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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

La reacción de Sorel.

La trayectoria de un pensador original y honrado aunque heterogéneo y heterodoxo.

Georges Sorel está hoy interesadamente olvidado. La significación de su pensamiento tiene que desagradar profundamente a los fautores y seguidores del pensamiento único. Su marxismo heterodoxo, o, por mejor decir, su disidencia del marxismo, no constituye la virtud que pudiera hacerle admirable a los ojos de los progresistas militantes. Estos están más dispuestos a perdonar los genocidios de Stalin o Mao Tse-Tung que las "Reflexiones sobre la violencia" de un pensador cuya idea real de la violencia no iba más allá de la huelga general y que condenaba el atentado político. Y que era un independiente y un crítico, pecado imperdonable.

Nacido en Cherburgo en 1847, su adhesión al marxismo data de 1894. Admiró siempre a Marx y su concepto de la lucha de clases. Siempre odió a la burguesía y esto le unía al pensador alemán. Pero...

Ya en 1896 escribía sobre Vico con admiración. En 1898, influído por Benedetto Croce y Eduard Bernstein comienza a criticar el marxismo. Era natural, puesto que su espíritu no se adecuaba realmente con esta filosofía. Hay que tener en cuenta que en estas fechas era discípulo de Henri Bergson.

Lo que comienza a incomodarle profundamente en el marxismo es, precisamente, una de sus características fundamentales: su materialismo. Es algo que choca con su naturaleza. Se ha dicho que las ideas de Sorel resultan incoherentes y contradictorias en gran medida debido a sus bandazos ideológicos. Pero esta objeción resulta poco significativa si consideramos que lo que predomina en Sorel es, ante todo, actitud, carácter y pasión. Entonces, se descubre un hilo central que conecta cuanto Sorel escribió y dijo: si no una doctrina, se halla la expresión de un temperamento singular, de una concepción permanente de la vida. A esta dirección permanente del espíritu, producto de un sentimiento íntimo insobornable, se le podría llamar "espíritu de elevación".

No podía estar cómodo con el marxismo ortodoxo, con el aspecto determinista de este sistema, marcado por leyes fatales de carácter económico, puramente material. Su concepto del hombre era radicalmente distinto del constituído por un rebaño al que únicamente motivaban necesidades físicas. No estaba de ninguna manera convencido de que los "revolucionarios del estómago", como con desprecio designaba a los que así pensaban, pudiesen triunfar algún día.

Lo cierto es que a finales del XIX el marxismo había entrado en crisis. Los primeros disparos de la gran batalla contra el marxismo se producen en el momento de la publicación del tercer volumen de "El capital". La obra alcanza un gran éxito tanto en Europa como en Estados Unidos. Böhm-Bawerk, ministro de Hacienda en tres ocasiones, profesor de economía en la Universidad de Viena, y uno de los economistas más respetados de su época, dirige su crítica a las teorías marxistas del valor y el plusvalor, y esta puede considerarse la respuesta que los economistas oficiales dan a Marx.

Universalmente aceptado en el campo antimarxista, el planteamiento del economista austríaco también inspira la crítica del marxismo emprendida dentro del campo socialista. Dos importantes autores, Vilfredo Pareto y Benedetto Croce, emprenden la misma vía.

La ruptura comienza con la crítica de la economía marxista, y es en este terreno donde se asientan el revisionismo revolucionario y su fundador, Georges Sorel. En los comienzos de su carrera como teórico marxista, Sorel reprueba la teoría del valor y llega a la conclusión de que la economía marxista no es necesaria a quienquiera que conciba el marxismo como conviene verlo, esto es, como una máquina de guerra contra la democracia burguesía. Esta idea era inimaginable para cualquier marxista ortodoxo, por muy independiente y exclusivo que pretendiera ser, como Lenin, Rosa Luxemburgo o Antonio Labriola, padre del marxismo italiano.

Lo cierto era que no aparecían signos de que la profecía marxista fuese a cumplirse en un futuro previsible, ya que la economía capitalista funcionaba muy bien. Había generado un considerable grado de riqueza y las condiciones de vida del proletariado habían mejorado notablemente. Es decir, el capitalismo no parecía ser portador de los gérmenes de su propia destrucción, como pensaba Marx. Para destruir la sociedad burguesa, había, pues, que introducir novedades en la doctrina. Había que revisarla.

El marxismo era un sistema de ideas que hundía sus raíces en la filosofía del siglo XVIII. El revisionismo soreliano sustituye los fundamentos racionalistas, hegelianos, del marxismo, por la nueva visión de la naturaleza humana que proclama Le Bon, por el anticartesianismo de Bergson y por los últimos descubrimientos de la sociología política de Pareto. El socialismo soreliano es voluntarista, vitalista y antimaterialista. Se sirve del bergsonismo contra el cientificismo y llega hasta desdeñar la misma Razón. Es una filosofía de la acción, el culto de la energía y del ímpetu.

Dado que el libre juego de las fuerzas económicas era incapaz de desencadenar el proceso revolucionario, era preciso sustituir la economía por elementos psicológicos. Era necesario apelar a las fuerzas profundas del inconsciente y de la intuición.

Sorel nunca pretendió construir un cuerpo ideológico homogéneo. Su honestidad no le permitía maquillar las diversas etapas de su andadura. En realidad, no tenía ninguna razón para hacerlo: a pesar de las apariencias, su peripecia intelectual es coherente y, políticamente, de una lógica estricta.

Siempre le inspiraron un horror sagrado la sociedad burguesa, sus valores intelectuales, morales y políticos, el racionalismo cartesiano, el optimismo, el utilitarismo, el positivismo y el intelectualismo, la totalidad de los valores inherentes a la civilización de la Ilustración, comúnmente asociados con la democracia liberal. Sócrates, Descartes y Voltaire, Rousseau y Comte, y sus herederos, encabezados por Jaurès, representan la pendiente intelectual que inexorablemente lleva a la decadencia. Para Sorel la historia es, en última instancia, una crónica de un interminable combate contra la decadencia.

Contra la fuerzas de la decadencia se erigen siempre las energías de la resistencia: Anytus, al hablar en nombre de la Ciudad heroica, se enfrenta a Sócrates y a los sofistas. En los siglos XVII y XVIII, Pascal se opone a Descartes y a Voltaire, pero el sentimiento religioso no consigue poner coto al materialismo ascendente ni a la caída subsiguiente. Afortunadamente, Bergson y William James anuncian la existencia de un afán renovador capaz, acaso, de enderezar las ruinas acumuladas por Rousseau y Diderot, Condorcet y Auguste Comte.

Sorel fué siempre un moralista. Sin duda, tuvo parte en ello su educación piadosa, sus hondas raíces en la vida provinciana tradicional francesa, su patriotismo tácito pero profundo. Es evidente que lo que se le presentaba como desmoralización y desintegración de la sociedad francesa tradicional le preocupó durante toda su vida y alimentó su hostilidad frente a los que le parecían extraviarse más allá de los confines de la cultura tradicional de Occidente. Pero hay que contar también con la influencia decisiva de Henri Bergson, a cuyas lecciones asistía junto con su amigo Péguy, y que, como a éste, le afectó de manera profunda y permanente.

Su socialismo revisado es moralista, espiritualista, antirracionalista, invoca a Pascal y Bergson -"entre quienes" dice, "cabría hacer más de una comparación"- contra los enemigos mortales, Sócrates y Descartes. Sorel se siente fascinado por Pascal, a la vez que le deslumbra el espiritualismo bergsoniano. Pascal se rebela contra el ateísmo, su espíritu siente la seducción del milagro, de modo que es la antítesis perfecta de Descartes que "abre la vía a los enciclopedistas reduciendo el papel de Dios a muy poca cosa". Sorel rechaza de un plumazo lo esencial de le herencia intelectual de los siglos XVII y XVIII. Sorel siente aversión por la concepción atomística del individuo que prevalece desde los tiempos de Hobbes y de Locke, pues ella es la culpable del liberalismo, de la democracia y del socialismo desnaturalizado. Al propio tiempo, coherente consigo mismo, estigmatiza la secularización de la sociedad francesa, ese proceso que nunca pudo haber cristalizado sin el relajamiento de las costumbres y la desaparición de la moral.

La violenta y constante repugnancia de Sorel hacia el modo de vida de la burguesía parisiense de su época, tan feroz, a su modo, como la de Flaubert, va ligada a un odio jansenista hacia esos dos males gemelos que son el hedonismo y el materialismo. Una sensación de ahogo en la sociedad burguesa del siglo XIX, comercializada, desenvuelta, insolente, impúdica, acomodaticia, cobarde y estúpida, llena los escritos de la época: las obras de Proudhon, Carlyle, Ibsen, Baudelaire, Nietzsche y los autores rusos más conocidos de entonces son una acusación gigantesca. Esta es la tradición en la que Sorel se encuadra desde el principio hasta el final de su vida como escritor.

Sorel no vacila a la hora de distinguir lo sano de lo enfermo, ya sea en los individuos o en las sociedades. Los griegos homéricos vivían a la luz de unos valores sin los cuales ninguna sociedad puede ser creadora o poseer un sentido de la grandeza. Admiraban el valor, la fuerza, la justicia, la lealtad, el sacrificio, y, por encima de todo, la lucha en sí. Después llegó el escepticismo, la sofística, la vida muelle, la democracia, el individualismo, la decadencia. También Roma fué en un tiempo heroica, pero cedió al legalismo y a la burocratización de la vida, y el bajo Imperio fué una jaula sofocante. En cierta época fué la Iglesia primitiva la que sostuvo la bandera del hombre. Lo que creían los primeros cristianos es menos importante que la intensidad de una fe que no dejaba resquicios al intelecto corrosivo. Por encima de todo, aquellos hombres rehuían las componendas. Las concesiones, repita Sorel, siempre ban conduciendo a la autodrestrucción. La única esperanza reside en la resistencia inquebrantable a las fuerzas que pretenden debilitar aquello por lo que instintivamente sabemos que vivimos. La paz de la Iglesia con el mundo acarreó su infección y degeneración.

No es raro que con esta disposición espiritual abandonase el socialismo marxista en 1909. Ni que acabara produciéndose una convergencia entre su pensamiento y el nacionalismo de la "L'Action française". En Abril de 1909, tras leer la segunda edición de la "Enquête sur la Monarchie" (Encuesta sobre la monarquía), Sorel ya manifestaba su admiración por el fundador de la "Acción Francesa", Charles Maurras. Más adelante, esta confluencia se consolida con un artículo que publica en "Il Divenire sociale", de Enrico Leone, la revista más importante del sindicalismo revolucionario italiano, en el que rinde un homenaje de gran repercusión al maurrasianismo y que "L'Action française" publica.

Los maurrasianos devuelven el cumplido con una lluvia de elogios: se habla de "la incomparable capacidad de análisis" de Sorel, y se le estima como "el más profundo crítico de las tesis modernistas" o "el más penetrante y eminente de los sociólogos franceses". Había un motivo adicional para este entusiasmo. Sorel había publicado el 4 de Abril en "L'Action française" un gran elogio de la obra de Péguy "Le mistère de la charité de Jeanne D´Arc" (El misterio de la caridad de Juana de Arco). "Obra magnífica, escribe Sorel, que contará tal vez entre las obras maestras de la literatura francesa". En realidad, no existe el patriotismo sin su esencia cristiana. El despertar nacionalista se encuentra estrechamente vinculado a la acción impetuosa del catolicismo. Todo escritor que quiera "hablar dignamente de la patria", dice Sorel, debe referirse a lo "sobrenatural cristiano". Una "afirmación tan acerbamente católica" revela hasta qué punto "todos los bellacos sienten que el poder del que hoy disfrutan está amenazado", ya que, en contacto con este texto, "el lector no ha cesado de debatirse con el alma eterna de Francia". Para Sorel, el patriotismo católico de Péguy añade una dimensión suplementaria a la gran cruzada antirracionalista: "De este modo se nos presenta el patriotismo bajo un aspecto nada adecuado a los racionalistas (...), el arte triunfa aquí sobre la falsa ciencia que se contenta con las apariencias, y alcanza la realidad".

Hay que tener en cuenta que Sorel consideraba al catolicismo como fuente de disciplina y, en consecuencia, como un componente fundamental de la civilización que a diario debe defenderse de las fuerzas de la destrucción. Él quería devolver a la civilización europea la grandeza de los siglos cristianos, pesimistas y heroicos. No se interesaba por la metafísica cristiana, sino por el cristianismo como germen de un orden capaz de garantizar el futuro de la civilización.

En sus últimos años (murió en 1922), siempre descontento con lo que veía, depositó sus esperanzas en Lenin (?), sin duda por desconocimiento de la verdadera significación monstruosa de esta figura, como les ocurrió a tantos intelectuales de la época; posteriormente admiró a Mussolini. Fueron sus últimos bandazos. Estas variaciones (no tan incomprensibles si se coloca uno en la época) pueden hallar paralelismo con las fluctuaciones del pensamiento de Valle-Inclán en su ocaso.

Mussolini, en busca de un linaje intelectual respetable, le reivindicó como padre espiritual, aunque lo cierto es que él era fundamentalmente nietzscheano, lo mismo que su mentor de los inicios Gabriele D'Annunzio.

Estas líneas no tienen la pretensión de analizar o juzgar positiva a negativamente la doctrina de Sorel. Sí destacar el impulso espiritual que siempre movilizó sus energías.

No hay duda de que el marxismo es una filosofía que niega la espiritualidad del hombre. Plenamente materialista, reduce al hombre a la única condición de animal inteligente. La degradación moral que esto conlleva ha sido plenamente demostrada en la práctica con la caída del régimen comunista en la antigua Unión Soviética y el indescriptible grado de corrupción que ha revelado.

Sorel era plenamente antimaterialista como queda dicho. Lo único que siempre le ligó a Marx fué su aversión íntima hacia la burguesía y su concepto de la lucha de clases que él tradujo a su visión heroica de la vida. Visión no sólo distinta sino opuesta a la de un marxista ortodoxo.

El interés de Sorel estriba en que puede ser una prueba de que el espíritu del hombre se niega a perecer y que es susceptible de reaccionar. Y que este resurgimiento espiritual es incompatible con las concesiones, los compromisos, el pactismo, el dialoguismo y las componendas, que conducen a la corrupción y la decadencia, como el mismo Sorel afirmaba.

Se dirá que esta actitud puede conducir a la violencia, y que, de hecho, Sorel era un teórico de la misma. Ha habido mucho interés en atribuirle a Sorel el patrimonio de la violencia, es cierto. Y eso, por quienes se resisten a hablar de los gigantescos genocidios realizados por Lenin, Stalin y Mao Tse- Tung. Pero Sorel era un moralista y, en consecuencia, repudiaba el atentado político. Su idea de la violencia se refería a la resistencia ante la injusticia, no a la agresión. Sus conceptos eran morales y metafísicos, más que empíricos. En la práctica, su idea de la violencia se circunscribía al mito de la huelga general que él cultivó siempre.

Si buscásemos a sus herederos políticos en la actualidad, quizás tendríamos que fijarnos en "Alleanza Nazionale", formación política neofascista que comparte con otras fuerzas el poder en Italia en la actualidad; circunstancia ésta que ha merecido el silencio más absoluto de los comentaristas en los medios de comunicación, por lo menos en los de España.

Y a este respecto, se podrían mencionar algunos aspectos programáticos revelados por Federico Eichberg, responsable de la formación de cuadros dirigentes de esta agrupación política, en entrevista del pasado año: "Nosotros nos llamamos la derecha de los valores. Nuestras tesis congresuales de 1995 se redactaron a la luz de la "Centessimus Annus", a la luz del derecho natural. Creemos en el realismo filosófico, en la escuela de Aristóteles y Santo Tomás. Creemos en la democracia como medio y no como fin. Creemos y defendemos el derecho a la vida. Alleanza ha sido el único partido que se ha opuesto a la ley del aborto, ya que en su momento la Democracia Cristiana nos traicionó porque no hizo lo posible para que esta ley no saliera".

Esta última afirmación resulta decididamente significativa.


Ignacio San Miguel.



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