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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Viaje sin limites.

Este trozo de la creación, de un orden exquisito, que es el Hombre, se orienta hacia una reflexión exhaustiva sobre el ser de las cosas, incluído él mismo; atisba el aparente caos y el subsecuente orden triunfante; e intuye la presencia de esa inteligencia que subyace en el todo

Los sucesivos descubrimientos de la Ciencia, tanto en el macrocosmos como en el microcosmos, van ampliando las perspectivas de la visión del Universo, al agigantarse la percepción de su complejidad y el consiguiente despliegue de una ingeniosidad que parece no tener fronteras.

En el campo del átomo, que en tiempos fué considerado como la partícula básica e indivisible de la materia, el descubrimientos de partículas subatómicas no cesa. Pero es en Astronomía donde, si se confirman las últimas observaciones, la visión del hombre se ha de encontrar con una realidad para siempre imposible de abarcar.

La teoría del "Big Bang" supone una partícula inicial de densidad infinita y volumen cero que, al explosionar, expandió la materia y creó el Universo. Los fragmentos de materia en expansión habrían, naturalmente, de aminorar su velocidad a través del tiempo, llegando, al fin, a detenerse, en cuyo momento, la fuerza gravitacional tendería a acercarlos y el proceso se invertiría: acabarían acercándose a cada vez mayor velocidad hasta colisionar y producirse lo que se ha denominado como "Big Crunch". Vuelta al comienzo.

Aunque esta hipótesis cerrada del Universo ha sido la favorita de los científicos, se admitió desde los inicios de la teoría de la explosicón inicial, aunque con menos entusiasmo, la alternativa "abierta", es decir, que los fragmentos siderales no se detuviesen y prosiguieran indefinidamente su marcha en el espacio para siempre jamás. Y esta alternativa es la que queda confirmada por el último descubrimiento. Pues se ha llegado a medir la velocidad de alejamiento de los astros, comprobando, al parecer, que no va decreciendo, sino, por el contrario, va aumentando. Y este extraordinario descubrimiento implica que los astros han roto el campo gravitacional que, en algún tiempo futuro, podría volver a reunirlos. Avanzan, por tanto, en una marcha sin fin en un espacio sin límites. O, para ser más exactos, sin límites que puedan nunca ser apreciados y concretados por el hombre.

La disposición de las cosas en el Universo en relación con el hombre es tal que, según el plano de observación, pueden representar algo caótico o bien algo ordenado. Si la mirada se acerca, aprecia confusión. Si se aleja, comprueba que lo confuso formaba parte de un todo bien concreto y delimitado. En términos vulgares, podríamos decir que para apreciar el bosque es necesario alejarse de los árboles.

Si nuestra visión tuviera la misma perspectiva que un átomo, no apreciaríamos sino una extrema confusión caótica en torno. Alejándonos algún tanto, avizorando desde una molécula comprobaríamos el orden resultante del conjunto de átomos que la formaban. Y con nuestra visión normal, que supera el "caos" de las partículas moleculares, somos capaces de captar la concreción sin aparentes fisuras de los materiales compuestos de moléculas, que son todos los objetos que constituyen la Creación.

El organismo humano, compuesto con los mismos elementos que se dan en esta creación, en la Tierra y en los demás astros, es la más perfecta, la más compleja, la más ingeniosa organización del caos que existe en el Universo. Las distintas agregaciones moleculares que componen los tejidos, la disposición de éstos para formar los huesos, músculos, órganos; los diferentes fluídos, las complejísimas y continuas operaciones químicas; las hormonas, los impulsos eléctricos, etc. constituyen un despliegue tal de orden, que no es posible obviar la imprescindible existencia de una ilimitada inteligencia subyacente. Lo que se refuerza con cada avance realizado en la descripción de ese orden, como, por ejemplo, la configuración de un mapa del genoma humano. Y se confirma por la constitución del resto de la Naturaleza, así como por la comprobación de un larguísimo período de evolución que, en sí mismo, en su complejidad e ingenio, es también demostrativo de tal inteligencia.

Este trozo de la creación, de un orden exquisito, que es el Hombre, se orienta hacia una reflexión exhaustiva sobre el ser de las cosas, incluído él mismo; atisba el aparente caos y el subsecuente orden triunfante; e intuye la presencia de esa inteligencia que subyace en el todo: en lo extremadamente pequeño y en lo extremadamente grande. Pero, a medida que los logros de su propia inteligencia han llegado a ser más y más extensos, el Hombre ha tendido a prescindir de la existencia de esa otra inteligencia infinitamente más poderosa que se percibe como subyacente en toda la Creación. Y no admite que su curiosidad insaciable pueda ser coartada con límite alguno, ni que sus realizaciones puedan ser moderadas por cortapisas de la índole que sea.

Prosiguiendo con su investigación del espacio, ha podido estudiar, una vez más, que el caos de cientos de millones de estrellas desperdigadas por nuestro universo particular, no es tal. Que el conjunto forma algo así como un anillo gigantesco que va rotando en derredor de un centro misterioso. Y que lo mismo ocurre en todos los demás universos locales, en todas las galaxias.

Luego formuló la teoría, al parecer irrebatible, del "Big Bang" como comienzo del Universo, al comprobar que todas las galaxias se iban distanciando progresivamente como a impulsos de una explosión inicial que les diera origen.

Todo apuntaba de nuevo a un orden. Y a un orden describible por el hombre; por tanto, en cierto modo, dominado por él. Las galaxias, con el tiempo, con miles de millones de años de tiempo, acabarían dejando de distanciarse, se detendrían y comenzarían un viaje inverso. La fuerza gravitacional las iría acercando en otro larguísimo viaje, cada vez más acelerado, hasta el choque final de todas ellas: el "Big Crunch". La creación consistiría en una inmensa pulsación, que podría volver a repetirse o no.

Una definitiva demostración de que así había de ser hubiese constituído la comprobación de que la velocidad de separación de las galaxias iba aminorándose de forma paulatina. Pero no ha sido así. Según las noticias, como queda dicho, se ha descubierto justamente lo contrario: las galaxias se separan a una velocidad que va en aumento. Esto quiere decir que la fuerza de atracción entre ellas se ha desvanecido, se ha roto; pues, de no ser así, no habría aumento de velocidad, sino aminoramiento. En consecuencia, su viaje no será nunca detenido. Y, por tanto, no habrá retorno. Ni tampoco "Big Crunch".

Pero ¿significa esto, en suma, que la diseminación cada vez más amplia de las galaxias, esta verdadera dispersión y alejamiento en el cosmos, es algo confuso, sin orden, caótico? Aparentemente, sí. Pero sólo aparentemente. Pues hemos visto que no existe, realmente, tal cosa como el caos. El caos es simple apariencia por falta de perspectiva. Nada nos impide pensar que esta separación creciente de las galaxias no formen parte de un orden. Pero un orden superior de tal magnitud que no será posible comprobar con nuestros instrumentos, y al que no podremos alcanzar con nuestro entendimiento. Pues las posibilidades del hombre, aunque grandes, son limitadas, y la nueva perspectiva traspasa claramente las fronteras de lo accesible.

Ese es el impresionante estado de cosas que nos ofrece el último descubrimiento. La constatación de un Universo abierto y de un viaje sin límites que nos aleja de cualquier ambición de poder comprender algún día el Universo, es decir, de entender su orden superior definitivo.

Está bien que así sea. Lo finito no debe tener la pretensión de comprender lo infinito. Por el contrario, debe reconocer sus límites y cultivar la humildad, que es inteligencia.

Aunque pueda parecer absurdo, uno está tentado de atribuir a esa otra inteligencia sin límites mencionada una suerte de ironía. Pues hay en ese descubrimiento de unas galaxias que se separan a velocidad creciente... un algo curioso. Como una suerte de implícita reconvención burlona, como un señalamiento de fronteras al conocimiento, como un cariñoso palmetazo por la soberbia y el olvido. Claro que todo esto es imaginación. Pero una imaginación provocada, no gratuita.


Ignacio San Miguel.

 



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