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CARTAS

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Revista Arbil nº 73

El test de la conciencia

por Raúl Hasbún

Los senadores que se aprestan a votar favorablemente una ley de divorcio suelen invocar para ello su libertad de conciencia


Pero la conciencia no es libre. Obedece a una ley y a una verdad superiores a ella. Su rango es el de un embajador, que transmite fielmente los deseos y encargos de su gobierno, o el de un heraldo, que promulga exactamente los edictos del soberano. De allí proviene su fuerza de obligar. Cuando el embajador desobedece el mandato de quien lo envió, o el heraldo tergiversa o malinterpreta el sentir de su jefe, uno y otro son desautorizados y con toda probabilidad destituidos, por transmitir a nombre de su mandante algo que éste no dijo ni pudo decir.

La primera obligación de quien invoca su conciencia es, por ello, verificar si el mensaje que ella promulga está en plena concordancia con la verdad. La libertad de la conciencia no es nunca libertad "con respecto a" la verdad, sino siempre y sólo "en" la verdad, recuerda con énfasis Juan Pablo II en la Encíclica que escribió para reivindicar el esplendor de la verdad y fijarle, a la conciencia, sus límites infranqueables. La conciencia no es autónoma ni creativa, sino obediente y testimonial. Su juicio no establece la ley, sino que afirma la autoridad de la ley natural y de la razón práctica con relación al bien supremo. Con-ciencia es un saber compartido: el hijo escucha la voz del Padre, cuyo eco resuena en el santuario del corazón. Entonces el hijo sabe lo que el Padre sabe y quiere. Al obedecer a su conciencia, obedece a Dios.

De lo anterior surge un doble imperativo: escrutar la conciencia para formarse un juicio recto y objetivo antes de cada decisión; y someterse a un proceso de formación y reformación de dicha conciencia. El cumplimiento de ambos imperativos está al alcance de todos, ya que en todos habita la luz divina de su Creador.

Si el llamado a actuar en conciencia es creyente, se pondrá en oración para implorar la sabiduría de lo alto. El fruto de esa oración dependerá no sólo de su fe y perseverancia, sino también del grado en que el orante quiera y pueda vaciarse de todo prejuicio y pasión, e impermeabilizarse contra toda indebida presión. La libertad interior y exterior son el presupuesto indispensable para escuchar y obedecer la conciencia. Pero ésta sigue siendo obediente a una ley y verdad superiores a ella.

Junto con la oración, el que quiera cumplir su deber de actuar en conciencia se someterá a las reglas de la prudencia. Esta virtud cardinal manda: 1) observar rigurosamente los principios que regulan la materia sometida a decisión; 2) argumentar con lógica para aplicarlos al caso; 3) escuchar a los expertos, sabios y buenos consejeros; 4) hacer memoria de lo ya acaecido, para no repetir los errores; 5) proyectar los escenarios que previsiblemente sobrevendrán, según el tenor de la decisión tomada; 6) evaluar todas las circunstancias (cuándo, dónde, cómo, quién, por qué, para qué, a qué costo); 7) disponer las precauciones para aminorar el impacto negativo que cualquier decisión conlleva; y 8) sólo entonces, escuchar y seguir la voz del corazón, del Maestro que habita en el interior, y dejarse llevar por la intuición sagaz que sabe, e impera: esto es.

El siguiente paso para formar la conciencia, obediente y no autónoma, es el ejercicio de la caridad. En toda decisión ha de primar la suprema regla del amor y de toda moral: hacer el bien, evitar el mal. Y nunca hacer el mal para obtener un bien. Hacer por los demás lo que uno espera y exige que los demás hagan por uno. Nunca cooperar intencionadamente con el mal perpetrado o pretendido por otro. No dar a otros, en especial a los más débiles, sencillos y pobres, motivo u ocasión de escándalo. Permanecer abierto al perdón y generoso en la misericordia, virtud que incluye corregir al que yerra y enseñar al que no sabe. Y si uno profesa la fe católica, atender con docilidad y diligencia la doctrina cierta y sagrada de su Magisterio. Por voluntad de Cristo, la Iglesia es maestra de la verdad. Su autoridad y enseñanza en materias morales no menoscaba en modo alguno la libertad de conciencia de sus hijos, sino les manifiesta con seguridad las verdades ya escritas en la ley natural o en la revelación divina.

He aquí el test que la conciencia cristiana debe aprobar, si su titular reclama se le deje actuar en conciencia. El discípulo de Cristo está en permanente necesidad y deber de dar examen ante su Maestro, como el embajador y el heraldo lo están ante su rey. Se prepara así para el test final, esbozado en Mateo 25, que contempla 3 materias: prudencia previsora; inversión eficaz, y para ello audaz, de los talentos recibidos; y voluntad de servir a Cristo en los más necesitados de misericordia.

El Reverendo Padre Joaquín Alliende tenía y tiene toda la razón al recordar esta verdad elemental de nuestro Catecismo: cada uno rinde examen de sus actos. Y a mayor autoridad, y a mayor trascendencia de la decisión tomada, más riguroso será el examen.

Para Dios, y por consiguiente para la Iglesia, la materia más decisiva por su carácter nuclear, es la familia. Ella es su obra predilecta y su instrumento primero para el gobierno y redención del mundo. Es la fragua en que se forja el destino de la Humanidad. Su cáncer más invasivo y contagioso es el divorcio, porque la destruye, esteriliza su amor y le hace imposible educar a los hijos.

Muy sólidas tendrían que ser las razones, y muy brutales las presiones para que una conciencia formada en la fe católica optara por dar su voto favorable e indispensable para una ley de divorcio. Las razones no las hemos escuchado. Las presiones, no las conocemos. Si las hay, las venceremos con la más dulce y eficaz de todas las presiones: nuestro Rosario diario, ofrecido con afecto y constancia imperturbable, para que nuestros legisladores acojan en su conciencia el llamado de Pablo a los cristianos de Efeso: "no andéis como los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios. No es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es El a quien habéis oído. Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad y vestíos del Hombre nuevo, creado a imagen de Dios, en la justicia y santidad de la verdad". .

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Raúl Hasbún

 


Revista Arbil nº 73

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