ca, agua potable etc. ¿Acaso no es posible una mejor condición material sin abandonar un legado cultural?

La cosmovisión de la ecología profunda, de haber podido constituir un conveniente correctivo a acciones irresponsables, se afirma, en cambio, como una respuesta radical que genera la deificación de la naturaleza y utiliza interesadamente rasgos culturales indígenas, sin favorecer en ellos su concreto y real mejo-ramiento espiritual y material.

CONCLUSIONES

1. Iberoamérica, y por lo tanto Chile, tienen un componente étnico hispano-indígena esencial. Ignorarlo o despreciarlo ha sido el principal rasgo que acredita nuestra falta de identidad.

2. Por ello, debemos reconocernos y valo-rar debidamente el aporte étnico indígena, como el hispano, adquiriendo conciencia de que el mestizaje es un rasgo connatural a nuestra chilenidad, comenzando a desterrar en nosotros mismos y luego, persona a persona, actitudes discriminatorias, lamentablemente abundantes en nuestra historia, pasada y re-ciente, no exclusivas de sectores dirigentes, sino presentes ayer y hoy en los ámbitos sociales más variados.

3. La minoría mapuche tiene todo el derecho a preservar sus formas culturales, por lo que debemos generar las vías de mantención de las mismas, ya que forman parte de nuestro patrimonio cultural. Ello favorecerá el punto de identidad nacional y permitirá un sano orgullo, escaso también hoy en el ámbito mapuche. La unidad no tiene por qué ser uniformidad, debiera, en cambio, vitalizarse con la legítima diversidad.

4. Junto a un cambio personal de actitud frente al indígena, son necesarias políticas sociales que, abandonando el paternalismo y la demagogia, permitan que la pobreza no continúe prevaleciendo en la población indígena, lo que generará mejores condiciones materiales que faciliten vínculos comunes de real integración.

5. Es conveniente evitar que situaciones de conflicto se vean instrumentalizadas por intereses ideológicos externos e incluso internos, que tienden a no facilitar vías de entendimiento y cooperación sino, por el contrario, a agitar y ensanchar las distancias del resentimiento y el odio. La dialéctica opresor-oprimido no favorece vías de solución, sino de agudización de los conflictos.

6. El respeto por una ecología humana es la razonable respuesta al sucio y degra-dante escenario de nuestro medio ambiente. La ecología profunda, en cambio, pasa a ser una reacción radical que compromete el futuro de la humanidad al entregarnos a un naturalismo utópico que utiliza a los indígena.


Fundación Chile Unido.


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