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Portada revista 42

Acerca de la naturaleza de la masonería. Indice de Revistas Calmucos, los camelleros de las estepas

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Una sociedad postrada.

Resulta bastante lógico que una sociedad que ha adoptado como norma de conducta la que resulta definida y determinada por el neoliberalismo triunfante, es decir, la ley de la jungla, ha de propiciar engendros mediáticos como los que consumimos diariamente, en los que la violencia, el crimen, el todo vale, tienen parte fundamental.

Cualquiera estará de acuerdo en que en la actual sociedad occidental, la religión está en quiebra, el antiguo sistema de valores se ha desmoronado y, desde hace tres o cuatro décadas (Julián Marías cita siempre el inicio de los sesenta), las manifestaciones destacadas del espíritu en literatura, arte y filosofía han disminuído en número y entidad.

Bajo estas premisas, no debieran extrañar las consecuencias derivadas de ellas. De hecho, el hombre producto de esta sociedad se extraña cada vez menos. Sin embargo, nos encontramos en un momento en que muchos todavía no llegamos a asimilar el hecho de que todo lo que nos ocurre responde a unas causas en las que tenemos nuestro grado de responsabilidad.
Los escándalos de sexo y crimen de los últimos años: club "Arny", pederastas belgas, pederastas españoles, asesinos infantiles, etc., no han surgido por generación espontánea en un terreno poco propicio.

Antes bien, si damos como buena la licitud de la pornografía y el crimen en los programas televisivos, en las videocintas y numerosas publicaciones de venta libre, deberemos, por lo menos, suponer que esta situación habrá de tener alguna consecuencia en los comportamientos. Si amamos tanto la libertad de expresión (o las "deleitosas" imágenes que ésta conlleva), deberemos pagar el precio correspondiente. Siempre hay que pagar un precio.

Si hemos aceptado, y seguimos aceptando, el bombardeo de la clase de teorías impartidas por sexólogos y cualesquiera otros cantamañanas, en las que se proclama la licitud, por lo naturales, de todas las aberraciones sexuales habidas y por haber, resulta un poco raro, un poco contradictorio, el escandalizarse por el descubrimiento de redes de pederastia, pornografía infantil y prostitución infantil. Si la pornografía y prostitución entre adultos ha adquirido hace tiempo carta de naturaleza entre nosotros, la extensión de estas actividades a los niños no es más que un pasito más, bien previsible por cierto, en el mismo camino. Así lo debió de entender uno de los causados en el caso "Arny" cuando en una de sus apariciones en la pantalla pequeña, algo antes de la sentencia, agarrándose las partes pudendas, las agitó obscena y alegremente ante el público. Actitud, en principio, ofensiva para algunos de los televidentes, pero bien aceptada por gran parte de ellos, a los que iba destinada. Era de suponer que la pena que le correspondería en el juicio sería mínima, si es que recibía alguna. Efectivamente, fué absuelto.

También resulta bastante lógico que una sociedad que ha adoptado como norma de conducta la que resulta definida y determinada por el neoliberalismo triunfante, es decir, la ley de la jungla, ha de propiciar engendros mediáticos como los que consumimos diariamente, en los que la violencia, el crimen, el todo vale, tienen parte fundamental. Y, naturalmente, ingenuos deberemos ser si no constatamos una gran proporción de causa-efecto entre estos engendros y los crímenes que luego proliferan en nuestra realidad circundante.

Si aceptamos, por tanto, las causas, deberemos, en buena lógica, acoger con ojos benevolentes los efectos. En otras palabras, deberemos aprender a convivir gustosamente con los detritos que producimos.

La Iglesia católica puede considerarse como la entidad rectora moral de mayor prestigio en el mundo occidental. Sin embargo, hay que aceptar que sus hombres difícilmente podían dejar de ser influídos por tal ambiente de postración moral. Con la agravante de que esta situación del mundo laico ha coincidido con un fortísimo afán de modernización y apertura ("aggiornamento") en el mundo eclesial que le ha llevado en gran medido, en la práctica, a la aceptación de las normas y modos de aquél como pautas rectoras. El resultado ha sido un "cristianismo con agua", como llama C. S. Lewis al cristianismo acomodaticio, complaciente, edulcorado, trivial e infantil a veces, poco acorde con la trascendencia cósmica de su fundamento. Y en su vertiente más seria y comprometida, la de la teología de la liberación, su dependencia de autores ateos, como Marx y Sartre, es evidente. Léase si no, la "Historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret", de Juan Luis Segundo, uno de los más importantes representantes de esta teología. Religión secularizada y socializada, por tanto; carente también de auténtica trascendencia.

No hay por qué negar la subsistencia de una parte más rigurosa y genuina en la Iglesia, pero su influencia social no es determinante (por lo menos todavía), aunque sea la oficialmente promovida.

Se escribieron hace ya largas décadas dos obras famosas de anticipación: "Un mundo feliz", de Aldous Huxley en los años treinta, y "1984", de George Orwell en los cuarenta. Como todas las obras de ese género, ninguna de las dos ha acertado en sus previsiones más que parcialmente. Pero ambas coinciden certeramente en la exposición del triunfo sobre el mundo de un aplanamiento, una depresión moral alienante.

El agudo análisis social contenido en la obra de una figura más ilustre, José Ortega y Gasset, hace ya setenta años, no ha sufrido menoscabo. El proceso de masificación y consiguiente degradación de la sociedad, descrito en "La rebelión de las masas", es hoy más vigente que cuando se escribió. Así como la necesidad que señala de una élite rectora, portadora de valores espirituales, que sea capaz de sacar a esta sociedad de su apática postración. Elite rectora, no simplemente administrativa, que se empeñe en desligar al arte, al pensamiento y a la religión de sus hondas servidumbres con la vulgaridad ambiente. Esta labor de regeneración ha de corresponder, sin duda, a una minoría selecta, que no se conforme, por ejemplo, con que la inflación mensual sólo haya subido un 0'2 por ciento y vayamos cumpliendo las normas económicas de distantes organismos todopoderosos.

Minoría selecta, por tanto. No minoría a secas. Porque siempre es una minoría la que gobierna. Pero una minoría puede estar compuesta de hombres-masa. Tecnócratas economicistas. O funcionarios, sin más. Simples servidores de la plutocracia dominante, de la cual no se deriva ningún estímulo moral.

El análisis y los ideales propuestos por Ortega y Gasset tienen la misma actualidad que antaño. Lo lamentable sería que esta actualidad fuera simplemente especulativa y no práctica. Que hubiera pasado ya el tiempo en que la soluciones delineadas pudieran ser ejecutadas en la realidad. Por la fatal irreversibilidad del proceso masificador.

Ignacio San Miguel

 



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