Portada revista 35

Algunas apreciaciones a la actualidad del catolicismo social español de la mano del Presidente de Foro Arbil Indice de Revistas Madagascar, la gran desconocida del Indico

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Qué es y que no es el hombre.

Solamente en el Amor, se manifiesta la Verdad en toda su plenitud, sin sombras ni limitaciones. Todas las demás funciones de la conciencia, nuestros sentidos, nuestros sentimientos, la inteligencia, conducen a resultados parciales; sólo el Amor refleja la Verdad absoluta.

La persona humana no es algo epidérmico. Ella no se revela al primer contacto con la misma, a la primera percepción de un individuo. No es lo que se ve, el hombre que anda por la calle, sino más bien lo que no se ve. Es un enigma que tiene que ser descifrado. Para poder penetrar en la esencia de una persona en su fuero íntimo, tenemos, en primer lugar, que apartar algunas capas bajo las cuales aparece en el mundo exterior, tenemos que atravesar una serie de antecámaras, hasta descubrir su residencia.

El hombre se halla constituido de un núcleo espiritual, y este núcleo se manifiesta en el mundo material con la ayuda de un complejo psicofísico. Para poder sorprender al hombre en su intimidad, en su principio creador, debemos primeramente apartar esta construcción exterior, que nos impide mirar en su interior y contemplar la fuente de donde emana nuestra personalidad.

El hombre no es materia, no es una proyección biológica. Este cuerpo que vemos, que se mueve y al que confundimos con nuestra personalidad, es sólo el vehículo del que nos servimos en nuestra vida terrenal. El se halla sometido a las leyes de la naturaleza, puesto que hemos sufrido una transformación de nuestro ser inmortal debido al pecado del primer hombre. Pero, según nuestra fe cristiana, el hombre está destinado a otro mundo, en el cual podrá recuperar su inmortalidad.

De aquí resulta que debe existir algo en nuestro ser que sobrevive a la destrucción física, una sustancia que tiene el poder de escapar a la tiranía de las leyes de la naturaleza y emprender su vuelo, después del exilio terrenal, hacia su verdadera morada.

Incluso permaneciendo dentro del cuadro de la biología, nos damos cuenta de que el hombre es algo más que la vida. Las células del organismo se renuevan ininterrumpidamente. Nuestros órganos sufren las mismas transformaciones que los demás seres vivientes. La única excepción es aquella de las neuronas. A partir de cierta edad, su número disminuye, sin posibilidad de reconstitución. Pero en medio de estas continuas transformaciones que soporta nuestra persona visible, nuestro yo permanece inalterable. Los fenómenos biológicos no le alcanzan. Desde el punto de vista de nuestra identidad interior, somos exactamente los mismos, como cuando hemos tomado por primera vez conocimiento de nuestra existencia. Desde el nacimiento y hasta la muerte, nuestra persona se desarrolla en torno al mismo punto de referencia. La llama de la conciencia de sí mismo arde ininterrumpidamente. Cambiamos nuestra fisonomía, se debilitan las funciones psíquicas, mas no se pierde la unidad y la continuidad de nuestra persona. Nuestra biografía puede ser trazada gracias a esta permanencia del yo. En medio del "panta rei" biológico y de la corriente de nuestra conciencia, existe algo fijo en nosotros y tan solidamente arraigado que no puede tocarle ningún proceso vital. La persona humana es esta substancia misteriosa de nuestro interior que se guarda intacta en medio de todas las degradaciones que padece el hombre en su ser físico.

Siguiendo la exploración hacia el centro de la personalidad, encontraremos una nueva capa, su realidad psicológica, constituida según el criterio clásico, de razón, de sentimiento y de voluntad.

Tampoco estas funciones agotan el contenido de la persona humana. No hemos llegado a su centro. El hombre es algo más que la razón, voluntad y sentimientos. El factor psicológico opera solamente en la superficie de la conciencia y representa solamente nuestra conciencia exterior, aquella parte de la conciencia que toma contacto con el mundo, sirviendo para nuestra orientación en el ambiente en el que vivimos, sea el de la naturaleza sea el de la sociedad. Evidentemente, en una aceptación más amplia, todos estos elementos forman nuestra personalidad, inclusive el cuerpo con el que paseamos por la calle, pero el objetivo de nuestra investigación es de descubrir el substrato que sostiene toda esta estructura psicosomática y sin la cual el hombre no existiría

Pero ni los sentimientos ni la voluntad agotan a la persona humana

Mediante algunas palabras quisiera explicar por qué ni la razón, ni los sentimientos, ni la voluntad pueden arrojarse la paternidad de la persona humana. Estos no son más que instrumentos que ayudan al hombre para sobrevivir en el mundo material, y no la entidad que le define y le distingue del resto de la creación.

Empezaremos con lo que es más fácil de demostrar que no puede constituir el fundamento de la persona humana: los sentimientos. Creo que nadie está dispuesto a confundir su persona con esta masa psíquica fluida, inconsistente, que se halla en continuo movimiento como las olas del mar. El hombre puede estar ahora alegre y dentro de media hora triste, hoy amar con toda la pasión y mañana odiar a la misma persona, hoy puede ser generoso y mañana ser egoísta, envidioso o malo. Los sentimientos o los afectos representan la parte más vulnerable del alma; de un colorido vivo y atractivo, pero que se hallan en un continuo de ebullición y cambio.

En contraste con la movilidad del sentimiento, nuestro yo tiene una estabilidad de granito. En medio de las transformaciones corporales, en medio de los cambios que se producen ininterrumpidamente en nuestra conciencia, nuestro yo permanece igual consigo mismo, como un punto de referencia inmutable, en torno al cual se reconstituye permanentemente la persona humana. En su seno interior nos hallamos como en, un refugio que nos defiende contra las inclemencias del tiempo.

Vamos a insistir algunos momentos sobre la voluntad. Sabemos que existe una dirección filosófica que identifica la existencia con la voluntad; Schopenhauer y Nietzsche. La filosofía de Nietzsche es grandiosa, pero encierra en sí este monumental error que confunde el poder creador de la persona humana, con el de la voluntad del poder. Y este monumental error lo ha cometido Nietzsche, puesto que, no ha entendido el cristianismo. El poder creador de la persona humana emana del amor y no de la voluntad de poder.

La voluntad es una energía psíquica limitada. Se agota. No tiene el aliento del infinito. No es capaz del heroísmo de larga duración. Todas las grandes personalidades cristianas se han caracterizado no por una gran voluntad, sino por una gran pasión que arde sin cesar, sin agotarse jamás.

En segundo término, la voluntad es un poder ciego. Puede servir al bien y al mal con igual eficacia. La voluntad tiene que ser permanentemente dirigida por una idea, por un concepto para realizar algo. La voluntad puede ser, incluso, llevada y arrastrada con facilidad también por las fuerzas del mal y corre entonces a favor de éstas

Nuestra persona posee una reserva energética superior a la voluntad, tanto en intensidad como en la duración. El verdadero motor de la persona humana, una vez puesto en marcha, jamás agota su combustible, mientras que el motor de la voluntad se debilita y a menudo se para. Luego, no sólo es que nuestro yo auténtico desarrolla majestuosamente sus energías, sino que sabe al mismo tiempo arribar a buen puerto. A diferencia de la voluntad, que no dispone de ningún instrumento de orientación, nuestro yo superior se halla en permanente guardia y nos dirige con pasos firmes en el curso de nuestra vida.

Tampoco la razón se identifica con el espíritu.

En cuanto a la cuestión de la razón es más delicada, ya que una confusión que perdura desde hace siglos, sobre todo, en el Occidente, identifica el espíritu con la razón. La razón sería la sede de la persona humana, "cogito, ergo sum", de Descartes. «El hombre es un animal racional», se afirma en una archiconocida definición. «Quien atenta contra la razón, atenta contra el espiritu», se oyen protestas de muchas partes. Entre otros, Karl Jaspers y Giovanni Papini se han prestado a defender la razón como instrumento del conocimiento. Corneliu Codreánu, doctrinario de la acción creadora, rechaza la razón como factor determinante en la vida del individuo. Repudia la materia, pero también la razón. Se ha concedido demasiada confianza a estas entidades y los resultados son devastadores. «La razón -dice Corneliu Codreanu-, ha levantado al mundo contra Dios. Nosotros, sin echarla y menospreciarla, la vamos a situar allí donde tiene su lugar, al servicio de Dios y de las finalidades de la vida».

Vamos a meditar un poco sobre esta frase. Analizando desde el punto de vista histórico las actividades de la razón, descubriremos en ella comportamientos extraños. En la filosofía escolástica, la razón gozaba de tanta veneración, que el ejercicio del silogismo, con todas las sutilezas y los refinamientos posibles, constituía la pieza capital de la enseñanza. Pero ¿qué ocurre durante la Revolución francesa? La misma razón fue elevada al rango de deidad y se le ha constituido un culto oficial. En su nombre las iglesias son incendiadas y se lanzan piedras contra Dios. En el siglo XIX, la razón engendra la doctrina atea del materialismo. ¿Qué confianza podemos depositar en la capacidad de la razón para descubrir la verdad, cuando nos ofrece resultados tan contradictorios, durante diversas épocas? Posiblemente que la razón no es el instrumento adecuado para el conocimiento de la verdad, tal vez se le emplea erróneamente en sectores que superan su competencia.

La debilidad de la razón se hace patente cuando comprobamos que ella se halla dispuesta a servirnos argumentos para cualquier finalidad, creencias, ideas, e incluso, para cosas absurdas. Para el exterminio de los enfermos incurables, de los inválidos, de los locos, los dirigentes del Tercer Reich encontraron argumentos muy sólidos, basados en la genética y en las teorías raciales. El marxismo, también con argumentos racionales proclama la necesidad de destruir clases enteras de una nación, con el fin de asegurar el triunfo de la dictadura del proletariado. Incluso en los países de la Unión Europea, ¿no asistimos a los debates del parlamento donde con "pruebas científicas y bien expuestas racionalmente", se ha legalizado y primado la homosexualidad? Más aún, ¿cuántas aberraciones no son admitidas por los legisladores, por la sociedad, cuántas son difundidas por los escritores a base de unos "raciocinios" muy sólidos en apariencia? Las tiranías comunistas, con los millones de muertos, ¿no han sido justificadas en el mundo libre como una nueva forma social? Unos bandidos, unos asesinos, unos monstruos, unos torturadores de pueblos, han sido presentados durante años, con lujo de dialéctica, como unos reformadores sociales y genios de la Humanidad.

He aquí las perfidias de la razón, he aquí qué platos envenenados nos sirve si no vigilamos sus actividades.

Si admitimos que la razón forma el centro de la persona humana, ¿cómo contestaremos a otra cuestión? También los animales poseen una inteligencia, como lo demuestra la psicología animal, una inteligencia, bien entendido, limitada a su categoría biológica. Los animales igualmente razonan, ellos son también capaces de sacar ciertas conclusiones, de ciertas premisas. El silogismo le es también familiar a los animales. En esto se funda su amaestramiento.

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Aceptamos la teoría evolucionista y nos declaramos también animales, poniéndonos en la misma categoría con los peces, los pájaros y los cornúpetas? ¿Somos también unos animales dotados con una inteligencia superior a los que se hallan debajo de nosotros en la escala biológica?

Sin embargo el hombre posee, además, el poder creador

Y nosotros preguntamos a los que sostienen que el hombre desciende del mono o de otros animales: pues bien, ¿qué queréis demostrar con esto? A pesar de que el hombre se separa del más evolucionado animal, por su enorme inteligencia, no es la inteligencia su característica principal. El hombre posee,en comparación con el animal, algo más: el poder creador. El hombre vivía antaño en cavernas y hoy día vive en palacios, mientras que el animal, a pesar de que el está también dotado con inteligencia, no se puede elevar por encima de sus condiciones de vida. Ningún animal se ha imaginado alguna vez poder vivir de otra manera que en su escondrijo. El animal permanece eternamente prisionero de la naturaleza. El hombre puede emanciparse de la tiranía de las leyes de la naturaleza, porque posee una facultad desconocida para el reino animal, que es su fantasía creadora, este don misterioso que revela su esencia divina.

Existe, además, una lógica primitiva como lo han demostrado los sociólogos que han estudiado las tribus de Africa, Asia, Australia y América, fundamentalmente distintas de nuestra lógica europea. Nuestras categorías mentales no se asemejan con las de las civilizaciones primitivas. Se observa, incluso, que cada civilización posee su lenguaje lógico, e incluso, de pueblo a pueblo, en el cuadro de la misma civilización, se notan ciertos matices.

¿Cómo nos orientamos en este caso? ¿ Puede constituir la razón la esencia de la persona humana, cuando la misma razón sufre tantas transformaciones, según la civilización que la emplea?

En nuestros días ocurren también otras cosas extrañas con la razón, logrando desconcertarnos. Parte de las funciones de la razón, y no de las menos importantes, como lo son los cálculos matemáticos, han sido transferidas a las máquinas. La cibernética trabaja sobre bases racionales y ha facilitado enormemente el esfuerzo de nuestra inteligencia. Pero estos ordenadores, estas computadoras, como se denominan, estas máquinas que piensan por nosotros, ¿han sustituido al hombre como pretenden algunos exaltados del progreso técnico?

En absoluto. La persona humana permanece la misma. El hombre ha creado estas máquinas y ellas sirven a su expansión en el mundo, pero actuando siempre bajo su control.

En el caso de la cibernética, la diferencia entre la razón y la persona humana aparece todavía más evidente. La cibernética demuestra que el hombre no es razón o no es sólo razón; por esto fue capaz de construir máquinas que se encargan de razonar por él. Pero ha sido sustituida por las máquinas solamente la razón, no el hombre en sí, quien tiene algo más que le eleva por encima de la razón y, desde luego, por encima de las máquinas que él ha construido. Es el hecho creador lo que distingue al hombre de éstas máquinas y de los procesos racionales para los que ellas sirven.

Entonces, ¿qué es la razón? Es un auxiliar de la persona humana. La razón ayuda a la organización de la vida material y de la vida social. Es un instrumento de comunicación entre los hombres, exactamente igual que el lenguaje. Un gran profesor de lógica de Bucarest, Nae lonescu, nos explicó que la razón no sirve al conocimiento de la verdad, sino para su transmisión. Es una especie de cinta transportadora de las verdades que obtenemos por otras vías estrictamente personales.

De hecho, nosotros no pensamos haciendo silogismos como nos enseña la lógica formal. Las ideas nos aparecen instantáneamente. Vamos a pensar en la manzana de Newton que caía del árbol y que, a la vista de este hecho, se le pasó por la mente, como un rayo, la ley de la gravedad.

Sólo cuando se trata de comunicar a otra persona nuestro pensamiento entonces tenemos que emplear la cadena de los silogismos. La verdad que a nosotros ha aparecido espontáneamente, para que sea comprendida por los demás, debe ser fragmentada, debe ser ofrecida trozo por trozo. Exactamente como pasa con una medicina que no se puede tomar de una sola vez, sino cucharilla tras cucharilla.

La meta principal de la razón es aquella de hacer accesible a otros las verdades adquiridas por nosotros fulminantemente, en virtud de una disposición especial de nuestra alma, y que, sin esta cinta transportadora, permanecerían incomprendidas.

No es de extrañar, pues, que exista una lógica primitiva y un modo de pensar de cada civilización, puesto que la razón siendo un instrumento de comunicación de las ideas, se adaptaría de manera natural al ambiente específico de las grandes comunidades humanas.

Por tanto, empleamos la razón en el lugar que le corresponde, al servicio de Dios y a las finalidades de la vida. En cuanto a la persona humana se refiere, debemos emprender una incursión más profunda en nuestro fuero interno, para descubrirla. Ella yace igual que el oro en el fango de una mina y tenemos que remover mucha tierra y rocas hasta localizarla.

El subconsciente es el deshecho de la existencia

Dándose cuenta de la fragilidad del principio "cógito, ergo sum", una serie de filósofos y sabios de la época moderna, han realizado sondeos en otros departamentos de la persona humana, con la esperanza de hallar una explicación más satisfactoria para nuestra existencia. Entre otras experiencias y teorías, se ha revelado la existencia del subconsciente. En esta dirección se han intensificado las investigaciones en tal medida, que se ha creado una escuela de la investigación del subconsciente, siendo el fundador de la misma, Freud. En su nombre, legiones de médicos, de sociólogos y psicólogos, se han lanzado a la exploración del subconsciente, con la esperanza de descubrir el lugar del nacimiento de la persona humana. Según esta teoría, el hombre no sería lo que se pensaba hasta Freud; una expresión de la vida psíquica consciente, una manifestación de sus actividades en estado de vigilancia. Sino que el origen de la persona humana hay que buscarlo en una región mucho más profunda que escapa al control del yo consciente. La conciencia no sería más que un derivado, un epifenómeno, siendo permanentemente dominada por el subconsciente.

La idea de perforar la conciencia exterior del individuo para descubrir las primeras palpitaciones de la persona humana, ha sido hecha bien, pero se ha efectuado el sondeo en un sitio equivocado. Lo que se ha encontrado no contiene el manantial de la persona humana. El subconsciente, no sólo no puede ser identificado con el "nervum rerum gerendarum" de la persona humana, sino que representa exactamente lo que su nombre dice, una categoría inferior de la conciencia, inferior a la psicología normal. El subconsciente es algo así como un subsuelo donde se acumulan los deshechos de la existencia. La escoria que queda de la actividad de nuestra alma, se deposita aquí como en una especie de recipiente. Así como las amas de casa llevan diariamente a fuera la basura de la casa y la depositan para que sea transportada por el servicio público, del mismo modo la persona humana se desprende de todos los elementos nocivos de los instintos adulterados, de las imágenes morbosas, de las tendencias repugnantes, condenadas por el yo consciente, de las turbulencias funcionales, y las deposita en este «container», denominado subconsciente, a la espera de su vaciado.

Y, ¿qué ocurre con el contenido del subconsciente? Un alma sana lo quema, liberándose de él, exactamente como proceden las amas de casa. El subconsciente es la basura del alma. Bien entendido que si no se quema a su debido tiempo, si se le deja amontonarse, entonces el subconsciente invade la conciencia, provocando perturbaciones. El individuo al que le gusta remover los deshechos de su actividad psíquica, se acostumbrará al final a vivir en éste ambiente interior infectado exactamente igual a como ocurre en la periferia de la sociedad donde se encuentra toda clase de individuos a los que les repugna el trabajo, tienen horror al esfuerzo, prefiriendo la existencia de los vagos y maleantes que pululan bajo los puentes del Sena y en los asilos de noche. Los complejos psíquicos, la doble personalidad, las neurosis, se producen a raíz del deslizamiento del hombre en la promiscuidad del subconsciente.

La inspiración de cualquier naturaleza artística, literaria, científica, no hay que atribuirla al subconsciente, como afirma esta escuela. Del subconsciente no nos llegan más que malos y perjudiciales impulsos para el proceso creador. La inspiración, como dice Horacio, es "mens divinior", ella desciende del Cielo, es un don de la super-conciencia nuestra, de nuestro yo superior, y no se destila de las miasmas del subconsciente.

La esencia de la persona humana

Una vez eliminados estos obstáculos del camino de la persona humana, podemos dar el paso decisivo, entrando en su santuario. La mejor introducción para el conocimiento de la realidad última del hombre, es el pasaje de la carta del Santo Apóstol Pablo, dirigida a los corintios, en la cual habla del amor:

"El amor no perece jamás. En cuanto a las profecías, desaparecerán; en cuanto a las lenguas, cesarán; en cuanto a la ciencia se refiere, se terminará".

"Puesto que nuestra conciencia es una fracción, y nuestra profecía es también un fragmento."

"Mas, cuando va a llegar lo que es perfecto, la fracción va a ser contenida"

"Pues tengo fe, esperanza, amor, estas tres quedan. Pero la más grande entre ellas es el amor."

Lo que es perfecto, lo que se halla por encima de todo conocimiento humano y a toda virtud humana, como tan hermosamente dice el Santo Apóstol Pablo, es el Amor. Nada puede igualar al amor, ninguna virtud, ningún sacrificio, ninguna obra, ningún conocimiento y ningún heroísmo. Todas éstas reciben su esplendor Y su recompensa en la medida del amor que se halla cimentado en ellas. Cualquier producto de nuestra mente, en relación con el amor, no es más que un fragmento.

Solamente en el Amor, se manifiesta la Verdad en toda su plenitud, sin sombras ni limitaciones. Todas las demás funciones de la conciencia, nuestros sentidos, nuestros sentimientos, la inteligencia, conducen a resultados parciales; sólo el Amor refleja la Verdad absoluta. Y no solamente revela la Verdad absoluta, sino que es ella misma la Verdad absoluta. Quien tiene amor, posee el más alto conocimiento, puesto que le pone en contacto directo con Dios y le descubre la naturaleza de Dios.

El amor no perece jamás

El amor, nos confiesa el Apóstol Pablo, no perece jamás. Esta afirmación hay que retenerla y meditar sobre ella. La parte del hombre que no muere, que no desaparece de una vez con nuestro ser físico y que permite nuestra reconstitución corporal, en un mundo futuro, es el amor. Mediante el amor y sólo a través de él, el hombre, a diferencia de todas las demás realidades del Universo, detiene el atributo de la inmortalidad. Todas las demás partes componentes del hombre, el cuerpo, al que tanto cuidamos, nuestros conocimientos, nuestros esfuerzos, nuestros sentimientos y los tesoros que hemos reunido, la profesión que hemos ejercido, a todas las dejaremos en el camino hacia la eternidad. Son como una carga de la cual nos deshacemos en la ascensión hacia lo infinito. Sólo el amor no nos abandonará jamás. Envueltos en el amor, nos vamos a presentar ante el Juez Supremo. El amor es la única moneda terrestre que tiene circulación también en el cielo.

Más allá del amor, no existe nada. Hemos alcanzado como diría Santa Teresa de Avila, "la última morada de nuestra alma", el último peldaño de la Verdad, En el santuario del amor podemos hablar con Dios. Amor, Verdad y Espíritu, son nociones equivalentes.

A Dios, no podemos conocerle exteriormente hasta el día de la resurrección, pero nos podemos dar cuenta de su naturaleza, a través del hilo conductor del amor. Solamente la experiencia interior del amor abre las puertas del conocimiento de Dios. Dios es amor dice el Santo Apóstol Juan y ha revelado su ser interior de un modo estremecedor mediante un sacrificio cuya grandeza no puede ser ya superada: ha enviado a su Hijo, Uno, nacido, para sacrificarse por la salvación de los hombres.

El amor justifica la Redención

Es inconcebible que Dios enviara a su Hijo para sufrir el calvario de la crucificación por unos seres que pertenecen al reino animal, como pretenden enseñarnos los evolucionistas. Dios ha enviado a su Hijo a la tierra para redimirnos, porque el hombre ha sido dotado por El, en el momento de la creación, con una partícula de su propia Divinidad. Dios, siendo amor, ha transmitido también al hombre esta fuerza, dándole una posición distinta en el Universo. El hombre es materia, pero una materia "sui generis", provista de un rasgo divino. Cantamos nuestra alegría, dice San Juan Crisóstomo, porque Dios ha divinizado a la creatura y el ser efímero fue inmortalizado por el amor.

Esta imagen divina del hombre debía de ser salvada, y no una criatura cualquiera, como el buey, los perros o los pájaros. El hombre posee una esencia divina, el amor, y mediante el amor nos emparentamos con Dios y nos podemos nombrar hijos de Dios. Mediante esta composición, única en el mundo, materia-espiritu, se explica la encarnación de Cristo. Su solicitud para salvarnos y luego la fundación de la Iglesia. El hombre no pertenece más que temporalmente a la naturaleza, al cosmos con millones de estrellas. Su verdadera patria es el tercer cielo que se halla más allá del cielo de las estrellas. Si los hombres no poseyeran también un sello de origen Divino, si los hombres no fueran ellos mismos dioses, como dice la Biblia, todo el drama Divino-Humano sería absurdo.

La persona humana, en su última proyección, es amor y nada más; una substancia simple, pero de un poder ingente, que ha creado todo lo que vemos mediante la obra de Dios. El amor es la eternidad del hombre, es su alma divina. Sólo después de haberlo descubierto, sobre la base de la experiencia interior, hemos penetrado en el vestíbulo más recóndito de nuestra personalidad, en el Sancta Sanctorum, donde nos encontramos con Dios y nos arrodillamos ante El

Precisiones de la palabra amor

El amor es una denominación tan frecuentemente empleada en el lenguaje corriente, que ha llegado a desprestigiarse, e incluso, a banalizarse. Orientándonos por las peripecias del amor en la vida común, corremos el riesgo de confundirlo con otras realidades del alma. Amor-espíritu, amor-verdad, amor-cristiano, así como nos ha sido revelado por vez primera mediante el modelo de la persona humana, Jesucristo, no debe confundirse con el afecto del amor, con la simpatía, con la amistad u otras formas sentimentales que unen a dos personas. Estas manifestaciones del alma tienen su lugar en la psicología. El amor-soplo Divino, que constituye la nota distintiva de la persona humana, no debe de ser psicologizada. Significaría degradarla, colocándola en el capítulo de los afectos. El amor de tipo psicológico, el afecto del amor, se basa en una reciprocidad, sobre un «do ut des», sobre un fondo de egoísmos complementarios, camuflados con suavidad.

El amor espiritual tiene una dirección de realización unilateral; ofrece algo, sin pedir nada a cambio; se sacrifica sin pretender un equivalente. Con otras palabras, realiza actos desinteresados.

A menudo entre el amor humano y el amor espiritual existe una incompatibilidad que puede conducir a conflictos dolorosos. El amor espiritual te lleva a cometer sacrificios que hieren profundamente el amor humano, el amor por el prójimo, el amor por los amigos, el amor por la familia.

Un conocido mío, me contaba como se había despedido de su madre, cuando se marchó al frente, en la Primera Guerra Mundial. Abrazos, lágrimas, suspiros de parte de su madre, pero en el momento de separarse, su madre le dijo: «Me duele que te marches y temo por tu vida, pero mejor muerto que desertor».

Era una mujer simple y, sin duda, en su sencillez de pensamiento no se dio cuenta de que al pronunciar las últimas palabras, saltaba desde la tierra hacia el cielo; del mundo del amor humano, tierno, colorido y vibrante, hacia el amor espiritual, donde impera la voluntad del sacrificio.

En conclusión, el amor puro se ofrece, se sacrifica, se consume, sin pedir a cambio recompensa alguna.

El amor no es tolerancia

Existe también otra falsificación de la imagen de este amor sobrenatural. Se cree que un hombre que actúa en la vida según la ley del amor, debe ser necesariamente un hombre bondadoso, lleno de compasión, dispuesto a todos los compromisos, incapaz de hacer uso de la violencia, inclinado a perdonar todas las injusticias, y sobre todo amante de la paz. Esto no es cierto.

Existen circunstancias en las cuales el amor de tipo espiritual puede llegar a parecer terrible y despiadado. Cuando el Arcángel San Gabriel echó a Lucifer y a sus huestes del Cielo, no procedió con suavidad con los rebeldes; Jesucristo tomó el látigo y echó fuera a los mercaderes del templo. En el día del Juicio Final, no podemos decir que Jesucristo no tiene amor, porque va a juzgarnos y muchos terminarán en el infierno. Cuando un dirigente de un país manda castigar a un malhechor, esto no significa que no tiene amor; por el contrario, podría ser inculpado de falta de amor para con el pueblo si no hubiera procedido tan severamente.


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