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Lecciones de ayer para mañana.
Frente al grave deterioro de algunas de las actitudes sociales la respuesta es la convicción y la coherencia cristianas. Lo que creyeron los primeros cristianos, lo creyeron a carta cabal, sin fisuras, y lo expresaron y manifestaron bravamente en presencia de hostilidad.
Alrededor del año 33, después de la
Primera Pascua de la era cristiana, había sólo 120 cristianos
en el mundo. Hacia el año 300 se estima que había cerca de seis
millones, es decir el diez por ciento de la población del
Imperio romano. Este crecimiento significó que una de cada dos
personas estaba o había estado en contacto más o menos
esporádico con la Iglesia y sus pastores, y ello, en el mismo
estado bajo cuya autoridad no solo se había ejecutado al
fundador del cristianismo sino que se había martirizado
sistemáticamente a la Iglesia naciente una y otra vez.
Se calcula que la tasa del crecimiento a lo largo de estos
primeros 260 años de la historia cristiana se aproximaba al 40
por ciento por década. A pesar de que con datos modernos sabemos
que los Mormones han crecido en 43 por ciento por década durante
el siglo pasado, lo asombroso de la primitiva Iglesia es que su
crecimiento ocurrió en un contexto marcado por la persecución
sangrienta, la marginación civil y política, y la ausencia de
sistematización doctrinal, que vendría años después.
¿Sabiendo que lo sobrenatural se hace natural por cauces de
ordinaria administración (por la relación cuasa-efecto), cómo
explicamos el crecimiento de la primera Iglesia? ¿Qué causó,
desde el punto de vista de los condicionamientos de la
conversión, la expansión de la Iglesia en estos primeros años?
La respuesta fácil es que la conversión de la sociedad romana
se debió a la evangelización, entendiendo por evangelización
la predicación de la nueva fe. Es una respuesta equivocada. La
expansión de la primitiva Iglesia no ocurrió como consecuencia
de la evangelización, por lo menos no principalmente. Es verdad
que los primeros cristianos se comprometieron con el apostolado.
Pero no hasta el punto que nosotros quizás asumamos dadas las
estadísticas de crecimiento de la Iglesia en esa época. Hoy
pensamos que el crecimiento en cualquier empresa es el resultado
de una estrategia definida de expansión, caso de las misiones
modernas en la propagación de la fe en África. Pero este parece
no haber sido el caso con la primitiva Iglesia. La estrategia
apostólica no estaba diseñada desde el principio y el
evangelismo era casual y esporádico, máxime en un ambiente de
manifiesta hostilidad. ¿Entonces, qué era lo que imantó a los
paganos de la antigüedad greco-romana a la nueva fe?
La respuesta es la convicción y la coherencia cristianas. Lo que
creyeron los primeros cristianos, lo creyeron a carta cabal, sin
fisuras, y lo expresaron y manifestaron bravamente en presencia
de hostilidad. Tenían certeza de la esperanza basada en la
resurrección de Jesús y ello contrastaba con la desilusión
entre el pueblo del imperio acerca de los dioses de Grecia y
Roma.
Las creencias de los cristianos y su práctica de la fe, sin
embargo, no se tuvieron en un vacío histórico. En el año 165 y
entre el 250 y el 260 dos epidemias espantosas barrieron todo el
Imperio, en cada caso secando hasta la mitad la población. En el
año 260 el obispo Dionisio de Alejandría observó que el pagano
"empujaba las víctimas lejos y huía de sus familiares
enfermos, tirados en los caminos hasta que morían". Por
contraste, "nuestros hermanos cristianos acompañaban a sus
enfermos, ocupándose de su necesidad y reconfortándolos en
Cristo". El cuidado rudimentario que la fraternidad
cristiana proporcionaba salvó la vida a muchos.
Los dioses habían fallado a la gente. Además, ellos no
inspiraban la ética más alta. El amor y la misericordia fluían
de la esperanza de los cristianos. Ellos permanecieron en las
ciudades al cuidado de los suyos mientras la mayoría huyó. Dos
cosas ocurrieron como consecuencia de las epidemias. Primero, los
números paganos cayeron drásticamente y los números cristianos
cayeron menos drásticamente. Y segundo, muchos abandonaron los
dioses paganos y fueron empujados al Dios de los cristianos que
inspiraba tal esperanza en presencia de la muerte, una esperanza
traducida en un amor práctico que todos entendían.
Un siglo posterior a la última epidemia, después de que
finalizase la era de las persecuciones, los cristianos
establecían los hospitales para los enfermos, albergues
juveniles para los sin hogar y cuidaban y honraban las sepulturas
de los fallecidos. El Emperador Juliano se molestó porque los
cristianos cuidaban de los necesitados de Roma, y no solo de su
propia gente. Por eso decretó que los sacerdotes paganos
hiciesen lo mismo. Estos cristianos habían sido nutridos en
tales enseñanzas como, "haz a los demás lo que quieras que
otros hagan contigo".
Otra causa de importancia mayor, debido a convicciones
profundamente sentidas, era la relacionado con lo que se podría
llamar la vida privada. La promiscuidad sexual y los matrimonios
en serie se multiplicaban hasta el punto que las enfermedades
venéreas hicieron disminuir la población y acortar la vida de
muchos. Los cristianos, en cambio, vivían la fidelidad para toda
la vida y ello hizo que su número aumentase en proporción a la
población total. Asimismo, el aborto era predominante entre los
paganos, con la consecuente pérdida masiva de mujeres que se
sometían a un proceso médico horroroso. De este modo las
mujeres paganas eran siempre menos que los hombres (por las
muertes en los abortos) y eran menos también las que gestaban
descendencia. El número de mujeres cristianas, por otra parte,
aumentó en proporción al número global de mujeres casaderas.
La evidencia apunta que varones paganos tenían esposas
cristianas y que ello aumentaba la proporción de familias
cristianas.
Otro factor que explica el crecimiento continuo y sostenido de la
primitiva Iglesia, era que como expresión de sus creencias, los
cristianos practicaban la inclusividad. Mientras que la mayoría
del pueblo romano tenía animadversión al judaísmo debido a su
carácter cerrado, la Cristiandad tuvo todas las ventajas de la
altura moral del judaísmo (el monoteísmo, la Biblia) pero
ninguna de las desventajas (la vilificación de los judíos y el
antisemitismo popular). Además, la Cristiandad tuvo la ventaja
suprema de que se cimentaba en la esperanza de la vida eterna
basada en la resurrección de Jesús y que en esa esperanza
cabían todos. En un Imperio que se compuso de un conjunto
fragmentario de etnias y minorías, los cristianos eran el grupo
que ofrecía una bienvenida abierta y franca a todos sin
exclusiones a pesar de las diferencias.
En el contexto de estas coherencias cristianas la oposición
imperial contra ellos sólo sirvió para demostrar que tenían
una fe más verdadera que todas las conocidas. Los cristianos
morían antes que negar a Cristo. Un elemento realmente llamativo
era el número prominente de mujeres entre los mártires
cristianos. En esas mujeres la cultura pagana descubrió al
cristianismo como algo muy humano. La arena era un lugar para
hombres, para gladiadores, que tenían que mostrar su fiereza en
presencia de la muerte. Pero estas mujeres, que no llevaron
espada ni lanza para defenderse, eran aún más valientes que los
hombres con tridente, casco y red que se entregaban a la lucha de
uno contra otro. Mártires como Santa Perpetua produjeron un
impacto inmenso y abrieron los ojos de tantos que se convertían
en testigos de que una realidad nueva y radical había venido al
mundo.
Ante estos ejemplos de vida no había rechazo posible; ni plebeyo
ni ilustrado. La conversión de un imperio fue fruto de la
coherencia de vida de los discípulos de Jesús.
Toda esta historia tiene un gran mensaje para el mundo de hoy. La
santidad de vida es el instrumento para cambiar de una cultura
pagana a una cultura cristiana. No estamos hablando ahora de
ortodoxia sino de ortopraxis. Sea usted coherente y preocúpese
de serlo más que de organizar la vida de otros o tratar que su
opinión llegue más lejos. No aspire a poder poder a otros:
ansíe, como fruto de su ejemplo cristiano, ser despreciado,
postergado, incluso, morir por Cristo. En definitiva, no agüe
usted su fe, que ello la hará insípida también a los demás.
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José Pérez Adán.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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