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Algunas reflexiones jurídicas sobre el aborto Indice de Revistas Menéndez Pelayo: estudioso del alma de la España eterna

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Las razones que nos mueven a entrar en la vida pública.

Ante la política pueden adoptarse tres posturas: la escapista, la de inmersión y la trascendente. En una visión sucinta de las tres posturas veremos como la última es la acertada.

-La postura escapista, en su planteamiento más elevado, se adopta ante una consideración de tipo escatológico o sobrenatural. Si nuestro paso por la vida temporal es efímero, si no somos ciudadanos del mundo, si nuestra patria verdadera y definitiva no está aquí sino en el cielo, dedicarse a la vida pública, que afecta a lo temporal y a las cosas de este mundo, equivaldría a malgastar nuestro trabajo en lo pasajero. La seriedad nos exige, pues, que abandonando la política, pongamos nuestra atención en el más allá, teniendo como ocupación y mira no al mundo sino al cielo.

-La postura de inmersión parte de que la eternidad se nos queda muy lejos y pertenece al orden separado y distante de lo divino, en tanto que lo temporal es lo nuestro, el marco en el que el hombre se forja a sí mismo (se realiza) y moldea la sociedad en que vive (construyendo un sistema político).

Conforme a esta postura, distraerse con lo eterno equivale a una completa alienación de la realidad en que vivimos y estamos, y que nos ha sido dada. Aun no poniendo en duda que lo eterno exista, el orden de la creación permanece separado y alejado de la eternidad, y tiene su propia ley y su propio destino. Pues bien, siendo ello así, de acuerdo con esa ley propia y ese propio destino, es decir, desde y en la independencia de lo temporal -y dejando aparte cuestiones de conciencia, de puro valor intimista-, el hombre debe entregarse de bruces, por inmersión, y sin otras consideraciones, en el quehacer político.

-La postura trascendente contempla lo creado en el tiempo como algo que no muere del todo en el tiempo y con el tiempo pues habrá "una tierra y un cielo nuevos", y por lo que hace al hombre, sabe que aquello que se siembra en la corrupción resucitará glorioso. Lo temporal, por consiguiente, se halla trascendido por la intemporalidad, como alga subyacente y teleológico, y de tal manera que aquello que del hombre desaparece -su carne- lo es por puro desfallecimiento, que deja indemne la inmortalidad del espíritu. La ley y el destino propio de lo creado -y, por ello, de la sociedad y de la política- le hace autónomo pero no independiente.

La Política se ordena a lo que se llama el bien común, y el bien común abarca no sólo la vida y la calidad de vida temporal del hombre, sino la totalidad de su ser trascendido por la inmortalidad. De aquí, por ello, que la Política, al servicio del bien común, requiera no sólo armonía, sino subordinación jerárquica de lo temporal al destino último del hombre.

La postura escapista tuvo su proclamación en una frase que se hizo célebre en algunos círculos: «Nada, ni un céntimo, para la política. todo, hasta la vida, por la Religión.»

La postura inmersionista transforma el medio en fin, y acaba aprisionando y esclavizando al hombre que entra en el juego político y lo acepta como carrera y con sumisión, a veces degradante.

La postura trascendente hace del político llamado vocacionalmente y no profesionalmente a la tarea, un servidor, que sabe distinguir entre el finis operis, es decir, entre el objeto de la política, como gobierno y dirección de la comunidad, y el finis operantis, es decir, como medio encaminado a construirla de tal modo que, funcionando con la mayor perfección posible las instituciones integradoras, lejos de ser un obstáculo, favorezcan y estimulen el logro por el hombre de su plenitud en el tiempo y en la eternidad.

Creo sinceramente que si nos movilizamos en la vida pública por la causa es por la sencilla razón de que asumimos la tercera postura; vocación que ha de enfrentarse con España, comunidad política, de la que somos parte y a la que pretendemos y deseamos vocacionalmente servir.

La España de hoy parece no ofrecer un aspecto propicio para ser optimistas. Unas autoridades corruptas, unas instituciones debilitadas, y un pueblo convulso y desilusionado. Y en torno, las amenazas crecientes de la inseguridad pública, de la pobreza y de la degradación moral. La unidad histórica de la Patria se cuartea, desde la ley básica de la Nación y como fruto de una torpe política desintegradora.

Por ello debemos rechazar la postura escapista. No desertar del quehacer en la vida pública, refugiándose en un espiritualismo desencarnado, que haría reír a Santa Teresa, pero tampoco bajo el pretexto de la indiferencia pasota que busca el placer como único fin, o del egoísmo aislante que aspire a una dedicación a lo suyo.

Si llevamos en las entrañas el llamamiento vocacional de servicio, hemos de rechazar el escapismo y la inmersión, pues no debemos convertirnos ni en desertores ni en cómplices. Debemos aspirar a combatir y a sacrificarnos por una Fe que nos obliga a ganar su cielo en la tierra, por una Patria, que hemos recibido de los padres como un legado, que debemos entregar más grande y más bello a los hijos, que ha cumplido una gran misión en la Historia y que tiene una gran misión que cumplir en el futuro; por una Justicia que haga a los españoles fraternalmente solidarios, que les asocie en la empresa común de continuar y mejorar su economía, su cultura y su vivencia de lo eterno.


P. Perez.


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