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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Un ejemplo de megarismo cultural: el estado de Israel.

La identidad de una cultura, en cuanto sistema dinámico es antes un "aùtos" que un "ìsos". El concepto de sistema dinámico permite dar entrada a la incidencia de factores exógenos, y salida a las contradicciones internas de partes constitutivas del proceso mismo del desarrollo del todo complejo.

La mayoría de los nuevos estados nacionales han nacido, en buena parte, del proceso de secularización y de la kulturkampf, de la Ilustración y de Racionalismo. Si hay un proceso inverso, ese es el que va desde la aparición del sionismo al actual Estado de Israel. Intentaremos aplicar a este singular fenómeno político y metapolítico categorías buenistas.

Israel representa el ejemplo más depurado de concepción esencialista de la cultura, por la cual la cultura mantiene una conexión interna sustancial, que se antepone al individuo. El voluntarismo nacionalista de orígen romántico, antecedente del que fuera su archienemigo alemán, el III Reich, presenta paradójicamente su mejor exponente en la constitución de Israel como Estado.

"El nacionalismo es una respuesta al problema de las identidades en sociedades desarraigadas. El nacionalismo es un concepto cultural, no político. Las naciones se construyen a través de mitos culturales, pero lo político se apodera del concepto cultural", dice Tomás Pérez Vejo en "Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas". El autor coincide con J. Juaristi en que nacionalismo inventa naciones allí donde no existen.

En boca de G. Bueno; "la identidad étnica puede tener muy poco que ver con etnotipos etic, y mucho con la acción ideológica de grupos que actúan durante dos o tres generaciones logrando imbuir en la población de su influencia el "estado de conciencia"". El sionismo es quizá el ejemplo más acabado de construcción ad hoc sobre una identidad étnica en proceso de desvanecimiento.

El término "megárico" alude a la voluntad de separación esencial. La inconmensurabilidad de las esencias étnicas eternas se enfrenta siempre a las esferas envolventes. Los megáricos, escuela filosófica helénica de Megara, llevaron al límite la doctrina de las esencias de Platón, inmutables e inconmensurables. El éxito del sionismo en la reactivación eficaz del relato del Pueblo Elegido contra toda lógica histórica e integratoria secular, contra la dispersión y diversidad de la diáspora, representa la gran victoria de la escuela de Megara.

La distorsión sobre la realidad que hace ese esencialismo consiste en pretender que las "superestructuras"; organización, partidos, estado, emanan de la "capa básica". En palabras de Bueno,"capa basal de la que el sistema capta energía del entorno, pero a través del "análisis" desde sus propias categorías". En el ejemplo elegido, el "Pueblo Judio", al comienzo del sionismo, en el s. XIX, aludía a un conjunto de minorías nacionales dispersas por todo el mundo tan diferentes entre sí como integradas en las sociedades en las que residían. Diversos idiomas nacionales, diversos idiomas tradicionales; "yiddis" y "ladino", askenazis y sefardíes, laicos y ortodoxos, con el hebreo reducido a lengua litúrgica para iniciados, una lengua muerta, como el latín, sólo les unía una vaga nostalgia bimilenaria y veterotestamentaria de pueblo elegido y castigado.

Una vez que la "cultura" asume la forma de sociedad política, en este caso la constitución de Israel como estado, la capa basal se reveló comparativamente muy débil frente a la "capa cortical", corteza capaz de resistir la agresión del entorno ; ejército, diplomacia, poderes reales, una característica de los "pueblos jinetes"; militaristas o depredadores. Todo el resto del cuerpo de la esfera cultural sería la capa conjuntiva.

El sueño de Teodoro Herlz era agrupar a todos los judios en una nación territorial, como las demás. Sus sucesores en el movimiento sionista procuraron divulgar este ideal, laico, socialista y utópico, que reducía a la faceta cultural e identitaria la religión, y que no tenía mucho que ver con el propósito mesiánico de "el año que viene, en Jerusalem". El lugar no importaba demasiado; se negoció con las potencias coloniales sobre Madagascar, Kenia o Patagonia. Este propósito fue un punto común entre los sionistas y sus perseguidores. El joven Isaac Shamir recomendaba la alianza con Hitler en 1941 para este fin. Los visionarios sionistas llevaron a cabo una propaganda unitarista entre los judíos y antiintegracionista con respecto a los estados huesped. Indirectamente alimentaron los "pogrom" en la Europa Oriental y por ello la emigración hacia América y Palestina. La coincidencia de ésta última con la tierra bíblica fue una posterior victoria de la impronta religiosa sobre la laica, dialéctica que va a determinar toda la historia moderna de Israel, y la inestable paz en Oriente Medio, pues la "Tierra Santa" va desde el Nilo al Eúfrates, al comprender los antiguos reinos de Judá e Israel más los países de exilio.

Hay un punto de coincidencia entre los sionistas y los nacionalsocialistas; en 1935 Heydrich escribe en Das Schwarze Korps, órgano oficial de la SS; "Nosotros deberemos dividir a los judios en dos categorías: los sionistas y los partidacios de la asimilación. Los sionistas profesan una concepción estrictamente racial, y, para la emigración en Palestina, ayudan a edificar su propio Estado Judío.....nuestros mejores votos...". El criterio racial está muy presente en el nuevo estado. Israel carece formalmente de Constitución, y como Alemania antes de la reunificación, la denomina Ley Fundamental, también por voluntarismo territorial, pues bien, el art.4b recoge la Ley del retorno; se considera judío a la persona nacida de madre judía.... La concepción de ciudadanía política de modelo francés o de suelo, opuesta al modelo alemán o de sangre. se haría notar diferente al 15% de ciudadanos israelíes que no son israelitas; árabes musulmanes o cristianos. Es una cruel paradoja que la historia asista a discriminaciones legales matrimoniales, "limpieza de sangre" etc.

La gran afluencia, tras la expulsión de los británicos y la proclamación de independencia de 1947, se dispuso a vencer a todas las dificultades, no menor de las cuales era la fragilidad de 14.000 kms. cuadrados rodeados de un enemigo numeroso. Israel venció, con heroísmo y el apoyo del primo americano, al desierto y a la guerra, pero hay un enemigo con el que no ha podido en Estado judío.

El mito al que recurrió el incipiente y singular nacionalismo sionista, se ha vuelto contra su creación. Quienes esperan la llegada del Mesías, no aceptan al mesías laico del nuevo estado. La heterogénea diáspora se reproduce en el pequeño territorio, convertido en un polvorín por la "rebelión de Yavé". No hay otra constitución que la Torá, reclaman los rabinos, que consiguieron una confesionalidad nacional-judía, que ha derrotado al proyecto original sionista. Pero la discriminación religiosa no es la única; los Bné Yisrael, karaítas y los falashas, judíos procedentes de India, Egipto y Etiopía, son objeto de exclusiones por razón de sangre.

La sinagoga parece triunfar contra el kibutz. Los haredim se libran de impuestos y servicio militar, en un país donde la importancia de la "capa cortical" sólo es comparable a las de Esparta o Prusia, la alta fertilidad de los integristas y su agresividad les da una decisiva cuota de poder, en el parlamento y en la calle. Los intelectuales laicos empiezan a abandonar Jerusalem, mientras los Fieles del Templo preparan la reconstrucción de éste, que implica la destrucción de las mezquitas. Un verdadero casus belli para el mundo islámico.

Jamás una cultura puede estar aislada de su entorno. La identidad de una cultura, en cuanto sistema dinámico es antes un aùtos que un ìsos. El concepto de sistema dinámico permite dar entrada a la incidencia de factores exógenos, y salida a las contradicciones internas de partes constitutivas del proceso mismo del desarrollo del todo complejo. El fundamentalismo y el papel de mito de la religión étnica, de la que lamentablemente para él, y por suerte para los infieles carece Arzallus, refuerzan el aislamiento y se oponen a la apertura dinámica. Esta singularidad hace que en Israel la arqueología domine a la modernidad. La tradición metafísico teológica, que Bueno señala con acierto en la procedencia de muchos de los apóstoles de las identidades, en este caso se presenta en su mayor grado de pureza.

Estar o no entre las 21 culturas que A. Toynbee enumeró, puede ser importante para quien reivindique una identidad, pero ser la preferida de Dios debe ser, en buena lógica, mucho mejor. Dejar que se contamine tal esencia pasa a ser un sacrilegio, la aniquilación irreversible de una realidad esencial que se nos presenta como incondicionalmente valiosa en el concierto de los seres. Ese anhelo de preservación no es sino la voluntad de las élites que proyectan la política de los pueblos. A veces, residiendo lejos, en Nueva York o Washington, por ejemplo, lejos de sus experimentos.

La identidad cultural es sólo un mito, un fetiche. Un mito práctico. Un mito que concibe la identidad nacional como un patrón cultural invariable, un apelación puramente ideológica al "hecho diferencial", enraizado en remotas épocas míticas y desdibujadas. Un mito metafísico-teológico secularizado en la mayoría de los casos, pero rebiblificado en el ejemplo que nos ocupa. Y un mito que alimenta la creencia en el derecho de apoderamiento, y exclusión, de una tierra de procedencia remota, no es sólo el de la batalla del Valle de los mirlos, en Kosovo, es peligroso. Un mito es el derecho a una tierra re-prometida más alejado en el tiempo que si los españoles de apellido godo reclaman la isla de Gotland, en el Báltico. Un mito que puede llevar, y lo ha hecho, a matar y morir, es peligroso.

Lo que comenzaron visionarios, levitas y filólogos, puede acabar en manos de halcones con acceso a misiles. Si la racionalidad y la solidaridad humanas no se imponen, podría ser que el largo camino de Megara a Armagedón pase por Jerusalem.

Francisco D. de Otazu



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