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Tambor de El Bruc, óleo de F. Galofré. Ayuntamiento de Manresa
Tambor de El Bruc,
óleo de F. Galofré (Ayuntamiento de Manresa)

Superando la tiranía de los gobernantes nacionales y locales, vendidos a ideologías e intereses foráneos, cuando la situación ha llegado al límite, el pueblo catalán, como el resto de los españoles, siempre ha sabido responder.

El Derecho del Deseo

por Max Silva Abbott

Tal vez uno de los aspectos más contradictorios con nuestro desarrollo moral, o si se prefiere, con nuestra maduración como seres racionales, consista en el papel cada vez más preponderante que se asigna a los deseos en la génesis y fundamentación del Derecho

Cada día es más común asistir a acalorados debates en que se defiende el “derecho” de hacer tal o cual cosa, amparado en el interés, deseo o atracción que ejerce sobre un grupo particular, aquello que se pretende juridizar. El matrimonio homosexual, la experimentación con embriones, la crioconservación, la eutanasia o la liberalización de las drogas, son buenos ejemplos de ello: en todos estos casos se defiende el “derecho” a realizar estas prácticas amparado en los deseos de quienes se ven involucrados en ellas, muchas veces sin fijarse en los terceros afectados o en las reales consecuencias que ocasionan en sus mismos defensores.

¿Depende el Derecho de los meros deseos o intereses? Al tenor de lo que venimos comentando, pareciera que las “ganas” de algo fueran la fuente legitimadora para exigir derechos a diestra y siniestra, colocando al Estado como garante de tales pretensiones. Mas, si se piensa bien, parece bastante incierto y peligroso que un aspecto tan importante para la convivencia humana como el Derecho, dependa para su génesis de intereses más o menos subjetivos. A fin de cuentas, buena parte de la reflexión jurídica de los últimos dos mil quinientos años ha pretendido lograr exactamente lo contrario: que el Derecho, como institución natural del ser humano (puesto que no puede no darse, cualquiera sea la cultura en cuestión), permita una convivencia lo más tolerable posible entre los hombres basada en la justicia; con todo, para lograrlo debe fundarse en la razón, no en la voluntad ni el capricho. Buena parte, cuando no casi toda la reflexión a este respecto se ha debido, precisamente, a la instrumentalización del Derecho por algunos para obtener ventajas ilegítimas a costa de otros, a su utilización como un arma de los poderosos para oprimir a los débiles o como un títere del poder de turno.

Claramente el Derecho está llamado a otra cosa: no ser un monigote estúpido que baile al son de los caprichos, sino un árbitro imparcial que permita una convivencia ordenada, civilizada, justa. En último término, el Derecho, o si se prefiere, los derechos, emanan de nuestra condición de personas, de nuestra inherente dignidad y del respeto que merecemos. De esta manera, el norte del Derecho debe ser la razón, lo razonable, partiendo por nuestra común dignidad. En caso contrario, se prostituye y a la postre, termina traicionando su razón de ser: constituir un instrumento civilizador para los hombres y no sólo para la ventaja de algunos hombres.

Así, si queremos ser consecuentes, hay que reconocer en cada persona un ser digno y además, entender que el hombre tiene un orden natural para su actuación, en atención a su carácter limitado: que posee algo así como una ecología humana, una naturaleza que hace que ciertas conductas lo favorezcan como persona y otras, lo degraden o incluso aniquilen. Mas, lo anterior es un dato a constatar, no un invento a construir, todo lo cual requiere una gran dosis de realismo y sobre todo, de humildad: humildad para saber que no somos dioses, sino sólo hombres.

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Max Silva Abbott


El foro de intereconomía

 

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