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Tambor de El Bruc, óleo de F. Galofré. Ayuntamiento de Manresa
Tambor de El Bruc,
óleo de F. Galofré (Ayuntamiento de Manresa)

Superando la tiranía de los gobernantes nacionales y locales, vendidos a ideologías e intereses foráneos, cuando la situación ha llegado al límite, el pueblo catalán, como el resto de los españoles, siempre ha sabido responder.

¿Por qué Tariq Ramadán gusta a ZP?

por Ángel Expósito Correa

Las razones por las cuales el neofundamentalista islámico Tariq Ramadán gusta al gobierno de ZP

Sorprende constatar como famosos tertulianos y directores de programas de radio líderes en audiencia genéricamente catalogables como de centro-derecha y generalmente bien informados (aunque faltos de auténticas categorías histórico-teológicas debido a su adscripción a cierto liberalismo conservador pero relativista y, por tanto, incapacitados para ser consecuentes en sus análisis dado que les falta la referencia al Magisterio católico en su plenitud), tengan difucultades a entender el porqué del deslumbramiento que sufre la progresía española hacia la figura del intelectual neo-fundamentalista Tariq Ramadán.

Me propongo con este breve artículo dar algunas pinceladas que expliquen las razones de tal extraño connubio.

Tariq Ramadán y las fundaciones, políticos, partidos, medios de comunicación, etc., reconducibles a la izquierda española tienen un objetivo en común. Ambos justifican el fundamentalismo islámico, incluido el violento, ya que se opondría al “imperialismo” y al “colonialismo” con el cual Occidente, desde las Cruzadas hasta la guerra en Iraq, durante siglos habría agredido al islam, y contra los cuales serían lícitas formas de reacción armada y de “insurgencia”.

Se trata de una retórica que nace entre las dos guerras mundiales, cuando un grupo de intelectuales islámicos tratan de insertarse en la corriente anti-colonialista, que ha sido desarrollada por nacionalistas árabes laicos y por fundamentalistas como Hassan al-Banna, fundador en Egipto de los Hermanos Musulmanes y abuelo de Tariq Ramadán. Jugando con los complejos de culpabilidad de Occidente y con la herencia de un anticlericalismo decimonónico que había demonizado las Cruzadas, esta retórica islámica ha cosechado un gran éxito que todavía perdura pero que es absolutamente falso (1).

Los teóricos del pensamiento anticolonialista definen al colonialismo como la ocupación, por parte de Estados que se presentan como portadores de una civilización superior, de territorios considerados culturalmente “inferiores”, a los cuales el colonialista impone – contra la voluntad de las poblaciones locales – su dirección política y su cultura (2). Ahora bien, si se define al colonialismo de esta manera nos sorprendería quizás descubrir que las mayores potencias coloniales no han sido ni Inglaterrra ni Francia, sino el califato islámico de los primeros siglos y el Imperio Otomano.

El islam de los primeros siglos ocupa militarmente enormes territorios cuyos habitantes no desean ser conquistados y cuya cultura y religión es completamente distinta: desde el norte de África casi toda cristiana desde la época de San Agustín hasta nuestra España y Sicilia. Más tarde, pocos musulmanes – que seguirán siendo una minoría – conquistan India, destruye el budismo y gobierna, de foma colonial, la mayoría hinduista. El Imperio Otomano ocupa a su vez inmensos territorios de antigua civilización cristiana, desde Hungría a Romanía y desde Grecia al Líbano. Mucho antes de las Cruzadas había en Oriente Medio prósperas comunidades cristianas, que habían sido privadas de sus derechos políticos por el avance del islam. Estas conquistas militares desmienten las tesis que el islam admite solamente la guerra defensiva. ¿Cómo se pueden considerar “defensivas” la ocupación de España, Sicilia, India y Grecia? (3)

La justificación que el pensamiento islámico da de todas estas conquistas es precisamente la clásica del colonialismo: el islam es la mejor de las civilizaciones (y la única verdadera religión), y conquistando a los infieles se les hace un favor aunque tarden en entenderlo. Algunos podrán argumentar que las conquistas musulmanas pertenecen a un pasado pretérito y que, en cambio, a partir del siglo XIX los musulmanes son las víctimas y no los protagonistas del colonialismo. Lo que ocurre es que el pensamiento islámico, a diferencia del occidental dispuesto a releer críticamente su pasado colonial, sigue exaltando y jaleando las conquistas militares del islam sin el menor viso de autocrítica. Antes bien, los fundamentalistas declaran abiertamente que la expansión del islam – y no solamente por medios pacíficos – tendrá que proseguir su camino una vez que ello sea posible militarmente (2).

Ahora bien, las razones antes apuntadas (y como hemos visto, totalmente falsas) no son las únicas que explican el interés de la progresía española (y no solamente española) hacia el nieto del fundador de los Hermanos Musulmanes, esto es, hacia Tariq Ramadán. Otra de las razones fundamentales guarda relación con su reconocido liderazgo de la corriente denominada “neofundamentalista”. Esta corriente reformula las ideas clásicas del fundamentalismo con términos sacados de la moderna izquierda europea antiglobalización, limando algunas asperezas y aplazando problemas delicados como los del trato que se debería dispensar a los apóstatas y a las mujeres “pecadoras”, a un futuro en el cual el islam habrá ganado su batalla (3).

Paradójicamente, el neofundamentalismo puede desempeñar la función positiva (en especial, en los países árabes) de vehicular fundamentalistas clásicos hacia posicionamientos algo menos intransigentes. También puede (especialmente entre los emigrantes en Occidente) vehicular musulmanes no fundamentalistas pero de ideas genéricamente de izquierdas hacia tesis típicas del fundamentalismo. En realidad, el neofundamentalismo es por definición ambiguo: condena algunas formas de terrorismo y de violación de los derechos humanos que tienen lugar en el mundo islámico, pero no siempre y no todas. Por ejemplo, no condena los ataques suicidas contra Israel de Hamas (en esto compartiendo la postura de muchas de las autoridades religiosas islámicas – dentro y fuera del mundo islámico – famosas por su “moderación”), y es acusado de “judeofobia” (como en Francia) ya que atribuye al mundo judío la voluntad y la capacidad de actuar en mancomún en una conspiración contra el islam (compartiendo una vez más éstas ideas no sólo y únicamente con las autoridades religiosas islámicas antes indicadas, sino también con muchos sectores de la izquierda y de cierto mundo cristiano – católico, protestante u ortodoxo – que dan por buenos textos como el de “Los Protocolos de los Sabios de Sión” (4), a todas luces falsos).

También se critica a Ramadán por decir cosas distintas según escriba en árabe, francés o inglés, y de jugar con las palabras, aunque no todos sus críticos tienen razón. Por ejemplo, el estudioso americano David Cook considera que Ramadán es el perfecto manipulador de la palabra yihad, cuando el mismo estudioso obvia que las fuentes que llaman “gran guerra santa” a la lucha espiritual y “pequeña” a la militar son de dudosa autenticidad, emergen sólo después de dos o cuatro siglos de la muerte de Mahoma y son citadas muy a menudo en textos de uso y consumo de occidentales y pocas veces en textos para el mundo árabe. Otro ejemplo lo tenemos en la tesis según la cual la guerra permitida por el islam es meramente “defensiva”. Esta tesis adquiere importancia a partir del siglo XIX, y de todos modos interpreta el adjetivo “defensiva” de una forma más bien amplia y ambigua (5).

En fin, nos encontramos ante un individuo que representa bien la ambigüedad y peligrosidad del fundamentalismo (ya sea “clásico” que “neo”) islámico en Occidente (y en especial en Europa) y que también nos permite entender mejor la extraña (pero comprensible y explicable) alianza islamo-social-comuno-mundialista imperante entre la progresía occidental.

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Ángel Expósito Correa

(1) http://www.cesnur.org/2005/mi_11_30.htm
(2) ibídem
(3) http://www.cesnur.org/2005/mi_12_02.htm
(4) http://www.arbil.org/arbi-d83.htm
(5) http://www.cesnur.org/2005/mi_12_02.htm


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