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José Antonio del Busto, maestro de la peruanidad

por José Antonio Benito

Reconocido internacionalmente como uno de los mejores investigadores sobre Francisco Pizarro, Martín de Porras, Túpac Yupanqui y Santa Rosa (su última obra publicada en vida), y un largo etcétera de peruanos ilustres.

Un historiador con mucha historia

Hijo de Angélica Duthurburu y José Antonio del Busto nació en Barranco 1932. Su cariño por la historia comenzó desde aquel momento en que su mamá lo motivó ante un plato de arroz con frijoles en el que le dijo: come el arroz blanco, como los españoles; y ahora, los frijoles cobrizos como los indios. Luego de graduarse en el colegio San Luis de Barranco ingresó a la Universidad Católica Su actividad docente se inició en 1953 en condición de Instructor del Pre Seminario que estaba a cargo del Dr. Luis Jaime Cisneros en el antiguo Local de la Plaza Francia donde funcionaba la Universidad. Tras asumir la cátedra de Historia del Perú, muchas generaciones de estudiantes de diferentes carreras han gozado del estudio de los orígenes de la civilización peruana. A los 25 años obtuvo el grado de doctor en Historia y Geografía. Fue profesor principal de Historia del Perú en la PUCP, Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. También ejerció la docencia en la Escuela Militar de Chorrillos y en la Escuela de Aviación de las Palmas. Ha sido Director general del INC (1983-1984). Miembro de la Academia Nacional de Historia, miembro honorario de la Academia Peruana de la Lengua Quechua y miembro corresponsal de la Real Academia Española de Historia, Instituto Nacional de Estudios de Túpac Amaru, del Instituto Peruano de Historia del Derecho. Miembro de la Academia Nacional de Historia de la República Argentina, de la Academia de Ciencias de Buenos Aires y del Centro Nacional de Investigaciones Genealógicas y Antropológicas de Quito.

Su labor mereció diversas distinciones de muchas universidades e instituciones. Era Comendador de la Orden Española de Alfonso X el Sabio (1974) e Isabel la Católica (2002) En 1968 obtuvo el Premio Nacional de Cultura Inca Garcilaso de la Vega.

Aparte de más de un centenar de artículos en revistas especializadas, destacamos de entre sus 50 libros El conde de Nieva, virrey del Perú (1963), La tesis universitaria (1965), Historia de los descubrimientos geográficos, siglos V al XV (1973), los dos volúmenes del siglo XVI en la Historia marítima del Perú (tomo III, 1973); la colección Historia general del Perú (Perú antiguo, 1970; Descubrimiento y conquista, 1978). José Gabriel Túpac Amaru antes de su rebelión (1981), Los trece de fama (1988), San Martín de Porras/Martín de Porras Velásquez (1993). Fundadores de ciudades en el Perú (1995),

Otra veta abierta se refiere a sus estampas testimoniales de personas, lugares y viajes: Historia y leyenda del viejo Barranco (1985), Los peruanos en la Antártida (1989), La tierra y la sangre de Francisco Pizarro (1993), Barranco: personajes de ayer (1993) Elaboró un catálogo comentado de la colección Enrico Poli “La platería en el Perú: dos mil años de arte e historia” (1996). Por último, “Historia de la minería en el Perú” (1999), “Túpac Yupanqui, descubridor de Oceanía” (2000), “Breve historia de los negros del Perú” (2001), “Conquista y Virreinato”, tomo 3 de la Enciclopedia Temática del Perú (2004, El Comercio), “Santa Rosa de Lima” (2006).

Al preguntarle acerca de la mayor satisfacción que le ha deparado su labor como investigador, no dudó en responder: La realización personal. Encontrar la verdad mediante la búsqueda. Es ir de lo conocido a lo desconocido y convertir lo desconocido en conocido. Mi trabajo es mi recreo. Por eso mi labor ha sido una ininterrumpida satisfacción durante toda la vida. Al pedirle uno de mis alumnos un consejo sobre la vocación por la historia, nos puso el símil del matrimonio. “En la elección de esposa .-le respondió a un alumno- lo primero es que te guste, luego que sea buena, que te comprenda que te quiera”

Historiador de la peruanidad

El librito Tres ensayos peruanistas. (Lima 1998) recoge tres estudios, magistrales por su sencillez y profundidad. El primero, Perú esencial, nos ofrece su "visión peruanista del Perú", a través de la realidad histórica del Perú en tres dimensiones: como patria (nacida hace 15.000 años con el ingreso de los primeros cazadores nómadas a nuestro territorio), nación (surgida en el siglo XVI con los primeros mestizos, especialmente con Garcilaso) y estado (libre y soberano desde el 28 de julio de 1821 con la Independencia. Su determinación de autonomía le convierte en país "independiente, uninacional, pluricultural, multilingüe y mestizo". El segundo, el más extenso, El mestizaje en el Perú, nos brinda la lección inaugural del año académico de 1992 en la Universidad de Piura. Parte del mestizaje racial para centrarse en el cultural, poderosamente desarrollado en la comida, el vestido, la habitación, la música, la danza, la pintura, la literatura, la artesanía y la religión. El último de los artículos se titula En torno al monumento a Pizarro y fue publicado en el diario "El Comercio" el 29 de abril de 1997. Son reflexiones acerca de la polémica del monumento ecuestre de Francisco Pizarro. Reconoce que el extremeño "no nos conquistó a nosotros, sino a los hombres del incario que son nuestros antepasados cobrizos. Nosotros descendemos de los vencidos y de los vencedores, pero no somos vencedores ni vencidos. Somos el resultado de ese encuentro. Podemos ser indigenistas e hispanistas, pero por encima de todo debemos ser peruanistas. El peruanismo une, cicatriza; el indigenismo y el hispanismo mal entendidos dividen, descuartizan. Nuestra obligación es integrarnos, no desintegrarnos".

Casi todos los escolares han estudiado la historia del Perú en sus magníficos textos. Coordinó el gran proyecto editorial BRASA “Forjadores del Perú” en 30 fascículos (1994-1996), proyecto lamentablemente truncado ya que iban a desfilar más de 100 peruanos ilustres seleccionados por él. En la misma editorial coordinó “Historia general del Perú” (1993) en nueve volúmenes.

Sabía más de Pizarro que el propio conquistador

La frase es de uno de sus cientos de alumnos que se sintió cautivado con la magia personal de narrar la historia. El Dr. Del Busto sabía hasta “qué pensaba Francisco Pizarro”. Recuerdo su magnífica conferencia en mi Universidad Católica Sedes Sapientiae de Lima para inaugurar nuestro seminario “Forjadores de la peruanidad”. Nos habló sobre “Lo que el Perú tiene por la presencia de Pizarro”, y que sería publicado en “El Comercio” y en nuestra revista “Studium” con el tema. En su estilo inconfundible, escueto, directo, vibrante, nos adelantó de entrada sus conclusiones: “Se puede hablar de Pizarro sin el Perú, pero no se puede explicar el Perú sin Pizarro. Hagamos la prueba, resulta imposible. Luego, nos guste o disguste, es pieza inamovi­ble de nuestro pasado. La lista anun­ciada no es larga pero sí importante. Se puede enumerar así: el Perú tiene hoy, debido a la presencia de Pizarro, los siguientes hechos: su descubrimiento; su nombre; su in­greso a la Historia, a la Geografía y a la Cronología modernas; su territorio mayoritario; la Amazonía; las principales ciudades; la Cultura Occidental; la lengua española; la religión cristiana; el mestizaje; la nación en su momento; y la Cultura Peruana”.

Al hablar del cristianismo, nos dijo: “Pizarro no era un santo ni pretendía serio, pero fue el implantador del cristianismo en el Perú. Lo tra­jo en su versión española, el catolicismo, y esta fe, predicada bien o mal a todo el territorio, fue la primera unidad que hemos tenido. La religión católica conllevó su dogma y su moral. Nos enseñó a diferenciar, a la cristiana manera, lo bueno y lo malo, lo justo Y lo injusto, lo derecho y lo falso. En esto el cristianismo se adelantó con su prédica en muchos siglos a la proclamación de los Derechos Humanos”.

La biografía está hecha por un peruano mestizo y para todos los peruanos; porque Perú está formado por todas las sangres. La profesionalidad del historiador le impide hacer su apología, por lo que nos brinda un estudio científico con sentido común y apreciación serena de su biografía El Dr. Del Busto reconoce que el extremeño "no nos conquistó a nosotros, sino a los hombres del incario que son nuestros antepasados cobrizos. Nosotros descendemos de los vencidos y de los vencedores, pero no somos vencedores ni vencidos. Somos el resultado de ese encuentro. Podemos ser indigenistas e hispanistas, pero por encima de todo debemos ser peruanistas. El peruanismo une, cicatriza; el indigenismo y el hispanismo mal entendidos dividen, descuartizan. Nuestra obligación es integrarnos, no desintegrarnos". A la visión de los vencedores y a la visión de los vencidos ha sucedido la visión de los mestizos. Somos rebisnietos de Manco Cápac y rebisnietos del Cid. A los peruanos no nos van a decir com. o tenemos que ser, ahora nosotros decimos quiénes somos. Y este mestizaje es positivo, significa unión, cohesión progreso, estabilidad, potencialidad y realización (II p.546.

Los cientos de citas documentales así como los apéndices (Cronología del Tahuantinsuyo, su genealogía (el árbol del porquerizo), los trabajos y los días, la marcha de Pizarro de Tumbes a Poechos, de Tangarará a Cajamarca, de Cajamarca a Pachamac, la lista del oro y de la plata, la marcha de Cajamarca a Cusco) nos prueban los sólidos cimientos en que construye su obra basándose en manuscritos, crónicas, probanzas, cartas... En conclusión estamos ante la biografía “definitiva” de Pizarro. A pesar de la evidente erudición la obra se lee de un tirón.

Santa Rosa y San Martín en carne y hueso

Como otrora Miguel Ángel con sus esculturas, el Dr. del Busto supo dar alma, corazón y vida a sus personajes. Dejando de lado almibaradas hagiografías de santos acartonados, nos brinda un estilo de hacer santos, de carne y hueso, creíbles, vivibles. Parafraseando lo que se decía del Cid Campeador, el autor es “largo en facellas” (recopilación) y “corto en narrallas” (redacción). Tal sucede con la dedicada a Santa Rosa. La obra se nos antoja en su diseño como un Escorial, labrado con austeridad herreriana y claridad meridiana. Dos partes, correspondientes a los dos ambientes en los que discurre la vida de Rosa, la casa del arcabucero Gaspar de Flores y la casa del contador Gonzalo de la Maza. A la primera se dedican 15 capítulos, a la segunda 12. Todos los capítulos están subdivididos en tres apartados; unos –como el primero dedicado a la familia- de lógica aplastante: padre, madre, hermanos; otros, -como el de las devociones- teológicamente perfectos: el culto de latría, el culto de hiperdulía, el culto de dulía; algunos, provocando hilaridad “la doncellica (niña graciosa de 12 a 14 años), la doncelluela (muchacha donosa de 15 a 17), la doncelleja (moza apta para ser esposa, de 18 a 20); algunas, -tres experiencias extrañas- un tanto acomodadas: el Maestro Cantero, la visión del Justo Juez, el enigma de las rosas. Tan sólo un asunto –el de la penitencia- requiere dos capítulos, el primero “los guantes de piel de buitre, los cilicios de metal, la corona de púas”, y el segundo “la alcayata, la cadena, la corona de púas”. Los títulos, a manera de ráfagas rápidas y de nombre sonoro, en número 84, agilizan la lectura. Las palabras, netamente castizas, sin concesión alguna al neologismo, muchas veces divertidas; así nos dirá que “María de Oliva, su esposa (de Gaspar Flores), era la que llevaba la voz cantante, sonante y tronante” pp.103-104. Otras, presenta vocablos inusuales como “se penitenciaba” (p.129)

La obra sigue un orden cronológico, lineal, muy claro, al tiempo que dotado de una rica contextualización. Aunque principia confesándonos que “escribir sobre Rosa de Santa María no ha sido fácil”, sin embargo, al auscultar a la “mujer, a la mujer ascética y a la mujer santa” queda satisfecho. Destaca que gracias ella, “desde un ángulo nuevo, desconocido, se unificó el Perú... Fue la primera gran unidad que hemos tenido. El orgullo criollo y mestizo, así como el de los indios y de los negros, fue el factor preponderante de todo ello. España lo reconoció y Roma hizo el resto. Rosa de Lima, si no fue mestiza de raza –lo que no es un imposible (véase el testimonio de Fray Gonzalo Tenorio que habla de que sus abuelos “maternos fueron indios” p.337)-, fue mestiza por aclamación”p.15. Nadie tan universal como Rosa. Difícilmente se puede concebir Lima sin ella. El autor no olvida el entrañable nombre que los limeños han dado a las golondrinas que con sus plumas blanquinegras recuerdan el hábito de Rosa: las “santarrositas”.

Lo mismo había sucedido con la biografía de San Martín. Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J. A. del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el relox y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.

El autor delinea con precisión el contexto limeño y el pensamiento de la época -“crepúsculo quinientista y el amanecer barroco- para presentarnos a un Martín de Porras creíble por el realismo del personaje: “Martín de Porras Velásquez, gentilhombre de escoba, barbero sangrador, mulato socarrón, flor de Malambo” p.27. A pesar del gran aparato de notas documentales, la lectura cautiva por su magia narrativa. Imprescindible para conocer el auténtico hombre y santo dominico.

La fuente principal es el proceso de beatificación y del mismo los tstigos que vieron, conocieron y trataron a Fray Martín, dejando para un segundo lugar a los que sólo oyeron hablar de él y se acogen a lo que fue público y notorio. El autor lo somete al método de la contraposición y del análisis, para deslindar errores, fraudes, fantasías.

El Dr. del Busto presenta siempre a las claras su modo de hacer historia: “Saberse trasladar al pasado como primera actitud del historiado con el fin de reconstruir “el pasado como pasado, tal como fue y no como creemos que fue, tal como sucedió y no como quisiéramos que hubiese sucedido” p.13

El resultado: “Hoy hemos reconstruido su vida y nos ha dejado satisfechos. Lo hemos sacado del mito y de la leyenda, de la tradición y de la sensiblería popular para ubicarlo en el terreno histórico y darnos en definitiva como el hombre. Podemos decir que lo hemos llegado a conocer como personaje histórico y concluimos que en la Lima de ese entonces, ciudad entre beata y pecadora, urbe de embrujos y milagros que en todo veía la mano de Dios o las uñas del diablo, vivió un hombre santo. Era limeño, bastardo, mulato y donado, y su vida fue tan virtuosamente llevada que resulta explicable que la gente empezara a mirarlo como un logrado caso de santidad” p.14

Tuve la suerte de participar como comentarista en la presentación de su obra sobre Santa Rosa que coincidiría con su última intervención pública. Minutos antes del evento –tal como era su costumbre y a pesar del cáncer que minaba su organismo- bromeaba y se convertía en el centro de la tertulia. Escuchó los elogiosos comentarios sobre su persona y su obra y, al concluir, sin ningún apunte en la mano, con tono decidido pronunció sublimes palabras que bien pudieran denominarse su testamento como historiador, hombre, cristiano. Nos habló de su visión como historiador, su recelo por airear demasiado lo bueno y disimular lo débil. Al acercarse a Santa Rosa la encontró dedicada y profunda, sin nada negativo y con sólo cosas buenas. Al igual que con San Martín quería someterla a la prueba de la crítica histórica y creía haber logrado un estudio sólido. Tanto uno como otra se merecen una estatua de piedra, de tal manera que quienes los atacan lo los conocen. Los santos no son comunes, pero son normales, son heroicos. Ser santo no es sólo hacer el bien y hacer maravillas; es hacer lo ordinario de modo extraordinario. Con Rosa se han cebado en decir que era loca, visionaria, exagerada. Pobrecita; era enferma, pero una mujer muy fuerte; la veo muy difícil de atacar.

En la historia y en la vida uno se encuentra con personajes normales y anormales. San Martín y santa Rosa son dos santos muy limpios en el proceder, no se les puede atacar; no hay que defenderlos, no lo necesitan.

Como en todas las biografías y en mis obras he tenido muy presente a Parménides “lo que es y lo que no es no es”. Por esto hay que enfrentar a los falsos santos. No es cristiano querer ser y luego no ser. Hay que serlo. Aparentarlo ya es vanidad.

Debemos destacar la presencia de la santidad en el Perú. Al estudiar los santos peruanos, tenía la convicción de que lo nuestro peruano debía de quedar muy claro. Yo, desconfiado por naturaleza, llegué a la conclusión de que todo era muy bonito; el mundo de los santos era muy interesante, muy equilibrado. Su mundo es fascinante y muy profundo. Uno encuentra el amor de Dios, el amor a Dios, el amor por Dios. A Santa Rosa y a San Marín si se quita su conducta por este amor a Dios no se les entiende.

Tupa Yupanqui y la aventura

Acaba de publicar Túpac Yupanqui: Descubridor de Oceanía, texto que recoge su teoría acerca de la expedición que habría realizado el inca a la Polinesia. En el mismo sustenta que, al igual que existe “el soldado desconocido”, en Perú existe el emperador ignorado. Para Del Busto Túpac Yupanqui es más que Pachacútec y más que Huayna Cápac. fue un conquistador al que se ha querido halagar llamándolo el Alejandro Magno del Nuevo Mundo. Pero cuando midió las distancias de las conquistas de Alejandro, resulta que Túpac Yupanqui había conquistado mucho más. Por otro lado, los actuales límites del Perú se los debemos a él que los conquistó y a Francisco Pizarro que los resguardó. Él hizo ocho campañas militares que son notables. Dos al Chinchaysuyo, dos al Contisuyo, dos al Collasuyo, dos al Antisuyo, terminó barriendo todo el territorio actual del Perú.

El punto de partida fue La historia índica de Pedro Sarmiento de Gamboa, y las crónicas escritas por Miguel Cabello de Balboa y Fray Martín de Murúa. Su teoría la inició en 1967 cuando visitó Oceanía. Se apoya en que en las Marquesas hay unas ruinas que se atribuyen al rey Tupa, el cual vino de un país donde nacía el sol, a través del mar, en una flota de balsas. Dejó un templo inconcluso que tiene el nombre de Tupa -que coincide con Túpac, el inca que, siendo príncipe, zarpó de Manta, en el Ecuador- y llegó a las islas de Auachumbi y Ninachumbi que, para mí, son Mangareva y Rapa Nui. En Mangareva se conserva la leyenda del rey Tupa, que llegó a través de un estrecho que hasta hoy lleva su nombre y en donde se baila 'la danza del rey Tupa'. Tanto impacto causó que, quinientos años después, los isleños de Mangareva no lo olvidan. Túpac llevó la edad de los metales a un pueblo que vivía en la Edad de Piedra.

Como el periodista Miguel Ángel Cárdenas escribiese en “El Comercio” este 20 de diciembre del 2006 fue un impertérrito aventurero. “Ha cruzado seis veces el Océano Atlántico, dos veces el Pacífico, ha surcado el Índico por el estrecho de Bass y recorrido el Antártico, siguiendo la corriente de Humboldt. Ha cruzado diez veces la línea ecuatorial y cuatro veces los trópicos de Cáncer y de Capricornio, también el Triángulo de las Bermudas. Ha recorrido la Polinesia, la Melanesia, Australia y Nueva Zelanda. En 1977 navegó entero el Amazonas hasta el puerto brasileño de Manaos; a remo y a la deriva. Y ni el lago Titicaca se libró de su espíritu de historiador naviero”. Vinculado con esta pasión por la aventura estuvo su afición por el toreo; de forma continua los cuatro últimos años de secundaria y los dos primeros de universidad (incluso ha toreado en Zalamea la Real, en España.

¡Gracias y adiós!

Se lo dice su esposa Teresa Guérin y sus cuatro hijas. La PUCP a la que consagró su vocación a la enseñanza formando legiones de historiadores y apasionados por el Perú. Las numerosas instituciones de la que ha sido miembro y responsable. Se lo dice el Perú y la Iglesia Por mi parte, siempre vi en el Dr. José Antonio del Busto un hidalgo universal al tiempo que embajador de la peruanidad. Duro como el granito de El Escorial o los muros ciclópeos de Sacsahuamán a la hora de trabajar, pero blando como la nieve de la Sierra de Granada o la espuma de la costa barranquina a la hora de dar. Rigurosa objetividad de arquitecto milimétrico pero pujante y creativa vitalidad de poeta al hacer valer su rico yo. Conquistador del más –del primer lugar- a lo Pizarro y conquistado por lo menos -el último lugar- a lo Martín de Porras Velázquez. Amigo de sumar (aventuras, sangres, culturas), enemigo de restar (flojera, materia, bazofia. Siempre en vela, valiente, señalando que la meta está siempre más allá. Explorador de nuevos mundos a lo Túpac Yupanqui y excelente y simpático narrador.

Gracias por el ejemplo. Nuestro adiós es un compromiso con la Universidad en Lima Norte a la que alentó por su juventud e ilusión, historia, con el Perú, con lo mejor de cada ser humano. Como recuerdo de su inolvidable visita a mi Universidad Católica Sedes Sapientiae estampó en el segundo tomo de su libro sobre Pizarro: “A esta Universidad, con mucha esperanza, porque de verdad que tengo mucha esperanza en ella, con mis mejores deseos”.

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José Antonio Benito



25 aniversario ¡Malvinas argentinas!

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La revindicación de la Malvinas es un asunto que incumbe a todos los miembros de la comunidad hispana

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