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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Babel en declive.

El gobierno valenciano del PP pretende imponer de forma artificial el valenciano en contra de la sociedad valenciana. Así hace antipática una lengua española frente a otra.

Lingüistas y sociólogos rastrean en los entresijos de las lenguas y muestran que determinadas peculiaridades semánticas y sintácticas responden a la idiosincrasia del pueblo que ideó cada código. Si bien esto es cierto, los nacionalismos románticos idealizaron en el siglo XIX los idiomas hasta convertirlos en habitáculos del espíritu nacional; las funestas consecuencias de identificar lengua y nación seguimos padeciéndolas en nuestros días y los micronacionalismos de aldea persisten en sus arrebatados toques de gaita. Corren malos tiempos para la lira.

Consideraciones de orden político al margen, el más elemental sentido común indica que los idiomas son básicamente herramientas de comunicación y su respectiva utilidad vendrá determinada por el caudal comunicativo que cada uno sea capaz de encauzar. O dicho de otra forma: los motivos por los cuales retrocede el arado romano y se impone el tractor son sustancialmente los mismos que llevaban a Camilo José Cela a pronosticar la aceptación universal de no más de cinco grandes lenguas, quedando las demás circunscritas al ámbito de la poesía y las epístolas amorosas. Quizá esto resulte chocante cuando lo escribe un español nacido y residente en una de las regiones bilingües donde la Administración practica la exaltación de la pequeña lengua y posterga progresivamente el idioma grande, pero no extrañará tanto a poco que se intente analizar la realidad en lugar de pretender acomodarla a los prejuicios ideológicos imperantes.

Hoy se hablan en el mundo aproximadamente seis mil quinientos idiomas, según el estudio publicado por la UNESCO el pasado mes de marzo y cuyos cálculos casi coinciden con los realizados por el Summer Institut of Linguistics International. A pesar de que una tan abultada cifra evoca el recuerdo de los arrogantes constructores de Babel, Ranka Bjeljac-Babic, catedrática de Psicología del Lenguaje en la Universidad de Poitiers deja entrever un paulatino levantamiento de la maldición bíblica cuando constata la extinción anual de unos diez idiomas, y afirma que este proceso se está acelerando (www.unesco.org) De hecho, los diferentes especialistas calculan que cuando concluya el presente siglo habrá desaparecido entre el setenta y el noventa y cinco por ciento de esas seis mil quinientas lenguas (Libro rojo sobre las lenguas amenazadas. Ediciones UNESCO.) Anteriormente he atribuido a los idiomas la cualidad de ser herramientas de comunicación e, implícitamente, los clasificaba en útiles y poco o nada útiles; esa división es la razón última de la mortandad lingüística que recorre el mundo: la misma profesora Bjeljac-Babic recuerda que sólo unas decenas de las lenguas todavía vivas cuentan con más de cuatro millones de hablantes y la Encyclopédie Millenium, en su edición de 1998, consigna que un ínfimo 4% de la población mundial es hablante del 96% de los idiomas. Huelga decir que en este grupo se concentran todas las lenguas candidatas a la próxima desaparición.

A tenor de lo manifestado por la UNESCO, ninguna de las lenguas oficiales en España corre peligro a día de hoy, aunque el porvenir de cada una de ellas es previsiblemente distinto. A título de ejemplo, mientras el español es la lengua de expresión habitual de aproximadamente 390.000.000 de personas en los dos hemisferios y segundo idioma para 60.000.000 más, el valenciano es usado en condición preferente por unas 650.000, según los datos más optimistas y con tendencia a disminuir. En su congreso anual celebrado durante los últimos días del pasado mes, la federación de entidades Escola Valenciana lamentó los resultados de una encuesta llevada a cabo en comarcas de mayoría vernácula y que ponía de manifiesto - un año más - cómo el uso social del valenciano está en suave pero sostenido retroceso. La encuesta revelaba que esta tendencia era especialmente acusada entre los jóvenes: pésimo augurio. Por otra parte, y en lo que a Cataluña concierne, más de la mitad de los ciudadanos reconoce en el español su lengua materna y de uso preferente en las relaciones familiares y de amistad, según datos hechos públicos en agosto de 2001 por la Universidad de Barcelona. El mismo estudio indicaba que una clarísima mayoría de catalanes desea para sus hijos enseñanza en español, o a lo sumo bilingüe, a pesar de que el gobierno regional lo prohíbe.

Precisamente en los últimos hechos citados se manifiesta una de las paradojas del Estado autonómico. Cuando ya no existe el centralismo al que poder culpar de persecución cultural y hace medio siglo que cayó en desuso aquel disparate del "Hablad la lengua del Imperio", la vitalidad del español persiste. Justamente ahora, cuando la infancia y juventud de las regiones bilingües estudia en lenguas vernáculas, las multinacionales del cine se niegan a doblar al catalán sus películas para notable disgusto de Pujol; no me consta que Ibarreche o Fraga hayan osado formular peticiones parejas. Hoy, en plena eclosión oficial del multiculturalismo, se cuentan con los dedos de una mano los diarios escritos en idioma distinto del español y todos ellos sobreviven merced a las cuantiosas dádivas que reciben de la Administración. En 2002, cuando el gobierno regional del PP niega taxativamente a mis hijos la posibilidad de recibir la enseñanza oficial en la lengua oficial de su elección, son cada vez más numerosos los valencianos con televisión parabólica que prefieren seguir los partidos de fútbol a través de Telemadrid en lugar de hacerlo por medio de Canal 9.

Advierto al paciente lector que hasta aquí ha llegado que no propugno la desaparición de ninguna lengua, y mucho menos de las españolas, pero no puedo cerrar los ojos ante realidades sociales contrastadas e innegables. Los idiomas no retrocederían de no ser por voluntad de sus hablantes y en la sociedad contemporánea esa voluntad forzosamente prima aquellos instrumentos que más eficaz, rápida y ampliamente permiten a sus usuarios recibir y transmitir información. Ésa y no otra es la causa que explica la preponderancia del correo electrónico sobre el postal, la expansión del español o el portugués y el retroceso de las lenguas indígenas de América.

Mis abuelos se expresaban preferentemente en valenciano, pero su mundo y necesidades eran radicalmente distintos de los actuales y, por sentido de la responsabilidad, he de alzar mi voz ante el atropello cultural que perpetran cotidianamente contra nuestros hijos cinco oligarquías regionales, so pretexto de "normalización" lingüística. Me resisto a creer que Zaplana, Fraga o Pujol no sean conscientes de la completa imposibilidad de traducir a lenguas vernáculas algún día todo el fondo bibliográfico acumulado en español y, en consecuencia, se me antoja incomprensible la pretensión de desterrar nuestro idioma común del uso culto. No entiendo la contradicción que entraña equiparar en rango -sobre el papel- los idiomas cooficiales e investir en la práctica a los vernáculos de la categoría de lenguas oficiales únicas. Me asombran las universidades públicas que priman a toda costa el uso del catalán o el vascuence aún a sabiendas de quedar aisladas de los circuitos de investigación, salvo traducción previa al español, francés, alemán o inglés. Por aberrante que lo crea, no concibo que su propósito sea otro que el de modelar sociedades pacatas y palurdas sobre las que perpetuar a placer su preeminencia política.

El separatismo, con aliento insuflado por las "normalizaciones" lingüísticas aspira a constituir miniestados pretendidamente soberanos pero férreamente sujetos al designio mundialista del Nuevo Orden y, conscientemente o no, aportan su grano de arena a la supremacía del inglés. Contra tal abominación me rebelo por creer en la Patria Grande que compartimos cientos de millones de hispanos y frente a la ignominia retrógrada alzo mi voz. Y lo hago en español, idioma áspero y rudo pero de eco universal, convencido de que en esta travesía el viento de la historia hincha nuestras velas.


Jorge García-Contell.



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