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Di no a la constitución antieuropea, totalitaria y tiránica

“El Lobo”

por Francisco Galdúroz

Difícil acercamiento a nuestra historia reciente

Indudablemente ETA ha sido siempre cuestión espinosa para el cine; bajo la dirección de Miguel Courtois, ésta es enfocada adecuadamente en forma de thriller de acción trepidante, intriga y trasfondo político, situado en la etapa final del general Franco. Estrenada hace pocas semanas, es una película arriesgada y bien hecha (donde la tensión no decae); desde luego para adultos, y no recomendable para todos los gustos.

Su duro contenido no ha impedido a la producción de Melchor Miralles y Julio Fernández llenar los cines (500.000 espectadores, nº 2 en el ranking de la cartelera y 2,5 millones de Euros recaudados); explicaríamos esto, en que la película trata de un tema objetivamente próximo, que nos interpela: como evidencian los impresionantes silencios que se producen en la sala.

El relato es abordado con fuerza, ágil ritmo y suponemos con rigor, desde una perspectiva temporal amplia (los sucesos datan de 1973 a 1975); aunque no lo suficiente para permitirnos contemplarlo con frialdad ya que la sociedad española sufre todavía hoy esta violencia, perversa mezcla de revolucionarismo y racismo. Pues aun habiendo variado significativamente las circunstancias sociales, permanece desgraciadamente esta amenaza contra la vida y la convivencia en libertad.

El comienzo ya nos hace sentir un nudo en la garganta, cuando asoman titulares de periódicos de aquellos días con su feroz reseña de asesinados; de igual forma nos remueven algunas hirientes secuencias en particular, como la cobarde “ejecución” en el pueblo del protagonista. Concretamente este desenlace marcará una inflexión en el recorrido interior de Lobo, desde su primera simpatía por la causa contraria a la dictadura, hasta la colaboración como informante de los cuerpos de seguridad.

Lobo (nombre en clave de Mikel Lejarza) consiguió la detención de 150 militantes etarras, miembros de sus mortíferos taldes y colaboradores, así como casi todos sus dirigentes. También, abortó una intentona de fuga masiva de presos. Todo ello supuso en definitiva un mazazo a la organización criminal, en un momento en el que sus indiscriminados atentados -cada vez más indiscriminados- se estaban convirtiendo en excusa para los sectores involucionistas del gobierno.

Este joven euskaldún, casado y con un hijo pequeño, tiene problemas económicos en su pequeño negocio; se halla inmerso en los turbulentos inicios del grupo independentista, en un ambiente favorable al extremismo nacionalista y confundido con la lucha anti-sistema. Aunque su aversión al crimen, una vez visto de cerca, le hace reaccionar.

El largometraje puede presumir de reparto, al frente del cual hallamos a un asentado Eduardo Noriega; el actor cántabro interpreta con credibilidad –aunque su actuación a veces denota cierta rigidez- al infiltrado en la organización, que asciende hasta la cúpula llegando a su misma “guarida”.

En mi análisis, José Coronado (Ricardo, despiadado y ambicioso jefe de la Secreta) aparece algo forzado en su papel; más convincente y menos “plano” descubrimos a un Santiago Ramos (Pancho en la ficción), quizá el más humano de todos los personajes. Destaca una magnífica Silvia Abascal (como Begoña); atentos al cambio que irá experimentando, desde el repudio a su marido hasta su “conversión” última.

Este acertado intento pretende tímidamente, con licencias artísticas, describir un brutal mundo de engaños múltiples y falsedades dentro de la banda, también presente en algunos elementos de las estructuras policiales del Estado. Entendido más que como documental, nos muestra un atisbo de la interioridad de unos sujetos en esa época gris. Una dictadura en declive y la expectativa -aun incierta pero palpable- de importantes cambios, junto a una tremenda actividad armada, son el escenario donde interviene precisamente Lobo.

Gracias principalmente a este agente oculto, la evolución a una intensificación homicida del movimiento separatista –en un contexto de enfrentamiento casi bélico- fue frustrada por el golpe recibido en sus cabecillas y “comandos”; probablemente frenando una trayectoria in crescendo de consecuencias imprevisibles. Pues es clara la pretensión de los radicales –la tristemente célebre estrategia en espiral de: acción-represión-más acción-.

La sangrienta campaña tenía como doble propósito, impedir cualquier conato de transición y empujar al ejército a dar una desproporcionada respuesta. Saltarse la ley (como veremos una década después) buscando atajos en el combate contra este fenómeno, no sólo es intrínsecamente inmoral sino ineficaz; pues una injusticia no se soluciona con otra.

Por otro lado, la manipulación de este “topo” por parte de la policía secreta, desde las estructuras del anterior régimen, suscita rechazo; en su odisea, el miedo, la soledad, son cargas casi insoportables para él: ¿cómo podría mantener la sensatez actuando tan peligrosamente?.

Entre los terroristas, también humanos aunque nos cueste reconocer esta condición, es complicado detectar destellos de remordimiento; especialmente resulta escalofriante observar el salto de Amaya (interpretada por Mélanie Doutey) desde un seguimiento militante -sutilmente emponzoñado por la ideología-, a arrebatar la existencia a sus primeras víctimas.

Este siniestro universo, no olvidemos que originado en el PNV, hace suya la idea de que “el fin justifica los medios”; ya que al negar la dignidad trascendente del ser, coloca su proyecto totalitario por encima de las personas (incluyendo sus propios disidentes) para cambiar la sociedad según sus fanáticos planes y su medida. Todo ello desde sus semi-clandestinos pero cómodos refugios en el sudoeste francés.

No es fácil comprender la mente deformada de estas personas, que se consideran “guerrilleros gudaris”, marcados por un odio disfrazado de ideal, que no es más que ideología; hasta el desprecio de la vida ajena. Sus relaciones son físicas y de ciega dependencia, de subordinación al líder.

El desesperado utilitarismo se pone en evidencia cuando sus propios “compañeros” matan a Asier (Jorge Sanz), miembro de la dirección que vislumbrando un horizonte democrático, propone vías políticas –ó al menos eso se nos cuenta-; éste sin embargo, no tuvo reparos en apoyar el atentado contra Carrero Blanco, y en el fondo constituía otra táctica para conseguir el poder: las disputas internas son pues terribles.

¿Cuál es esta misteriosa crueldad y ausencia de arrepentimiento?; el mal adopta distintas formas y ésta es una de ellas. Por ejemplo, uno de los pistoleros, ante la sangre derramada por su compañero “caído”, parece como si despertase de un mal sueño, entregándose finalmente tras cruento tiroteo con la policía… ¿ó tal vez es que le faltaba valor para afrontar su propio destino?

Aun aceptando la veracidad del núcleo argumental de este film (se nos dice que está basado en hechos reales), es enormemente delicado emitir un juicio certero, debido por un lado a la alta sensibilidad que este tema provoca en la mayoría del público, y por otro, al hecho de que no conocemos bien todos los datos. A pesar de ello, la película en líneas generales está bien resuelta, el planteamiento es muy interesante y desde luego el dramático retrato del protagonista -agente infiltrado en la cúpula- es apasionante.

El guión de Antonio Onetti parece acertado, sin entrar a valorar su fidelidad a la verdad, en lo que sería un debate propio de expertos, fuera del modesto alcance de quien firma estas líneas. Un leve pero discutible propósito de equilibrio refleja la tentación revisionista del progresismo (¿tal vez en un moderado guiño al pensamiento identificable con la izquierda ahora hegemónica?). Pero un simple maniqueísmo aquí no es aplicable.

La tendencia de los autores a fotografiar los excesos del heterogéneo “bando” franquista: atropellos a la lengua, torturas, fusilamientos, emboscadas… es quizá desafortunada; desde luego y la sensación que deja es amarga. Asimismo, la figura de un cura amparando a los abertzales, introduce deliberadamente un elemento perturbador, por poco agradable no exento de realismo.
La puesta en escena es espléndida; así como la ambientación (también la musical). Y la narración, congruente y airosa, no obstante deja aún flotando algunos interrogantes (¿era Nelson un traidor?, ¿cómo se protege la nueva identidad de Lobo, sentenciado a muerte de por vida?, ¿sigue trabajando para los servicios secretos?... etc.).
¿Es posible que en un futuro veamos el final?, ¿puede el hombre cambiar su conciencia? ¿dónde queda el perdón, necesario para la reconciliación?. Estamos lejos de la misericordia del Señor, único capaz de mover los corazones tenebrosos, quien nos salva y hará finalmente triunfar el bien y la paz; el primer y más importante paso está en nuestra mano, y es pedir por ello.

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Francisco Galdúroz

 

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