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Tambor de El Bruc, óleo de F. Galofré. Ayuntamiento de Manresa
Tambor de El Bruc,
óleo de F. Galofré (Ayuntamiento de Manresa)

Superando la tiranía de los gobernantes nacionales y locales, vendidos a ideologías e intereses foráneos, cuando la situación ha llegado al límite, el pueblo catalán, como el resto de los españoles, siempre ha sabido responder.

De Banderas, Países e Ideologías

por Luis Martínez Viqueira

“Ningún país ha pervivido cuando ha tomado como bandera la de un partido político”.

El empleo de la bandera como símbolo de un conjunto de personas, como aquello que señala la pertenencia al grupo, sea este una tribu, un club de fútbol, un partido político o un país, es algo casi tan antiguo como el hombre. Y lo es porque el hombre ha necesitado, dado su espíritu gregario, la compañía de otros para todo tipo de empresas, y en especial las guerreras, a cuyos orígenes están íntimamente unidos los de las banderas, como seña de identificación e, incluso, de identificación y supervivencia en el combate.

Como señal de grupo y por tanto seña de orgullo ante una decisión personal de pertenencia, las banderas son de los pocos símbolos que se consideran siempre sagrados. Por eso quien quema una bandera lo hace a sabiendas del daño que hace, ya que no quema un trozo de tela, sino que quema a todo un grupo de personas y a su peculiar sistema de valores con todo lo que ello representa.

Aunque España presenta un caso aparentemente singular, o al menos eso se nos quiere hacer creer desde determinados “grupos ruidosos pero no significativos” que a veces detentan la representación del “honrado pueblo español”, existe una diversa sensación ante las banderas que se consideran impuestas, y así podemos ver como determinados españoles reniegan de su propia bandera y no la consideran suya al identificarla, erróneamente, con etapas que no le fueron propicias.

Pero lo que se pretende con estas líneas no es otra cosa que plantearle al lector que se acerque a estas líneas una tesis de origen empírico, un aserto indemostrable de forma científica, pero demostrado hasta la saciedad por las experiencias pasadas. La tesis que a continuación se enuncia podría ser objeto de un estudio más serio, y con lo de serio se quiere decir afrontado por un experto, un antropólogo o un psicólogo social, y no por un aficionado como es el autor de esto que lee.

La tesis es la siguiente:

“Ningún país ha pervivido cuando ha tomado como bandera la de un partido político”.

La definición de la tesis, requiere una breve explicación para marcar con cierta precisión la “raya” de salida. Cuando se habla de país, se hace referencia a cualquier territorio con un grado mayor o menor de autogobierno o, si se prefiere, con una soberanía más o menos limitada. Cuando se habla de la bandera de un partido político, se hace referencia a la bandera del partido dominante o único, o de una opción política, sin necesidad de que se constituya como partido.

Y para demostrar la bondad de la tesis se señalan unos ejemplos históricos:

- La Unión Soviética: Cuando en 1917 estalla la Revolución Rusa que se venía fraguando desde hacía más de 15 años, los Soviets y todos los organismos revolucionarios liderados por los Bolcheviques con la legitimidad que da el terror, se alzan contra un gobierno, el zarista, tiránico e investido con la legitimidad, mayor o menor, que dan las dinastías. Una de las primeras acciones que se lleva a cabo es la destrucción y muerte del gran enemigo: el Zar y toda su familia, que son torturados y asesinados en Ekaterimburgo. La siguiente acción es la destrucción de los moderados, auténticos “tontos útiles” que se quedaron a mitad de camino entre la moderación y la revolución: son los Mencheviques con Kerenski a la cabeza. El último acto de esa etapa inicial, es instituir como bandera de la Unión Soviética la del Partido Comunista. Esta historia termina en 1989, es decir 72 años y 100 millones de muertos después…

Actualmente esta bandera es ostentada por los cada vez más minoritarios Partidos Comunistas del mundo bajo sus actuales y “modernizadoras” siglas. El rechazo que produce en el mundo libre su presencia es casi común salvo por aquellas sociedades que olvidan la historia y los símbolos que lleva unida, como, por ejemplo, la española, que en un ejercicio de logomaquia no duda en airear banderas rojas mientras exige alguna cota extra de libertad...

- Alemania entre 1933 y 1945: El ascenso al poder de Hitler, contó con la legitimidad que dan las urnas y, posteriormente modificó la legislación para perpetuarse en el poder. A partir de la toma del poder, el régimen nacional-socialista introdujo muchos cambios en su país, entre ellas las medidas antisemitas y otras igualmente desproporcionadas que acabarían en crímenes en masa y en derrota. Entre los cambios que introdujo Hitler ya en 1933 fue adoptar como bandera nacional la de su partido, rehusando a usar la de la República de Weimar, que es la actual, que significaba la derrota y la vergüenza de Versalles en 1918. Derrota que se convirtió en total en 1945 por el Este de mano de la URSS y por el Oeste, de mano de los EEUU y el Reino Unido. Indudablemente la suerte de los alemanes del este no podía ser peor ya que prorrogaron la tiranía hasta 1989.

Esa bandera está hoy psicológicamente unida al crimen irracional y la destrucción, rehusada salvo por minorías marginales, en lo social y en lo intelectual, es rechazada por todo el mundo.

- España de 1931 a 1936-39: Independientemente de lo que cada uno pueda pensar sobre la necesidad o no de un cambio de régimen político y del casi simultaneo cambio de bandera nacional que se produjo en 1931, está clara la nula legitimidad de la instauración de la República a través de unos resultados, desfavorables para los republicanos, en unas elecciones municipales. A esto hay que unir que se adopta como bandera de la II República la del Partido Radical Republicano de Don Alejandro Lerroux, uno de los artífices del pacto de San Sebastián. El resultado no puede ser menos halagüeño para el futuro de un régimen que prometió demasiado, se radicalizó pronto y no pudo ofrecer soluciones para los problemas reales de los españoles, que eran numerosos y graves. El final de la República es conocido y por ello no se va a incidir en el, pero conviene recordar que las primeras unidades militares sublevadas contra el Frente Popular salieron a combatir portando al frente de sus filas una bandera tricolor…

Don Javier Tusell (q.e.p.d.) manifestó hace algún tiempo en un artículo del diario “El País” [1] , que la bandera roja y gualda, llamada por algunos constitucional, no se sabe muy bien porqué [2] , no tenía la misma “legitimidad” ni era objeto de la misma veneración por parte de los españoles como la bandera republicana, que unía en sus colores, por lo visto, las esencias patrias. Evidentemente Don Javier, o no sabía lo que decía o lo sabía muy bien y prefería perder su prestigio de historiador del régimen ante semejante despropósito. No creo que haya nadie, ni siquiera el más furibundo republicano, que pueda sostener esta atrevida aseveración sin rubor.

No obstante la práctica habitual de manifestaciones, concentraciones y protestas con toda la simbología que llevan asociada podría hacernos pensar que la opción política por la República en España, va asociada íntimamente a una bandera tricolor. Craso error de apreciación. Si en España se instaura alguna vez una III República, tan solo tendrá éxito, a parte de otras consideraciones más profundas, si mantienen la bandera roja y gualda. No olvidemos a los que llamo los “republicanos rojigualdas”.

Tan sólo tres ejemplos del siglo XX, que alguien definió como el siglo de la violencia, sirven para determinar que, en efecto, si hay algo que a los hombres nos impide unirnos bajo una bandera que no consideramos nuestra, con mayor motivo se fracasa cuando la bandera bajo la que nos fuerzan a vivir, la consideramos contraria o enemiga, y por tanto no unificadora, acción primigenia de las banderas y origen de las mismas.

Ante estos planteamientos, y para refutar la tesis, es conveniente plantear un caso contrario. Existen muchos, pero lo mejor es elegir un caso cercano, si no en la distancia, sí al menos en el corazón, la elegida es la bandera del país en el que ondeó por última vez la de España al otro lado del Océano: Cuba. Nuestra querida Cuba es un país que mantiene una gran cantidad de población en el exilio de España o de Miami y con una porción de la población que, porque negarlo, apoya a Fidel Castro como su líder indiscutible. Sin embargo, reconozco que siento sana envidia cuando veo cómo enemigos políticos irreconciliables viven luchan y mueren bajo una sola bandera que ondea con orgullo el Habana Vieja y en Miami, la misma y única bandera. Es un seguro de que cuando muera Fidel Castro, tras las iniciales dudas y pugnas políticas, el pueblo cubano encontrará el camino de la paz y el perdón tras una sola bandera. Y aquí, en la Madre Patria, nos alegraremos de ello y seguiremos sintiendo sana envidia.

Otro caso llamativo, y que creo que puede ser aleccionador, es el de las banderas de las comunidades autónomas. Entre estas hay de todo, desde las elegidas por puro criterio estético [3] , como la de La Rioja, hasta las históricas de Navarra, Valencia o Cataluña, o incluso, salvando las licencias históricas [4] , las de las dos Castillas.

El caso de Galicia, que adoptó la bandera de la Comandancia marítima de La Coruña y que ondeó por primera vez, por error, como bandera gallega en la quinta provincia gallega, Buenos Aires, a finales del siglo XIX. O el de Extremadura que fue un diseño de alguien que unió en una tela los colores de los equipos de fútbol de las capitales: verde y blanco, de Badajoz y blanco y negro de Cáceres, son ejemplos de los orígenes múltiples y, a veces discutibles, de las banderas.

Otro caso es el de Cataluña, región en la que, de vez en cuando, y cada vez con mayor frecuencia, se deja ver una bandera con un triángulo azul y una estrella de cinco puntas blanca en el centro de dicha figura. Fue la bandera del llamado Estat Catalá de 1934, una bandera de la ERC, y que algunos quieren adoptar en una futura y utópica Catalunya independiente. Una bandera en definitiva no admitida por los catalanes, es decir, por una mayoría de catalanes.

Pero quizás sea el caso más llamativo de todos el de Vasconia. Esta comunidad, ha adoptado la bandera de un partido político, el PNV, por lo que según la tesis expuesta, no acabará muy bien, y pruebas de ello, existen, lamentablemente, en exceso.

Inicialmente diseñada como bandera de Vizcaya por ese demente, ahora seguido por miles de personas, llamado Sabino Arana Goiri. El modelo seguido fue, como se aprecia en un primer vistazo, la Union Jack, la bandera del Reino Unido [5] . Durante la II República y la Guerra Civil fue la bandera del nacionalismo vasco, y con ella lucharon contra otros vascos y se rindieron a los italianos en Santoña. A partir de 1978, sin saber muy bien porqué y sin que nadie se haya quejado, se adopta como bandera de la comunidad autónoma vasca, uniendo así dos inventos del demente vascongado, su bandera, la ikurriña y el nombre de su nuevo territorio, Euzkadi [6] . ¿Porqué nadie se ha planteado como parte de la solución al “problema vasco” el que la ikurriña siga siendo la bandera del PNV y la de Vasconia pase a ser otra, de origen histórico o elegida, siguiendo el modelo riojano?

Esta injusticia histórica es uno de los síntomas más evidentes del arrinconamiento moral y político de los no nacionalistas en Vascongadas, que se perpetúa en el tiempo sin solución aparente.

En definitiva, la historia nos demuestra cómo el cambio de banderas en las naciones es una peligrosa maniobra que casi siempre genera sentimientos enfrentados, cuyo origen está, la mayoría de las veces, en interpretaciones torticeras de la Historia.

Cuando la nueva enseña adoptada pertenece, además, a un partido político o está asociada históricamente a una opción política, como la tricolor republicana española [7] , se originan sentimientos encontrados y radicales, que tiene como origen ese humano sentimiento atávico de pertenencia a un grupo, que cuando es traicionado genera frustración y violencia.

Además la historia también nos demuestra que siempre habrá un Kerenski (Maragall, Ibarreche) que tras hacer el juego sucio y necesario sea apartado y olvidado, cuando no eliminado, por los Lenin (Otegui, Carod-Rovira) que aun quedan.

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Luis Martínez Viqueira



[1] El Neoespañolismo decrépito, en El País, 15 de octubre de 2002

[2] ¿Porqué no se llama a Madrid la “Capital constitucional” de España?, por ejemplo. O es que una bandera nacional sin escudo no es igualmente preconstitucional.

[3] Lo cual no es ningún desprestigio. Evidentemente todas las banderas se eligieron por estos criterios, como la española actual, pero el tiempo les da carácter histórico que la riojana, por su juventud, aún no tiene.

[4] Ninguna de las dos Comunidades ha adoptado el viejo Pendón de Castilla.

[5] La gran diferencia es que la bandera británica une en su diseño las banderas de Escocia e Inglaterra

[6] En el libro del General Ugarte “Espía en el País Vasco” señala al Ministro Martín Villa como el que perpetró semejante dislate histórico, no teniendo en cuenta las opiniones razonadas y razonables de muchos y dejándose llevar por compromisos y promesas, siempre incumplidas, por el PNV de Arzallus.

[7] Conviene recordar que durante la primera experiencia republicana española no se cambió la bandera, manteniéndose la roja y gualda durante su corta existencia.


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