Portada revista 46

Manuel Azaña y la guerra de 1936. Un libro políticamente incorrecto Indice de Revistas La reacción de Sorel

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

La lucha contra el demonio en la evangelización americana (I).

En este artículo, dividido en dos partes, procuramos brindar una perspectiva, esencialmente histórica, de esa terrible realidad que es el demonio. Pretende aportar algunas cuestiones que esclarezcan la presencia del demonio y lo demoníaco en contraposición a la magna empresa espiritual realizada por España y la Iglesia a fin de conquistar y evangelizar América para la salvación de las almas.

El problema de la interpretación del demonismo.

La historia de América ha sido y es profundamente falsificada. Los mecanismos propios de esa falsificación que, a diario se produce con nuestro pasado, han sido ya profusamente explicados por historiadores y pensadores egregios. Desde la falacia consuetudinaria a los sofismas más vergonzosos, la narración de nuestra historia ha quedado en manos de un manojo de inescrupulosos que, más allá y más acá de sus amargas intencionalidades, respondieron y responden a fines no por oscuros menos organizados. Es que las llamadas leyendas negras no pueden ser adscriptas al pensamiento de tal o cual historiador sino más bien al diseño concienzudo de un plan falsificador cuyas tácticas, estrategias y personeros recorren con holgura el pensamiento moderno. La historia de la Iglesia, inescindible de la historia toda del Nuevo Mundo, ha sufrido también los embates de estas leyendas negras. Diremos más: es precisamente a partir de una concepción errónea y falaz de la historia de la Iglesia en Hispanoamérica que pudieron y pueden sostenerse las tesis de una historia falsificada de América toda.

Antonio Caponnetto explícita con sobria lucidez las diversas manifestaciones de estas leyendas negras que coadyuvan en su origen y en sus fines (1). Estas expresiones están señaladas a partir de tres tipos distintos como la leyenda lascasiana, la liberal y la marxista. En esta última se enrolan los intentos falsificadores, por demás fructíferos y vigentes, de la Teología de la Liberación.

Es menester aclarar, sin embargo, que esta división de la Leyenda Negra no es más que una expresión de sus diversas manifestaciones que no hacen más que demostrar su univocidad en torno a algunos errores fundamentales. En este sentido la Teología de la Liberación no es más que una síntesis de las viejas y nuevas leyendas negras nacidas al amparo de las sospecha moderna ejercida contra la Verdad y sus epifanías temporales. Síntesis no menos peligrosa por el hecho de serlo y más aún si se toma en cuenta su carácter profundamente cismático, cuando no directamente heresiarca (2).

Esta pseudo teología marxistizada se ha esmerado por incursionar en el ámbito historiográfico y, como ha de suponerse, no ha sido ésta una cuestión fortuita más sí desafortunada. A este respecto dejamos la palabra al precitado Caponnetto:

"La Teología de la Liberación es, entre otras cosas, una formulación sin mayores vuelos del viejo error historicista. Cómo tal posee de la historia una mirada temporalista y secularizante y , en no pocos casos, profanadora de las más altas realidades sacras. De la historia en tanto ser como de los histórico en tanto acontecer. Consistir y transcurrir resultan así reducidos y tergiversados. Pero está claro que de una torcida concepción acerca de lo que la historia es, no puede sino seguirse una peor elaboración e interpretación de lo que en su curso ha sucedido. Por eso la Teología de la Liberación al ocuparse – y se ocupa con prioridad – de la Historia de América, la analiza y expone con criterios materialistas, ideologizantes y, digámoslo todo (3), anticristianos." Esa historiografía ideologizante se expresa esencialmente en la categoría de conflicto, propio de la dialéctica marxista. Citamos in extenso a Mons. Kloppenburg:

"Es así como se divulga una ideología que hace del conflicto algo estructural, considerándolo el motor de la historia y señalando la agudización de los conflictos como el único medio adecuado para el progreso de la humanidad. Las tensiones que son parte de la vida, son sistemática y conscientemente transformadas en oposiciones, para que entonces surja el conflicto. Revelan una visión patológica, maniquea y dualista de la realidad, compuesta, según ellos, de contrarios en lucha. El motor de su dialéctica es la lucha de clases." (4)

De acuerdo a los conceptos explicitados en las citas anteriores podemos indicar, sin temor a equivocarnos, que lo sagrado, lo sobrenatural, lo trascendente no forman parte de la heterodoxa concepción de la Teología de la Liberación y sus obvias y publicitadas ramificaciones en el pensamiento y quehacer historiográfico actual (5). Es por ello que las realidades sobrenaturales como los milagros o la incorruptibilidad del cuerpo de los mártires o las batallas victoriosas por el la intercesión de Nuestra Señora, por citar sólo algunas, sean presentados por los corifeos de esta nueva teología e historiografía como prejuicios irracionales o meras legitimaciones ideológicas del poder político opresor (léase Corona española – Iglesia Católica). Por lo mismo no es extraño que el tratamiento de la cuestión del diablo sea de talante semejante.

El Príncipe de las Tinieblas aparece a los ojos de estos historiógrafos como mera categoría, un concepto extraído del oscurantismo propio de la Cristiandad medieval (de la cual, efectivamente, es deudora la epopeya evangelizadora americana), una simple herramienta ideológica utilizada para la opresión de las mayorías étnicas, los indígenas.

Es claro que esta supina idea tiene origen cierto en las claves ideológicas de la Teología de la Liberación a las que ya hemos aludido. De hecho su adscripción neta al materialismo histórico le permite trasplantar la categoría de la lucha de clases inherente al método dialéctico al escenario indiano y anunciar así el concepto de demonización como uno de los ejes de la política opresiva (6).

Fernando Cervantes explica bien el riesgo de estas interpretaciones. Mientras critica por un lado la ausencia de estudios serios en la historia del demonismo, presenta algunas de las variantes interpretativas sobre el tema:

"En el mejor de los casos, el demonio aparece como una apropiación pintoresca de una idea dominante , que proporciona buen material anecdótico. En el peor de los casos, el concepto surge como la imposición de una idea hegemónica, magistralmente organizada por las elites, para mantener a los grupos subordinados bajo su control." (7)

Esta cuestión encuentra sentido en el desarrollo de no pocos escritos que sostienen la hipótesis de la demonización como herramienta ideológica de opresión de las masas indígenas.

Al respecto son emblemáticas las palabras del historiador chileno Pinto Rodríguez:

"La diabolización del mundo americano fue sólo una de las alternativas que utilizó el europeo para discriminar negativamente a los nativos de esta tierra - y agrega- es evidente que no lo hizo por perversidad: en una república cristiana, fuertemente etnocéntrica, no había lugar para la otredad." (8)

La explicación acerca de este término no poco abstruso de la demonización ha sido realizada desde distintas perspectivas. En este sentido, la categoría de alteridad ha sido una de las primeras en ser utilizadas para abordarlo. Desde la categoría de la alteridad el argumento que pretende interpretar la demonización como una forma de legitimación socio - ideológica recurre también a la cuestión de la barbarización del indígena.

Es indudable que, al término de lo que se ha dado en llamar ciclo evangelizador fundante (9), primó en los europeos cierta imagen negativa de las culturas indígenas en general.

"En dicho contexto - dice Cervantes - no tardó en hacerse patente que cuanto más se considerara a los indígenas bajo el poder de Satanás, mayor era la urgencia de la presencia europea."

Pero no tarda este autor en responder a esta tesis de legitimación.

"El peligro evidente de esta interpretación es que tiende a reducir la figura del demonio a un mero instrumento de conveniencia política y a menospreciar la sincera creencia de la mayoría de los contemporáneos en la autenticidad del demonismo." (10)

Lo que este autor citado no dice es que el origen de esta falaz interpretación es el clasismo que la anima, claro deudor del más craso materialismo histórico. Sí compartimos, es claro, que los misioneros creían firmemente que evangelizar implicaba convertir y esto, arrancar a los indígenas de las garras del diablo.

No es sólo que el misionero cree en la existencia del demonio, sino que su vida está centrada dos esenciales razones: anunciar y predicar la Buena Nueva para la salvación de las almas y librar la guerra contra el diablo para evitar la perdición de las almas. Pero esto no es posible de entender si no se toma en cuenta que en rigor de verdad América, por su gentilidad y barbarismo, era la Civitas Diaboli.

América, Civitas Diaboli.

Nos interesa remitirnos a un autor esencial de la evangelización americana, José de Acosta, quien sistematizó, entre otras muchas cuestiones, el problema del demonismo.

Este jesuita, considerado como uno de los pensadores más fecundos y lúcidos de Indias, presenta dos títulos importantes para el estudio de la evangelización: Historia natural y moral de Indias y Predicación del Evangelio en Indias.

En su Historia Natural y moral de las Indias, Acosta llega a referirse duramente en contra de aquellos clérigos que ven en toda la naturaleza indígena la mano del demonio. Es más, insiste en la natural bondad de estos y compara su cultura con la griega y romana paganas, para demostrar que la misma no es obra del demonio.

Sin embargo, su explicación cambia de tono cuando se refiere concretamente a la cuestión religiosa. Ingresar en el ámbito de lo sobrenatural era para Acosta, como para el resto de sus contemporáneos, ingresar en el terreno de la certeza absoluta.

Cuando analiza las similitudes entre algunas cuestiones de las religiones paganas y las cristianas, no duda en adjudicar a las primeras un carácter sobrenatural y, por ende, diabólico, dado que Dios no puede admitir dos cultos legítimos. La única fuente alternativa capaz de justificar esas similitudes tenía que ser diabólica. Así, logra explicar la necesidad del simia Dei de montar una estructura eclesiástica sustentada en su envidia y en la acción de sus instrumentos más eficaces: los hechiceros.

"¿A quien no pondrá admiración - exclamaba Acosta- que tuviese el demonio tanto cuidado de hacerse adorar y recibir al modo que Jesucristo ordenó y enseñó, y como la Santa Iglesia lo acostumbra ?" (11)

A partir de esto explica como el demonio posee en América una iglesia propia, ajena a los designios de Dios y producto de su satánica envidia.

"Era precisamente este deseo mimético el que originaba la existencia de las prácticas contra- religiosas entre los nativos de América, pues el diablo aprovechaba cualquier oportunidad que le permitiera imitar el culto divino." (12)

Acosta describe cómo el diablo tenía sus propios sacerdotes, los hechiceros, que ofrecían sacrificios y administraban sacramentos en su honor. Tenía "mil géneros de profetas falsos", a través de los cuales "pretendía usurpar para sí la Gloria de Dios y fingir con sus tinieblas la luz(..) Apenas hay cosa instituida por Jesucristo Nuestro Dios y Señor en su ley evangélica que en alguna manera no lo haya el demonio sofisticado y pasado a su gentilidad." (13)

Este frenesí mimético motivado por la envidia y descripto por este jesuita, se vuelve más explícito cuando el diablo intenta imitar los sacramentos, habiendo instituido falsos ritos del bautismo, matrimonio, confesión y unción sacerdotal.

A través de estas nociones Acosta determina lo que en gran medida será la demonología en el Nuevo Mundo hacia fines del quinientos. No podemos dejar de tener en cuenta su participación en el Concilio Limense III, y en la redacción del catecismo homónimo. Los tres concilios limenses del siglo XVI incorporaron es sus actas el tema de la hechicería - sortilegios, encantamientos, adivinaciones - y estipularon diversas penas para los que participaran de ellas.

Si se piensa en la vigencia y recepción de este Concilio, podemos tener una idea aproximada de cuáles fueron los preceptos que, sobre lo demonológico, hubieron de plantearse en esta parte de América.

A su vez, la legislación de la Corona no fue ajena al problema de las idolatrías como signos de la acción demoníaca. Tal preocupación se demuestra, por ejemplo, en el Provisorato de Naturales, creado en 1571 para ejercer un control real sobre la fe de los indígenas. Esta figura representó una forma de Inquisición para los naturales, diferente a la de los españoles dado que los indios eran "plantas verdes en la fe". Entre otras cosas, esta legislación implicaba la negación de la pena de muerte a los indígenas por causa de idolatría.

En la concepción de América como la Civitas Diaboli, la acción del demonio está centrada en el recupero de las almas que le son arrebatadas por los evangelizadores, luego de siglos de absoluta potestad en estas tierras. Su acción está esencialmente dirigida a los indios infieles o catecúmenos, pero también a los misioneros. Siempre es entendida por los misioneros como preternatural y no sobrenatural en tanto se origina en la imitación del diablo hacia las cosas de Dios.

Podemos dividir la acción del diablo en cuatro categorías distintas, a saber: directa e indirecta y ordinaria y extraordinaria.

La acción directa se produce siempre que el demonio actúa sin intermediarios e incluye tanto el aviso de la llegada de los intrusos a las tierras indígenas, como el "...llegar a concertarse con los gentiles para que maten a los padres y a quienes han osado recibirles." (14) Por otro lado, la enemistad de otras tribus indígenas puede ser utilizada para lograr los fines demoníacos.

La acción es ordinaria cuando el demonio recurre a la tentación como uno de sus elementos más eficaces para derribar la voluntad de los hombres, ya sean estos indígenas o misioneros. Así, una vez establecida la misión, "el demonio hace sentir al grupo su presencia para enfriar la fe de los recién congregados." (15)

"En el caso de los catecúmenos los dardos demoniacos se orientan a desacreditar el sacramento del Bautismo, ya persuadiendo a los indios de que provoca la muerte, ya haciéndoles sentir la dureza de las obligaciones como cristianos." (16)

La acción indirecta está referida esencialmente a la utilización de los instrumentos predilectos de Satanás: los hechiceros.

La figura del hechicero es esencial en la historia de la evangelización, pues representa uno de los obstáculos más fuertes a las tentativas misioneras.

Señala Pagano que "los adivinos, hechiceros y magos invocaban al demonio con el nombre de ángel de luz, rindiéndole cierta manera de adoración y ofreciéndole perfumes y hierbas olorosas." (17)

De esta forma, para los misioneros, los hechiceros realizan una alianza con el demonio con quien, hasta la llegada de los europeos, "eran dueños de manipular la abundancia, la felicidad y la vida, pero también la esterilidad, la desdicha y la muerte del grupo." Por esto,"... deben luchar para no ver peligrar su ganancia de almas el demonio, de poder los hechiceros- en manos de quienes se consideran el brazo armado de Cristo." (18)

Por último, la acción extraordinaria del demonio se ve en su máxima potencialidad: la posesión. En toda América Hispana se verifica la existencia de las bendiciones de sacerdotes que expulsan demonios, como práctica, sino común, al menos reiterada.

Las expresiones que conquistadores y misioneros encontraron en América indican que este continente era tierra del diablo. En un excelente trabajo el polígrafo argentino Héctor Petrocelli manifiesta, en un esfuerzo sintético pero sistemático y sólido, las facetas negativas de las culturas que se hallaban aquí al momento del encuentro. (19)

La religiosidad inmanente, naturalista, dualista, idolátrica y nigromántica. El holocausto de seres humanos como víctimas ofrecidas para el apaciguamiento de los dioses y la antropofagia como expresiones típicas de esa religiosidad (20). La dispersión, dominación y esclavización de los pueblos vencidos en las guerras genocidas. La negación de un orden jerárquico o aristocrático basado en las virtudes y la aplicación a sangre y fuego de una sociedad estamental establecida por el derecho de la fuerza y la iniquidad. El sojuzgamiento de la mujer, la desidia, el incesto, la poligamia, la embriaguez y la sodomía como prácticas no sólo comunes sino aceptadas y hasta socialmente valoradas. Tal era parte importante del panorama hallado por los cristianos emergidos de la Reconquista, caballeros de la Cristiandad medieval empeñados en poner la fuerza armada al servicio de la Verdad desarmada. ¿Existió, existe, otra explicación para aquella situación que la ofrecida por la evidente acción demoníaca? ¿Existió entonces otra alternativa que la ofrecida por la cruz y espada para batirse en el Buen Combate?

A este respecto es patético observar como aquellos heterodoxos de toda jaez que venimos criticando como partícipes del proceso cultural anticristiano, no dudan en exaltar las costumbres indígenas con tanta asiduidad e intensidad como destrozan las cristianas empresas indianas de misioneros y conquistadores. A propósito recordamos una reflexión de Antonio Caponnetto quien aseguraba que la conocida frase de Baudelaire está superada: hoy la mayor argucia del diablo no es hacer creer que no existe sino hacer creer que su existencia es buena (21). Algo de eso hay en las vehementes odas de exaltación a la desordenada y cuasi demoníaca vida indígena anterior a la predicación de la Palabra en este continente. (Seguirá)

Sebastián Sánchez Tomjo@infovia.com.ar

Notas y bibliografía

1.- Antonio Caponnetto. Hispanidad y leyendas negras. La Teología de la Liberación y la Historia de América, Bs. As., Cruzamante, 1989. En este libro del gran pensador argentino se exponen los errores históricos de las leyendas negras como así también su génesis ideológica. Sin embargo, y más allá de las fundamentales explicaciones que nos brinda acerca de la las falacias historicistas e inmanentistas, consideramos de valor esencial su valoración de las nociones centrales de Cristiandad – Hispanidad.

2.- El documento redactado por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe es más que esclarecedor a este respecto. Cf. Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación, Bs. As., Paulinas, 1984.

Sin embargo y, a diferencia de las herejías que profusamente han asolado la historia de la Iglesia Católica, la Teología de la Liberación pretende permanecer dentro de la Iglesia para procurar destruirla por dentro, Esto es una característica de los herejes contemporáneos, desde los modernistas hasta los actuales eco teólogos o las tristemente conocidas católicas por el derecho a decidir.

3.- Caponnetto. Op. Cit. p. 15. Podemos citar muchos ejemplos acerca de esta cuestión pero algunos fragmentos de Enrique Dussel, uno de los más importantes cultores de esta ideología, nos parecen suficientemente representativos: "...había que construir- nos dice Dussel - la categoría bíblica de pobre, oprimido, desposeído, como categoría de la ciencia histórica (...) la totalidad social de una época había que estudiarla como determinada por una cierta totalidad práctico productiva (sea tributaria, capitalista, etc.) que, por su parte, permitiese definir las clases sociales. Las diversas maneras de articularse dichas clases en coyunturas históricas, bloques históricos, aclara el sentido de una época, período o acontecimiento." Dussel E. (Ed.) Resistencia y esperanza. Historia del pueblo cristiano en America Latina y el Caribe. CEHILA- DEI. San José de Costa Rica, 1995.

4.- Mons. Boaventura Kloppenburg. Pluralismo Eclesial, en: La iglesia del Señor. Bogotá. CELAM.1983.

5.- Desde la publicación de "Las venas abiertas de América Latina" del infausto literato uruguayo Eduardo Galeano hasta las publicaciones pseudocientíficas del ámbito pluriversitario actual se evidencia la simiente errónea de los planteos de la Teología de la Liberación. De más está repetir que estas tesis apoyadas en la una hermenéutica ad aeternum son la versión nueva de viejos errores.

6.- Sobre las bases filosóficas e históricas del marxismo se ha escrito mucho y de lo mejor pero nos parecen sustanciales las expresiones que al respecto pronunciaran dos sacerdotes argentinos: ".. el tránsito injustificado y apriorístico, del orden gnoseológico al ontológico es el equívoco más claro y la raíz profunda del fallo básico en el idealismo hegeliano. Marx adopta con entusiasmo el método dialéctico, pero al advertir la intrínseca incongruencia del idealismo intenta saltar de éste a la realidad (...) por consiguiente Marx no se libra del equívoco del tránsito injustificado (...) se trata de un falso realismo porque se funda en un grosero materialismo gnoseológico." Domingo Basso – Enrique Laje. ¿Es liberador el marxismo?, Bs. As. Claretiana, 1977.

7.- Cf. Cervantes Fernando, El Diablo en el Nuevo Mundo, Herder, p.13. Este autor, mexicano y profesor en la Universidad de Bristol, brinda una interesante síntesis de la historia del demonismo en el Nuevo Mundo, particularmente en Nueva España. Se presenta a sí mismo como católico pero muchas de sus conclusiones lo acercan a algunas categorías del ,pensamiento de la Liberación. Sin embargo, su trabajo nos parece aconsejable por su seriedad para aquellos que sepan entrever la ideología entre líneas.

8.- Pinto Rodríguez Jorge. Las cosas de Dios y las hechuras de Satanás. Blancos, indios y mestizos en Chile, en: Cuadernos del Sur (25) 1995. Asimsmo otro trabajo de este autor chileno nos parece interesante como expresión de los extravíos que venimos señalando. "¿Qué vieron estos hombres cuando estuvieron frente a los indígenas de América? Una nebulosa se cruzó por sus ojos (...) Los jesuitas encontraron en Satanás la clave para traspasar la nebulosa. Diabolizaron al indígena y al mundo que los rodeaba y, valiéndose de esa condición lanzaron una cruzada en contra de quien llamaban el enemigo más cruel del genero humano" Pinto Rodríguez, J. Entre el pecado y la virtud, en: Misticismo y Violencia en la temprana evangelización de Chile. citar.

9.- Cf. Luque Alcaide y Saranyana Josep Ignasi. La iglesia Católica y América. Madrid, MAPFRE, 1992.

10.- Cf. Cervantes Fernando. Op. cit. p.22.

11.- Acosta José de. Historia natural y moral de las indias. Cit. por Cervantes Fernando Op. Cit. Pp.52.

12.- Cf. Cervantes. Op. cit. p. 51.

13.- Cf. Cervantes. Op. cit. p. 52.

14.- Cf. Martini. Imagen del Diablo en las misiones guaraníes... p. 340.

15.- Cf. Martini . Op. cit. p.341.

16.- Ibid p. 341.

17.- Pagano José León. Aproximación a los demonios y las brujas. Bs. As. EDUCA, 1996.

18.- Cf. Martini Mónica. Op. Cit.

19.- Cf. Petrocelli. "Lo que a veces no se dice de la conquista de América", Rosario, Didascalia, 1992. No hemos de caer en generalizaciones absurdas tal como los pseudohistoriadores que criticamos. América era y es una realidad profundamente rica y variada y, Si bien es cierto, que era este un caldo de cultivo propicio para el poder del demonio no lo es menos el hecho de que había culturas que más rápida y sinceramente adhirieron con entusiasmo a la Verdad predicada por misioneros y conquistadores. Caeríamos, valga la repetición, en argumentos falaces si expresáramos otra cosa.

20.- En el marco del relativismo ético que empaña los trabajos historiográficos de cuño indigenista el tema de la antropofagia y los sacrificios humanos es objeto de un respeto tan profundo cuan ardoroso resulta el ataque, por citar sólo un ejemplo, a la administración de los sacramentos. Con respecto a estos dos temas, tan difundidos en la América prehispánica, remitimos al trabajo de Agustín Zapata Gollán: La guerra y las armas. Una visión de la América indígena, Bs. As., Eudeba, 1965.

21.- No realizamos transcripción literal de la cita.



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