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¿Dónde están los católicos?

por Antonio Socci

Unas lúcidas reflexiones, del prestigioso escritor italiano autor de «Los nuevos perseguidos» (Ediciones Encuentro, Madrid, 2003), en torno a las víctimas cristianas de la intolerancia y el tibio comportamiento público de los católicos en defensa de sus hermanos de otras latitudes.

Me ha escrito, turbado, un miembro de la Liga italiana de los derechos humanos contándome el caso de un cristiano sudanés que había sido crucificado por su amo musulmán. José, así se llama la víctima, cuando tenía siete años fue deportado y vendido como esclavo en el Norte del país. Allí sufrió todo tipo de violencia y abusos por parte de su amo islámico durante diez largos años. Un tiempo durante el que era conocido como “el esclavo negro” y valía menos que un animal.

Un domingo, al dejar su trabajo para rezar sus oraciones, perdió un camello, por lo que su amo se enfadó muchísimo. Le torturó y después le crucificó en un leño, con clavos en manos, pies y rodillas. El amo quiso también echar ácido sobre sus piernas para que sufriera algo más.

Increíblemente, el chico sobrevivió a ese martirio, pero llevando consigo para siempre graves malformaciones físicas, lo que le dejó incapacitado para trabajar. Fue así como una organización humanitaria pudo recogerlo y devolverlo libre a su pueblo cristiano.
Las noticias que tengo de este caso no son directas, pero por desgracia historias como ésta no son sorprendentes. Más conocido es el caso de cuatro catequistas sudaneses que fueron fustigados y crucificados hace unos años por no convertirse al Islam. Se cuenta en un libro de Camilla Eid, Morir en nombre de Alá.

Tampoco es de extrañar que en un país islámico todavía esté vigente la esclavitud. En efecto, son miles las mujeres y niños cristianos que desde hace veinte años son capturados por las milicias islámicas en el Sur y vendidos como esclavos en el Norte, donde viven sometidos todo tipo de violencia. Sólo algunas organizaciones de cristianos americanos se ocupan de ellos y pagan los rescates para liberarlos. Los países europeos, tan sensibles al tema de la paz, permanecen sordos ante el drama de los derechos humanos.

¿Qué se puede hacer? Se puede denunciar por enésima vez. Pero después, ¿qué? ¿No hay algo que falta, algo que es insustituible? Sí, falta la voz de los católicos. ¿Dónde han acabado? ¿Dónde está aquella presencia fuerte e incisiva que se debería esperar de los católicos? En Italia son, de hecho, histórica y estadísticamente, un elemento no sólo central sino decisivo. Pero es como si, en sus expresiones más vivas, hubiera desaparecido de la vida pública.

La voz, ésta sí, fuerte y conmovedora de Juan Pablo II se ha quedado sola, por ejemplo en sus llamamientos contra el terrorismo, en la defensa de los derechos humanos o en la indicación de las raíces cristianas de Europa. Es la voz de la Iglesia universal, pero no puede sustituir la presencia de laicos católicos.

Luego está la voz sabia del cardenal Ruini, que habla en nombre de los obispos italianos. Pero el prelado está sometido desde hace meses a un ataque furibundo de los llamados “católicos progresistas”, algunos de ellos parlamentarios de centro izquierda. Un ataque que apunta implícitamente contra el propio Pontífice y que querría ver a la Iglesia sometida a la izquierda y a la ideología antiglobalización.

Sería de gran valor una presencia clara de los verdaderos católicos, de aquella presencia que el cardenal Ruini ya propuso al poner en marcha hace años el “proyecto cultural”. De ahí nacieron muchas iniciativas notables (radios, agencias de prensa, periódicos, obras caritativas), pero sería necesaria además una presencia visible en la vida pública. Movimientos que una vez estuvieron vivos en la sociedad parecen ahora diluidos. Es una ausencia, un vacío que priva al país de una realidad preciosa.

Hablo obviamente de las voces auténticamente católicas para distinguirlas de las que se ponen de acuerdo, ingenuamente, con las cortes antiglobalización y que van a remolque de ideologías ajenas. Y para distinguirlas de aquéllas que, si hablas de los cristianos perseguidos, te acusan de servir a Berlusconi y a Bush. El llamado “progresismo católico” de los intelectuales es algo viejo y estéril, un residuo gracias al largo magisterio de Juan Pablo II. Pero aun así, por el silencio de los verdaderos católicos, parece que representa a la cristiandad.

A pesar de que en la Iglesia existe un rico y vivo grupo de movimientos y asociaciones, éstos parecen estar encerrados en la sacristía. No se ve una presencia católica capaz de intervenir en los medios de comunicación, en las universidades, en los espacios públicos, en la enseñanza, en los puestos de trabajo, con las otras culturas… que proponga sus puntos de vista originales y defienda las razones de la Iglesia.

Parece que hasta en la defensa de los cristianos perseguidos los laicos son más sensibles que los católicos. Pongo tres ejemplos dramáticos de actualidad. El primero es Sudán. La “guerra santa” proclamada hace veinte años por el régimen islámico del Norte contra el Sur cristiano y animista, guerra que ya se ha cobrado dos millones de víctimas, millones de refugiados y miles de esclavos. En estos días parece que se reaviva el conflicto en la provincia de Darfur, donde miles de personas están en peligro de muerte. Uno de los medios que se ha hecho eco de esta emergencia es el New York Times. Me pregunto: ¿existe un mundo católico sensible a esta tragedia, dispuesto a hacerse oír, a sensibilizar y movilizar a la opinión pública?

Otro ejemplo. En los últimos días se ha reabierto otra llaga, la de Montagnard, en el altiplano vietnamita. También ellos son cristianos. El régimen comunista de Hanoi, sostenido por la Unión Europea desde que se fueron los americanos, persigue y masacra a esta gente. Especialmente durante las fiestas cristianas. En la Pascua de este año parece que el ataque ha sido más dramático que de costumbre. Parece que los muertos, los heridos y los detenidos se cuentan por cientos. Este pequeño pueblo cristiano que hace 30 años estaba formado por dos millones de personas hoy ha quedado reducido a unos 770.000 individuos. En Italia, los radicales de hace años hacen oír sus voces contra este genocidio. ¿Pero no deberían movilizarse sobre todo los cristianos? ¿En cuántas parroquias se ha rezado por ellos, se ha pedido ayuda o se han organizado iniciativas en su defensa? Me temo que la respuesta es desalentadora.

Finalmente, el tercer ejemplo es la suerte que corrieron cientos de antiguas iglesias y monasterios de Kosovo. Han sido el corazón de la cristiandad eslava de los Balcanes y ahora sufren los asaltos de grupos albaneses, los mismos albaneses que no hace muchos años fuimos a socorrer. Algunos intelectuales laicos, como Miles y Cacciari, han lanzado la voz de alarma: hay que salvar ese patrimonio religioso y artístico. ¿Y los católicos? La necesidad es de ellos. ¿Quién y cuándo despertará a nuestros cristianos de su sueño?

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Antonio Socci

Este artículo ha sido publicado en el número 77 (mayo de 2004) de la edición impresa de la revista “Páginas para el mes”, (www.paginasparaelmes.com).
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