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Ahí está España / mejor tierra no la hay en toda Europa (Joxe Mari Iparragirre (1877 ))
¡Oh patria! Cuántos hechos, cuántos nombres;
cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues que tienes quien haga y quien te obliga,
¿Por que te falta, España, quien lo diga?

[Lope de Vega, La Dragontea ]


La mujer en Eusebio de Cesarea (II)

por Martín Ibarra Benlloch

Eusebio, al referirse en la Historia Eclesiástica a los mártires de Palestina comenta: “No nos toca a nosotros consignar por escrito los combates de quienes lucharon por el culto de Dios en el mundo entero y registrar detalladamente cada una de sus hazañas; deberían hacerlo quienes fueron testigos de los acontecimientos. Por mi parte, yo daré a conocer en otra obra los que yo he presenciado personalmente” . Este es el breve escrito que vamos a analizar en lo referente a las mujeres. A la primera parte se puede acceder desde aquí

Los Mártires de Palestina.

En Los Mártires de Palestina, Eusebio sigue un riguroso orden cronológico, comenzando en el año 303 y comentando lo más significativo de cada año hasta la paz de 311. Gracias a esta minuciosidad podemos datar otros martirios y tener una idea bastante completa de lo sucedido en un rincón del Imperio. No le interesa mucho a Eusebio el número de los mártires o confesores, sino dejar constancia de su comportamiento. Su escrito pretende perpetuar el recuerdo de los que lucharon y vencieron por la fe en tiempos de dificultad, más que escribir una historia completa. Ya que una de las finalidades principales es la de edificar a los lectores. De ahí que realice una selección de los hechos y dé su interpretación de los mismos, que resulta a menudo decisiva.

Romano, diácono y exorcista de Cesarea.

Romano, un diácono y exorcista de Cesarea, se encuentra de paso en la ciudad de Antioquía el 17 ó 18 de noviembre del año 303. Ahí contempla cómo muchos se dirigen a sacrificar a los ídolos, varones, mujeres y niños. Se acerca hasta ellos y les increpa a grandes voces tratando de disuadirles. Por ello es detenido [1] . Desconocemos el motivo del viaje de Romano a Antioquía, aunque sí tenemos noticias de las estrechas relaciones de esta ciudad con la de Cesarea de Palestina desde la primera mitad del siglo III. Hacía tiempo que se conocía y padecía la persecución, con la consiguiente destrucción de iglesias, quema de Escrituras, etc.

La actitud de Romano es temeraria, rayana en la provocación a las autoridades. No es que sea moralmente censurable. Pero se ha expuesto a ser capturado. Eusebio, que gusta mucho de estas actitudes audaces, lo incluye en el elenco de mártires palestinos por su iglesia de procedencia, Cesarea.

Tecla, la de nuestro tiempo.

A finales del año 304, el gobernador de Palestina, Urbano, ordena que se sacrifique en cada ciudad, para cumplir un edicto general. En esta ocasión, se ejemplifica con las torturas que sufre Timoteo de Gaza. Junto a él, Agapio y Tecla son condenados a morir entre las fieras [2] . Pone cuidado en aclarar “nuestra contemporánea” al referirse a Tecla, ya que era famosísima la de Seleucia de Isauria, en Asia Menor, por sus Actas, con algunos elementos claramente novelescos. También Metodio de Olimpo se aprovechará de su prestigio en el Symposion, ya que la virgen que más destaca en su discurso y la que improvisa el himno final se llama también Tecla.

En la narración de Eusebio aparece un poco en segundo plano, oscurecida por Agapio. Éste será entregado al igual que ella a las fieras. Mas como éstas le respetan, aplazan su ejecución hasta dos años más tarde, en un espectáculo organizado para celebrar el natalicio de Maximino, que se halla de paso en Cesarea. Ante esta situación extraordinaria, se busca un espectáculo llamativo. Ése será el que brinde Agapio. Su comportamiento será tal, que la figura de Tecla y la de otros mártires quedará en la penumbra.

El mártir Afiano.

En el transcurso del año 305-306, se publican las cartas del tirano, que ordenan sacrificar en masa a la población. Los magistrados de cada ciudad se encargarán de que se cumpla rigurosamente. Esto produce una honda conmoción en Cesarea de Palestina: “Por todo lo ancho y largo de la ciudad de Cesarea iban gritando los públicos pregoneros, convocando, por orden del gobernador, a los hombres y a sus mujeres e hijos a los templos de los ídolos” [3] . El cerco se va estrechando, por lo que muchos se angustian. Frente a esta situación de temor, algunos como Afiano, no vacilarán.

Éste se acerca voluntariamente al gobernador Urbano y trata de persuadirle de lo equivocado que está al sacrificar a los dioses. Es torturado hasta que muere, y se arroja su cadáver al mar. Así -pensaban sus torturadores- no recibiría sepultura ni podría resucitar. Sin embargo, su cuerpo es devuelto por las olas. En la narración larga de este suceso, algo posterior, se nos dice que todos los habitantes de Cesarea salieron a las puertas de la ciudad, niños, varones, viejos, mujeres de toda edad, las que vivían retiradas y aquellas que estaban casadas, las doncellas, “todos y todas confesaban el solo y único Dios de los cristianos” [4] .

Esta unanimidad no se dio, seguro, tal y como la comenta Eusebio. Aunque es verosímil el gentío, que sirve, además, de testigo de un hecho claramente prodigioso. Por ello, avalan un suceso que les encamina a confesar al Dios de los cristianos. No es otra cosa la que se persigue con la devoción a los mártires.

Edesio.

Edesio es hermano del mencionado Afiano y, como él, intrépido. Será confesor de la fe en Cesarea de Palestina, desde donde será enviado a las minas de cobre de Feno, como tantos otros cristianos. Más tarde llega a Alejandría. Ahí contempla cómo un juez ultraja a los cristianos, insultando a hombres venerables o “entregando a los lupanares, para ser vilmente deshonradas, mujeres de purísima castidad y vírgenes consagradas a Dios” [5] . Al igual que su hermano, se acerca al juez y le echa en cara su comportamiento vergonzoso. Por ello se le detiene y martiriza. En la narración larga se nos da el nombre del juez, el gobernador Hierocles. Contra éste escribió Eusebio una virulenta obra.

Entre la narración de la Historia Eclesiástica en su libro VIII y este pasaje de Los Mártires de Palestina, encontramos diversas diferencias. Una de ellas, es que, en la primera, encontramos diversas alusiones a la violación -y a los suicidios por la pureza-, aunque se presentan más como una amenaza que no como un hecho consumado. En este pasaje en el que interviene Edesio, es distinto. Se menciona como algo real la deshonra en los lupanares, ataque directo contra el pudor y la castidad de las mujeres cristianas. Empero, hay una distinción entre la narración breve de Los Mártires de Palestina, que habla de mujeres castas y vírgenes consagradas, y la narración larga, que solo menciona a las vírgenes consagradas. En esta última versión, se observa un deseo claro de dar un mayor protagonismo al orden de las vírgenes.

De cualquier forma, la información resulta imprecisa; ignoramos si fueron muchas o pocas las mujeres condenadas a los lupanares alejandrinos. A Eusebio no le interesaba tanto el número cuanto la idea: el peor ataque que se puede hacer a una mujer es el que se realiza contra su pudor. Esto es algo que compartían casi todos, paganos y cristianos. Pero solo estos últimos se rebelan contra esta injusticia. De tal forma que, ante una actitud como la del gobernador Hierocles, la protesta de Edesio aparezca justificada. Se trata de un comportamiento heroico de una persona que convivió durante un tiempo con el mismo Eusebio de Cesarea.

Teodosia, virgen de Tiro.

En esta ocasión, una joven virgen de la ciudad de Tiro, en la costa, se acerca a un grupo de confesores que se hallan prisioneros delante del tribunal. Todo transcurre en Cesarea de Palestina, sede del gobernador, un dos de abril del año 307. Nuestra joven les da la enhorabuena y les pide que se acuerden de ella cuando estén con el Señor. Se llamaba Teodosia y no contaba todavía dieciocho años [6] . Ha abrazado la virginidad consagrada joven, posiblemente a los trece o catorce años. Aunque lo más llamativo es que se encuentre en una localidad que no es la suya, lo que resulta un ejemplo más de la movilidad de las jóvenes, doncellas o vírgenes consagradas.

El obispo de Cesarea elogia su actitud, al igual que hizo con la de Afiano, Edesio o Romano. La narración larga la denomina como “una joven consagrada y toda santa”. La palabra “consagrada” es propia de unas décadas más tarde, no del año 307. La palabra “santa” indica no solo la pureza interior, sino también la integridad física. Y ambas convienen y califican perfectamente a una virgen.

El gobernador, en este caso Urbano, manda castigar a la joven. Le desgarran los costados y senos hasta los huesos. Agonizante y todo, mostraba un rostro “radiante y risueño”, algo que había aparecido en otros martirios y que encontramos también en Lactancio [7] . Esto, que se ha podido convertir en un tópico literario, encuentra un reflejo en la escultura de la época, con unos rostros que tienden cada vez más al hieratismo, más divinos que humanos, con los ojos perdidos en el infinito, con sed de eternidad. En la versión eusebiana, la virgen Teodosia desprecia el sufrimiento y los tormentos, porque sabe que su alma se va a salvar.

Una vez que la virgen de Tiro es lanzada al mar, el gobernador Urbano continúa con su trabajo, condenando al grupo de confesores a las minas de Feno de Palestina. Será lugar de encuentro de multitud de cristianos.

La narración larga, posterior, nos ofrece más detalles. Así, califica a Teodosia de niña, con lo que aumenta la compasión del lector, la valentía de la muchacha y la crueldad del gobernador. Sufre los tormentos en silencio, hasta que comienza a hablar al gobernador, con una mirada “profunda y sostenida”, y semblante alegre. Ella había pedido el poder participar de la suerte de los mártires de Dios y Urbano, ordenando su tortura, le estaba haciendo ese extraordinario favor. De esta manera, mientras la mártir se crece, se nos muestra al gobernador, cuya dureza mengua. De hecho, condena a los confesores a las minas de cobre de Feno, sin volver a atormentarlos. Con lo que, paradójicamente, la que pidió a los confesores que intercedieran por ella, resultó ser su intercesora.

Eusebio no pierde la ocasión de referir el final desdichado del gobernador Urbano, a manos del emperador Maximino. Le califica además, de hombre sin coraje, llorando como las mujeres. Es un desenlace que nos recuerda, inevitablemente, los finales de los perseguidores. “Tal vez algún día venga momento oportuno en que podamos contar despacio cómo terminaron trágicamente sus vidas los impíos que más encarnizada guerra nos hicieron, y entre ellos el propio Maximino y sus ministros” [8] .

Los confesores de Tebaida, a Palestina.

En el sexto año de la persecución, un elevado número de confesores de una mina de Tebaida, al sur de la provincia de Egipto, son enviados al gobernador de Palestina. Son unos noventa y siete hombres con sus mujeres y niños pequeños. En este número se cuentan, casi con seguridad, sólo los varones. La exactitud es garantía de veracidad. El gobernador ha vuelto a cambiar: ahora es Firmiliano. Les manda enuclear el ojo derecho y seccionar el tendón izquierdo. Así mutilados, serán enviados a las minas de Feno. Estas torturas las contempló Eusebio con sus propios ojos [9] .

Otro grupo de confesores de Palestina, condenados a luchar como gladiadores, se niegan a probar alimento para no realizar los entrenamientos preceptivos. Es una huelga de hambre, la primera atestiguada entre los cristianos. Ante su actitud, se les tortura. A ellos se les unirá otro grupo de cristianos, de la ciudad de Gaza.

Los cristianos de Gaza.

En la ciudad de Gaza, en la costa, se había sorprendido a un grupo de cristianos leyendo las Sagradas Escrituras. Esto era algo que se realizaba por lo menos el Domingo. Son trasladados a Cesarea, donde se les tortura. Entre ellos hay una cristiana, “mujer de cuerpo, pero varonil por su determinación”, que no soporta la amenaza de la violación. Se dirige al emperador Maximino, presente por aquel entonces en la ciudad, y le reprocha que encomiende el gobierno a unos jueces tan crueles. Se le azota y tortura de inmediato. Mientras los verdugos se aplican a esta tarea, otra que, como la anterior, “había abrazado el trabajo de la virginidad” se dirige al gobernador para afear su crueldad [10] .

Ésta era de Cesarea de Palestina. Eusebio las compara con Harmodio y Aristogitón, dos héroes griegos del siglo VI a.C., que se rebelaron contra los tiranos. En el presente caso, los tiranos son los malos gobernantes, crueles e inhumanos. Y las personas emblemáticas por su valentía son, para este obispo, dos vírgenes. Con una actitud audaz, casi rayana en la provocación a la autoridad.

Esta mujer era de apariencia “mezquina y de vista despreciable”, aunque “con una determinación más fuerte que su cuerpo”. Es el único mártir que no tiene un físico agraciado. En ella, la voluntad está por encima de la debilidad física, al igual que el alma es superior al cuerpo. “¿Hasta cuándo -le gritó al juez de en medio de la muchedumbre- estarás tan cruelmente atormentando a mi hermana?”. Es llamativo que esta mujer salte no cuando torturan a otros cristianos sino cuando lo hacen a otra virgen como ella, a la que considera con propiedad su “hermana”. Es muy posible que se conocieran.

Es conducida ante el tribunal, donde se declara cristiana. El gobernador le exhorta a sacrificar, pero ella se niega. La arrastran a viva fuerza hacia el altar, y le pega un fuerte puntapié, al igual que al brasero. Es la primera y única vez que nos refiere un hecho semejante en Los Mártires de Palestina. Eusebio lo describe como una hazaña, mas a los ojos del gobernador resulta una nueva provocación, que agota su paciencia. Así, ordena torturarla, de tal manera que mueren ambas quemadas. Morirá también Pablo quien, antes de fallecer, pide por los judíos, los samaritanos, los gentiles, el juez y los verdugos. Al finalizar este episodio se nos dirá el nombre de esta segunda mujer, Valentina, conocida por muchos en Cesarea.

Uno de los rasgos nuevos que apreciamos es la aparición de nombres propios referidos a mujeres. Valentina ahora, antes Teodosia. Curiosamente, las dos son vírgenes. Y es que las vírgenes consagradas tienen un papel destacado en esta obrita del obispo de Cesarea. Vírgenes que, además, se muestran con un comportamiento arrojado y valiente. Con una energía a la hora de rechazar los dioses y confesar la fe evidente. Pero con una actitud que, a más de uno, le podría parecer imprudente y temeraria.

La reacción pagana.

Se envía nuevamente un elevado número de confesores de la fe, procedentes de Egipto, a las minas de Feno y de Cilicia. Son unos ciento treinta, a los que se ha enucleado un ojo y seccionado un tendón [11] . Unos días más tarde, llegan nuevas cartas del emperador Maximino dirigidas a los gobernadores provinciales, en contra de los cristianos. En ellas se prescribe que todos han de sacrificar a los dioses, varones, mujeres y niños de pecho. Y se indica que toda la carne que se venda en los mercados ha de recibir libaciones. Incluso para entrar en los baños públicos se ha de realizar un sacrificio. Esto inquieta nuevamente a los cristianos. Pero la opinión pública comienza a ver estas medidas algo excesivas.

Este último detalle apuntado por Eusebio es muy interesante, ya que evidencia un cambio fundamental. La represión será ahora realizada por las autoridades públicas, sin contar con el apoyo de la calle. El sentimiento humanitario se estaba despertando, sobre todo al ver el comportamiento de los cristianos ante la persecución.

Estando así las cosas, y mientras el gobernador de Cesarea de Palestina, Firmiliano, está sacrificando, tres cristianos le interrumpen. Firmiliano les condena a la pena capital. Aquel mismo día, 13 de noviembre del año 308, se les junta la virgen Ennata de Escitópolis, arrastrada por la fuerza, “no porque realizara hazaña semejante a la de ellos”. Sufre espantables ultrajes que le inflige un oficial, de nombre Majis. La paseó desnuda por las calles y plazas de la ciudad, mientras la azotaba con correas [12] . Este suceso muestra cómo los cristianos se hallaban indefensos y cómo algunas personas con autoridad -poca o mucha- actuaron con absoluta impunidad contra los cristianos.

La virgen Ennata es conducida ante los tribunales, siendo condenada a morir en la hoguera. Eusebio aprovecha la ocasión para realizar una digresión sobre lo inhumano de estas medidas, ya que no solo se veja la condición humana en los tormentos, sino también después de la muerte, al permanecer los cadáveres insepultos por orden de la autoridad. Este es el grado sumo de inhumanidad, tanto para paganos como para cristianos.

Los miembros de los mártires se van repartiendo por la ciudad, por obra de los animales. La estrecha vigilancia en torno suyo impide que puedan ser enterrados, como sucedió con los mártires de Lión en el año 177. Esta medida que va en contra de la naturaleza repugnará a muchas personas que odiaban a los cristianos. Eusebio insiste de nuevo en esta idea. Los perseguidores de los cristianos son crueles, inhumanos y malos gobernantes. Y los castigos que infligen a los cristianos representan una afrenta a todo el género humano. Los tiranos no respetan la vida, ni tampoco los cuerpos inanimados. Lo mismo que vemos en la tragedia de Sófocles Antígona, donde la protagonista intenta sepultar a su hermano, a pesar de la prohibición y la amenaza que pesan sobre quien lo haga [13] .

Al cabo de tres días sucede un prodigio. El cielo estaba despejado, el aire tranquilo; “cuando, de pronto, las columnas que por toda la ciudad sostenían los pórticos públicos empezaron casi todas a destilar una especie de lágrimas y, sin que cayera una gota del aire, los mercados y plazas, no se sabe de dónde, aparecieron cubiertos de humedad. Esparcióse inmediatamente por todas partes la voz de que la tierra, por milagrosa manera, había llorado, no pudiendo sufrir los atroces crímenes entonces cometidos”. Eusebio es consciente de que todo esto será para algunos una fábula, “pero no pareció tal a quienes el tiempo les acreditó la verdad de los hechos” [14] . Recuerda algo el relato del mártir Afiano, cuyo cadáver fue devuelto por las olas del mar.

Podemos destacar tres puntos. El primero es el que Eusebio no rehuya narrar elementos sobrenaturales a pesar de ser consciente de la mofa de algunos, que no hayan sido testigos presenciales de los mismos. En segundo lugar, la tendencia a unir fenómenos extraños o extraordinarios con los mártires. Por último, la idea de que no se puede actuar de forma irracional, contra la naturaleza. Y nadie puede impedir que los cuerpos se sepulten. Eso es algo irracional. De tal forma que los sucesos mediante los cuales la naturaleza protesta, sobrenaturales, son conformes a la razón; mientras que la actitud de los gobernadores (impedir la sepultura de los cadáveres) es algo irracional.

Atención a viudas y huérfanos.

Un poco más adelante, al contar el martirio de su maestro Pánfilo, incluye la historia de Seleuco. Éste era un antiguo oficial, oriundo de Capadocia. En la actualidad se había hecho “émulo de los ascetas de la religión”, dedicándose al cuidado de las viudas y huérfanos y de los que estaban en situación de pobreza o miseria, ocupándose de ellos “como si fuera un obispo” [15] . Efectivamente, una de las principales tareas de un obispo era la de atender a las viudas pobres y a los huérfanos. Laicos como Seleuco colaboraban en esta tarea de forma abnegada. Quizá con mayor presencia en tiempos de persecución.

Algunos puntos de reflexión.

Conviene hacer una valoración de conjunto. Así, conviene mencionar la ausencia de nombres de mujeres en la Historia Eclesiástica desde la carta de Dionisio de Alejandría relatando lo sucedido durante la persecución de Decio, en el año 251. Después, un espeso silencio: todas las alusiones son anónimas. En su otra obra, Los Mártires de Palestina, observamos una pequeña diferencia. En general, los nombres propios aumentan mucho, aunque de mujeres sólo se nos dan cuatro: Tecla, Teodosia, Valentina y Ennata. Todas ellas sufren martirio en Cesarea de Palestina, aunque son de procedencia variada.

Por otra parte, en la Historia Eclesiástica aparecen numerosas historias en función de los tiranos y su libido insaciable; no así en Los Mártires de Palestina. El ultraje a la virgen Ennata es un abuso de poder y un ataque a su pudor; pero no se dice que fuera violada. En este sentido, son frecuentes las narraciones de suicidios por la pureza en la Historia Eclesiástica, mientras que no aparecen en Los Mártires de Palestina. Además, se centran en las ciudades de Antioquía y Roma. La esposa del prefecto de la ciudad de Roma es, para Eusebio, cristiana, pero no hay datos objetivos para esa aseveración. Pero lo cierto es que estos relatos de mujeres intrépidas, que prefieren la muerte a la violación, se dan sólo en la Historia Eclesiástica, obra más general, en lugares donde Eusebio no ha sido testigo ni, posiblemente, se haya informado personalmente.

Como en el caso del inicio de la persecución en la ciudad de Nicomedia en el mes de febrero del año 303, existe una versión de los hechos, templada, y otra que circula paralela a la misma, que cuenta cómo los cristianos detenidos en dicha ciudad se avalanzaban a la hoguera. Todo esto resulta bastante sospechoso y, cuando menos, fruto de tradiciones orales elaboradas unos años más tarde, que contribuyen a la deformación de algunos sucesos.

Mujeres provocadoras

Contamos, además, con un grupo de mujeres “provocadoras”, que de alguna forma instigan a la autoridad a que tome represalias contra ellas. Aparecen en Los Mártires de Palestina. De las cinco mujeres que se citan ahí, tres son llevadas a la fuerza. Una de ellas, reprocha al juez su conducta cruel. Las dos mujeres restantes, provocan su detención. Una en la ciudad de Gaza, la otra en Cesarea de Palestina. Eusebio fue testigo de su confesión y martirio, y lo aprueba vivamente. También su actitud temeraria, al igual que hace con las mujeres antioquenas que se suicidan por motivos de pureza, antes de ser detenidas. Esta actitud no es exclusiva de las mujeres. Se dice también del diácono y exorcista Romano, al intentar evitar un sacrificio en la ciudad de Antioquía. Y lo mismo harán Afiano y Edesio, hermanos, en diferentes ciudades. O Timolao, Dionisio de Trípoli, Rómulo, Paesis, Alejandro y Alejandro de Gaza, presentándose voluntariamente. A todos ellos los ensalza Eusebio.

Si nos detenemos con atención, observaremos que en el periodo que estudiamos, del año 280 al 313, se nos ofrecen pocos martirios de mujeres cristianas por ser tales en la Historia Eclesiástica. Son la excepción los habitantes de una ciudad de Frigia, las mujeres de la ciudad imperial de Nicomedia en el exordio de la persecución, o las mujeres de Tebaida. Y aun así, la causa profunda pudiera ser distinta. En el primer caso, pudo haber otras causas, como la política, que justificaran -es un decir- la actitud romana de quemarlos a todos. En el segundo, se atribuyen más bien a la venganza por la supuesta quema del palacio imperial de Nicomedia, que Eusebio desmiente.

Por tanto se nos presentan colectivos, pero no casos concretos. Porque el episodio de la madre antioquena y sus dos hijas y la que va a continuación de la pareja de vírgenes se hallan en otra esfera. Defienden su pudor y su castidad de los tiranos. Y sirven para denostar a los emperadores y subalternos. Pero mientras se dice que los varones mueren por ser cristianos, de las mujeres no. Sólo de colectivos.

Y otro elemento curioso. Se pone de relieve la libido de los perseguidores y se mencionan algunas afrentas como el escarnio público a algunas mujeres en Tebaida. Pero no se menciona el castigo a los lupanares. Sólo se habla de amenazas de violación, sin que aparezca en ningún momento su consumación. Por el contrario, en Los Mártires de Palestina, en el relato de Edesio en Alejandría, se nos informa de la condena de algunas mujeres a los lupanares. Este hecho es único, pero dará pie a una floración de martirologios y pasiones posteriores que nos describen escenas pintorescas que poco tienen que ver con la realidad y que, lógicamente, no consideramos. Aunque muchas tengan un fondo real, en la mayoría de los casos es mínimo.

Por último, en las alusiones de estas mujeres, encontramos unos estereotipos a la hora de hablar de sus elementos positivos. No pretende ser original y no lo es. Aunque en la mayor parte de las ocasiones, se menciona a la mujer como sujeto paciente, o para demostrar la maldad y libido de los perseguidores.

Las vírgenes consagradas.

Quizá uno de los elementos más llamativos es la diferente importancia que juegan las vírgenes consagradas en ambas obras. En la Historia Eclesiástica es menor que en Los Mártires de Palestina. En esta última, las alusiones -excluidos los genéricos- son exclusivamente de vírgenes. Lo cual resulta significativo. Y llama la atención el silencio sobre las diaconisas o las “viudas”, las “auténticas viudas” a las que aludiera san Pablo. Se podría entender de una obra particular; difícilmente de la Historia Eclesiástica, obra de un obispo. No se menciona ni una sola vez al “orden de las viudas”. Las referencias corresponden a las viudas pobres que atiende la iglesia y, directamente, el obispo. O a la viudedad en sentido de soledad, “Iglesia desierta” durante la persecución.

Tipología martirial.

Durante el siglo III se fueron endureciendo las penas. Mas la crueldad y ensañamiento que la autoridad romana empleó con los cristianos no tuvo parangón. Vamos a centrarnos en las formas en que fueron martirizadas las mujeres cristianas en este periodo. Porque hay algunos datos interesantes.

Así, en Los Mártires de Palestina a partir del año 306 no vuelven a aparecer varones o mujeres arrojados al mar. Lo habían sido Afiano, Ulpiano, Edesio, Agapio y Teodosia. El arrojar los cadáveres al río no se menciona, lógicamente, en Cesarea, pero sí en Antioquía, dado el caudal del río Orontes. También tenemos información de grupos de mártires a los que se enuclea un ojo y se les secciona un tendón. Después van a las minas de Feno o de Cilicia.

El tipo de muerte más habitual es el de la hoguera. Este castigo se estableció por primera vez con los cristianos, según Lactancio [16] . Varones y mujeres reciben la misma suerte.

La muerte menos afrentosa era la decapitación. Muchos varones son decapitados, como Timolao, Agapio, Dionisio, Pablo, Ares, Promo, Elías, Pánfilo, Valente... Pero en esta lista no aparece ninguna mujer. Quizá porque las de mayor rango terminan sus días adelantándose a sus verdugos, con el suicidio por la pureza.

La terminología.

Vamos a comentar unos pocos elementos. El primero es la selección en el lenguaje. En los libros V-VII de la Historia Eclesiástica aparecen términos como viuda, cónyuge, anciana, niña, madre, que no lo hacen en el libro VIII. Sí lo hace la palabra “esposa”, que se omite en Los Mártires de Palestina.

Las referencias a la mujer son más numerosas a partir del libro VIII -trece de veintidós en los últimos seis libros-, y solo una incluye un matiz peyorativo, “mujerzuelas”, referido a unas prostitutas de Damasco encontradas en la plaza pública; pero no son cristianas [17] .

En Los Mártires de Palestina se observan algunas diferencias. Una de ellas es la mayor importancia de las vírgenes, parthénos, autoparthénos. También aparece la palabra muchacha, koré, referido a Teodosia virgen de Tiro, como lo había hecho anteriormente al hablar de Potamiena, virgen de Alejandría [18] . También lo hacen “viuda” o “anciana”, y apelativos como santa y bienaventurada -hagia, makaria- [19] .

Otra diferencia notable es el empleo de la palabra adelfa, hermana, puesto una vez en boca de una virgen de Gaza, refiriéndose a otra virgen. En la Historia Eclesiástica lo encontramos dos veces, ambas referidas a lazos de sangre [20] . En una obra hace alusión a la fraternidad cristiana, mientras que en la otra al parentesco. Es un salto cualitativo importante, como también lo será el que todas las menciones de la palabra “hermana” en su acepción cristina de las Actas de Ágape, Irene y Quionia que examinaremos a continuación, estén siempre en boca del magistrado para designar a las mujeres ya ejecutadas [21] .

Por último, los genéricos de mujer son de lo más variado. Así gyné alude en dos ocasiones a las vírgenes, una vez de una mujer casada, cinco veces refiriéndose a mujeres en general, mientras que en una ocasión la voz “mujeril” se emplea de forma despectiva, para descalificar a un tirano [22] .

¿Mujer fuerte o mujer viril?

Recapitulando, observamos cómo se nos muestra a la mujer en las dos obras de Eusebio consideradas. Se debate entre su antropología y su cultura de un lado, con sus convicciones cristianas de otro. Y el carácter apologético y oportunista de ambas. Se trata de aprovechar el momento presente, para influir directamente en los gobernantes. Por primera vez los cristianos pueden hacerlo y lo hacen. Por primera vez hay un campeón de la fe, Constantino. No es tan importante el valorar si lo fue o no lo fue; nos interesa el constatar que para Eusebio sí lo era. Y pretendía ganarse al poder político a la causa cristiana primero, a la arriana después.

La realidad que muestra es, como él mismo indica, una selección. Convenía dejar las cosas por escrito, y mostrar ejemplos. Para que las nuevas generaciones tuvieran modelos que seguir. Cristianos de cabo a rabo, radicales. No los modelos de los clásicos, de Hesíodo o de Homero, llenos de dioses, adulterios, estupros y violaciones.

La mujer aparece con la misma firmeza a la hora de vivir su fe, confesarla o morir por ella. Y los ejemplos concretos son siempre laudatorios. Esto merece tenerse en cuenta. Sólo dos alusiones negativas. La primera a unas prostitutas, y otra utilizando el adjetivo “mujeril” para descalificar a un tirano, tildándolo de cobarde. El lenguaje y su semántica es algo heredado. No tenía otro. Y mientras su planteamiento antropológico no resultaba muy favorable a lo femenino, como vimos también en Metodio de Olimpo, las mujeres de carne y hueso, las cristianas, son vistas siempre de manera positiva.

Es hombre de su tiempo, y encomia sobre todo, el pudor y la castidad en la mujer. Eso, junto a su antropología en lo que lo importante es el alma, le hará justificar el suicidio por la pureza, para evitar una posible violación. Tal será su encomio por la castidad, que pretenderá que toda mujer que se comporta de esta manera sea cristiana. Así la esposa del prefecto de la ciudad de Roma. Es la idea que sostenía Lactancio: la verdadera virtud es cristiana. Los demás pueden participar de ella, mas no plenamente.

Y mientras en la Historia Eclesiástica encontramos mujeres normales, en Los Mártires de Palestina, con una amplísima galería de personas, sólo se nos presentan vírgenes consagradas. Eusebio ha escogido de forma consciente estas mujeres. Y narra sus episodios con delectación. Vemos actos de arrojo y osadía. De valentía a la hora de confesar la fe, de renegar de los dioses, de protestar por la crueldad de los verdugos. Estas vírgenes tienen un comportamiento decidido. Les cuadraría el adjetivo “varonil”.

La realidad parece estar más cerca de la “mujer fuerte”, paciente, templada, que no de las muestras de arrojo o provocación. Pero Eusebio interpreta sus datos ofreciéndonos su versión. Y en ésta se observa cómo carga la mano en lo extraordinario, lo llamativo, lo infrecuente. En su deseo por transformar la realidad presente, no duda en distorsionar muchos de los sucesos, o haciendo una selección de los protagonistas, que no representa ni de lejos lo sucedido. Sí en los varones, con una gama amplísima.  No en las mujeres, ya que la inmensa mayoría de ellas, amas de casa, esposas y madres, no aparecen o lo hacen de manera anónima.

·- ·-· -··· ···-·
Martín Ibarra Benlloch



[1] Eus., hist. eccl . II,1.

[2] Eus., m. pal. III,1; VI,3.

[3] Eus., m. pal. IV,8.

[4] Eus., m. pal. IV,15´. En ambas redacciones, larga y breve, se produce un temblor de tierra y la devolución por el mar del cadáver del mártir, lo que es interpretado como algo prodigioso.

[5] Eus., m. pal. V,2-3. El obispo Pedro de Alejandría trata este tema en su Epístola Canónica. Ahí, dice que no merecen censura aquellos cristianos que, siendo testigos de los procesos y tormentos de los mártires, se revelaron espontáneamente cristianos, tanto más si lo hicieron para emulación o para corroborar la paciencia de los atormentados. Parece corresponderse con el caso de Edesio. En los cánones IX y X, el obispo Pedro recrimina el que los cristianos se presenten voluntariamente ante el juez. Esto mismo, que podía ser considerado como una provocación, será igualmente censurado por el Concilio de Elvira, canon LX, del año 309.

[6] Eus., m. pal. VII,1.

[7] Eus., hist. eccl. V,1,35: mártires de Viena y Lión , del año 177; mart. Perp. et Fel. XVIII,1-2, de comienzos del siglo III; Lact., inst. V,13,12.14.

[8] Eus., m. pal. VII,7-8; cfr. hist. eccl. IX,10.

[9] Eus., m. pal. VIII,1-2.

[10] Eus., m. pal. VIII,5-6.

[11] Eus., m. pal. VIII,13.

[12] Eus., m. pal. IX,6-7.

[13] Soph., Ant. 447 ss.: “No era Zeus quien me imponía tales órdenes, ni la justicia, que tiene su trono con los dioses de allá abajo, la que ha dictado tales leyes a los hombres, ni creí que tus bandos pueden tener tanta fuerza que habías tú, mortal, de prevalecer sobre las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses: leyes que no son de hoy ni de ayer, sino que viven en todos los tiempos y nadie sabe cuándo aparecieron”.

[14] Eus., m. pal. IX,12-13.

[15] Eus., m. pal. XI,22. La atención a viudas y huérfanos aparece prescrita en deut. X,17-18; XIV,28. Ez. XIL,25; Lc. VII,14. También en Lactancio, inst. VI,11,21-23.

[16] Lact., mort. XXI,7: la pena para los que no eran nobles consistía en el fuego. Con los cristianos no siempre se observó; cfr. Eus., hist. eccl. VIII,6,3, Pedro de Nicomedia; m. pal. III,1 Timoteo de Gaza.

[17] Eus., hist. eccl. IX,5,2.

[18] Eus., m. pal. VII,1; VII,1´; VII,2´ (tres veces); hist. eccl. VI,5,5, designa a la virgen Potamiena. En Metodio se dice de las vírgenes necias, sym. hym.287,8 y de la hija de Jefté, hym.289,13.

[19] Eus., m. pal. V,3´; IX,7, virgen Ennata. Sancta o sanctissima las encontramos en las inscripciones cristianas en el siglo IV, I.C.U.R. II,5711.



 

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