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Revista Arbil nº 73

La lenguas amerindias

por Iberolenguas

La consolidación de las principales lenguas indígenas americanas se produjo gracias a la Monarquía Hispana. Por supuesto también su normalización, creacción de ortografías, gramáticas, etc... Es decir su supervivencia y en muchos casos su difusión, al ser usadas como "linguas francas"


Cuando Colón inició su aventura, ya suponía que iba a encontrar lenguas extrañas, y Ilevó con él dos intérpretes: Rodrigo de Jerez, que anduvo por la Guinea, y Luis de Torres (judío converso que sabía hebreo, caldeo y algo de árabe: dos hombres con alguna experiencia lingüística, pero cuando llegaron a la isla de Guanahaní tuvieron que recurrir al lenguaje más universal de las señas: "Las manos les servían aquí de lengua" dice el P. Las Casas. La preocupación constante de Colón era la lengua, entenderse con aquella gente: Tomar Iengua, haber Iengua es su obsesión. En dos ocasiones, envió a España grupos de indios para aprender el castellano, pero fracasó: unas veces se murieron, "por el cambio contrario de tierra, aire y comidas", dice Pedro Mártir de Anglería; otras, al volver huyeron, y otras veces, los indios que permanecieron con él no le sirvieron de nada porque aquellos territorios eran en aquella época un mosaico de lenguas y "no se entienden los unos con los otros -dice el Almirante- más que nos con los de Arabia". El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo se asombra también de esta pluralidad lingüística cuando dice: "Cosa es maravillosa que en espacio de una jornada de cinco o seis leguas de camino y próximas y vecinas unas gentes con otras, no se entienden los unos a los otros indios".

La ilusión colombina de llevar la fe a aquellos territorios se ve frustrada por el problema de la lengua. Por eso quiere castellanizar a esos indios, para penetrar a través de ellos en aquel mundo con el que estaban incomunicados a pesar de vivir inmersos en él. Los indios-lengua o los lengua -indios bilingües que Ilegaron a conocer el español además de la lengua materna-, como se les llamaba, fueron el primer instrumento de entendimiento, pero no abundaron. También hubo españoles que convivieron muchos años con los indígenas y aprendieron sus lenguas. Los "lenguas", indios o españoles, representaron una primera etapa de aproximación.

La hispanización a través de las instituciones políticas, económicas y jurídicas del Estado tenía que ser necesariamente lenta. Pero la hispanización tenía también una vertiente religiosa: la evangelización, la extirpación de las idolatrías, que no podía ser lenta. Los misioneros predicaban y confesaban al principio valiéndose de intérpretes, o por el lenguaje de los gestos, o recurriendo a representaciones gráficas, como grandes cuadros, catecismos en imágenes coloreadas, como el de fray Pedro de Gante, etcétera. Pero la labor es lenta, y como el indio no aprende el castellano, los misioneros deciden aprender las lenguas indígenas.

Fray Juan de Torquemada, en su Monarchia indiana, ha dejado una viva estampa de los primeros pasos de aquel aprendizaje lingüístico de nuestros frailes mendicantes: los frailes "se ponían a jugar con ellos [los niños] con pajuelas o pedreçuelas, los ratillos que tenían de descanso; y esto hacían para quitarles el empacho con la comunicación; y traían siempre papel, y tinta en las manos, y en oiendo el vocablo al indio, lo escrivían, y el propósito que lo dijo. A la tarde juntábanse los religiosos, y comunicaban los unos, a los otros, sus escritos, y lo mejor que podían, conformaban a aquellos vocablos el romance que les parecía convenir. Y acontecióles, que lo que oi les parecía que avían entendido, mañana les parecía no ser así... Y ya que por algunos días fueron probados en este trabajo, quiso Nuestro Señor consolar a sus siervos por dos vías.

Unas dellas fue, que algunos de los niños maiorcillos, que enseñaran, les vinieron a entender bien lo que decían; y como vieron el deseo que los frailes tenían de deprender su lengua, no solo les enmendavan lo que erravan, mas también les hacían muchas preguntas, que fue sumo contento para ellos". A la tarea de aprender lenguas indígenas se dedicaron con toda su alma aquellos misioneros. La mayoría de los monjes de Nueva España aprendieron náhuatl; otros mixteco, zapoteco, huasteco, chontal, otomi, totanaco, tarasco, etcétera. Los franciscanos tuvieron un grupo de lingüistas notables: era bastante frecuente que hablasen tres lenguas indígenas, y se dice que el P. fray Pedro de Olmos predicaba en diez lenguas (por lo menos dejó escritas gramáticas del totanaco, del tepehua, del huasteco y del náhuatl).

Antes, nos hemos referido al polimorfismo lingüístico de América. A medida que la conquista avanzaba, aparecían nuevas lenguas, y esta situación desesperaba a los misioneros. La Corona, por regla general, recomendaba la enseñanza del castellano, pero los misioneros veían que esto era imposible. El P. Blas Valera decía: "Si los españoles que son de ingenio muy agudo y muy sabios en ciencias, no pueden como ellos dicen, aprender la lengua general del Cuzco, ¿cómo se podrá hacer, que los indios no cultivados ni enseñados en letras aprendan la lengua castellana?". En 1551, el comisario general de Guatemala, se dirige al emperador: "Somos muy pocos para enseñar la lengua de Castilla a indios. Ellos no quieren hablalla. Mejor seria hacer general la mexicana, que es harto general y le tienen afición, y en ella hay escrito doctrina y sermones y arte [gramatical] y vocabulario".

De este modo, se empiezan a enseñar las lenguas que creyeron más universales a los indios de las nuevas regiones; a estas lenguas se les daba el nombre de "lengua general", y eran el náhuatl, el quechua, el chibcha y el tupí-guaraní, pero no el español. La Real Cédula de 19 de setiembre de 1580, otorgada por Felipe II, ordena que en las Universidades de Lima y México y en las ciudades donde había Real Audiencia se establecieran cátedras de la "lengua general de los indios", y que los prelados de Indias no ordenaran sacerdotes, ni dieran licencia a clérigo que no supiera la "lengua general de los indios de la provincia". Pero ya antes había publicado fray Domingo de Santo Thomás, en Valladolid, en 1560, sus dos obras: Lexicón o Vocabulario de la lengua general del Perú y Gramática o Arte de la lengua general de los indios de los reinos del Perú, y fray Alonso de Molina el Arte de la Iengua mexicana y castellana, impresa en México, en 1571. Y es de este modo como las lenguas generales indígenas se impusieron como superestratos en grandes extensiones territoriales.

En 1584, el náhuatl se hablaba desde Zacatecas hasta Nicaragua: se dio así el caso paradójico que bajo la dominación española alcanzara una expansión que no había tenido en la época de máximo esplendor del imperio azteca, y ello por obra de los misioneros españoles. También pasó lo mismo con el quechua: lo extendieron por diversas partes del Perú, alcanzando hasta el NO. argentino (por eso se conserva hoy en la provincia de Santiago del Estero) y también gran parte del Ecuador, S. de Colombia y Alto Amazonas. Igual ocurrió con la lengua muisca o chibcha, de la meseta de Colombia, de la que en 1619 publicaba en Madrid Fr. Bernardino de Lugo la Gramática en la lengua general del Nuevo Mundo lIamada mosca. O con el tupí-guaraní de las misiones jesuíticas, extendida por todo el Paraguay, gran parte del litoral rioplatense y de Río Grande del Sur y gran parte del Brasil. Pero no por eso abandonaron los misioneros los estudios de otras lenguas menores.

Junto a esta labor lingüística, con fines evangélicos, hay también que destacar la tarea de expansión cultural de España en aquellos territorios: en Méjico se funda la imprenta en 1535, en Perú en 1584 (compárese con el Brasil, en 1808). En 1538 Sto. Domingo tenía dos universidades. En 1551 se fundan las de Méjico y Lima; en 1580 en Bogotá, en Quito, en 1586; en la época colonial hubo un total de 24 universidades. (En Brasil, hasta mediados del XIX, no se funda la primera.) En estas universidades se enseñaban las artes liberales, empezando por la gramática latina, base de la enseñanza, desde el principio. Se fomentaba el estudio del latín y de las lenguas generales, más que el del español. En latín aprendían los alumnos retórica, poética, lógica, filosofía y también medicina.

De aquellas universidades salían buenos latinistas. El consejero del virrey, Jerónimo López, decía de los alumnos de la Universidad de Méjico: "Hablan tan elegante el latín como Tulio". Fray Toribio Motolinia, en su Historia de los Indios, nos lo ha dejado bien plasmado: "Hasta comenzarles a enseñar latín o gramática hubo muchos pareceres, así entre los frailes como de otras personas, y cierto se les ha enseñado con harta dificultad, mas con haber salido muy bien, con ello se da el trabajo por bien empleado, porque hay muchos de ellos buenos gramáticos, y que componen oraciones largas y bien autorizadas, y versos exámetros y pentámetros...". Y nos cuenta el mismo Motolinia una curiosa anécdota: "Una muy buena cosa aconteció a un clérigo recién venido de Castilla, que no podía creer que los indios sabían la doctrina cristiana, ni Pater Noster, ni Credo bien dicho; y como otros españoles le dijesen que sí, él todavía incrédulo; y a esta sazón habían salido los estudiantes del colegio, y el clérigo... preguntó a uno si sabía el Pater Noster y dijo que sí, e hízosele decir, y después hízole decir el Credo, y díjole bien; y el clérigo acusóle una palabra que el indio bien decía, y como el indio se afirmase en que decía bien, y el clérigo que no, tuvo el estudiante necesidad de probar cómo decía bien, y preguntóle hablando en latín: Reverende Pater, cujus casus est? Entonces como el clérigo no supiera gramática, quedó confuso y atajado". También favorecía la enseñanza del latín y de las lenguas generales el temor de que con la lengua española penetrasen las doctrinas heterodoxas reinantes por aquel entonces en Europa.

En general, las circunstancias que se daban en tierras americanas no eran propicias a la expansión del español: el aprendizaje de las lenguas indígenas por parte de los misioneros, la evangelización por medio de las lenguas generales de Indias, la enseñanza del latín son claros exponentes del fomento de instrumentos lingüísticos no españoles, aunque, claro es, también se enseñaba nuestra lengua, pero no con la intensidad ni la extensión de las otras.

La postura de la Corona fue variable, aunque en general más propicia a la enseñanza del castellano. Sin embargo, el 14 de julio de 1536 las Instrucciones de La Reina, en nombre de Carlos V, al virrey de Nueva España don Antonio de Mendoza insistían en el adoctrinamiento como cuidado primordial y recomendaban que los religiosos y eclesiásticos se dedicaran a estudiar la lengua de los indios, a reducirla a arte [gramatical] para facilitar su aprendizaje y a enseñarla a los niños españoles que podían ser llamados al sacerdocio o al desempeño de cargos públicos. Y la razón fundamental era: "pues siendo los indios tantos, no se puede dar orden por agora cómo ellos aprendan nuestra lengua".

Felipe II, en Real Cédula del 15 de julio de 1573, resuelve: "No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural, mas se podrán poner maestros para los que voluntariamente quisieran aprender la castellana, y se dé orden como se haga guardar lo que está mandado en no proveer los curatos sino a quien sepa la de los indios". Carlos III, en 1782, ordena "que se extingan los diferentes idiomas y sólo se hable el castellano" y propone dotar de maestros aquellos territorios para que enseñen la lengua de Castilla. Pero esto era materialmente imposible. Piénsese que en 1650 había en la ciudad de Méjico unos 8.000 vecinos españoles y en su jurisdicción más de dos millones de indios. No había no sólo maestros, sino españoles suficientes para llevar el español a tan inmensos territorios.

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Iberolenguas

 


Revista Arbil nº 73

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