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Tambor de El Bruc, óleo de F. Galofré. Ayuntamiento de Manresa
Tambor de El Bruc,
óleo de F. Galofré (Ayuntamiento de Manresa)

Superando la tiranía de los gobernantes nacionales y locales, vendidos a ideologías e intereses foráneos, cuando la situación ha llegado al límite, el pueblo catalán, como el resto de los españoles, siempre ha sabido responder.

Tierra Adentro

por José Luis Ramírez Vargas

La auténtica moral liberadora es la moral del amor gratuito, que no conduce en la soledad “mar adentro”, sino al contrario, una moral que provoca y liberabr>

Un film como el de Alejandro Amenábar, “Mar adentro”, difícilmente deja indiferentes a los espectadores, independientemente de cual sea su intención, creencia o convicción. El personaje central, un tetrapléjico, luego de varios años de vida infeliz, opta por el suicidio asistido (a no confundir con la eutanasia, que se refiere a la muerte producida a enfermos desahuciados).

Dicho sea desde el comienzo, sobre este tema del suicidio afirmó el antropólogo francés Emile Durkheim, es el único que vale la pena tratar, pues nos remite a la razón última de nuestro vivir, nos fuerza a reflexionar sobre una toma de decisión radical y trascendente: la opción por la vida o… por su contrario.

Un primer elemento de consideración que nos viene a la mente sobre el desenlace de esa historia, es de la moral individual y su enlace con la moral colectiva.

El filósofo alemán del s. XVIII Emanuel Kant había llegado a la formulación de un principio básico en su Crítica de la razón práctica: “obra de tal manera que tu comportamiento sea el que desearas cumpliera toda la humanidad”.

Dicho en otras palabras, nuestras acciones, si bien somos el último responsable de ellas, confirman, aprueban y enuncian una determinada moral que es de la Humanidad entera, lo cual quiere decir que nuestras acciones, por más que se quiera, no son “individuales”, sino que se sitúan siempre en referencia a una “Moral”, o sea que están relacionadas con las acciones y comportamiento de los otros.

El principio pragmático de que “cada quien tiene su moral”, si bien es un enunciado práctico que lleva a una determinada acción, socava los principios en los que la Humanidad ha logrado un acuerdo o consenso: la Moral con mayúscula.

A tenor de lo que los países del mundo han entendido y confirmado a través de la historia, el suicidio sigue considerándose un quebrantamiento del principio de la salvaguarda de la vida, inscrito éste en el código moral del corazón de la Humanidad.

Por otra parte, volviendo al film mencionado, nadie puede constituirse en juez de “Ramón” (nombre que el personaje de la vida real adopta en el film), ya que en su foro interno, y en el momento culminante de su muerte nadie de nosotros estuvo presente como para afirmar cuál haya sido su postura póstuma ante la vida y ante la muerte. Lo que observamos y es digno de debatir, es su decisión consciente y en el tiempo, de quitarse la vida.

Esta decisión radical atañe, querámoslo o no, a los miles o más bien millones de cuadripléjicos y parapléjicos –y a sus familiares cercanos- que hay en el mundo, por lo que sería un absurdo simplismo cualquier tipo de afirmación del orden: “fue su decisión”, “allá él”, “en el fondo cada quién”, etc. En otras palabras, la decisión de Ramón pone en entredicho la existencia de sus compañeros de sufrimiento, que se ven en cierta manera afectados por su decisión. No obstante una acción tal, lo que observamos en los hechos y en el sentir de la mayoría de los cuadripléjicos en la historia real, parece ir en sentido contrario a una decisión tomada por Ramón.

De muchos de esos discapacitados –que no son héroes sino gente común y corriente- se puede atestiguar que con la ayuda de familiares, amigos, terapistas, psicólogos o sacerdotes, han encontrado un sentido a su vida: han aprendido nuevas habilidades, han hecho nuevas amistades, han descubierto el disfrute de una nueva vida, o simplemente agradecen al Cielo la posibilidad de seguir en vida, vida que se alterna con el sufrimiento físico y las recaídas depresivas típicas de su estado. Poseedores todos ellos, de una mínima posibilidad que les ha dejado la vida, continúan prestando atención a sus hijos, esposas, esposos, y en comunicación con el mundo, la sociedad, y los demás. Es precisamente esa lucha constante por la vida la que los robustece y los lleva a enfrentar ese reto que la vida se ha obstinado en presentarles: vivir.

Ahora bien, como decía el pensador español José Ortega y Gasset, “lo que el hombre tiene que hacer le es propuesto… su vida, su ser es algo que tiene que ser elegido” , por lo que toda vida tiene una misión, la cual le es como propuesta por los acontecimientos, conformando una especie de vocación. El hombre está capacitado para cumplirla, si quiere, pero también puede optar por no aceptar los cambios imprevistos, sólo que el precio será muy alto.

El cuadripléjico tiene una misión que sólo él puede cumplir cabalmente: para sí, asumiendo las riendas de una nueva vida, descubriendo nuevas fórmulas de participación, de ocio, de comunicación. Desde el punto de vista de los cercanos –familiares, amigos y nuevos amigos-, cuánta entrega, cuánto amor, cuánta fatiga sana, arranca de los corazones la presencia de esas personas que la sociedad llama “minusválidos” o “discapacitados”.

Sin ellas, muchos de nosotros permaneceríamos encerrados en nuestro egoísmo, viviendo de la vanidad, engreídos con nuestros logros, buscando sólo nuestro propio interés, si no es que pasando por encima de los demás.

De esta manera el descubrimiento de una nueva vida no sólo es un reto para los cuadripléjicos, sino lo es también para esos parientes o amigos cercanos, forzados a inventar un nuevo tipo de relación para con el enfermo, a cambiar su estilo de vida, sus hábitos, su empleo de tiempo, a modificar su carácter, a templar su paciencia, a invertir fructuosamente su vida, y todo esto para descubrir la misión para lo que han sido puestos en este mundo, que es la de dar un poco la vida por los demás.

Es en esa situación que la persona humana se percibe como una fuente inagotable de posibilidades de expresión, de desarrollo, de creatividad, de afecto y comprensión, mismas que le son como “extraídas” por la presencia de ese otro que las requiere y las exige.

El cuadripléjico, incapaz de valerse por sí mismo para lo más elemental del desempeño de su ciclo vital, es una palabra viviente y provocadora, es el “otro” en el sentido más pleno de la palabra, ese otro que el mundo egoísta, permisivo y cobarde no quiere ver, para evitar el compromiso que sugiere la entrega, es ese otro “ante quien se vuelve el rostro”, como dice el profeta Isaías hablando del sufriente “Siervo de Yahvé”.

Pero para el que despierta ante esa saludable provocación es una ocasión para encontrarse plenamente consigo mismo y con los demás, y finalmente trascenderse a sí mismo.

Para los que, al igual que Ramón, se sienten relegados de la sociedad, y como empujados al suicidio, sepan que hay muchos seres humanos en este mundo que esperan encontrarse con ellos, y que su huída de este mundo los privaría del don precioso que sólo ellos pueden ofrecer gratuitamente.

La auténtica moral liberadora es la moral del amor gratuito, que no conduce en la soledad “mar adentro”, sino al contrario, una moral que provoca y libera: la que conduce “tierra adentro”, al encuentro de este mundo que necesita de la presencia de esos cuadripléjicos, con más urgencia que la que éstos necesitan de la ayuda de los demás.

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José Luis Ramírez Vargas
jlramirez@itesm.mx


El foro de intereconomía

 

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