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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Ideologías e ideas.

Frente a las ideologías, que en España han sido siempre serviles a filosofías e intereses foráneos, deben permanecer los principios, acordes con la naturaleza del hombre y útiles para los objetivos a los que deben aspirar las personas

En los dos últimos siglos los españoles hemos confiado excesivamente en las ideologías, ésto es, en las ideas sobre la sociedad y el mundo convertidas en sistema, y, metafísicos como somos, nos hemos enzarzado en torno a ellas, no pocas veces derramando la sangre propia y sacrificando los propios intereses.

Conviene recordar que "ideologías", sistemas más o menos articulados de explicar cómo debe de estructurarse y funcionar una sociedad, no surgen hasta los finales del siglo XVIII. Por su puesto que antes, desde Pitágoras a Platón y Aristóteles o Santo Tomás Moro, muchos habían estudiado las formas de gobierno o explicado su idea de Estado Ideal. Pero la ideología, como corriente de pensamiento a la vez que herramienta para alcanzar el poder, es algo nuevo y reciente en la historia. Algo como la utopía con ropaje romántico y propuesto como elemento de salvación.

Las ideologías nacen todas ellas entre la burguesía, y en el extranjero: Liberalismo y los diversos socialismos materialistas, cuyo imperecedero florón, responsable de cientos de millornes de muertos violentamente, es el marxismo. Nacen cuando la sociedad empieza su transformación industrial y van parejas a la formación de las masas. En realidad substituyen los proyectos políticos por «modelos» políticos y tratan de poner normas o cauces a las necesidades de cambio de las sociedades contemporáneas.

Las ideologías, además, tienden a sobrevalorar los componentes económicos de las naciones, y hacen de la riqueza principal preocupación y motivo. Lo extraño es que el mundo entero tienda a aceptar el objetivo de la riqueza -nada desdeñable- como el principal y por encima del de la independencia.

Las ideologías han sido eficaces cuando han plasmado las aspiraciones generales de un pueblo. Así el liberalismo, con su anexo capitalismo, ha respondido a las concepciones generales del mundo anglosajón de la Reforma, del mismo modo que el marxismo, tan lejano a Europa, ha respondido al imperialismo ruso con el solo añadido del leninismo.

Pero en España las diferentes ideologías han respondido únicamente a los fines de la división y de la inmovilidad histórica, cosa buena para ese Occidente (próximo y lejano) en el que un día tendremos que irrumpir, para modificarlo, con nuestras específicas concepciones.

La política, que en España responde siempre a la acción-reacción de la Termodinámica, no es cosa de ideas solamente ni mucho menos de ideologías. La política se carga de juicios de valor y encarna en la mayoría de los casos un mundo de sentimientos. Esto se olvida casi siempre: no sólo razón, sino pasión, amor u odio, están en la base de nuestras actitudes políticas, y hay que hablar a la vez al espíritu y al sentimiento del hombre para que sea el hombre entero el que decida y actúe.

En España, voluntaria o involuntariamente, hemos contaminado con pasiones las ideologías ultramontanas, que se convierten, además de en un modelo utópico, en un arma con la que llevar la contraria al vecino antipático, al conocido imbécil o a la historia desagradable. ¿Qué teníamos aquí antes de que las primeras ideologías nos infectasen ? Ambiciosos, como en todas partes, sin la cobertura pulcra y filosófica de su ideología. Y también gobernantes honestos cuya vida pública no se ordenaba en función de unas corrientes de pensamiento sintéticas, prefabricadas siempre, con las que jamás se ha explicado del todo la compleja realidad de los estados.

¿Cómo se gobernó en España antes de la masonería y antes del constitucionalismo liberal? ¿En qué se apoyaban los hombres de estado que no tenían, claro está, ideologías? De la única forma válida posible todavía: analizando bien su sociedad; tomándole las medidas, apuntando claramente las cosas en el debe y en el haber y procurando avanzar con arreglo a unos objetivos.

Hoy el pueblo español baraja en masa modelos de sociedad, utópicos finales marxistas o liberales, pero no apunta hacia objetivos, sino hacia generalidades modélicas que no han existido jamás, ni existirán nunca. Va siendo hora de despertar de este sueño político, de este discurrir al margen de los hechos, y recuperar con vigor nuestro viejo, eficaz y despiadado realismo. Con las ideologías nos movemos en círculos, y las direcciones de nuestro ir por la historia, al cambiar según la ideología que venza en las elecciones, se convierten en mero vagabundeo.

En cambio, qué diferente sería si con toda premeditación, sin servidumbres ni filosóficas ni foráneas, fijáramos nuestros propios objetivos y los persiguiéramos implacablemente, seguros siempre de adónde vamos y seguros de que al final de nuestra navegación por el tiempo absurdo nos aguarda un buen puerto.

No tengo yo ideología ni estoy dispuesto a dejarme llevar por ninguna. Tengo algo más importante, eficaz y sólido: objetivos. Y en los objetivos interviene la voluntad, algo así como el músculo del entendimiento, la espada del espíritu, la matriz de toda libertad que valga la pena ser vivida.

Pronto muchos habremos elegido con claridad nuestros objetivos y ellos nos devolverán un modo recto y eficaz de hacer de la convivencia el destino necesario que ahora nos falta a casi todos.

A.R.

 



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