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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

A la espera del cambio

La minoría de los hacedores de opinión carece por completo de interés alguno en contrariar las tendencias menos elevadas del pueblo. Antes bien, las estimula y celebra, pues carece de ambiciones formativas, a no ser que llamemos formación a la disolución moral

A través de la Historia, se pueden observar en las distintas civilizaciones, etapas iniciales de formación; luego, largos años, mejor siglos, de florecimiento y estabilidad; y, por último, la, al parecer, inevitable, aunque lenta, decadencia.

Tomando como ejemplo la civilización romana, deducimos que esta decadencia de los valores de la civilización no tiene por qué coincidir con la decadencia material, con la pobreza y la debilidad. Pues los largos siglos del pujante Imperio Romano estuvieron ya lastrados por el socavamiento y disolución de las virtudes austeras y nobles de la época republicana, como enseña Ortega y Gasset en "Una interpretación de la Historia Universal".

Algo idéntico está ocurriendo en esta época. Occidente nunca ha tenido más fuerza, riqueza e influencia política. Sin embargo, las raices cristianas de su civilización parecen estar carcomidas, sobre todo en Europa, su centro.

España no es una excepción. Por el contrario, debido a determinadas circunstancias históricas, y a una anomalía del carácter colectivo de difícil explicación, los rasgos degenerativos se acusan quizás con más evidencia en nuestra nación.

En estas circunstancias, es inevitable plantearse el problema de la posibilidad de una regeneración de la sociedad. Desandar el camino. Los mismos pasos que poco a poco nos llevaron al abismo, volver a darlos en sentido contrario. Algo que se presenta como muy arduo a primera vista.

Varias consideraciones al respecto resulta conveniente formular. La primera, respecto de la naturaleza del hombre. Ni ángel ni bestia, se ha dicho de él.

Efectivamente, observando las vidas individuales y la colectiva, histórica, podemos advertir esta alternancia, esta ambivalencia. Junto a períodos de la vida de los hombres, y también de la Historia, en que predominan, a veces abrumadoramente, la apatía espiritual, el amoralismo, el cinismo, el escepticismo y la indiferencia, existen otros lapsos de tiempo en que los recursos espirituales afloran en espléndidas reacciones. Esto es muy importante, pues apunta a ineludibles necesidades profundas del hombre, y a la imposibilidad, por tanto, de que la Humanidad pueda vivir permanentemente en una situación de desmoralización y de irreligión. No ha sido creada para esa posibilidad, y se puede pensar, en consecuencia, que se generará una transformación en un futuro más o menos próximo. Las dificultades que se oponen a ello por parte de las modernas estructuras políticas y de medios de comunicación, paradójicamente resultan una ventaja si estas estructuras son dominadas por fuerzas orientadas hacia el bien. Quizás por primera vez en la Historia podría conseguirse la reversión de un proceso de decadencia.

Otra consideración a tener en cuenta es la evolución de la sociedad en el sentido de "rebelión de las masas", denominación y diagnóstico de hace más de setenta años. Naturalmente, con el predominio de las masas, los valores del espíritu han perdido altura, y esto lo podemos comprobar en las artes, las letras y la religión, sobre todo desde hace cuarenta años. No es el momento de extenderse sobre este tema, sino constatarlo como una de las rémoras que en estos momentos históricos puede padecer un hipotético proceso de regeneración. Sin embargo, sigue en pie la constatación de que el hombre (todo hombre) es un compuesto no sólo de materia, sino de espíritu.

Debemos considerar de nuevo el factor mencionado antes: las modernas estructuras políticas ligadas al abrumador poder de los medios de comunicación. Esta situación no tiene precedentes en la Historia; y esto de forma tal, que así como se puede decir que en siglos pasados la evolución del pensamiento y las costumbres correspondientes siguió un curso más o menos natural (que no es lo mismo que decir conveniente), en los tiempos presentes se pueden forjar estados generalizados de opinión y pensamiento por medio del control mediático. Y todos sabemos en manos de quienes está ese control. Si nos referimos a España, en manos de qué clase de "izquierda" y de qué clase de "derecha"".

En términos generales, se puede decir que en los tiempos presentes se pueden acelerar mediáticamente los procesos de decadencia sociopolítica; y aún más, se pueden provocar. En cuanto a la operación inversa, teóricamente posible, tiene grandes dificultades de realización.

La minoría de los hacedores de opinión carece por completo de interés alguno en contrariar las tendencias menos elevadas del pueblo. Antes bien, las estimula y celebra, pues carece de ambiciones formativas, a no ser que llamemos formación a la disolución moral.

Surgida de un ambiente ya deteriorado, y, por tanto sin ideales elevados que exijan esfuerzo y rigor, sus objetivos se reducen a complacer a la masa, forjándola a su imagen y semejanza. El resultado es un círculo vicioso en que la situación decadente se retroalimenta. Y es muy difícil romper este círculo de hierro.

Sería necesario remover de sus puestos clave a los miembros de esa minoría citada. Pero, para ello, habría de contarse con la aprobación, con la complacencia del pueblo, puesto que no estamos hablando de un golpe de Estado. La clase política, por tanto, debería percibir con sus finas antenas electoreras signos de descontento, de aspiraciones no satisfechas, en esa masa a la que sirve y a la que procura suministrar el alimento ideológico que solicita (y que se le ha enseñado a solicitar). No es imaginable suponer que los hacedores de opinión pudiesen concertarse para forjar un cambio de dirección en el pensamiento de masas.

Aparte de que el olmo no puede dar peras, sería su sentencia de muerte de darse el milagro, pues el actual estado de cosas es precisamente el deseado por los poderes fácticos, es decir, por la plutocracia macrocapitalista. La exigencia de cambio debería iniciarse de abajo arriba y no a la inversa.

En Europa en general, y en España en particular, y aunque duela el decirlo, no se avistan señales ni indicios de la existencia de corrientes populares que simpaticen con el cambio. El circulo vicioso parece que no puede romperse. Sobre todo, en España no resulta concebible, al padecer un clima abrumador de signo negativo, debido a factores especiales antedichos.

Sin embargo, no podemos hacer caso omiso de lo que hemos apuntado sobre la naturaleza humana y sus exigencias espirituales.

La realidad ultramarina no es similar a la europea. Un antiyanquismo indiscriminado podría cegarnos a realidades dignas de consideración. La influencia cultural de Estados Unidos en el mundo occidental ha tenido aspectos nocivos, sobre todo en las cuatro últimas décadas. Quizás, devolvía, amplificada, la decadencia que ya había recibido de Europa.

Pero no es cuestión de discutir esto. Lo cierto es que allí han surgidos poderosos movimientos regeneradores que llevan camino de hacerse con el control político. Y si estos movimientos religioso-políticos están teniendo enorme importancia es porque han encontrado un campo propicio en el pueblo. Ha sido éste quien se ha rebelado contra la corriente disolutoria imperante y ha propiciado el nacimiento de estos grupos poderosos. Allí el círculo vicioso se ha roto en parte.

Un simple ejemplo nos revelará la enorme diferencia entre el ambiente social europeo y el norteamericano. El aspirante a la Presidencia de Estados Unidos, George Busch, estaba siendo criticado últimamente al haberse creído detectar cierta tibieza en sus posiciones de rearme moral.

Pues bien, para contrarrestar esta mala impresión, Bush comenzó a introducir en sus discursos el tema de la conducta moral de los jóvenes, recomendando nada menos que la castidad estricta hasta contraer matrimonio.

Consideremos por unos instantes este hecho. Si Bush obró así es porque sabía que le beneficiaba, que sus palabras iban a ser bien acogidas por un público muy numeroso, electores en potencia. ¿Es apenas concebible que en Europa se le ocurriera manifestarse así a algún político? ¿Se atrevería algún político a hacerlo en la "católica" España? Es más, y esto sí que es significativo: ¿existen sacerdotes que tengan agallas suficientes para hablar así de claro? No harían sino proclamar la doctrina moral del catolicismo. Sin embargo, no lo hacen. Así como se han olvidado de los dogmas, lo propio han hecho con la moral. Sus estudios de mercadotecnia les han debido aconsejar obrar así, aún en contra de las directrices de Roma. Una o y otra vez nos hablan del amor, de un Dios Padre y Madre a la vez (no faltaba más, señoras feministas) que nos ama por encima de todo, por lo que no tenemos por qué preocuparnos. El mensaje más adecuado para una sociedad relajada, orientada hacia lo lúdico y lo sensual. Operación de mercadotecnia, como digo.(Y que supone una tácita apostasía, hablando en plata).

Esto es muy importante, pues revela crudamente que el pueblo en el contienente europeo no está por la labor, a diferencia de lo que está ocurriendo en América. Allí, si las fuerzas neoconservadoras triunfan con suficiente fuerza en las próximas elecciones, podría haber cambios muy profundos. La minoría de hacedores de opinión iría siendo removida y los mensajes cambiarían.

El aborto, cuya legalización supone la más baja y criminal expresión de la decadencia de Occidente, y que ha sido la piedra de toque del movimiento regenerador americano, obviamente volvería a la ilegalidad, donde estaba antes de 1973.

Es lógico suponer que, si estos acontecimientos tienen lugar, la influencia sobre Europa será considerable. Es posible que la misma España abandone lo que un analista de izquierdas, Gabriel Dalbiac, ha definido como "cansina turbiedad".

Y si el comienzo del cambio se gesta en Ultramar ¿qué importa? No tiene importancia dónde surja la chispa, sino su capacidad de propagación.

Entretanto, a los que no tenemos almas de oveja, y, por tanto, huimos del adocenamiento pastoreado, sólo nos queda una norma de comportamiento: dar testimonio de nuestras convicciones de forma pertinaz y sistemática, procurando que nuestras palabras dejen alguna huella. Esa es nuestra misión, a la espera de un nuevo amanecer


Ignacio San Miguel.


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