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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Las ideas claras.

En España importan las esencias infinitamente más que los accidentes; lo que una cosa - una idea - es, está por encima de cómo se nos presenta

Supongo que se las llama así no por transparentes sino porque arrojan luz sobre las cosas. En el mundo, además, sólo hay ideas claras, porque las confusas u oscuras no suelen serlo, sino sucedaneos de ellas.

Algo pasó con la teoría de la Relatividad que, en lo físico, desató las fuerzas sólidas del átomo y, en lo intelectual, terminó de romper en este siglo la posibilidad de creer en las ideas sin sombra de duda.

El que todo sea del color del cristal con que se mira, insigne despropósito, sólo quiere decir que el color de la cosa cambia, pero no la cosa. El miedo a creer, el temor de aparecer como un extremista por el solo hecho de no dudar sobre algo, es uno de los miedos más nefastos de nuestros días y de los más explotados por la desinformación.

Me asusta el político, me asusta el intelectual que, discutiendo con otro, afirma previamente que ambos pueden tener razón, lo que sin duda equivale a que no la tiene ninguno. Este es uno de los inventos que nos asolan: la insistencia en que todo puede ser verdad, que el español percibe a la inversa: todo puede ser falso.

A España no se la puede pintar con tonos pastel, porque es Patria de claroscuros. Todo lo que no es verdad es mentira o está en camino de serlo. Así razonamos, con perfecta lógica. O lo blanco o lo negro. Lo intermedio puede ser o no una equivocación, pero siempre acaba resultando erróneo.

No me asusta que las cosas sean así. Me parece muy útil ir por la vida sabiendo a qué atenerse y me resultan unos falsarios los que apelan siempre al «sí, pero» o al «no, sin embargo...» De este modo quizá es más difícil explicar la realidad, pero, una vez hecho, no quedan dudas. Quizá se pierden unas precisiones entre lo blanco y lo negro, pero jamás se extravía la esencia de las cosas.

Y esa es la razón de este aparente extremismo: en España importan las esencias infinitamente más que los accidentes; lo que una cosa - una idea - es, está por encima de cómo se nos presenta. Y la única forma de llegar a la esencia, de atraparla y darla a conocer es con la sencillez: no otra cosa es lo tajante. Lo sencillo de la cosa es la cosa misma. Lo sencillo de la idea es la idea. Las medias tintas tienden a oscurecer, tienden a disimular, y en España las reconocemos como artimañas: estamos prevenidos contra ellas. Ahí tenemos nuestro dicho universal: la mentira tiene las piernas cortas.

También en esto la política actual opera contracorriente: prefiere la penumbra; huye de la definición precisa y de tomar partido definitivo que es, por contra, lo que mejor convence al español: ya de izquierdas, ya de derechas, ya solamente de España. Ni blanco ni negro hoy: es preferible la duda. Para el político es preferible extender la inseguridad. Hasta la democracia es aquí una permanente duda sobre el objetivo, sobre la solución, sobre todo.

Tener las ideas claras es, por lo tanto, una especie de insulto democrático. El señor que no duda, vienen a argumentar, es tonto, fundamentalista. ¿Y por qué es tonto? Sencillamente: porque cree haber encontrado alguna verdad y está dispuesto a seguirla, pese a que la verdad democrática no existe por definición, ya que la verdad se modifica por la opinión electoral..

Pero en España, para desgracia de la misérrima clase política, para convencer hay que estar convencido y para arrastrar hay que estar al servicio de lo superior. El dubitativo, el que admite que quizá yerra, no despierta confianza y todos sabemos, además, que por dentro cree tener razón pero sin el coraje de decirlo. Por lo tanto, miente.

Las ideas claras, al pan, pan y al vino, vino, no asustan a la gente pero sí a quienes dicen ser sus representantes. está claro: España quiere las cosas exactas, bien definidas, mientras que sus falsas minorías las temen.

Pero, vamos a ver: ¿Cómo puede un hombre dudar de lo que cree? de lo que piensa, sí. De lo que cree... Hay una única respuesta: sólo se duda de lo que no se cree y, por eso naturalmente, sólo los hombres de fe pueden triunfar de sus empresas.

Arturo Robsy.


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