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La Tontería y los Tontos en el Análisis de Tomás de Aquino Indice de Revistas Sao Tome e Príncipe, las islas desconocidas de Africa

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Patria y acción.

España ha dado respuestas propias en cada época. Algunas absolutamente rotundas y otras extremadamente sutiles. Es hora también de analizar la sutileza española, aquello que sucede cuando parece que no está sucediendo nada

Las Patrias, por antiguas que sean, por modernas que parezcan, son creación del hombre, desde los primeros y lejanísimos que las empezaron a los últimos vecinos nuestros con los que compartimos problemas, dificultades, éxitos, fracasos y, ¿por qué no?, discordias.

Las Patrias, pues, tienen un motivo y una utilidad, y deben de disponer de una serie de elementos capaces de generar, por diferencia entre ellos, tensiones que movilicen a los hombres de cada hoy para que lleguen, alguna vez, los hombres de cada mañana.

Con esto se quiere insistir en que la Patria es, siempre, un sistema previo a cualquier sistema político y, siendo un modelo de percepción compartida del mundo, lo es también de aspiraciones colectivas y de relaciones básicas de los individuos que devienen en personas. Cuando apoyamos en lo común compartido, en la Patria, el peso de nuestras decisiones, es evidente que usamos a España como herramienta además de como concepto.

Actuar desde España es, pues, la única forma de hacer futuro. Actuar desde el sistema político previo a cualquier política, que es España, es siempre una creación. Hacerlo, en cambio, exclusivamente desde la política, es ignorar que España es una realidad anterior a cualquier ideología, con contenidos culturales además de sociales y, en general, tan variados como la humanidad misma.

Pero, ¿cómo es posible actuar desde España siempre? Haciendo un esfuerzo por entender. Comprender -en idea de Gracián- es señorear, y, en cualquier caso, ser más libre al ser más dueño de la situación y de las decisiones. Esto casi equivale a actuar, en lugar de con una duda metódica, con una metódica confianza en lo que es España y en lo que debe ser hecho, de acuerdo con ella, para servirla.

Si actuar es imprescindible para el individuo, también lo es para el conjunto de ellos que comparten historia, presente, cultura y trascendencia, de modo que es tan preciso esforzarse por descubrir las circunstancias personales como las colectivas antes de tomar decisiones y actuar. Es preciso estudiar cuidadosamente a España desde las más variadas posiciones españolas para conocerla a través de sus actuaciones pasadas, y en ellas hallar el método colectivo mediante el que hemos hecho frente a los acontecimientos históricos.

Porque España ha dado respuestas propias en cada época. Algunas absolutamente rotundas y otras extremadamente sutiles. Es hora también de analizar la sutileza española, aquello que sucede cuando parece que no está sucediendo nada, esos «tiempos muertos» en que la nación parece conformarse con su destino y permite que hombres de escasa categoría, en gran medida ajenos a la problemática española, ocupen el poder y digan gobernar.

Son, creo, momentos en que el desconcierto conduce a la meditación colectiva; momentos -en los que se fragua el cambio real que, posteriormente, llega a manifestarse o bien en creaciones colectivas o bien en colectivas salvajadas que sólo indicarían la incapacidad de comprender lo que está sucediendo, el fracaso momentáneo de ese continuado señorear sobre lo que conocemos.

España misma es un método de supervivencia y, por lo tanto, un método de cambio. Lo peor que le puede suceder es que ese método sea interrumpido por circunstancias extraespañolas, como la U.E hoy. Parte de ese método parecen ser, justamente, los «tiempos muertos», los momentos en que se suspende la creación colectiva y se apela a lo caduco para responder a las desafíos del tiempo en presente. Como ahora nos sucede.

Es entonces cuando algo empieza a asimilarse, cuando se filtra hasta lo español lo añadido por otros y se interpreta de un modo nuevo. Hoy, por ejemplo, España está tratando de averiguar lo que cree del Poder. También está planteándose la eterna cuestión de si la política es para España o España para la política. Las tradiciones españolas cargan hoy con la critica a la que las somete el cambio de época a la vez que con el intento de sustituirlas por otras tradiciones que no tuvieron aquí su origen.

Imagino que este silencio español empieza a encubrir un intenso momento de creación. Todos los españoles, con independencia de ideas, estamos sometiendo a crítica profunda a la sociedad actual, que cruje y se tambalea en ausencia de respuestas oportunas. Estamos sometiendo a crítica a nuestras instituciones, a nuestros hombres públicos y a lo que dicen representar. También al mundo entero , que aceleradamente cambia sin que, de momento, se nos indique la dirección.

No es España nación de Revoluciones y, de hecho, ninguna ha triunfado aquí, a pesar de que todas ellas han modificado, más tarde, a España, pero jamás con una transformación rápida y radical. Cuando la transformación exigida se ha pretendido llevar a cabo por la fuerza y con prisas, siempre ha causado una guerra, lo mismo que cuando la transformación pretendida ha sido parcial y doctrinaria.

Tal vez -incluso mediante la guerra- España tiende a la armonía, al equilibrio en el desarrollo, y por eso la Revolución Burguesa sólo fue posible aquí cuando se hizo a la vez que la Revolución Proletaria, convirtiéndose en el Desarrollo, que evidentemente supo crear burguesía junto con clases medias, y pudo producir fortunas sólo gracias a que pudo también repartir mejor la riqueza.

Es, sin embargo, un poco arriesgado concluir que España no es capaz de cambios rápidos, porque evidentemente es capaz de rápidas corrupciones, aunque a lo mejor ambas cosas no son más que aspectos de una misma realidad: al modificarse más lentamente nuestra sociedad, al no ajustar su paso al ritmo del cambio que se da en otras naciones que ejercen sobre nosotros considerables influjos culturales y políticos, muchos españoles (pero no España) se despegan de nuestra realidad cultural para asimilar individualmente -y mal- los cambios que vienen de fuera.

Y surgen así nuestras periódicas crisis de valores, en que una parte de españoles se pasa del límite mientras que la otra no llega a él en forma ninguna, con lo que involuntariamente se establece (entre tesis y antítesis) la necesaria tensión que se resuelve en síntesis más pausada y serena.

Ciertamente España tiene su método para el cambio y su antimétodo para la revolución. El cambio sucede siempre despacio. La revolución no sucede nunca, aunque para ello sea preciso recurrir a la guerra, no por voluntad de unos pocos, sino por decisión de grandes mayorías.

Los acelerados procesos de renovación no duran mucho y, hasta la fecha, han perecido, víctimas de las tensiones que generan. Sin embargo todos consiguen modificar España, aunque casi nunca del modo previsto por los revolucionarios. Una República clasista -quiero decir que asentada en la diferencia de clases-, con una oposición monárquica y conservadora, trajo una sociedad en trance de superar las clases, que transformó por igual a los elementos conservadores que al proletariado. Es un ejemplo, pero significativo.

Entonces, ¿en qué se va a convertir España en los próximos años? Por lo pronto, la Democracia Liberal se transformará en algo bien distinto; el Capitalismo, también; y, aun cuando esto se aproxima más a la profecía que al análisis, la modernidad española traerá las libertades que ahora se proclaman sobre el papel, cuando el Estado asuma las funciones de los Partidos y no los Partidos las del Estado.

A.R. Tessie


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