Portada revista 56

España entre religión civil y religión política Indice de Revistas Un guante por Pio XII

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Simón Bolívar, creador de naciones.

La destrucción de la unidad de un continente: uno de los frutos de la quimera de Simón Bolívar

"El magno ideal que comenzaba a tentar a Bolívar ante el ejemplo de Napoleón podía traerle mayores incertidumbres. ¿Qué clase de empresa tendría que realizar él para alcanzar tanta gloria? ¿Cómo lograría un simple criollo americano abrirse paso en la historia como Bonaparte? ...Entonces se acordó de América: "Esto, escribió más tarde -me hizo pensar en la esclavitud de América y en la gloria que conquistaría el que la liberase".
"Bolívar", Liévano Aguirre

"Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de lo demás".
Simón Bolívar, enero de 1830

La Venezuela de Bolivar

Venezuela era un país de plantaciones y ranchos. El tabaco, el algodón y el café constituían el 30 por ciento de las exportaciones, el cacao el 60 por ciento. La unidad de plantación era el latifundio y la mano de obra fundamental se la proporcionaban los esclavos negros.

La aristocracia venezolana era contraria a la independencia, según Humbolt, debido a que "no ven en las revoluciones sino una pérdida de sus esclavos" y añadía que "aun preferían la dominación extranjera a la autoridad ejercida por los americanos de una casta inferior". En 1800 la población era de 898.043 habitantes -Los blancos constituían el 20,3 por ciento del total (de ellos 12.000 peninsulares), los pardos el 45 por ciento, los negros libres el 33,362 por ciento y los esclavos negros el 9,7 por ciento junto con un 2,6 por ciento de esclavos fugitivos.

La aristocracia colonial comprendía 658 familias, un 0,5 por ciento de la población. Sus miembros vivían en la ciudad y participaban activamente en los cabildos, consulados y milicia.

Nos dice John Lynch en su libro "Las revoluciones hispanoamericanas": "La aristocracia rural estaba imbuida de una profunda conciencia de clase, nacida de sus estrechos vínculos de clan y agudizada por el conflicto con los españoles, por un lado, y con los pardos, por otro. Como productores de artículos de exportación, los latifundistas querían colocar directamente sus productos en el mercado mundial y procurarse importaciones de fuentes más baratas. Esto hacía que estuviesen resentidos con los monopolistas españoles por el control del comercio ultramarino, pues estos compraban barato sus exportaciones y vendían caro sus productos importados... Sin embargo, eficiente o no, el control metropolitano era considerado como un obstáculo al crecimiento. Y a los criollos les faltaban los medios para cambiar la política. Aunque se apropiaban de las posiciones clave en los cabildos y gozaban de las mejores oportunidades en la universidad y en la iglesia, no podían penetrar en la alta burocracia y en las más importantes instituciones legales. Su frustración era tanto más aguda cuanto que se sentían amenazados por la política socialrracial de la metrópoli y por su aplicación por los tribunales". ("Las revoluciones hispanoamericanas", John Lynch, pág. 215).

Las castas son los mestizos, mulatos y negros. Esto es, los que no son ni españoles (europeos o americanos), ni indios. "En las ciudades trabajaban en los oficios bajos y serviles y formaban el peonaje rural vinculado a las grandes fincas... eran particularmente numerosos en las ciudades, escenarios de una aguda tensión social, "la lucha constante, el choque diario, la pugna secular de castas; la repulsión por una parte y el odio profundo e implacable por la otra". Los pardos no eran una clase, sino una masa inestable e intermedia, de límites imprecisos. Pero fueren lo que fueren, alarmaban a los blancos por su número y aspiraciones. Los criollos pasaron a la ofensiva y se opusieron al avance de gente de color, quejándose de la venta de blancura, oponiéndose a la educación popular, y protestando, aunque sin éxito, contra la presencia de pardos en la milicia... En resumen, los criollos se quejaban de la política imperial hacia los pardos: era demasiado indulgente; parecía hecha "para menoscabar la estimación de las familias antiguas, distinguidas y honradas"; era peligrosa por "franquear a los pardos y facilitarles por medio de la dispensación de su baja calidad la instrucción de que hasta ahora han carecido y deben carecer en lo adelante". Los criollos eran gente asustada; temían una guerra de castas, inflamada por las doctrinas revolucionarias francesas y la violencia contagiosa de Santo Domingo". ("Las revoluciones hispanoamericanas", John Lynch, pag. 215-216).

Es interesante destacar que el 10 de febrero de 1795 se dicta en Aranjuez la Real Cédula de "Gracias al sacar" por la que se suspenden los caracteres infamantes del estado de "pardo, zambo, quinterón". A partir de entonces las razas despreciadas podrían comprar el título de Don y acceder a puestos hasta ahora eran exclusivo privilegio de los blancos. El 14 de abril de 1796 el Ayuntamiento de Caracas, órgano de expresión de los criollos, acuerda enviar al rey una súplica para suspenda los efectos de la mencionada Cédula.

"El 31 de mayo de 1789 el gobierno español redactó una nueva ley de esclavos, codificando la legislación, clarificando los derechos de los esclavos y los deberes de los amos, y en general intentando mejorar las condiciones de vida de aquéllos. Los criollos rechazaron la intervención estatal entre el amo y el esclavo, y combatieron contra este decreto en base a que los esclavos eran proclives al vicio y a la independencia y esenciales a la economía. En Venezuela -y por supuesto en todo el Caribe español -los plantadores se resistieron a la ley y procuraron su suspensión en 1794". ("Las revoluciones hispanoamericanas", John Lynch, pág. 217).

Hasta los últimos años del poder colonial la aristocracia criolla acepta el poder español como la mejor garantía de ley, paz y orden. "Pero gradualmente, entre 1797 y 1810, su lealtad se fue erosionando por las cambiantes circunstancias. En una época de creciente inestabilidad, cuando España no podía controlar los acontecimientos ni en su casa ni fuera de ella, los criollos empezaron a considerar que su preeminencia social dependía de conseguir un inmediato objetivo político -tomar el poder en exclusiva en lugar de compartirlo con los funcionarios y representantes de la debilitada metrópoli - ... Los criollos creían que los monopolistas españoles estaban determinados a mantener su control a toda costa, e incluso después de 1810 continuaron convencidos de que las diversas expediciones enviadas para la "pacificación" de Venezuela eran simples agentes de los intereses de Cádiz. Desde el punto de vista español, por supuesto, ninguno de estos asuntos era negociable: fue su intransigencia lo que persuadió a la mayoría de los criollos de que sus intereses sólo podrían estar seguros con la independencia absoluta. Su determinación fue reforzada por una comprobación cada vez más acusada de que ellos mismos eran mejores guardianes de la estructura social existente que la metrópoli". ("Las revoluciones hispanoamericanas", pág. 218-219, John Lynch).

En España los acontecimientos se suceden. Godoy es derribado por un motín en Aranjuez. Los franceses se apoderan a traición de la península. Carlos IV abdica en su hijo Fernando, pero este cae cautivo de Napoleón en Bayona. José Bonaparte es nombrado rey de España. El gobierno entero termina por entregarse a los invasores mientras se organizan juntas para resistir a los ocupantes.

El 15 de julio de 1808 llega a Caracas un representante del Supremo Consejo de Indias a exigir el reconocimiento de José Bonaparte como rey de España. Se produce un motín en la ciudad. Mientras la multitud recorre las calles aclamando al rey Fernando VII, los personajes más destacados organizan la Junta Suprema de Caracas. La autoridad pasa a esta Junta. Se complican las cosas cuando con la llegada del comisionado de la Junta de Sevilla, los peninsulares se organizan y el capitán general Casas declara que sobra la Junta organizada por el cabildo.

El 19 de abril, el cabildo depone al capitán general Emparán, se constituye la Junta de Gobierno y ésta asume la suprema autoridad de la capitanía. "Suprimió el derecho de alcabala sobre los comestibles y los objetos de primera necesidad; extinguió el impuesto de exportación; dio libre entrada a varios productos de manufactura extranjera para proteger el beneficio de los frutos del país, declaró que los indios quedaban exentos de todo tributo y prohibió el tráfico de esclavos" (Indalecio Liévano Aguirre, "Bolívar", pág. 56). Temerosa ante la posible reacción del Gobierno peninsular envía delegados a Estados Unidos y a Gran Bretaña. Y entre estos estará Simón Bolívar, pero detengámonos un instante y volvamos varios años atrás para ver las raíces de su pasión por la independencia de América. Y vayamos a otro continente, a Europa, porque es ahí donde se forja el sueño independentista de nuestro héroe.

Un espiritu romantico a la busqueda de una causa y gloria

"Un día en el salón de Fanny, encontró al barón de Humboldt, quien acababa de regresar de América... alrededor del triste destino de América, tierra de promisión que, según decían todos, agonizaba en el oscurantismo de la España sombría, reaccionaria y medieval. Bolívar, exaltándose entonces, casi instintivamente exclamó: "Brillante destino el del Nuevo Mundo si sus pueblos se vieran libres del yugo y qué empresa tan sublime..." A lo cuál el barón respondió un poco desdeñosamente "que aunque en América las circunstancias eran favorables para tal empresa, allí faltaban hombres para realizarla"... "Las revoluciones producen sus hombres", dijo Bonpland, tratando de dulcificar lo que la sentencia de Humbolt tenía de ofensivo para Bolívar por ser Americano." ("Bolívar", Indalecio Liévano Aguirre, pág. 38).

Por otra parte, la muerte de su esposa, María Teresa, años antes, el 22 de enero de 1803, había dejado una huella indeleble en su alma, un vacío que nunca acabaría de colmar. Así lo describe Demetrio Ramos: "¿Qué podía hacerse? ¿Aquello no tenía remedio? Por lo pronto esperar, pero, como en el viaje anterior, enamorándose de algo. Bolívar no estaba hecho, eso era ya evidente, para ver días iguales a sí mismos,... Tras lo que podía hacerse estaba abierto... el ansia de dimensión". ("Simón Bolívar, el libertador", Demetrio Ramos Pérez, pág. 17) El mismo Bolívar confiesa a Perú de Lacroix: "Miren ustedes lo que son las cosas; si no hubiera enviudado quizás mi vida hubiera sido otra cosa; no sería el general Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo... La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política; me hizo seguir el carro de Marte en Lugar del carro de Ceres".

Si la conversación en casa de Fanny Villiers le ofrece un ideal en cuyo servicio habría de quemar su vida, y la ausencia de María Teresa una razón, el camino a seguir será el señalado por Napoleón.

Nos dice su biógrafo Liévano Aguirre: "Y este proceso se acelera cuando la imagen de Napoleón proyecta de nuevo sobre él su impresionante sombra. Bolívar estaba en París el día de la coronación de Bonaparte y este acto, cumplido con magnificencia sin precedentes en la catedral de Notre Dame, le lanzó de lleno en la corriente de la vida histórica. El esplendor de la gloria sin par incorporó al campo de la conciencia -en la forma de un deseo de suscitar devoción semejante - muchas de las energías excepcionales que un día le permitirían arrancar a los pueblos americanos de su largo sueño colonial. "La corona -diría después -que se puso Napoleón sobre su cabeza la miró como cosa miserable y moda gótica. Lo que me pareció grande fue la aclamación universal y el interés de su persona". ("Bolívar", Liévano Aguirre, pág. 39).

Gloria y Napoleón se fusionarán en una imagen arrebatadora que le empujará a estudiar y aprender de él el arte de la guerra, de la política y el de gobernar, como le dirá a Perú Lacroix, y que sostendrá su sable en la adversidad y en la victoria en medio del clamor de las batallas.

En Milán el año 1805 asistirá a la coronación de Napoleón rey de Italia. Borracho por la grandeza de la ceremonia, intuyendo que la historia le preparaba un destino semejante, gritará lloroso, más tarde, el 15 de agosto 1805 en el Monte Sacro: "Juro que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".

Por último, la ilustración y el liberalismo le suministrarán las armas ideológicas que le permitirán la ruptura con la lealtad a la Corona, la deslegitimación de las instituciones y de la unidad del Imperio Español, y su sustitución por el esquema abstracto e ideal de una América redimida y nueva. Bolívar y sus correligionarios independentistas harán volar en mil pedazos un orden que había sabido concitar lealtades inquebrantables durante siglos, pero su América triunfante no pasará de ser un fantasma inalcanzable cuyo único contacto con la tierra la constituían unos frágiles pies de barro.

El liberalismo, por otra parte, cuyos conceptos y vocabulario salpican hasta la saciedad sus escritos, será un instrumento más en su ascensión hacia la gloria personal y la consecución de sus fines políticos. No dudará en dejarlo de lado o diluirlo, sin embargo, como Napoleón, cuando lo considere perjudicial para la realización de sus planes.

Un continente prometedor: América, emporio del universo

Para Bolívar América es un continente fértil y exuberante, de unas circunstancias tan excepcionales y de una riqueza tal que le permitiría adquirir a cambio de lo mucho que le sobra los objetos más codiciados de Europa. Mientras Europa, como el resto del mundo, están acabados, América apenas ha empezado a andar.

"El americano del sur vive a sus anchas en su país nativo; satisface sus necesidades y pasiones a poca costa. Montes de oro y de plata le proporcionan riquezas fáciles con que obtiene los objetos de la Europa. Campos fértiles, llanuras pobladas de animales, lagos y ríos caudalosos con ricas pesquerías lo alimentan superabundantemente, el clima no le exige vestidos y apenas habitaciones; en fin, puede existir aislado, subsistir de sí mismo y mantenerse independiente de los demás. Ninguna otra situación del mundo es semejante a ésta: toda la tierra está ya agotada por los hombres, la América apenas está encentada." (Kingston, 28 de septiembre de 1815)

"Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio a la familia humana; ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan sus montañas de plata y de oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del universo... mostrar al mundo antiguo la libertad del moderno" (Angostura, 15 de febrero de 1819).

Inglaterra será la aliada necesaria. Además de ser la dueña de los mares y tener capacidad de decisión sobre qué flotas los surcan con destino a América, sería la principal socia que, una vez instaurado el comercio libre y adquirida la libertad política, le compraría sus productos agrícolas y le proporcionaría productos manufacturados en una relación comercial mutuamente ventajosa. En un momento determinado, la tomaría incluso como el modelo sobre el que los flamantes ciudadanos del Nuevo Mundo, los libres de Colón, edificarían sus virtudes y su moral ciudadana, superando así sus vicios seculares.

España, la madrastra

España es, entre otras cosas, para Bolívar: corrompida, una desnaturalizada madrastra, una vieja serpiente.

Los españoles, sus antepasados, le merecen los siguientes epítetos y juicios: huestes españolas, opresores, apáticos, odiosos, tiranos, usurpadores, acreedores de la detestación universal, raza de exterminadores, etc.

En el discurso de Angostura sostiene que España no es Europa ni en sangre, ni en instituciones, ni en carácter. "Pues que la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter" (Angostura, 15 de febrero de 1819). Dudamos que, conociendo la admiración que despertó en él la modernidad de Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, estas palabras deban entenderse como alabanza y canto a su supuesta sangre africana o a la integración racial.

Es obvio que su visita a España, y los contrastes que observa en sus viajes por los países mencionados e Italia, deben de haber dejado una profunda huella en la mente y en el espíritu de nuestro héroe. De los Estados Unidos, a donde había viajado en 1807, diría que "allí vi la libertad racional".

Las expectativas con las que viajó a España se vieron defraudadas. No consiguió el puesto en la diplomacia que pretendía. La decepción que le produjo la visita al antiguo castillo de los Bolívar, los fracasos de su tío carnal que no logró obtener el título de marqués de San Luis, sus experiencias en la corte que le permitieron a través del venezolano Mallo, favorito de la reina María Luisa, vivir el ambiente corrompido que allí "reinaba" así como el ascenso de Godoy con la consiguiente marginación y persecución de los amigos americanos de Mallo; la pérdida por parte de España del dominio de los mares con las consiguientes dificultades tanto para los exportadores de las colonias como para los americanos residentes en España, obligados a esperar la llegada, siempre con retraso, de los barcos en convoyes que llevaban los frutos de sus haciendas, cuya venta les permitía atender a sus gastos ordinarios, todo esto, repito, contribuyó a crear en él una sensación de malestar que se materializaría en una imagen muy negativa de España.

Sin duda las ideas del marques de Ustáriz debieron también de influirle. Nos cuenta Indalecio Liévano Aguirre que éste además de estar empapado en las ideas de la Enciclopedia y del liberalismo, "creía profundamente en el "progreso indefinido" que traerían a la humanidad las ideas del siglo de la Ilustración, consideraba necio prejuicio la herencia cultural de la España imperial y católica." ("Bolívar", Indalecio Liévano Aguirre, pág. 29).

En lo económico y político España representa la decadencia.

Pero España tiene una relación especial con América que no conviene olvidar. Es la que ha aniquilado el mundo que existía a la llegada de Colón. Por las peores artes se adueñó de Imperios y reinos. Su labor genocida deja pocas dudas. "Ellos han aniquilado la raza de los primeros habitadores para sustituir la suya y dominarla" (Bogotá, 23 de enero de 1815). Las barbaridades que realizaron "... parecen superiores a la perversidad humana" (Carta de Jamaica, 6 de septiembre de 1815).

Pero España no sólo es un activo agente de opresión, muerte, crueldad, sometimiento y destrucción. Es la transmisora de los vicios y defectos que poseen los habitantes del Continente. Ebrio de odio hacia la sangre que corre por sus venas, y con una ceguera que rebosa, precisamente, de pasión dice: "sus armas son las viles pasiones, que nos han trasmitido por herencia, la cruel ambición, la miserable codicia, las preocupaciones religiosas y los errores políticos " (Bogotá, 23 de enero de 1815).

"...estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia."

El Poder Moral y las virtudes inglesas, sin embargo, serían el instrumento que Bolívar y la Providencia habían reservado para llevar a cabo la labor de regeneración que alumbraría a los buenos americanos.

América, la sufriente

América es la patria que sufre por "los tormentos que padece, desde su descubrimiento hasta estos últimos períodos por parte de sus destructores los españoles..." (Carta de Jamaica. 6 de septiembre de 1815). Ni que decir tiene que los crueles monstruos que tantas heridas causaron a América eran, precisamente, los antepasados de Bolívar y de sus compatriotas venezolanos blancos, que al margen de que algunos de estos fueran americanos de primera generación, otros de tercera, y otros como él de séptima, vivían en una sociedad española transplantada a América, y no hicieron más que perpetuar los esquemas de dominación de la conquista. No sólo estos descendientes de Pizarro y de Cortés no lucharon por mejorar el status del indio y de las castas, sino que torpedeaban la legislación real y cualquier iniciativa de la Corona y de la Iglesia que tuviere como fin la mejora de las condiciones de vida y derechos del indio y de las castas, como hemos visto en la introducción a este trabajo.

Dentro del sistema español, entre los americanos no hace distinción de castas ni de estamentos, como si ocupara el mismo lugar en la sociedad americana un indio o un pardo que un blanco, "no ocupan otro lugar (los americanos) en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuanto más, el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de prohibiciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos de comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias y provincias americanas, para que no se traten, entiendan, ni negocien..." (Carta de Jamaica. 6 de septiembre de 1815). Es obvio que lo que dice afecta fundamentalmente a los blancos. A los pardos y demás gente de color les preocupaba muchísimo más otra serie de discriminaciones más inmediatas y cotidianas, y esta vez los "verdugos" no eran sólo los españoles europeos sino también los criollos. No podían acceder al sacerdocio, tenían vedada la educación, no tenían poder y mucho menos acceso a los cabildos y demás instituciones representativas, sufrían restricciones en el ascenso en la milicia, raramente disponían de propiedades dignas, etc.

En consecuencia, Bolívar sostiene que en lo político América llevó durante siglos una existencia pasiva. Como nos dice en la carta de Jamaica "su existencia política era nula". Sin embargo, sin pretender en lo más mínimo defender las injustas discriminaciones que los americanos españoles sufrían, la vida colonial no se limitaba al comercio internacional, ni a los puestos más elevados de Virreinatos y Audiencias. La vida municipal era bastante rica e interesante, y los criollos, los blancos nacidos en América, disponían del poder en cabildos y consulados. Los escalones intermedios administrativos y muchos superiores eran suyos. Herederos de los conquistadores y encomenderos, tenían en sus manos las haciendas y eran los que dirigían la vida económica y social.

Lo que sí está claro es que si algo le hiere es la dependencia que los criollos tenían con respecto a la Península, el monopolio del comercio, el nombramiento de altos cargos a los europeos, que su metrópoli estuviera en decadencia, y que por tanto no les pudiese proporcionar el salto a la modernidad... A este respecto es muy significativo el silencio que guarda sobre la opresión que sufría la población jamaicana y de otras islas del Caribe de manos de los colonialistas ingleses.

Su forma de razonar y argumentar no tiene la frialdad, la objetividad o la coherencia del que busca por encima de todo la verdad. Es, por el contrario, un volcán en erupción, y ebrio de resentimientos, ciego a la rígida división de la sociedad americana, a la cruel explotación del indígena por españoles americanos y europeos, crea un discurso artificial y sesgado con el único fin de aunar a los americanos de todas las razas y castas en la empresa emancipadora al servicio de los intereses de los latifundistas locales contra los peninsulares.

Pero la cosa ya adquiere visos delirantes con la siguiente afirmación: "...jamás nación del mundo, dotada inmensamente de extensión, riqueza y población ha experimentado el ignominioso pupilaje de tres siglos, pasados en una absoluta abstracción, privada del comercio del universo, de la contemplación de la política, y sumergida en un caos de tinieblas." (Bogotá, 23 de enero 1815)

El problema real es de índole doméstica. Es una lucha interna por la redistribución del poder entre los españoles americanos y europeos. Para entenderlo en sus raíces más profundas tenemos que acudir de nuevo a la carta de Jamaica donde lo expresa en términos inequívocos: "El emperador Carlos V formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de América, que como dice Guerra, es nuestro contrato social. Los reyes de España convinieron que lo ejecutasen por su cuenta y riesgo, prohibiéndoseles hacerlo a costa de la real hacienda, y por esta razón se les concedía que fuesen señores de la tierra, que organizasen la administración y ejerciesen la jefatura en apelación, con otras muchas exenciones y privilegios que sería prolijo detallar. El Rey se comprometió a no enajenar jamás las provincias americanas, como que a él no tocaba otra jurisdicción que el alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían los conquistadores para sí y sus descendientes. Al mismo tiempo existen leyes expresas que favorecen casi exclusivamente a los naturales del país originarios de España en cuanto a los empleos civiles, eclesiásticos y de rentas. Por manera que, con una violación manifiesta de las leyes y de los pactos subsiguientes, se han visto despojar aquellos naturales de la autoridad constituida que les daba su código".

La clave radica en que estas tierras eran "... una especie de propiedad feudal que allí tenían los conquistadores para sí y sus descendientes". Pero el pacto se rompió con la promulgación de leyes expresas que "... favorecen casi exclusivamente a los naturales del país originarios de España en cuanto a los empleos civiles, eclesiásticos y de rentas". Y Bolívar sería el encargado en su porción de continente de pasar la factura. Los peninsulares, el rey, al incumplir el contrato, se habían convertido en extranjeros.

"Todo era extranjero en este suelo. Religión, leyes, costumbres, alimentos, vestidos, eran de Europa, y nada debíamos ni aun imitar". (Bogotá, 23 de enero 1815). El malabarismo de Bolívar consiste en considerar extranjeros a unas personas a las que todo les unía: la sangre, las costumbres, la cultura, la religión, la lengua, gran parte de los intereses, etc., excepto el lugar nacimiento y los antagonismos señalados. El gran mérito de Bolívar consiste en saber implicar en su parte del pacto a aquellos que desde el principio se habían visto marginados del mismo: los indios, las víctimas por antonomasia, y los pardos.

En ningún momento se plantean las revoluciones independentistas restaurar la cultura, lenguas, instituciones, costumbres y tradiciones indias, mucho menos alterar las relaciones de poder entre castas y clases. Pero hacen de los indios ciudadanos colombianos, peruanos, etc., iguales a los demás ante la ley, aunque con ello su situación socioeconómica real no haga más que empeorar.

Identidad de un continente

"Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y las ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil. Yo considero el estado actual de la América, como cuando desplomado el Imperio Romano cada desmembración formó su sistema político, conforme a sus intereses y situación o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, familias y corporaciones; con esta notable diferencia, que aquellos miembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían las cosas y los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte no somos indios ni europeos, sino una especie entre los legítimos habitantes del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado". (Carta de Jamaica)

Es difícil reflejar mejor la dificultad que los criollos independentistas tenían para definir su identidad. Americanos por nacimiento, recordemos su afirmación "Que esta mitad del globo pertenece a quien Dios hizo nacer en su suelo, y no a los tránsfugas trasatlánticos..." (Bogotá, 23 de enero de 1815), pero siendo el origen de sus derechos, y privilegios, la conquista europea. Y arrebatando a los naturales del país los suyos por los frutos de dicha conquista, que no lo deja tan claro.

Pinta una imagen idílica y perfecta de las relaciones raciales en América en el artículo periodístico redactado a finales de 1815 en Kingston, Jamaica. "El colono español no oprime a su doméstico con cuidados excesivos; lo trata como a un compañero; lo educa en los principios de moral y humildad que prescribe la religión de Jesús... El indio es de un carácter tan apacible que sólo desea el reposo y la soledad; no aspira ni aun a acaudillar su tribu, mucho menos a dominar las extrañas... El esclavo en la América española vegeta abandonado en las haciendas, gozando, por decirlo así, de su inacción, de la hacienda de su señor y de una gran parte de los bienes de la libertad... se considera en su estado natural como un miembro de la familia de su amo, a quien ama y respeta." "Estamos autorizados, pues, a creer que todos los hijos de la América española, de cualquier color o condición que sean, se profesan un afecto fraternal recíproco, que ninguna maquinación es capaz de alterar" (Kingston, después del 28 de diciembre de 1815).

Pero ese marco paradisíaco de por sí no es capaz ni de ocultar la división y el odio de razas y de castas que preside la vida de Venezuela en particular, y la de América en general, ni de crear una identidad americana sólida. En el fondo de su alma sabe que es más lo que une a los criollos con los peninsulares que a aquéllos con los indios o con las castas. Por otra parte, cada peninsular que venía a América significaba un aumento del partido criollo a la siguiente generación.

Su respuesta a este orden de cosas es la rebelión y el deseo de transformarlo de acuerdo con un esquema ideal que se ajusta más a lo que debiera ser según su visión de las cosas que a la propia realidad: La Sociedad Patriótica con su radicalismo independentista, cuando la mayoría de los criollos eran autonomistas es el primer ejemplo. El decreto de guerra a muerte y su intransigente antimonarquismo, otros. Trata así, por medio de la acción política y militar, de abrir un foso que no existía entre los blancos que fuese más poderoso que los lazos de sangre, lengua, religión y cultura. Trata de crear, a través de la ley, a nivel jurídico, un vínculo entre americanos que supere las distancias enormes que separaban al mundo blanco criollo del de los indios y a estos del de las castas, los pardos. Para hacer completo su sueño de la igualdad jurídica se verá forzado a luchar, sin fortuna, por la abolición de la esclavitud, empresa en la que nadie puede poner en cuestión su sinceridad. "La diversidad de origen requiere un pulso infinitamente firme, un tacto infinitamente delicado para manejar esa sociedad heterogénea cuyo complicado artificio se disloca, se divide, se disuelve con la más ligera alteración". (Congreso de Angostura, 15 de febrero 1819)

América, nacion de naciones

Para Bolívar, las unidades políticas nuevas han de mantener los límites de las antiguas divisiones administrativas españolas. Es lo que se conoce con el nombre de uti possidetis.

"Ni Vd., ni yo, ni el congreso mismo del Perú, ni de Colombia, podemos romper y violar la base del derecho público que tenemos reconocido en América. Esta base es que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreinatos, capitanías generales, o presidencias como la de Chile. El Alto Perú es una dependencia del virreinato de Buenos Aires: dependencia inmediata como la de Quito de Santafé. Chile, aunque era dependencia del Perú, ya estaba separado del Perú algunos años antes de la revolución, como Guatemala de Nueva España. Así es que ambas a dos de estas presidencias han podido ser independientes de sus antiguos virreinatos (Carta a Sucre, Lima, 21 de febrero de 1825)

Veamos de qué forma califica a cada una de estas incipientes repúblicas.

Venezuela es llamada país y patria.

Nueva Granada (actual Colombia, Panamá y Ecuador) lo mismo.

Venezuela y Nueva Granada, pueblos hermanos.

Colombia (Venezuela y Nueva Granada), patria y nación.

Perú es calificada de nación y patria. Él mismo se confiesa extranjero y forastero con respecto a la misma.

Río de la Plata o Argentina de país y patria.

Hobsbawm en su interesantísimo trabajo "Naciones y nacionalismo desde 1870" hace un estudio de los significados de la palabra nación en la lengua castellana de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua en el recorrer del tiempo.


Antes de 1884, nos dice, nación es "La colección de los habitantes de alguna provincia, país o reino". A partir de este año en el diccionario aparece otra definición portadora de un contenido muy diferente: "Estado o cuerpo político que reconoce un centro común, supremo de gobierno. Territorio que comprende, y aun sus individuos, tomados colectivamente como conjunto".

A mi juicio esta última definición no hace más que recoger, tardíamente, la idea de nación que alumbra la Revolución Francesa. La nación política creación del Estado. Y es en este sentido en el que Bolívar lo usa fundamentalmente.

Para él la palabra nación tiene un significado más político que la palabra patria. Llama, por ejemplo, a Guayaquil y a su región patria, pero no nación, y puntualiza que una ciudad con un río no puede formar una nación. Esto revela, por otra parte, que los individuos no están autorizados a fundar naciones a su antojo. "Todas las provincias recobraron la soberanía local que Dios ha dado a cada hombre para sí, mas renunciada tácitamente en la sociedad, que se encarga, desde luego, de salvar a sus individuos" ("Una mirada sobre la América española", abril-junio, 1829) dirá en otra ocasión.

Si para él la palabra nación tiene unos límites mínimos que estarían determinados por su viabilidad, como menciona en el caso de Guayaquil, o mejor aún coincidirían con las antiguas divisiones administrativas españolas, que habían demostrado con creces su viabilidad. En la dirección opuesta, hacia arriba, no hay límites. De la misma manera que Nueva Granada es una patria y una nación, también lo es la unión de Nueva Granada con Venezuela, esto es, Colombia. Debemos de tener claro que si Colombia es en cuanto realidad jurídica la unión de estos dos países, en cuanto aspiración, por vocación, es toda la antigua América española. Y a ésta también le llama nación. "Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un sólo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse..." Sin embargo, sobre la viabilidad de la misma no es siempre optimista: "...mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América" (Carta de Jamaica).

Aquí vemos unas notas que se aproximan a lo que sería el concepto romántico de nación tan en boga a mediados del siglo XIX y que el diccionario de la Real Academia, con su característico retraso, no incorporará hasta 1925. "Conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y que tienen una tradición común". En su trabajo "The ethnic origin of nations" A. D. Smith habla de la importancia que tuvieron ciertos grupos étnicos tanto en la creación de formas de organización política correspondientes a sociedades pre-capitalistas como en la creación del estado-nación moderno.

Para él la unidad de la antigua América española o del mundo de Colón, como a veces le llama, es objeto constante de meditación. En una proclama fechada el 12 de junio de 1818 dirigida a los habitantes del Río de la Plata les anuncia, que una vez libre de tiranos, entonces Venezuela "os convidará a una sola sociedad, para que nuestra divisa sea Unidad en la América Meridional". Si el proyecto romántico nunca desaparece del todo, buscará fórmulas que se adecuen a las circunstancias y posibilidades de cada momento. La unión entre Nueva Granada y Venezuela es un primer paso. La creación de un organismo permanente que unifique sus políticas externas, les dote de un derecho publico americano, de un ejercito continental permanente, etc., sería otro paso adelante. Éste último no estaría sólo destinado a alzar un dique efectivo contra las ambiciones de España o de la Santa Alianza, sino que sería un paso hacia la unidad de la América hispana.

En los meses iniciales de 1926, en un borrador, el Libertador traza un bosquejo de los objetivos del Congreso que está por reunirse en el Istmo de Panamá. En él sostiene que el nuevo mundo se constituiría en naciones independientes pero ligadas por una ley común que fijaría sus relaciones externas. Entre dichas naciones, cada una de las cuales conservaría su autonomía, se darían unas relaciones de igualdad y de respeto.

Sin abdicar de su ideal de nación cultural, la realidad le hace centrarse en la creación de naciones políticas. En este sentido es muy interesante observar el uso que hace de la palabra extranjero.

Este uso no es unívoco y depende de las circunstancias. Llama extranjeros a los americanos ingleses y a los habitantes de Haití cuando la referencia es la América española con vistas al Congreso de Panamá, pero también se confiesa extranjero con respecto al Perú cuando la referencia es Nueva Granada y Venezuela.

Es cierto que un papel muy importante en su distinto uso del término viene dado por la evolución de las realidades políticas y militares. Si en una primera etapa la tarea fundamental es plantear en términos políticos y militares el antagonismo entre América y España, ambas tendrán la categoría de nación; en consecuencia, en la visión del continente predominará lo común, (no olvidemos que las mismas restricciones tenía el criollo de Buenos Aires que el de Caracas). En una segunda etapa, la de la construcción de sociedades republicanas en guerra, predominará la de República-nación, y en la última predominará la del intento de articular una unidad superior americana (Congreso de Panamá, Federación Andina) a partir de dichas repúblicas, su fracaso, y el de detener la desintegración de las ya edificadas (Colombia, que terminará desintegrándose).

En cualquier caso al nivel más operativo y tangible, el de las repúblicas, las revoluciones independentistas tratan de fundir todas las razas a nivel jurídico-político, que no social ni económico, a través de la unidad formal ante la ley y de una Constitución que no sólo asegure su estabilidad sino que sea capaz de reformar la moral, los hábitos y las costumbres de los habitantes del país, a partir de entonces ciudadanos, haciendo de estos una nación en el sentido moderno del término.

Los resultados: un mundo hecho añicos

En el folleto "Una mirada sobre la América española", Bolívar reflexiona extensamente sobre el lamentable estado en el que se haya Hispanoamérica a consecuencia de la desaparición de las instituciones que le habían dado estabilidad durante siglos.

"Esta es, americanos, nuestra deplorable situación. Si no la variamos, mejor es la muerte... Nunca tan desgraciados como lo somos al presente. Gozábamos entonces de bienes positivos, de bienes sensibles: entre tanto que en el día la ilusión se alimenta de quimeras; la esperanza, de lo futuro; atormentándose siempre el desengaño con realidades acerbas".

Burke decía: "Tenemos miedo de hacer que los hombres vivan y se relacionen basándose en su depósito personal de razón; porque sospechamos que el depósito de cada hombre es pequeño y que harían mejor los individuos aprovechando el banco general y el capital común de las naciones y de los tiempos" ("Reflections on the Revolution in France"). Este fue el fallo de Bolívar. Destruyó instituciones que habían funcionado durante tres siglos a favor de una quimera liberal que yacía en el depósito de su mente. Cuando él comenzó su andadura política, las que existían concitaban la lealtad no sólo de españoles americanos y europeos, sino de indios, negros y pardos. Sólo la lealtad a estas instituciones comunes hubiera garantizado el mantenimiento de la unidad de América.

La destrucción de estas instituciones y de una burocracia anónima que, mejor o peor, administraba el continente creo un enorme vacío que el caudillismo trató de llenar. Líderes guerreros representantes de intereses civiles, a menudo de índole regional, se transformaron pronto en jefes de una clientela a la que repartían cargos públicos y tierra a cambio de su apoyo y lealtad. El latifundio se consolidó. Los intereses locales y regionales, con sus correspondientes grupos de presión, pasaron a un primer plano. Mientras, el estado de las nuevas repúblicas, se debilitaba.

La destrucción en vidas y en propiedades causada por la aventura revolucionaria fue enorme. La inseguridad interior se apoderó del continente. Los ejércitos tenían un tamaño desproporcionado, y estando mal pagados, además de ser un medio de ascenso social de las antiguas castas, no pudieron resistir la tentación de ejercer funciones que no les correspondían.

Al rechazo al monopolio comercial español siguió el empeño en que potencias extranjeras les proporcionaran capital y productos manufacturados. Las enormes deudas contraídas durante la guerra se saldarían hipotecando, o vendiendo, las riquezas nacionales. Las minas, las tierras, cualquier tipo de activos a disposición del gobierno sirvieron para garantizar las deudas contraídas.

Inglaterra inundó el continente de mercancías baratas, seguido a cierta a distancia por los EE.UU., Francia y Alemania. Los propietarios de capital locales -la iglesia y los comerciantes- no tenían ninguna motivación que les llevara a invertirlo en una industria con un mercado débil y carente de protección. Además, muchos comerciantes y empresarios hispanoamericanos, incapaces de competir con los británicos, se arruinaron.

Los indios pasaron a ser considerados como un obstáculo al desarrollo económico y social. Dice Lynch que "La legislación en Perú, Nueva Granada y México intentó destruir las propiedades comunales para movilizar las tierras y fondos de los indios y forzarlos a abandonar el estatuto especial que tenían en una sociedad de laissez-faire. Esto suponía la división de las tierras comunales indias entre los propietarios individuales, teóricamente entre los propios indios, en la práctica entre sus poderosos vecinos blancos. La política liberal no integró a los indios en la nación; los aisló más en su desesperada pobreza, que tenía como única salida la rebelión ciega e inútil. ..." (John Lynch, "Las revoluciones hispanoamericanas", pág. 380)

Bolívar quería comer tarta y no engordar. Quería la unidad de América, pero a la vez destruir las instituciones que la garantizaban. Cuando el proceso independentista la hizo añicos, no sólo a nivel continental, entre los antiguos virreinatos y capitanías, sino incluso en el seno de cada una de las divisiones como lo reflejaban las fuerzas centrífugas que enfrentaban ciudad contra ciudad y provincia contra provincia, a él no le queda más remedio que reconstituirla idealmente sobre principios jurídicos abstractos sin base popular ni apoyatura en la realidad. Las bases materiales que la podían sustentar habían desaparecido. De aquella maquinaria gigantesca que había funcionado con éxito durante siglos sólo quedaba el recuerdo en un continente de hombres-ciudadanos disgregados en intereses locales, en una lucha abierta del hombre contra en hombre en nombre de principios fantasmales.

Al final, en medio del tumulto, se sentía la terrible soledad del fracasado general perdido en su estrecho laberinto.

Conclusiones

Bolívar es un hombre de acción al que no le es ajeno el pensamiento más profundo. Sin embargo, subordinará siempre éste a sus objetivos inmediatos. Con su característica pasión se pronunciará en los términos más peyorativos contra sus enemigos del momento, sin preguntarse si sus frases de hoy contradicen las de ayer.

Mientras que George Washington hizo "Ex pluribus unum", Bolívar y sus correligionarios hicieron "De uno, muchos". Él es uno de los máximos responsables de la división del continente, por mucho que luego intentara reconstruir su unidad sobre otras bases.

Esta afirmación y otras semejantes pueden hacer que este trabajo se considere parcial y hasta tendencioso. Pero la verdad es que sólo he pretendido sacar a la luz otra perspectiva, otro punto de vista que no contiene, ni pretende contener toda la verdad sobre un fenómeno tan complejo como es el de la independencia de Hispanoamérica. Estaba harto que se pasaran por alto verdades tan evidentes como el poco apoyo que los independentistas recibieron durante años, su aislamiento del pueblo, el carácter de guerra civil, y en ocasiones hasta de clase de la contienda; la condición de los criollos de herederos directos y biológicos de los conquistadores, de cuyos abusos procedía su situación socio-económica privilegiada. El hecho de que gran parte de los males del Continente no tienen su origen en el periodo colonial, sino en la guerra de la independencia, comenzando por la enorme destrucción en bienes, personas y propiedades, y continuando con el caudillismo, la formación de ejércitos levantiscos y la entrega de la propiedad nacional al capital y al colonialismo extranjero; el empeoramiento de las condiciones de vida de indios, mestizos y negros, y un largo etcétera que nos llevaría muchas páginas relatar.

Sin embargo, no sería honrado terminarlo sin una censura muy seria al papel jugado por los peninsulares realistas en la contienda. El egoísmo cerril que hizo que se encasillaran en la defensa de sus privilegios, su falta de flexibilidad y de visión de futuro a la hora de negociar, y la ferocidad con la que a menudo reprimieron al movimiento independentista, fueron otros tantos factores que contribuyeron a la prematura independencia -sin olvidar las causas más próximas como la impredecible invasión francesa de la Península -y a la rápida desintegración de lo que Bolívar llamaba el mundo de Colón. Trágicamente estos mismos errores se volverían a repetir a finales de siglo en las Antillas mayores, especialmente en la sufrida isla de Cuba.

Al final, al contemplar la debilidad, el fraccionamiento y el atraso del continente que José Martí llamó "Nuestra América", no nos queda más remedio que repetir la consabida frase: "Ella sola murió, entre todos la mataron". ¡Ojalá pudiéramos utilizar palabras distintas! ¡Ojalá pudiéramos decir con palabras de Pablo Neruda: "Tu hiciste grande, Señora, a Nuestra América"!

Quizá en el futuro.....

JMR, Madrid



BIBLIOGRAFIA

"Escritos políticos", Madrid, Alianza Edit., 1971

"Doctrina del Libertador", comp. Manuel Pérez Vila, Caracas, Ayacucho, 1976

"Para nosotros la patria es América", comp. y notas de Manuel Pérez Vila, Caracas, Ayacucho, 1991.

Víctor Andrés Belaunde, "Bolívar y el pensamiento político de la revolución hispanoamericana", Madrid, Cultura Hispánica, 1959.

E. J. Hobsbawm, "Nations and nationalismo since 1780", Cambridge, Cambridge University Press, 1990.

Indalecio Liévano Aguirre, "Bolívar", Madrid, Cultura Hispánica, 1983.

John Lynch, "Las revoluciones hispanoamericanas", Barcelona, Ariel, 1985.

Salvador de Madariaga, "Bolívar", Madrid, Espasa Calpe, 1975

Demetrio Ramos Pérez, "Simón Bolívar, el libertador", Madrid, 1988.



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