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Tontos con herramientas.

De acuerdo a un dicho popular norteamericano, "los tontos, con herramientas, siguen siendo tontos" (fools with tools are still fools). La fuerza de estas palabras puede ser difícil de traducir completamente a otro idioma que no sea el inglés norteamericano. Pero en su ironía directa, sencilla, enseñan una lección importante: las herramientas nos pueden dar poder sobre lo que nos rodea, pero no nos dan el carácter y la prudencia para usarlas bien

Un tonto con una fábrica o una computadora o una pistola, o mil pistolas, sigue siendo un tonto. El poder no se justifica a sí mismo. Eso debe venir de otro lugar.

Comportarse como si fuera de otra manera es tan peligroso como ignorante.

Estoy escribiendo este artículo en las vísperas de otro probable ataque estadounidense a un nuevo país. Creo que tal ataque sería un grave error, tanto como una violación a la justicia así como una mala estrategia internacional.

Pero que el ataque finalmente ocurra o no, es irrelevante por el siguiente hecho: la proyección del poder global norteamericano no es en primer lugar un asunto militar. El verdadero poder americano es ejercitado a través de la exportación global de hábitos, símbolos, ideas y actitudes que derivan de su poder económico, que a su vez deriva del dominio estadounidense de la revolución informática que está barriendo el planeta.

Más aún, esta influencia continuará, y tal vez aumentará, sin importar cuál sea el resultado de la confrontación armada.

Voy a dar un paso más. Más allá del hecho de que hoy en día es la única superpotencia mundial, los Estados Unidos está sobrestimando seriamente lo que el poder militar puede lograr. En su libro «La Transformación de la Guerra» (The Transformation of War), Martin van Creveld sostiene que el poder militar de todas las grandes potencias actuales fue creado para combatir en un mundo que no existe más. Tiene razón.

Los escuadrones de portaaviones en el Golfo hacen grandes noticias televisivas para el público en los hogares. Pero son drásticamente inadecuados para infligir el tipo de daño necesario para quebrar a un país.

Las armas nucleares tal vez puedan lograr eso, pero su uso está excluido tanto por la censura mundial como por el miedo de que un ataque de ese tipo pueda disparar la respuesta de terceros, y extenderse.

En otras palabras, lo que hizo poderoso a los Estados Unidos durante la Guerra Fría -la amenaza de una disuasión masiva nuclear, junto con fuerzas militares y navales de primera calidad y de alta tecnología- es ahora en su mayor parte inútil en conflictos regionales, étnicos y religiosos, que son el rostro del futuro.

Por lo menos en el campo de batalla, los Estados Unidos arriesga convertirse en el único Goliat que queda, en un mundo de decididos Davids.

El tema de Creveld -y el futurista Alvin Toffler y otros estarían de acuerdo- es que la nación-estado, como lo hemos entendido por 300 años, ha sido minada por cambios económicos fundamentales. Está muriendo.

Sus formas e instituciones todavía existen, pero su influencia está declinando. Eso sonará a buenas noticias para quienes ven en las Naciones Unidas un saludable sucesor de los competitivos intereses nacionales del siglo 20. Pero no es así de sencillo. La misma Organización de las Naciones Unidas es una creatura de las suposiciones de las grandes potencias en la década de los '40.

Es el equivalente político de la manera como los escritores de ciencia ficción en los '30 se imaginaban el mundo de los '80, a través de un vidrio, oscuramente. A pesar de algunos modestos éxitos de la ONU y de muchos nobles intentos, ninguna superpotencia ha permitido que las Naciones Unidas se interponga en el camino de lo que ha percibido como sus propios intereses críticos.

Y siempre será así, porque la debilidad política está programada en el código genético mismo de la organización. Sus arquitectos la diseñaron como un foro y un árbitro entre las naciones-estado, no como un policía en serio.

Así, como es de esperar, las superpotencias la forzarán a un lado, o la forzarán a adecuarse a su voluntad. Regresemos ahora a lo que creo que es la fuente real del poder estadounidense: la influencia económica enraizada en el dominio de la actual revolución informática. Obviamente, estoy hablando aquí en términos muy amplios, porque todas las naciones desarrolladas contribuyen al actual crecimiento de la cultura de información.

Pero no es un accidente que, así como el griego de la koiné se convirtió en el idioma del comercio en el antiguo mundo del Mediterráneo, el inglés se ha convertido en la koiné de las nuevas economías basadas en el conocimiento.

Son principalmente la tecnología norteamericana, los chips norteamericanos, las fibras ópticas norteamerinanas, los satélites norteamericanos, los que están construyendo la red neurálgica de la nueva mentalidad global. De hecho, el analista de empresas

Peter Drucker sostiene que los Estados Unidos es la primera genuina «sociedad del conocimiento» en la historia, una sociedad donde la información, no el oro o el petróleo, es la fuente primaria de la riqueza. Si combinamos ese hecho con la observación hecha por Francis Bacon hace 500 años, que «saber es poder», podemos

Carlos Chaput.


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